lunes, 28 de diciembre de 2020

Hoy es mi santo

Milio Mariño

Como bien saben no me llamo Inocencio, pero he decidido que hoy sea mi santo y pienso celebrarlo. Celebro no haber sucumbido a ese mundo en el que sólo se cultiva la desconfianza como única forma razonable de encarar la vida y alcanzar el éxito. Pertenezco, por decisión propia, al mundo de los inocentes, los incautos, los que se fían de los demás, los que aún creen en el amor y los que confían en el futuro y sueñan con un mundo mejor.

Formo parte de esa pequeña tropa. Por eso empecé diciendo que celebro el día de los inocentes como si fuera mi santo y no como nos dicen que tenemos que celebrarlo. Ahora se lleva menos, pero hasta hace poco, tal día como hoy 28 de diciembre, los periódicos y las televisiones solían publicar una noticia falsa mezclada entre las reales. Así era como celebraban el día de los inocentes, con una broma cuya gracia consistía en ver cuántos picaban y tomaban la noticia en serio para regocijo y cachondeo de los listos sabelotodo a los que nadie se la da con queso.

Hoy en día, la inocencia no está, para nada, bien vista. Vivimos en una sociedad que no solo se ríe de los inocentes, sino que, además, los desprecia. Ser bueno no se identifica nunca con el éxito, se identifica con el fracaso. Tal vez se deba a que la bondad y la inocencia son más humanas y, por tanto, más frágiles y vulnerables. Eso explicaría que nos eduquen en la desconfianza, advirtiéndonos desde pequeños: Tú no te fíes de nadie, no creas a nadie ni te dejes engatusar. Ten cuidado porque cada cual va a lo suyo y lo único que quieren es aprovecharse de ti.

Pues, allá ellos. Que se aprovechen, si es que pueden, porque la inocencia a la que me refiero no tiene que ver con la ingenuidad. Es otra cosa. Es ir de frente y actuar con el corazón en la mano sin reparar en gastos ni esperar beneficios. Es ser bueno y honesto, lo cual suele entenderse de mala manera llegando, incluso, a ser motivo de burla. La prueba la tienen en la conocida frase: Es tan bueno que parece tonto.

Ser bueno, en opinión de muchos, supone tener menos inteligencia o, incluso, ninguna. A eso hemos llegado. Lo que triunfa y está de moda es ser un malvado. Ser malo es, ahora, lo bueno. Quienes tengan buenas intenciones están condenados al fracaso. Puede servir como ejemplo lo que ocurre en las redes sociales. Quienes triunfan son los que dicen las burradas más grandes, insultan con mayor agresividad o menosprecian con las peores palabras. Cuanto más malvado mejor. Da lo mismo lo que sea cada cual: político, empresario, juez, banquero o una oveja más del rebaño.

A pesar de todo, creo y confío en el ser humano. Es por eso que hoy, día de los inocentes, me apetece defender la inocencia. Ya sé que es ir contracorriente, pero qué quieren. Acepto qué si alguien me ve por la calle con un monigote en la espalda no me avise ni me lo quite. Seguro que lo merezco, aunque no le vea la gracia. Para que fuera gracioso la risa debería ser compartida. De todas maneras, no me importa que me señalen y se rían a carcajadas. La cosa está tan jodida que reírse es una necesidad primaria.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 21 de diciembre de 2020

Regularizar una vida es, realmente, difícil

Milio Mariño

Nuestro emérito don Juan Carlos ha regularizado, con Hacienda, lo suyo de las Tarjetas Black, pero aún no ha regularizado su vida. Su vida, y su figura, que la prensa glorificó durante décadas, ha ido convirtiéndose en una especie de fraude, muy difícil de regularizar. No alcanza con la socorrida historia de que fue él quien nos trajo la democracia. No alcanza porque tampoco es cierto. España volvió a la democracia por la presión social y política de sectores muy significativos de la población que no aceptaron sucedáneos como los que, inicialmente, se pretendían.

Si nos atenemos a los hechos, don Juan Carlos juró defender los Principios del Movimiento. Una decisión con la que no estuvo de acuerdo su padre, don Juan, que insistía en que no debía proclamarse rey antes de que hubiera democracia. Pero se conoce que había prisa; importaba más ceñir la corona que normalizar la situación política.

El siguiente episodio, el 23 F, tampoco deja muy claro cuál fue el papel que jugó don Juan Carlos. Cierto que esa noche dio un paso al frente, pero, en principio, estaba de acuerdo con la idea de quitar a Suárez y poner al general Armada al frente de un Gobierno de Concentración. Al final, rectificó y apostó por la democracia. Nos salvó de un Golpe de Estado que él mismo había puesto en marcha.

Lo que vino luego fue una impunidad, mal entendida, que le permitió hacer y deshacer a su antojo, ante la mirada de unos cortesanos que siempre estuvieron al quite para tapar sus conductas impropias o, incluso, delictivas. Quienes le rodeaban, sabían de sus adulterios continuados, de las amantes sufragadas con dinero público, las cacerías de elefantes y osos, los maletines de dinero negro, las cuentas opacas en Suiza y otros paraísos fiscales, la máquina de contar billetes, sus negocios con los jeques árabes, su amistad con banqueros corruptos, el apoyo para que su yerno montara un chiringuito y lograra enriquecerse y otras mil trapacerías que se solucionaban por debajo de la mesa para que no se enterara nadie y el rey pudiera seguir haciendo lo que le diera la real gana.

Vaya en su descargo que, don Juan Carlos, lo que sí quiso regularizar fue su situación conyugal. Primero lo intentó en 1.992, cuando le dijo a Sabino Fernández Campo que por qué no se podía divorciar, como lo hacían miles de españoles, para casarse con el amor de su vida, la mallorquina Marta Gayá. Volvió a intentarlo en 2012, en una cena en el restaurante El Landó, con el entonces Príncipe Felipe y las Infantas, donde, según se supo después, tanteó la posibilidad de divorciarse con el argumento de que se había enamorado de una princesa alemana.

La situación, ahora, está más o menos así: La regularización conyugal es evidente que no se hizo y la de Hacienda parece ser que tampoco, pues a pesar del reciente pago de 678.393 euros, según los técnicos de la Agencia Tributaria tendría que haber abonado más de treinta millones para ponerse al día. Queda que regularice su vida y vuelva a vivir en España, algo muy complicado porque don Juan Carlos desea volver, pero su hijo Felipe, que le ha retirado la asignación de la Casa Real, no está por que vuelva y se aloje en La Zarzuela. Lo quiere fuera y alejado de la monarquía.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva ESpaña

lunes, 14 de diciembre de 2020

Menuda tropa, los militares de las cartas

Milio Mariño

La actualidad de estos días ha puesto de manifiesto la repercusión que puede tener que alguien firme una carta y añada que ha pertenecido a las Fuerzas Armadas. Es como si lo que escribiera fuera muy importante y mereciera una mayor atención. Pues bien, aunque quienes suelen leerme tal vez se extrañen y frunzan el ceño, yo también me considero un militar retirado. Anda que no. Estuve dieciocho meses en el ejército, haciendo la mili, y, en tan corto espacio de tiempo, logré ascender nada menos que a cabo primero. De modo que ahí lo dejo, no quiero especular sobre la graduación que podía haber alcanzado si llego a estar treinta o cuarenta años en ese oficio. Imagino que, como poco, daría para que me incluyeran en un WhatsApp de militares yayos y me preguntaran si deseaba suscribir, y firmar, algunas de las cartas que enviaron al Rey como quien escribe a los Reyes Magos.

Que no haya sido el caso no quiere decir que renuncie a considerarme un militar retirado. Lo que dije lo mantengo a pesar de que, sospecho, debo estar entre los 26 millones de españoles, en realidad ni siquiera nos llaman así, sino que nos califican como hijos de puta, que merecen ser fusilados. No es una sospecha infundada, cuando el Golpe de Tejero ya me avisaron de que estaba en una lista que habían confeccionado los ultras de la comarca. Así que me doy por aludido. Mi contribución fue modesta, pero estoy entre quienes se dejaron la piel y la vida por aquello que llamaron la transición hacia la democracia. Una democracia imperfecta y muy mejorable, de acuerdo, pero democracia, al fin y al cabo. Algo muy diferente de lo que pretenden quienes hablan de fusilamientos y animan al Rey para que se ponga al frente de una rebelión que nos devolvería a los tiempos de Franco.

Era lo que nos faltaba para completar este año aciago, lleno de muerte, enfermedad y ruina económica. Parece como que fuéramos víctimas de una maldición o un castigo que consiste en que nunca conseguiremos librarnos de que los militares nos amenacen con volver a la dictadura. Siguen haciéndolo y lo inconcebible del caso es que justifiquen sus amenazas diciendo que el Gobierno impone el pensamiento único y quiere cargarse la democracia.

Parece una broma, pero es para tomarlo en serio. Estamos ante otro episodio como aquel de la Operación Galaxia que acabó desembocando en el 23F. Entonces también se dijo que eran conversaciones de café, aún no había WhatsApp, de unos viejos uniformados nostálgicos del franquismo. Quizá sea eso, pero en Francia, el Reino Unido o Alemania sería inconcebible que unos militares, retirados o no, fueran capaces de decir y hacer algo parecido. El pasado mes de junio, Ángela Merkel desmanteló un cuerpo de élite del Ejército por sus vínculos con la extrema derecha. Así que no valen ambigüedades ni ponerse de perfil. Estos militares, que hablan de fusilamientos y de volver a la dictadura, ostentaban el mando del ejército y la defensa de España hace apenas cuatro días.

La pregunta es obvia: ¿En manos de quién estábamos? Pues ya lo ven. En manos de unos militares que creíamos demócratas y resulta que eran, y son, unos golpistas que ensalzan a Franco y actúan como si España fuera suya y nosotros carne de cañón. Menuda tropa.  


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 7 de diciembre de 2020

Las luces del alcalde de Madrid

Milio Mariño

Doy por supuesto que estarán al tanto de que, este año, el Ayuntamiento de Madrid ha instalado, como principal novedad del alumbrado navideño, cuatro banderas de España de un kilómetro de longitud, cada una, en los puntos cardinales de la ciudad. Las citadas banderas, formadas por luces led, cuestan 154.000 euros y el coste total del alumbrado asciende a 3,2 millones. Cuestión que señalo como un dato más ya que la intención no es suscitar el debate sobre si gastar tres millones de euros en luces de navidad se ajusta a la situación económica actual o es un derroche. El tema no es ese. Lo que llama la atención, más que el coste del alumbrado, es que sustituyan las típicas luces de navidad, ya saben, los muñecos de nieve, las velas, los renos con sus trineos y las campanillas de colores por cuatro banderas de España de un kilómetro de longitud.  No le encuentro sentido. Entiendo que es aprovecharse de un símbolo y utilizarlo para unos intereses políticos que no vienen al caso y menos en Navidad.

Dice el alcalde, Martínez Almeida, que a nadie debería extrañarle que esas cuatro banderas enormes, de luces led, estén presentes en la Navidad de la capital. Que las banderas de España se ponen como elemento de unión y para levantar la moral. Eso dijo, sin darse cuenta que le crecía la nariz, pues todo apunta a que, en realidad, lo que se pretende no es iluminar las calles para llenarlas de luz y color, sino utilizar las banderas como arma para demostrar que hay una España patriota, la que gobierna en la capital, y otra España deleznable que no pone banderas kilométricas porque está gobernada por rojos de la peor calaña que reniegan de los símbolos nacionales.

Disimulan y se ríen por lo bajinis porque el objetivo es evidente. Encaja con la actitud obscena de los políticos que se envuelven en la bandera para justificar lo injustificable. Lo vemos cada dos por tres, aunque si algo nos faltaba por ver es que vinculen la bandera de España con la Navidad. A este paso, imagino que plantarán otra bandera enorme en el Portal de Belén para que nos quede claro que María y José son de derechas y su hijo Jesús también. Y, ya puestos, tampoco me extrañaría que, en otro arrebato patriótico, a alguien se le pudiera ocurrir sustituir la mula del pesebre por la cabra de la legión, si es que la cabra se deja y no tira al monte.

No pretendo hacer un chiste. Pretendo poner en evidencia que aprovechar las luces de Navidad para endilgarnos cuatro banderas de España, de un kilómetro de longitud, es una mamarrachada hortera que causa vergüenza ajena. En la propia disculpa del alcalde, en eso de que a nadie debería extrañarle, se advierte la penitencia. Parece que, a él, si le extraña. Pero, como debía estar en racha, aprovechó la rueda de prensa para añadir muy ufano: “Puedo garantizar a todos que los Reyes llegarán a Madrid pues, este año, es más necesario que nunca que nos dejen regalos".

Viendo las luces del alcalde, cabe preguntarse si la garantía que ofrece, eso de que los Reyes llegarán a Madrid, se refiere, solo, a los Reyes Magos o también incluye a ese Rey patriota que, ahora, vive en oriente a costa de los regalos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario / La Nueva España


lunes, 30 de noviembre de 2020

La Ley Celaá decepciona

Milio Mariño

A mí también me ha decepcionado la nueva ley de enseñanza de la ministra Isabel Celaá. Pienso que ha sido otra oportunidad perdida para acabar con los privilegios de la escuela concertada y suprimir las subvenciones a los centros tutelados por la iglesia católica, que siguen y seguirán gozando del mismo trato de favor que tenían cuando el franquismo.

La decepción ha sido todavía mayor después de comprobar que España es el país de la Unión Europea con menos porcentaje de alumnos en centros públicos. Aquí apenas llegamos al 67%, mientras que la media en Europa es el 81% y hay países, como Francia, donde la escuela pública, y laica, acoge al 85% del alumnado total.

Así las cosas, viendo como estamos y como están en Europa, y que, a pesar de todo, hace un par de domingos salieron en procesión un buen número de coches repletos de globos, lazos naranja y monjitas gritando libertad, a mí también me entraron las ganas de salir a la calle y contramanifestarme al grito de quiero una enseñanza pública para todos que cumpla ciertas premisas fundamentales como la igualdad, el respeto mutuo y la no discriminación por razón del poder adquisitivo o el estatus social. Una escuela democrática, independiente del poder adquisitivo o el pedigrí de las familias, en la que los niños y los jóvenes tengan derecho a formarse como ciudadanos libres y acabar siendo lo que, realmente, quieran y no lo que les impongan sus padres.

Pedir libertad, en la enseñanza, es pedir eso y no lo que están pidiendo quienes tienen la desfachatez de gritar libertad, al tiempo que ignoran, de forma interesada, qué en la escuela pública, al contrario que en la privada, no se adoctrina. La escuela pública es un espacio libre, sometido a la ley y sin privilegios, en el que los docentes imparten los contenidos curriculares con verdadera libertad de cátedra. Cosa que no ocurre en los centros privados o concertados, donde los profesores tienen que someterse a los dictados ideológicos del dueño del centro, que es quien les contrata y les paga, aunque sea con dinero público.

Por eso, nunca mejor dicho aquello de que cae antes un mentiroso que un cojo. Quienes, ahora, gritan libertad y se oponen a la nueva ley, no lo hacen porque les importe la calidad de la enseñanza. Lo hacen por un interés que ocultan con mucho cinismo. Unos para defender el negocio de la concertada y otros para no perder el privilegio de mandar a sus hijos, por poco dinero, a escuelas que se diferencian de la pública porque no tienen inmigrantes, ni pobres que no puedan pagar las cuotas de actividades complementarias, ni niños que no superen los filtros que imponga el centro.

La verdad es la verdad y lo demás son milongas para quien quiera escucharlas. Resulta, cuando menos, curioso que siempre que gobierna la izquierda, la derecha salga con el cuento de que la escuela pública es una institución que adoctrina. No es casualidad, tampoco, que traten de liarla confundiendo la libertad de todos, la ciudadana, con una supuesta libertad que se sacan de la manga para defender que ciertos padres tengan derecho a mandar a sus hijos a un colegio privado, subvencionado con dinero público.

Pueden estar tranquilos, por desgracia, la Ley Celaá decepciona. Es otra oportunidad perdida que no modifica, apenas, la enseñanza que tenemos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España



lunes, 23 de noviembre de 2020

Ahora nos toca a nosotros, dicen ellos

Milio Mariño

Tengo unos amigos que son tan benévolos y me quieren tanto que, todavía, no aceptan que diga que soy un viejo y me regañan cuando lo digo. Lo agradezco, pero sé que para el trabajo lo soy, porque ya estoy jubilado, y para la política también, pues lo uno va con lo otro o, al menos, así es como lo entiendo yo. Otra cosa es que no me sienta viejo para opinar y que me preocupe en manos de quién he dejado el país para este trámite de la vejez y para los que vengan detrás de mí.

Justo por eso, por lo que acabo de decir, leí con mucha atención estas declaraciones de Adriana Lastra de hace apenas una semana: “Yo siempre escucho atentamente a nuestros mayores, pero ahora nos toca a nosotros. Somos una nueva generación a la que le toca dirigir el país”.

Igual son los años, pero pienso que, en realidad, lo que quiso decir la portavoz socialista fue: Aquí se hace lo que nos salga de la entrepierna y el que no esté contento ajo y agua. Ya va siendo hora de que los de la vieja escuela se retiren de una pajolera vez y dejen de dar la vara cada dos por tres.

Las declaraciones a las que me refiero, fueron a propósito del ruido que se formó por el posible acuerdo del PSOE con Bildu para los presupuestos. Ruido que no comparto porque creo que quienes, ahora, se escandalizan y hablan de arcadas y vómitos tienen un estomago a prueba de bomba que no hace tanto digería, sin escrúpulos, sapos y culebras a dar por un tubo. De todas maneras, que tenga esa opinión de algunos de los llamados “Barones Socialistas” y de otros del PP, Ciudadanos y Vox que están buenos para callar, no quiere decir que avale lo que dijo Adriana Lastra sobre el relevo generacional que reivindica y, en mi opinión, no debería producirse, únicamente, por la edad de los protagonistas sino también, y sobre todo, por la calidad humana, el compromiso y la credibilidad necesaria de quienes, finalmente, lo lleven a efecto.

Ahora nos toca a nosotros, dicen ellos. De acuerdo, muy bien. Pero “el toca” al que se refieren no sería bueno que lo tomaran como el premio de esa tómbola que es la vida. La edad no garantiza inteligencia, honradez ni capacidad de liderazgo. No garantiza nada, a no ser una visión diferente del presente que nos toca vivir.

La cuestión es que si hablamos del presente no podemos pasar por alto que la dedicación a la política se ha convertido para muchos en una salida profesional exclusiva, de modo que, a día de hoy, la propia Adriana Lastra, Pablo Casado, Santiago Abascal y un buen número de políticos de más de cuarenta años, no han hecho otra cosa en su vida que desempeñar cargos públicos. Así que menos lobos y más empatía para reconocer que la necesaria renovación política tiene mucho que agradecer a los veteranos que han arropado a esta generación y la han ayudado a crecer.

Los políticos de ahora tal vez tengan varios doctorados, master a tutiplén, hablen correctamente inglés y manejen el ordenador como mi abuelo manejaba la fesoria, pero les sobra mucha soberbia y les falta humildad. Esperemos que, además, no sean sordos del todo porque si lo son, mal negocio.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 16 de noviembre de 2020

Quienes superen el virus enfermarán de la crisis

Milio Mariño

Mientras paseaba por el parque, contemplando la desnudez de los árboles y las hojas secas que alfombraban el suelo, recordé que hace apenas un año, el otoño pasado, vivíamos en una sociedad donde la capacidad económica y el tiempo disponible eran la única limitación para nuestros sueños. Cada cual tenía los suyos y aunque la desigualdad social marcaba las diferencias, había confianza en que todo marchaba bien y lo que iba mal se iría corrigiendo. La tecnología y el desarrollo científico parecían no tener límites. Y como, además, los ricos volvían a ganar mucho dinero, no era descabellado pensar que nosotros podríamos volver a donde estábamos hace diez años. Era lo que nos habían prometido, que nuestro sacrificio y las penurias que habíamos padecido durante la crisis del ladrillo servirían para fortalecernos y que volviéramos a la felicidad del 2007, ahora en el 2020, o en el 2021.

Seríamos unos ingenuos, pero era lo que pensábamos hace apenas un año. Creíamos que alcanzaríamos la felicidad de diez años atrás, porque era lo que nos habían prometido y un mensaje repetido acaba convirtiéndose en la verdad, aunque la lógica diga lo contrario.

Ahora ya no pensamos así. Pensamos en lo frágil que es el mundo, al menos para nosotros, y en el poco sentido que tiene hacer planes sin contar con la salud. En solo unos meses hemos recuperado reacciones tan humanas y prácticamente olvidadas como el miedo a la ruina y, sobre todo, a la muerte. También nos hemos dado cuenta de que podemos vivir sin salir todos los días de bares, aunque sea muy divertido.

Nos hemos dado cuenta de muchas cosas y otras preferimos no pensar en ellas porque nos aterrorizan. Hace poco leí una encuesta en la que el 58% de los españoles reconocía que su economía doméstica se había deteriorado durante la crisis sanitaria y las expectativas de futuro eran, todavía, peores. Algo que todos sabemos, y callamos, porque somos conscientes de que realidad ha desbordado todas las previsiones. Las estadísticas siguen empeorando y aunque la vacuna pueda estar disponible de aquí a unos meses, todo apunta a que las cicatrices serán tan profundas que durarán no se sabe el tiempo. Así que ya no pedimos volver al 2007, pedimos volver al 2019, aunque desde todos los ámbitos nos llegue la falsa promesa de que saldremos más fuertes.

Más fuertes ni de broma. Quienes tengan la fortuna de no contagiarse, o de padecer la enfermedad y superarla, se enfrentarán a una crisis económica que los convertirá en enfermos crónicos. No estarán curados, como dirán las estadísticas oficiales. Estarán vivos, eso sí, pero el sufrimiento se habrá instalado en sus vidas y la vuelta a la normalidad será la vuelta a una crisis aún peor que la pasada.

Los miles de millones, en subvenciones, que aporta el Estado y la Comunidad Europea, significan que estamos y estaremos en deuda. El dinero nos lo dan poniéndonos como aval de una fianza que tendremos que ir pagando con más trabajo, más impuestos y nuevos recortes sociales. Lo están vendiendo como si fuera gratis. Pero, de gratis nada, ya verán cómo, de aquí a unos meses, nos exigen que volvamos a equilibrar las cuentas. Y eso es costumbre que se haga como se hizo siempre: con la sangre, el sudor y las lágrimas de los que menos tienen.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 9 de noviembre de 2020

Trump no acepta que se acabe la broma

Milio Mariño

Hace cuatro años, los estadounidenses estaban tan aburridos que no se les ocurrió otra cosa que gastarnos una broma y votar a Donald Trump como presidente del gobierno. Lo que vino luego fue que enseguida se dieron cuenta de que había sido una broma pesada que no solo no tenía gracia, sino que les perjudicaba a ellos más que a nosotros. Y, entonces intentaron disimular y hacerse los sorprendidos. En primer lugar los más altos cargos de la Casa Blanca, que se explayaron a gusto y llegaron a calificar al personaje elegido como “un jodido idiota”, “un pasmoso ignorante”, o “un cabeza de chorlito al que no puedes dejar solo un minuto porque sus conocimientos del mundo no superan los de un niño de 11 o 12 años”. Nunca ningún presidente de Estados Unidos había recibido tantas críticas, ni tan unánimes, desde la Casa Blanca. Fue como si confesaran que la broma se les había ido de las manos y el personaje un patán descerebrado que no alcanzaba ni para presidir una comunidad de vecinos.

Pero, el daño ya estaba hecho. Lo que había empezado siendo una broma, se había convertido en un problema de Estado. Un problema que exigía una solución inmediata, que no era fácil. Los expertos se devanaban los sesos hasta que, al final, después de darle mil vueltas, llegaron a la conclusión de que lo mejor era utilizar el humor como arma. El humor es un arma muy poderosa, así que la primera medida fue impartir la consigna de que a Trump había que tomarlo a risa. Reírse de todo lo que hiciera y dijera porque, en la Casa Blanca, no le dejarían hacer barbaridades y, además, solo estaría cuatro años en el cargo.

La consigna surtió efecto. El personaje empezó a ser tratado, por la televisión y la prensa, como el protagonista de una película cómica. Como una especie de Míster Bean, inofensivo, que daba más risa que miedo. Hubo, incluso, quien acogió la consigna con tanto entusiasmo que llegó a comparar a Trump con aquel emperador romano llamado Calígula, quien, carente de remordimientos y de sentido del ridículo, se creía por encima del bien y del mal y llegó a nombrar senador a su caballo Incitatus.

El caso que, entre risas y disparates, como aquel de beber lejía para combatir el covid-19, fue transcurriendo el tiempo y, cuatro años después, hace solo unos días, todas las encuestas decían que los estadounidenses habían aprendido la lección y se había acabado la broma. Que no podía ser que volvieran a elegir a Donald Trump como presidente del gobierno. Que, si sucediera algo así, sería que medio Estados Unidos había enloquecido o perdido el juicio. Se daba por hecho que conservaría el apoyo de sus más fieles seguidores, pero nadie contaba, ni por asomo, con que pudiera haber gente que diera su voto a quien le humilla y le trata con desprecio.

Se equivocaron. Las elecciones americanas volvieron a poner de manifiesto que la estupidez humana es impredecible y no tiene límites. Lo lógico y lo sensato, hubiera sido que Trump perdiera por una mayoría aplastante, pero ha perdido por la mínima. De todas maneras, alguien tendrá que decírselo porque sigue con su delirio y no acepta que se haya acabado la broma. Acepta que lo tomen a risa, pero quiere seguir en el cargo. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 2 de noviembre de 2020

Cerrar Avilés, además de imposible, es ineficaz

Milio Mariño

Cuando un político no sabe qué hacer es mejor que no haga nada; que no trate de aparentar como que domina la situación y cometa una estupidez. Algo que sucede, con demasiada frecuencia, en cuanto a las medidas que se adoptan para luchar contra el covid-19. Una, la que traemos aquí, es el cierre perimetral de Avilés, que no sirve si no para que parezca como que se hace algo cuando, en realidad, lo único que se consigue es desconcertar a la población y lograr que desconfíe, todavía más, de las autoridades.

Desde que estalló la pandemia, la evolución de los gobernantes ha sido curiosa. Han pasado de celebrar la derrota de la enfermedad con un entusiasmo infundado, pues el virus seguía ahí, a responder con arrebatos que tienen poca o ninguna eficacia y escaso sentido común. Ya me dirán qué sentido puede tener decretar el cierre perimetral de Avilés, sobre todo, si nos atenemos a cómo y dónde se establecen las fronteras de un concejo pequeño que está en medio de otros dos, Corvera y Castrillón, con los que comparte un espacio urbano de continuidad, de modo que cualquiera puede ir caminando, sin bajarse de la acera, desde Los Campos a Piedras Blancas. Y a eso añadan otras circunstancias comunes que, en la práctica, hacen que nadie tenga en cuenta los límites de cada concejo y la vida discurra como si los tres fueran uno.

Son tantos los ejemplos que podríamos poner que es fácil llegar a la conclusión de que, en nuestro caso, resulta prácticamente imposible que el cierre perimetral se pueda cumplir. De hecho, y afortunadamente, no he visto a ningún Policía Municipal, apostado en ninguna de las fronteras de Avilés, pidiendo el carnet de avilesino a quienes iban o volvían con total tranquilidad. Pero es que, además, aunque el cierre perimetral fuera posible, se ha demostrado que no sirve para frenar los contagios. Y no es que lo diga yo, lo dicen varios especialistas virólogos y, entre ellos, Ignacio de Blas, investigador en epidemiología y profesor del departamento de Patología de la Universidad de Zaragoza, quien asegura que el cierre perimetral de las capitales de Aragón no ha servido para nada. Las capitales aragonesas, como también León, ya suman más de 20 días de restricción de accesos y los contagios no solo no se frenaron, sino que aumentaron.

¿A qué viene, entonces, que se adopten medidas como esta? Pues viene a lo que decíamos al principio, a que cuando los gobernantes se ven desbordados y no saben qué hacer intentan aparentar como que hacen algo y echan mano de lo primero que se les ocurre. Inventan nuevas medidas, tal vez para que no les preguntemos que han hecho ellos. Que, por cierto, no han hecho lo que prometieron. No han reforzado los centros de atención primaria, ni han contratado más médicos y más enfermeras, ni aumentaron el número de rastreadores que pudieran detectar casos, aislarlos y vigilar las cuarentenas. No han hecho, apenas, nada, pero exigen que hagamos lo que no tiene sentido.

Que analicemos esta medida con una actitud crítica no quiere decir que les invitemos a que no la cumplan. Quiere decir que, para que podamos asumir nuestro deber con disciplina y responsabilidad, las medidas deben ser razonables y transmitir confianza. No estamos para ocurrencias ni para ver si, por casualidad, suena la flauta.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 26 de octubre de 2020

El bloqueo judicial

Milio Mariño

Hemos vuelto a cambiar de horario sin que le haya llegado la hora al Consejo del Poder Judicial. Atrasamos el reloj y sus ilustrísimas siguen viviendo un verano eterno que no tiene fin. No ha dimitido ni uno a pesar de que su mandato expiró hace dos años y lo lógico sería que ya se hubieran ido a su casa. Pero nada, no dejan el cargo ni a tiros; siguen en sus poltronas, tomando decisiones a futuro, aunque no les corresponda. Hace poco renovaron el Tribunal Supremo sin que los políticos intervinieran ni tuvieran arte ni parte. Lo cual demuestra que la Justicia española, cuando quiere y le interesa, actúa con una autonomía que para sí quisieran otros países de Europa. Aquí nadie les tose, son la única institución que no se renovó durante la Transición ni tampoco en democracia. Y eso se traduce en que siguen con sus viejos hábitos. Es decir, que no solo son de derechas sino de derechas a la vieja usanza.

Esa es la clave. Eso explica el bloqueo que está llevando a cabo el PP. Los populares entienden que el sistema judicial es suyo y no quieren perderlo. Quieren mantener, en la cúpula de la Justicia, una mayoría absoluta que ya no tienen en el Parlamento y pretenden utilizarla para sus casos de corrupción, que todavía están por juzgar, y como dique de contención para frenar lo que ellos llaman el gobierno “socialcomunista”. Todo lo cual evidencia la escasa calidad democrática que padecemos y contribuye a degradar, aún más, las instituciones.

Al igual que hizo en ocasiones anteriores, en esta ocasión, el Partido Popular tampoco aceptó el resultado de las elecciones ni la composición del parlamento y la legitimidad del nuevo gobierno. Para muestra, solo hay que fijarse en las recientes declaraciones de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, quién en una entrevista, en el diario El Mundo, indicó hace diez días que era ella la que estaba liderando la oposición al gobierno, en alianza con los jueces e incluyendo también al rey.

Ahí es nada. Y, mientras tanto, seguimos con el bloqueo y con los reproches de parte y parte. Carmen Calvo dijo en el Parlamento que sentía vergüenza de que Casado no permitiera la renovación del órgano judicial y la respuesta de la portavoz del PP, Cuca Gamarra, fue que vergüenza es la que siente Europa y muchos socialistas al ver la nueva propuesta de elección del Consejo, por mayoría simple, que proponen el PSOE y Podemos.

Viendo la situación, puede entenderse que el Gobierno se haya cansado del no por sistema y, en un arrebato, dijera: No quieres taza, pues taza y media. No quieres un acuerdo con mayoría de dos tercios, pues mayoría simple y a correr. Una solución que, en mí opinión, no arregla el problema. Lo digo porque por mucho que la postura del PP, con su bloqueo a la renovación, sea un atentando a la decencia y al orden constitucional, la solución no debería pasar por responder con la misma moneda y un nivel de bajeza democrática parecido. Hacerlo significaría embarrar, aún más, ese lodazal en el que algunos políticos parecen sentirse a gusto. Y no solo los políticos pues sus señorías togadas, con eso de mantenerse en el cargo, a pesar de que su mandato expiró hace dos años, también son responsables, y mucho, de esta situación lamentable.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 19 de octubre de 2020

Una fiesta que fue un funeral

Milio Mariño

El pasado lunes, 12 de octubre, hubo quien se echó a la calle y metió en el mismo saco la celebración de la fiesta nacional, las protestas contra el cierre de Madrid, los vivas al rey y los abucheos a Pedro Sánchez, como si se tratara de un lote a precio de saldo. El motivo daba igual, lo importante era hacerse notar y que viéramos que todavía hay gente que canta el Cara al sol, ondea banderas con el águila preconstitucional y jalea pancartas con cruces gamadas y otros símbolos nazis.

Lo siento por los monárquicos, pero si esos son los que defienden al rey, apañada va la monarquía y Felipe VI, que por lo que dicen algunos, los que están al tanto de lo que ocurre en palacio, hay indicios fundados de que su ideología se aproxima más a la de los que, el lunes, salieron a la calle que a la de su padre.

Juan Carlos siempre marcó distancias con respecto a la ultraderecha. En eso, y en otras cosas, coinciden las dos Pilares, Pilar Eyre y Pilar Urbano. “El rey emérito no es de nada, pero si tiene que ser de algo, tira a la izquierda. La derecha lo aburre y de la ultraderecha siempre se mantuvo alejado". Urbano asegura que el anterior monarca era muy peculiar. “En lo del billetero es liberal; y en cuanto al resto... que les voy a contar”.

No sé si en Zarzuela estarán contentos, pero creo que no les hicieron ningún favor, ni al rey ni a la monarquía, quienes se manifestaron el lunes, ni tampoco Cayetana Álvarez de Toledo, que publicó un vídeo en el que un grupo de personalidades e intelectuales como Belén Esteban, Bertín Osborne, Jiménez Losantos o el torero Francisco Rivera, aparecían imitando a Rajoy cuando dijo: “¡Viva el vino!”

Fue todo tan cutre y tan trasnochado que la fiesta tuvo más de funeral que de celebración. Tampoco debería extrañarnos. La Fiesta Nacional, tal y como está concebida, parece una fiesta de la familia real y las Fuerzas Armadas que se retrasmite por televisión y solo afecta a los madrileños. En ningún otro lugar hay un acto más allá de que se celebre en los cuarteles de la Guardia Civil.

Eso es lo malo, que una fiesta que deberían celebrar todos los españoles parece una fiesta privada del rey, la Guardia Civil y los militares. Se falla en el fondo y también en la forma. Empezando porque es una conmemoración establecida oficialmente por Franco en 1958, y regulada y ratificada después en 1987, y siguiendo por que en todo el tiempo que llevamos de democracia ningún gobierno hizo nada porque ese día se celebrara en común. Es decir, prescindiendo de simbolismos que representan el pasado y dándole un nuevo enfoque que resalte aquellos elementos que unen a las personas y los territorios de un país tan complejo y diverso como el nuestro.

Resulta evidente que el 12 de octubre no debería ser lo que es: la fiesta de quienes añoran el franquismo y no admiten otra concepción de España más que la suya. Lo propio sería que fuera la fiesta de todos los españoles. Pero así estamos. Y, me temo que para seguir porque ésta de 2020 volvió a celebrarse con más pena que gloria. Da igual, algunos solo echaron en falta que no desfilara la cabra.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de octubre de 2020

Madrid, capital de la insensatez

Milio Mariño

Como quiera que, desde hace tiempo, hemos normalizado el asombro, lo anómalo nos parece normal y nadie se atreve a decir: ¡Basta ya! Basta de estupideces y espectáculos de sainete como los que vemos a diario en la Comunidad de Madrid, donde Isabel Diaz Ayuso, lejos de ejercer de presidenta, se ha convertido en una folclórica jaleada por los insensatos que prefieren enfrentarse al gobierno, antes que a la pandemia. Poco importa que las declaraciones vengan o no vengan a cuento, en el PP aplauden, aunque la banda sonora sea un chotis y Ayuso se arranque con un pasodoble.

Madrid es España dentro de España, dijo la presidenta hace poco, cuando le preguntaron por como llevaba el aumento de los contagios. Debía referirse a que Madrid, gobernada por ella como cantante, y los de Vox y Ciudadanos como músicos de la orquesta, viene a ser algo así como la canción “España cañí”: gitana en cuanto al pago de impuestos y paya por lo que se refiere a los servicios públicos. Un pasodoble torero que no le sirve, a Diaz Ayuso, para salir a hombros, pues hasta el foráneo y prestigioso Financial Times hizo un análisis de su gestión y no la dejó muy bien parada; concluye diciendo que es un desastre.

El diario británico le da un palo tremendo, pero tampoco necesitamos leer el Financial Times para caer en la cuenta de que lo de Ayuso clama al cielo. Son muchos los convencidos de que le falta un hervor, aunque quienes gobiernan con ella se encojan de hombros y en el PP disfruten con sus arrebatos. Todos, incluso la oposición, son conscientes de que Díaz Ayuso antepone sus caprichos a cualquier evidencia, ya sea científica o estadística, pero nadie hace nada por evitarlo. Es como si estuvieran esperando a que la balanza, entre ella y el gobierno de Sánchez, se incline a un lado u otro sin importarles que, mientras tanto, el virus siga descontrolado.

Lo que ocurrió últimamente, en Madrid, puede resumirse, más o menos, así: Ayuso anuncia que no impondrá más medidas restrictivas. Luego, a los pocos días, cierra algunos barrios de la capital y crea una gran confusión. Lo siguiente es que pide ayuda al Gobierno para completar las medidas. El Gobierno establece unos parámetros, aumenta las restricciones y Ayuso recurre la decisión. El Tribunal Superior de Justicia de Madrid anula el cierre que impuso Sanidad y deja libertad de movimientos. Ayuso vuelve a dirigirse al Gobierno para pedirle ayuda y ruega a los madrileños que no salgan de puente.

Este cúmulo de insensateces no mejora, ni mucho menos, con la intervención del gobierno de Sánchez, que por miedo a que le acusen de autoritario y a la actitud beligerante de Ayuso, se limita a templar gaitas y no acomete ninguna acción decidida hasta que Madrid se convierte en un circo y no tiene otra que decretar el estado de alarma para una población que ya estaba alarmada.

Sobra retórica y faltan acciones concretas. Falta sensatez y sentido común en unos políticos que tienen la desvergüenza de utilizar la pandemia con tal de echarle un pulso al gobierno. Así que es lógico que los madrileños se quejen; llevan razón. La sensación, desde fuera, es que están siendo tratados como un juguete de feria en manos de unos insensatos que se portan como niños caprichosos y mal criados.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 5 de octubre de 2020

Para inocentes, nosotros

Milio Mariño

Confieso que, a mí, en el cine me gusta que ganen los malos. Ya sé que casi siempre ganan los buenos, pero disfruto con esas películas en las que un grupo de expertos prepara el asalto a un banco, roba una millonada y sale por piernas sin dejar ni rastro. Lo paso genial. Pienso que se lo curran y que robar a un banco no es robar. Uno es como es: no tiene muy buena opinión de los bancos y le fastidia que siempre ganen los mismos. Los buenos de la película que, en realidad, son peores que los malos, lo que pasa que quienes juzgan sus fechorías siempre acaban absolviéndolos por falta de pruebas. Por eso me gustan los ladrones de bancos y, si acaso, los roba gallinas, pero pocas veces salen absueltos, suelen acabar en la cárcel condenados a muchos años.

No ocurre lo mismo con los asesinos financieros. Para muestra solo hay que fijarse en el asunto de las preferentes, con 700.000 afectados, donde hubo más ancianos que murieron del disgusto que ahora por la pandemia y, al final, ningún banquero acabó en la cárcel. Así que, en buena lógica, no debería extrañarnos que Sala de lo Penal de la Audiencia absolviera a los 34 acusados por la salida a Bolsa de Bankia.

Dicen los jueces que los de Bankia son inocentes, pero para inocentes nosotros que esperábamos que acabaran condenados y que el Estado recuperara los 22.400 millones de euros que puso para el rescate de la entidad bancaria. El caso, que parecía claramente una estafa, debió caer en manos de los mismos que fueron incapaces de descifrar quién era el sujeto "M. Rajoy" que aparecía en los papeles de Bárcenas. De modo que con razón decía Rodrigo Rato que estaba convencido de que todo acabaría bien.

 Solo hay que leer la sentencia para llegar a la conclusión de que la Sala de lo Penal cree que somos fáciles de engañar. Al parecer no hubo delito por tres razones: por el aval de los supervisores, es decir, el Banco de España, la CNMV y el FROB; porque cualquiera, supongo que hasta yo mismo, hubiera entendido el folleto de salida a Bolsa, de lo clarito que estaba; y porque en el juicio nadie acusó a los 34 acusados de actos concretos sino de actitudes genéricas.

Ole, ole y olé. Nada menos que 442 páginas para cargarse la postura inicial de la Fiscalía Anticorrupción que aseguraba tajante: “No fue un error empresarial, sino una estafa consciente impulsada por los acusados para mantener sus puestos y privilegios”.

Eso parece, una estafa, pues los accionistas de Bankia vieron cómo en dos años sus títulos bajaban de 375 a 17 euros. Lo cual supuso qué si un ahorrador había metido en 2011, con el aval del Estado, 50.000 euros de los ahorros de toda su vida, esos ahorros, tras las maniobras de 2013, acabaron convertidos en apenas 2.000. Menudo negocio. Y lo, realmente, curioso es que no hay ni un culpable, son cosas que pasan. Es la justicia, que nos regala divertidas sentencias, a la vez que insiste en que creamos en la independencia del Poder Judicial y la imparcialidad de los jueces.

El resultado ya lo conocen, otros 34 inocentes. Nada nuevo. Por eso reitero lo que decía al principio, para inocentes nosotros que creíamos que los responsables acabarían en la cárcel.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 28 de septiembre de 2020

Soplones, amenazas y ética judicial

Milio Mariño

Para acabar con las especu- laciones y que pudiéramos enterarnos de lo que se cuece en las entrañas del Estado, el juez García Castellón levantó el secreto del sumario y dejó al descubierto la llamada “Operación Kitchen”. Que también son ganas de complicarnos la vida porque lo lógico sería que la policía se dejara de pijadas y utilizara el castellano. Donde ponen “Kitchen” deberían haber puesto “Cocina” y todo quedaba más claro. Una colección de mensajes, audios y declaraciones cruzadas que, al final, hacen que recordemos aquello que dijo Hobbes. Aquello de que el hombre es un lobo para el hombre. Solo hay que ver cómo reaccionan algunos cuando las cosas se ponen feas y vislumbran que pueden acabar en la cárcel.

Si caigo yo caemos todos, dijo Francisco Martínez, ex secretario de Estado de Seguridad en el gobierno de Mariano Rajoy. Una amenaza si no de lobo si de animal acorralado que intenta defenderse a dentelladas. La disculpa podía ser que, en el fondo, todos tenemos nuestra parte animal y los animales es así como se defienden. Pero tampoco, porque los pingüinos, por ejemplo, sobreviven a ciertas situaciones difíciles, como las bajas temperaturas polares, gracias a que los miembros del grupo forman una apretada piña y se calientan unos a otros hasta que las condiciones mejoran un poco.

Estos también se calientan, pero dándose leña. Acusándose y repartiendo amenazas que pueden ser muy sutiles o más explicitas y vulgares. Ahí tienen lo que dijo Jordi Puyol cuando, en sede parlamentaria, le preguntaron por lo suyo y lo de su familia. "Cuidado con cortar la rama de un árbol porque al final caerán todas y los nidos que hay en ellas".

Lo de Villarejo fue distinto, el comisario no se anduvo por las ramas y envió una carta, a Pedro Sánchez, en la que decía: “Puedo destapar cosas, de la monarquía y el Estado, que, como sabe cualquier gobierno, deberían permanecer siempre en la penumbra”.

Pablo Crespo, Luis Bárcenas, Francisco Correa, Ávaro Pérez, Luis Costa y una larga lista de presuntos o delincuentes confesos, optaron por amenazar con tirar de la manta, recuperar la memoria y relatar con pelos y señales todo lo que sabían del entorno en el que estaban metidos.

Unos y otros, los que han decidido cantar y los que amenazan con tirar de la manta, no son hermanitas de la caridad ni personas arrepentidas, son gente que estuvo en el ajo y ahora vuelve sobre sus pasos, de manera oportunista, para que la justicia sea más benévola con ellos o para que no se investigue lo que hicieron.

Generalmente, los que más saben de las fechorías del grupo son los principales, los que están más arriba en la organización. Esos son los que pueden comprar su libertad a mejor precio o conseguir una ventaja en el proceso penal en el que están implicados. Y ahora vienen las preguntas. Dado que conceder esas ventajas, al parecer, sería legal, ¿es sano para la justicia que se premie a un corrupto por "vender" a otros como él? ¿Es aceptable que se pare o se ralentice una investigación para proteger al Estado de lo que alguien pueda destapar?

Imagino que la justificación se hará apelando al interés general y la posibilidad de descubrir nuevos delitos, pero no sé yo si la justicia no debería aplicar aquella vieja sentencia  de Roma no paga traidores.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 



martes, 22 de septiembre de 2020

La precaria atención primaria

Milio Mariño

Este mes de septiembre, hemos vuelto a lo cotidiano sin habernos ido del todo. El sol y el buen tiempo no pudieron con el virus y no conseguimos desconectar ni evadirnos porque siguieron los contagios y el riesgo nos mantuvo en vilo. Pasó otro tanto con el sistema sanitario, que tampoco pudo tomarse un respiro y reponer fuerzas para el temido otoño. Prolongó la improvisación de cuando estalló la pandemia y siguió funcionando con la sobrecarga de los rebrotes, parte del personal de vacaciones, otros de baja y sin refuerzos que ayudaran ni sustitutos que cubrieran las ausencias.

Así las cosas, los Centros de Salud evolucionaron a peor y su situación se convirtió en más precaria. De todas maneras, el gobierno del Principado optó por el discurso optimista y, a la menor ocasión, sacó pecho presumiendo de lo bien que gestiona la salud pública. Y es cierto. Asturias dista mucho de la desastrosa gestión llevada a cabo por otros gobiernos autonómicos como el catalán o el madrileño. Pero, no estar entre los peores no te convierte en extraordinario ni te garantiza el aprobado.

No lo garantiza porque nuestro sistema público de salud en su primer escalón, la atención primaria, suspendía en junio y vuelve a suspender en septiembre, incluso con peores notas. El tribunal calificador son los propios pacientes, que además de por el covid19 siguen enfermando por las enfermedades de siempre y reciben un trato que no alcanza para el aprobado ni para sentirse orgullosos de la sanidad que tienen.

El sistema, ya saben cómo funciona. Lo primero es llamar por teléfono. Y ya si tienes suerte, después de quince o veinte llamadas, o dos días llamando, hablas con alguien del personal administrativo, le explicas la causa de la llamada y es el propio administrativo quien decide si el médico o el personal de enfermería van a llamarte o, por el contrario, es él quien te da los consejos. Total, que acabas contándole tus problemas de salud a una persona que no es el médico y no tiene los conocimientos adecuados para evaluar cómo estás ni tampoco para tratarte.

Esta situación supone que nuestras dolencias son valoradas, en principio, por quienes no están capacitados, que los médicos recetan de oído, sin ver al paciente, y que los diagnósticos telefónicos, en muchos casos, resultan equivocados. Pero hay más. Hay pacientes que tienen la receta electrónica caducada, llaman al Centro de Salud y les dicen que su médico está de vacaciones o saturado de trabajo y que cuando vuelva o pueda ya les pondrá al día una medicación que, por otro lado, no pueden dejar de tomar a diario. Da igual, quien se pone al teléfono les indica que se lo adelanten en la Farmacia y que luego ya les devolverán el dinero. Cosa que, por compasión, algunos farmacéuticos acaban haciendo, aún a riesgo de jugarse el cocido.

La casuística, de lo que sucede en los Centros de Salud, daría para un relato mucho más extenso y pormenorizado de casos denunciables y situaciones lamentables de las que no tienen culpa los pacientes ni, seguramente, el personal sanitario. Pero así estamos. La realidad es la que es y no vale que quienes gobiernan se escuden en la incidencia del virus. El virus es cierto que sigue ahí, pero el resto de las enfermedades también. No han desaparecido porque nos impongan la barrera del teléfono. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 14 de septiembre de 2020

El paraíso abarrotado

Milio Mariño

Nunca, como este verano, se había visto tanta gente por los pueblos más remotos del paraíso asturiano. Fue como si, de pronto, los urbanitas hubieran decidido reconquistar los lugares que ellos mismos abandonaron y volvieran arrepentidos. Tal vez por el coronavirus, o porque hay menos dinero, miles de personas dejaron el entorno donde solían pasar las vacaciones y se instalaron en nuestros pueblos obligando a los lugareños a compartir su espacio vital con quienes nunca habían pisado el medio rural ni en sueños. Senderistas del asfalto, montañeros en chanclas, buscadores del hórreo perdido y toda una serie de tipas y tipos que irrumpieron en las zonas más apartadas igual que los jabalíes en una urbanización de chalets adosados. Descontrolados, fuera de sitio y blandiendo el peregrino argumento de que venían a darles de comer a los pobrecitos del pueblo.

Hubo quien dijo eso sin cortarse ni un pelo. Y, como generalizar está feo, reconozco que no todos los que vinieron merecían ser multados por hacer el canelo. Algunos se portaron y los hubo, incluso, que reclamaron este territorio como propio. Hace poco leí un tuit en el que un turista madrileño decía que tenía todo el derecho a ir donde quisiera porque Asturias no es de los asturianos sino de todos. Si señor, tiene razón el chulapo, pero de unos más que de otros porque no es lo mismo vivir en un lugar que utilizarlo como patio de recreo.

Por supuesto que no es lo mismo. Solo hay que preguntarles a los alcaldes y concejales de un buen número de ayuntamientos asturianos. En Llanes, Ribadesella, Colunga y Caravia reclamaron la intervención del Principado porque no podían con la carga del turismo. Llegaron a la conclusión de que el turismo, este año, más que una bendición del cielo, supuso un problema serio. Un problema cuya solución no pasa por resolverlo a las bravas, que fue lo que intentaron en Sobrescobio, donde la senda de la Ruta del Alba amaneció cortada con cuatro barricadas de árboles que impedían el paso a los visitantes.

Así no se arreglan las cosas. De todas maneras, es para tener en cuenta lo que decía la pancarta que colocaron en lo alto de las barricadas: "Los pueblos no viven por los veraneantes, sobreviven por sus habitantes".

La pancarta expresa el sentir de muchos. Los políticos presumen de la cantidad de turistas que abarrotaron el Principado, pero deberían plantearse si ese turismo es sinónimo de generación de riqueza y sirve para la recuperación de los pueblos. Quienes viven por esos pagos tienen una opinión al respecto. Dicen que es posible que hagan negocio cuatro alojamientos rurales y dos restaurantes, pero ahí se acaba la historia; todo lo demás son problemas.

Por eso, ateniéndonos a lo ocurrido este verano, suscribimos la idea de que los pueblos del medio rural no deberían ofrecerse como mercancía, ni sería lógico que se convirtieran en una especie de resort o parque temático para turistas con dinero. No puede ser que lo verde y lo natural se ofrezca como recambio de las playas mediterráneas. Deberíamos ser más prudentes y tomar nota de lo que dice el escritor Paul Theroux, especialista en turismo y viajes. “Siempre que un sitio gana fama de paraíso, acaba convirtiéndose en un infierno”. Así que habrá que tener cuidado porque es lo que puede pasarnos si seguimos ofreciendo Asturias como quien ofrece Magalluf o Benidorm.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 7 de septiembre de 2020

Escondimos la muerte y aparecieron los negacionistas

Milio Mariño

Siempre que veo o leo algo relacionado con los negacio- nistas, no puedo evitarlo, acabo riéndome a carcajadas. Lo malo es que luego, después de echar unas risas, reconozco que maldita la gracia y acabo con la moral por los suelos. Llego a la conclusión de que los argumentos es cierto que son de risa, que cuesta entender que alguien en sus cabales pueda creer semejantes tonterías, pero me asombra la cantidad de gente que logran reunir en las manifestaciones y la violencia con que tratan de imponer su insensatez y su locura a quienes nos mostramos solidarios y cumplimos con las normas establecidas.

Para ellos, para los negacionistas, el covid19 es una farsa; viene a ser como una gripe común y corriente. De la cuarentena dicen que es una privación de la libertad, un plan global para someter a los pueblos del mundo. Las mascarillas, consideran que no tienen ninguna eficacia, ni tampoco solvencia científica. Y, sobre las posibles y futuras vacunas, opinan que se trata de una conspiración mundial para implantarnos microchips y controlarnos a todos a través del 5G por obra y gracia de Bill Gates.

Todo un cúmulo de disparates, pero, por si no fueran bastantes, añadan la oposición a las medidas que se toman desde el poder, apelando a un sentimiento de rebeldía y a que no deberíamos ser tratados como borregos, y llegarán a la conclusión de que estamos ante el entramado perfecto para manipular a una población, sumida en la incertidumbre, que no sabe cómo enfrentarse a la dura situación económica, anímica y sanitaria.

Lo preocupante es que no se trata de cuatro chalados, cuentan con un amplio respaldo ideológico y político. Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y Johnson en el Reino Unido, países que en suman diez millones de contagiados y más de trescientos mil muertos, criticaban la cuarentena y defendían la inmunidad innata por la vía del contagio. Defendían, y algunos aún defienden, la inmunidad de rebaño, que es una lógica que prioriza los beneficios privados a costa de la salud de la población y coincide con las estrategias reaccionarias de otros cuantos líderes ultraderechistas como Salvini en Italia, Le Pen en Francia, Orbán en Hungría y Abascal en España.

La coincidencia entre el discurso de los negacionistas y el de la extrema derecha es para preocuparse. Pone de relieve que los insolidarios y quienes sostienen que la ira y el odio son motivadores y es cuestión de saber aprovecharlos, están ganado la batalla a esa parte, importante, de la sociedad que, con su sensatez y solidaridad, da ejemplo de civismo y cumple con las recomendaciones sanitarias.

Algunos analistas apuntan, y para mí dan el clavo, que la culpa de todo esto la tenemos quienes sí creemos en la existencia y mortalidad del virus. Todas estas tonterías negacionistas nos las hubiéramos ahorrado si hubiéramos mostrado la tragedia en su dimensión real. Si se hubieran difundido las imágenes de las UCIS y las morgues, allá por abril y mayo, y no los aplausos en los balcones y los bailecitos de las enfermeras y los médicos con los enfermos que se iban curando. Tuvimos miedo de mostrar la muerte, la escondimos para no avergonzarnos de nuestra incapacidad para encontrar un remedio, y ahora nos salen estos iluminados que niegan la evidencia y consideran que casi 50.000 muertos son poca prueba.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 31 de agosto de 2020

La juventud del momento siempre nos parece peor que la nuestra

Milio Mariño

Con más frecuencia de la que sería deseable, los mayores pensamos como niños y culpamos a los jóvenes de unos males que suelen ser parecidos por más que pasen los años. Y es que la juventud del momento siempre nos parece peor que la nuestra. Algo que, por supuesto, no es nuevo, pues viene sucediendo desde que el mundo es mundo, hace un montón de siglos. Lo que sí es nuevo es que los culpemos por los rebrotes del coronavirus, tachándolos de irrespon- sables y aportando un despliegue mediático que incluye imágenes de fiestas al aire libre, discotecas abarrotadas y botellones en cualquier sitio.

La idea, utilizar ciertas imágenes para que la gente señale a los culpables, es bastante perversa. Ya se hizo cuando se culpó a las manifestaciones feministas del ocho de marzo, luego se intentó con los temporeros y ahora con la supuesta irresponsabilidad de los jóvenes.

Encontrar un culpable ahorra muchas explicaciones. Lo de ahora, la acusación que se hace a los jóvenes, cuenta con el muy socorrido y falso cliché de que las generaciones anteriores eran mejores que las de hoy. Viene a ser la canción de siempre por más que estemos en el siglo XXI. Los mayores somos así, alimentamos la nostalgia embelleciendo el recuerdo de nuestra juventud. Las fiestas, los botellones y todo lo que están haciendo los jóvenes es de juzgado de guardia, critican algunos cuando hablan del coronavirus. Y, a continuación, ya se sabe, vendrá un extenso catálogo de reproches en el que no faltará de nada. Dirán que son irresponsables, insolidarios, vagos, menos inteligentes, maleducados y con un gusto musical pésimo, pues para música buena la que había en los años ochenta.

Lo curioso es que quienes suelen hacer esas críticas son, precisamente, quienes han educado a estos jóvenes. Son sus padres y sus abuelos. Lo cual, si fuera cierto que ahora los jóvenes son peores que lo fueron ellos en su juventud, evidenciaría que no han sabido educarlos o no lo han conseguido del todo.

Insisto en si fuera cierto, porque si los jóvenes fuesen cada vez más irresponsables, más irrespetuosos, más vagos y toda esa cantidad de defectos que algunos les suelen atribuir, la humanidad habría ido degenerando de una forma difícilmente soportable. Así que algo debe fallar en esas valoraciones. Y lo que falla es que entre los jóvenes hay personas irresponsables, pero también las hay muy sensatas y muy concienciadas. Exactamente igual que en otras edades.

Todas las generaciones de jóvenes han sido acusadas de irresponsables o egoístas. Solemos pasar por alto que entra dentro de lo normal que los jóvenes no se sientan responsables de lo que les ocurre a los mayores. Piensan que su misión es divertirse y que deben ser otros los que resuelvan los problemas de la sociedad. Con un futuro tan incierto como el que se les presenta, resulta entendible la despreocupación de muchos y ese vivir al día como si no hubiese un mañana. Era lo que hacíamos nosotros a pesar de que no vivíamos en el alambre de la precariedad y el paro. Por eso deberíamos ser más prudentes y tener en cuenta que los jóvenes de ahora no pueden ser como éramos nosotros hace un montón de años. Ya lo decía Dalí: La mayor desgracia de la juventud actual es que no pertenecemos a ella.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 24 de agosto de 2020

Cayetana: la vida te da sorpresas

Milio Mariño

El lunes de la semana pasada, estaba adormilado en el sofá y me despertó una sorpresa que me hizo espabilar enseguida. Por televisión anunciaron que acababan de destituir a la portavoz del PP Cayetana Álvarez de Toledo. Vaya, la voluntad del todopoderoso líder siempre acaba imponiéndose, pensé entonces. Otro héroe, heroína en este caso, al que han defenestrado. Con razón reprochaban a Pedro Sánchez que estuviera de vacaciones; ni en agosto descansa Casado. Una pena porque mejor estaba con Teresa Mallada dando un paseo por Los Oscos que defenestrando héroes en esa sede de Génova que comparte número y cada vez se parece más al 13 Rue del Percebe.  

Quienes tengan la buena costumbre de leerme, tal vez se sorprendan de que, para mí, Cayetana sea un héroe. Lo digo en serio. Insisto y además me resisto a llamarla heroína porque había quien se inyectaba sus discursos en vena y tampoco es como para mentar la droga cuando hablamos de política. Cierto que, como decimos en Asturias, tenía fama de ser un pelín “repunante”, pero disfrutaba oyéndola. La tomaba por un ser irreal que surgía de la nada para entretener nuestra imaginación y estimular nuestra curiosidad. Nunca sabías por donde podía salir. Lo mismo defendía la eutanasia con vehemencia, que hacía una crítica despiadada de Vox y el populismo de ultraderecha, que cargaba contra el feminismo, los nacionalismos periféricos y la izquierda en cualquiera de sus versiones. Por algo, quien en principio fue su principal valedor y la nombró portavoz, Pablo Casado, llegó a decir, en Barcelona, que Cayetana era la “Messi del PP”. Un fichaje espectacular, un auténtico crack.

Menudo tortazo. Nadie es un crack y al cabo de un año se convierte en un tuercebotas al que hay que echar del equipo. Si para Pablo Casado, hace doce meses, Cayetana Álvarez de Toledo era la mejor portavoz que había en el Congreso, no puede ser que, de repente, no valga un pimiento. Que haya que sustituirla de prisa y corriendo porque el PP se dispone a iniciar un supuesto viaje al centro para el que hacen falta otras alforjas.

El caso de Cayetana es muy común en la política. Los partidos entienden poco de sentimientos y mucho de poder y de egos. No hay clemencia para quien, en un momento determinado, consideran que no es útil, discrepa o se enfrenta al aparato. No hay remilgos ni sentimentalismos que valgan. Más que organizaciones democráticas, los partidos son estructuras militares en las que impera el ordeno y mando. Exigen una mansedumbre ovejuna que llaman disciplina y actúan de forma dictatorial. Que se sepa, Pablo Casado no convocó al grupo parlamentario del PP ni consultó o sometió a votación de los diputados la conveniencia de destituir a su portavoz. Tomó la decisión que quiso y ejecutó el castigo.

Por eso insisto en que, Cayetana, fue un héroe. Hay una definición de los héroes que dice que son gente poco corriente que hace cosas extraordinarias ordinariamente. Y Cayetana, ahí la tienen, a las pocas horas de ser destituida por Casado, hubo quien la vio en el aeropuerto de Barajas con una falda rosa, una blusa blanca y una mascarilla rosa de lunares blancos, a juego, cogiendo un avión para Palma de Mallorca. Quienes la vieron dicen que volaba en preferente. Casado la cesó, pero no pudo cortarle las alas.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España

lunes, 17 de agosto de 2020

El virus no veranea

Milio Mariño

Este verano no estamos para tararear esa canción pegadiza que suele ponerse de moda, siempre por estas fechas, aunque sea más hortera que unas chanclas con calcetines. Estamos para guardar la boca debajo de una mascarilla bien puesta. Cualquier precaución es poca. La prueba son esos rebrotes que anuncian los telediarios y hacen que la moral se nos caiga al suelo y acabemos convencidos de que la realidad supera a la ficción. Ojalá que todo esto fuera un guion de Hollywood. Pero no lo es. Es un problema real que nos tiene con el alma en vilo y acabará por volvernos locos. Ahora mismo, no sabemos qué está pasando ni qué es verdad o mentira. Da igual que nos hablen del número de contagios, qué de los brotes, los rebrotes, los fallecidos, los tratamientos posibles, los milagrosos, las vacunas cercanas y las que igual tardan dos años.

El desconcierto es total. Hace seis meses, cuando se declaró la enfermedad, podía ser entendible que supiéramos poco, pero a día de hoy no se entiende que sigamos igual. El lio es tan gordo que nadie sabe si es que algo ha fallado o ha fallado todo. Lo más probable es que fallara todo porque las cifras que arroja España, en cuanto a contagios y nuevos rebrotes, son tan elevadas que no se corresponden con las de ningún otro país de su entorno. Tampoco con las medidas que dicen haber tomado nuestros excelentes políticos, nacionales y autonómicos, ni con la presunta mejor Sanidad del mundo, ese mantra que no nos cansamos de repetir.

España es un país de misterios irresolubles. Aquí nadie se explica cómo es que estamos como estamos ni se hace responsable de la situación. Por eso me parece bien que un grupo de especialistas en salud, -virólogos, investigadores y profesores universitarios- haya pedido lo que parece de sentido común: que se haga una evaluación independiente y se audite la gestión realizada por las distintas administraciones públicas. El objetivo, han aclarado, no sería buscar culpables a los que lapidar en la plaza del pueblo, sino determinar en qué ha fallado el sistema para tratar de corregir las deficiencias, ahora y en el futuro. Un propósito tan loable que, conociendo el percal de nuestros gobernantes, es muy posible que lo tomen como un coro de voces que claman en el desierto.

Lo que, en principio, apuntan quienes firman la petición es lo que cualquiera, con dos dedos de frente, ha podido apreciar en estos seis meses. Que tenemos un sistema sanitario disminuido por los recortes de la última década, una deficiente vigilancia epidemiológica y una atroz falta de medios, tanto en el diagnóstico como en el seguimiento. A todo esto, habría que sumar la falta de coordinación entre las diferentes administraciones, el retraso en la toma de decisiones y un descontrol absoluto de los centros geriátricos que, sin recursos ni preparación, han concentrado el mayor número de fallecidos.

Una auditoría a fondo aclararía muchas cosas, pero esto es España y aquí no hay Gobierno central o autonómico que dé su brazo a torcer ni tampoco parece fácil que la oposición vaya a renunciar al cuanto peor mejor como principal argumento para recuperar el poder. Lo malo que, mientras tanto, el virus no veranea. Sigue a lo suyo y apuesto que se estará partiendo de risa con medidas como esa que prohíbe fumar en la calle.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de agosto de 2020

Un exilio que no servirá de auxilio

Milio Mariño

La noticia de que el rey emérito se ha fugado, a no sabemos dónde, y vive en el exilio no lo es tanto si tenemos en cuenta que desde el año 1800 todos los reyes de España acabaron exiliados. La novedad podría ser que Juan Carlos I no tomó la decisión de exiliarse forzado por un cambio de régimen político que hiciera peligrar su vida, sino por la publicación de sus turbias relaciones con empresarios, sátrapas, amantes y supuestos testaferros que le ayudaron en el acopio de una gran fortuna que el New York Times, en base a una información de Forbes, cifra en más de 2.000 millones de euros.

Con todo, para ciertos medios de información y una buena parte de la clase política, lo del rey emérito es una cuestión privada que no afecta a la jefatura del Estado ni a Felipe VI. Pasan por alto que la monarquía, y la casa de Borbón, acumulan demasiados ejemplos que demuestran que no ha sido la primera vez que anteponen su afán por enriquecerse a los deberes del cargo que representan. El abuelo del emérito, Alfonso XIII, fue socio de los grandes empresarios de la época, se benefició de la explotación de las minas del Rif y cobró elevadas comisiones por los equipamientos comprados para el ejército, además de empeñarse en la construcción de una línea de ferrocarril, en Marruecos, que acabó provocando una guerra y terminó con la derrota de Annual, cuyo balance supuso más de 20.000 soldados de reemplazo muertos, todos hijos de familias pobres, ya que los hijos de las familias ricas estaban exentos de ir a la guerra si pagaban 1.000 pesetas.

El caso que, con el abuelo del rey emérito y bisabuelo de Felipe VI, tampoco se acaba la historia de las grandes fortunas de la realeza logradas a costa de la intervención en negocios más o menos turbios. Fernando VII fue quien negoció con Rusia que España comprara una parte de la flota del Zar. Una operación multimillonaria por la que percibió muchísimo dinero en comisiones. Sin embargo, cuando los barcos llegaron Cádiz se comprobó que eran chatarra y solo servían para el desguace. Había serias dudas de que pudieran navegar, sin hundirse, hasta el continente americano y, por tanto, fueron desechados. De todas maneras, Fernando VII se quedó con sus comisiones.

Podríamos seguir repasando la historia y encontraríamos nuevos escándalos, de modo que esto de ahora no es un hecho puntual y aislado. Juan Carlos I hizo, más o menos, lo que todos sus antepasados. Así que cabe preguntarse si servirá de algo que el rey emérito ya no viva en La Zarzuela. Si con el autoexilio ha pagado el precio de sus fechorías y los españoles consideran que la Monarquía está libre de toda deuda.

Hay una campaña para convencernos en ese sentido, pero no parece que sea así como se percibe. Los estrategas de Zarzuela han vuelto a equivocarse. El exilio no servirá de auxilio. Al contrario, en el imaginario popular la monarquía está mucho más asociada al padre que al hijo y el hecho de que el padre haya salido corriendo no solo resulta ridículo, sino que supone un nuevo escándalo que nos está haciendo pasar un bochorno que no merecemos. Somos el hazmerreír del mundo por este grotesco episodio mientras, aquí, todavía hay quien se empeña en defender lo indefendible.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 3 de agosto de 2020

Los rebrotes y el ángel de la guarda

Milio Mariño

En verano es cuando suceden las mejores historias y las más bonitas. Por ejemplo, yo, el otro día, me encontré con mi ángel de la guarda. Fue un encuentro fortuito de esos que no te lo esperas. Revolvía en el armario, buscando un traje de baño, y encontré una mascarilla.

En principio no le di mayor importancia porque, aunque esté mal que yo lo diga, no soy un incauto que cree cualquier tontería. Suelo ser muy escéptico, me cuesta creer ciertas cosas. Solo creo lo que tiene sentido. Si la mascarilla estaba donde debía estar el traje de baño sería que alguien la puso allí. Pusiste tú una mascarilla entre la ropa de la playa, le pregunté a mi mujer. Yo, qué voy a poner… Las mascarillas están donde tienen que estar, en un cajón de la cómoda. Pues entonces es que alguien me cuida y no quiere que salga sin la protección adecuada. Así qué descartada mi mujer, que dice que ya tengo edad para cuidarme y no está dispuesta a tratarme como a un bebé, solo quedaba el ángel de la guarda.

Pensándolo bien, tampoco es tan raro. El exministro del interior, Jorge Fernández Díaz, aseguró, hace tiempo, que tiene un ángel de la guarda que se llama Marcelo y le ayuda a aparcar el coche. Del mío, no diré que haga otro tanto, pero sí que a veces me libra de la tentación de aparcar en un sitio reservado a minusválidos y salir del coche cojeando. Sería una acción reprobable, lo sé, pero cuando, después de mil vueltas, no encuentro donde aparcar, noto que discuten el demonio y el ángel de la guarda y es el ángel el que casi siempre acaba ganando. Igual ayuda el miedo a las multas, pero eso no significa que no tenga, como todos, un ángel de la guarda.

Todos lo tenemos. Pero, claro, eso nos lleva a preguntarnos como se explica, entonces, que hayan surgido tantos rebrotes y que casi estemos igual que al principio de la pandemia. La explicación es sencilla. El ángel de la guarda está a nuestro lado, tratando de aconsejarnos, no puede decidir por nosotros ni tampoco imponernos nada. Nos invita, como en mi caso, a usar la mascarilla, pero si luego la llevamos colgando de una oreja, en lo alto de la cabeza, por debajo de la nariz o más sobada que el pasamanos de una escalera, no es culpa suya. La responsabilidad hay que atribuirla a quien la tiene.  

Y en esas estamos. Estamos que no paran buscando, desesperadamente, un culpable de los rebrotes. El problema es que ya no pueden culpar al Gobierno, ni echar mano de las teorías conspiranoicas que algunos estuvieron difundiendo durante estos meses pasados. En abril y mayo todo era más fácil. Se decía que la culpa era del gobierno socialcomunista y asunto concluido.

La cuestión es que una vez que el gobierno se hizo a un lado, y dejó el tema en manos de las Comunidades Autónomas, nadie quiere cargar con el mochuelo ni mucho menos admitir que las medidas que se tomaron, de marzo a junio, fueron las correctas. Ahora lo que urge es buscar un nuevo culpable. Así que, ya puestos, no descarten que acaben echando la culpa al ángel de la guarda por más que nos tenga super avisados. A mí el primero.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España