Milio Mariño
Quienes nos sentamos delante de un ordenador, o un papel en blanco, con el propósito de escribir sobre algo, lo corriente es que estemos a lo que salga. A ver si surge esa idea que no tenemos, o yo al menos no tengo, hasta que aparece.
Me he propuesto aclararlo por una cuestión de honradez, porque hace unos días tropecé con un amigo que me felicitó por un artículo y, para halagarme, habló de mi imaginación como si fuera una nutrida despensa a la que acudo en busca de ideas.
Ojala fuera así pero, en mi caso, siempre es una cuestión inesperada, un hallazgo. Tanto da que esté delante del papel en blanco, que paseando por la playa o en la cola del autobús. El lugar, y el momento, importan poco. Que ande perdido o despistado no impide tampoco que pueda encontrar una idea. Nunca se cuándo va a llegar ni por qué caminos. Lo explica, mejor que yo, el poeta Luis Rosales: “La palabra que decimos / viene de lejos, / y no tiene definición, / tiene argumento. /Cuando dices: “nunca”, / cuando dices: “bueno”, / estás contando tu historia / sin saberlo”.
Los artículos que firmo surgen así. Y, la casualidad, o quien sabe qué misterio, hizo que el comentario de esta semana surgiera, precisamente, de la conversación con este amigo; que me comentó que su hijo había encontrado trabajo y que él, por fin, estaba contento de que pudiera ganarse un dinero.
Ya ves, licenciado en Lengua Española y Literatura, y hace apenas un mes que trabaja de teleoperador, atendiendo las reclamaciones de una empresa.
Tuve que sujetarme para no decirle: Por algo se empieza. Mi intención era animarlo pero es evidente que atender un teléfono por el que la gente grita, en defensa propia, no parece que pueda servir de mucho a un licenciado en literatura. Aprenderá, eso sí, a dar respuestas absurdas y a recibir con paciencia los improperios y los insultos. Mi amigo piensa que han contratado a su hijo, por su formación académica, para que explique cuál ha sido el fallo y cómo piensan arreglarlo. Pero, en realidad, lo han contratado para que soporte las quejas. Para que aguante, lo mejor que sepa y pueda, la venganza de quienes se sienten agraviados y utilizan el teléfono para desahogarse gritando.
Menos mal que me cuide de decirle que por algo se empieza. Debía estar pensando que así es cómo empiezo yo los artículos, a lo que salga, pero no es para comparar a cómo un joven, recién licenciado, debe empezar la vida.
Lo incomodo de estas situaciones, cuando te sujetas y las palabras quedan bailando entre la lengua y los labios, es que no sabes qué decir. Por lo menos servirá para que coja experiencia. Dijo mi amigo, en vista de que yo no decía nada.
Era el colofón apropiado para aquella conversación inconclusa. Uno hace lo que le dejan hacer y luego lo justifica para proporcionarse la impresión de que solo él, es el que dirige su vida. Nadie acepta, a no ser la gente que escribe, estar a lo que salga.
Lo importante es que tenga salud y un trabajo, lo demás ya llegará. Dije sin advertir que mi respuesta era tan banal que confirmaba que todos estamos al albur de las circunstancias y que es más fácil ir de la inteligencia a la estupidez que al revés.
Milio Mariño / Artículo de Opinión/ La Nueva España
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