lunes, 31 de julio de 2017

Paisajes con arte

Milio Mariño

La literatura y el arte nos han enseñado a mirar y amar los paisajes, y han ido educando nuestra sensibilidad, de modo que la diferencia entre ver y mirar no ofrece dudas. Ver es quedarse con lo superficial, mientras que mirar es sentir lo que vemos como suelen hacerlo los poetas y los artistas.

La reflexión viene al caso de los paisajes que frecuentamos quienes vivimos por estos pagos. Paisajes que, en un antaño, merecieron la atención de varios genios de la pluma y la paleta. Por eso se me ocurrió pensar que tal vez sería bueno volver a mirar de nuevo y descubrir lo que antes no habíamos visto. Mirar estos paisajes nuestros con una perspectiva diferente como lo hizo el pintor Joaquín Sorolla, que veraneaba en San Juan de La Arena y llegaba caminando hasta Bayas, en cuyas inmediaciones se encuentra Malabaxada, una playa próxima a la Deva, muy rocosa y de difícil acceso, que era uno de los lugares que más le gustaban.

Tocado con una gran boina, y con el caballete a cuestas, Sorolla no se limitaba a los paisajes de la costa de Bayas, seguía adelante y llegaba caminando, incluso, hasta Avilés, donde pintó el puerto. Disfrutaba con estos paisajes que le proporcionaban, como él decía, las tonalidades que el Mediterráneo negaba a su paleta. El resultado fue una colección de 55 cuadros que pueden verse en el museo que lleva su nombre.

Otro paisaje inmortalizado en el lienzo es el de la playa de El Cuerno, apenas cien metros de rocas y cantos rodados que enamoraron a Joaquín Vaquero Palacios.

Vaquero pintó, por primera vez, la playa de El Cuerno en los años treinta. Después marchó a Nueva York, Italia y Centroamérica pero cuando regresaba de sus viajes y sus estancias en el extranjero, siempre volvía por Salinas para ver y pintar su playa querida. A mediados de los sesenta, ya no quiso volver. Decía que prefería recordar el paisaje, y soñarlo, porque así no se sentía obligado a nada.

Coincidió en aquellos años, en la década de los sesenta, que quien hoy está considerado como una figura del hiperrealismo, Antonio López, alquiló una casa en Salinas para pasar el verano. Antonio estaba muy ilusionado con el paisaje, venia cargado de material y dispuesto a pintar muchos cuadros pero luego confesaría, decepcionado, que apenas pudo pintar nada porque cada vez que se plantaba frente al lienzo surgía una nube. Y luego el sol, y vuelta a nublarse, como si fuera el juego del ratón y el gato.

Estos paisajes nuestros no solo pasaron por la paleta de extraordinarios pintores. La pluma de un Premio Nobel encontró aquí su inspiración. Seamos Heaney disfrutaba paseando por Castrillón. Solía hacerlo siguiendo varias rutas. Una, que aparece reflejada en el poema Cantares de Asturias, discurre desde Salinas a Piedras Blancas pasando por la playa de El Cuerno y Arnao. Otra, que va por la senda que bordea la costa desde Arnao a Santa Maria del Mar y Bayas, figura en el poemario Electric Light.

Para Seamos Heaney, que falleció en agosto de 2013, nuestros paisajes eran un paraíso particular, muy parecido al de su Irlanda natal. Un paraíso del que se vio apartado, en 2006, por culpa de un grave problema coronario que le impedía viajar con la asiduidad que lo hizo después de aquel primer viaje en 1984.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 

lunes, 24 de julio de 2017

Salinas: del veraneo burgués al surf

Milio Mariño

Hace ahora un siglo, allá por el mil novecientos y pico, Salinas era un destino vacacional que estaba de moda entre las elites ilustradas y adineradas de Madrid, cuya fortuna quizá no alcanzara para veranear en San Sebastián. También acogía a buena parte de la burguesía asturiana y a intelectuales y catedráticos como Adolfo Álvarez-Buylla, Leopoldo Alas “Clarín”, Rafael Altamira, Aniceto Sela, Fermín Canella, Rogelio Jove y Adolfo González Posada.

Salinas tenía, entonces, lo que podríamos llamar un turismo de calidad, entendiendo como tal que los más pudientes eran los únicos que podían veranear. De modo que a los citados sumen algunos ilustres como Santiago Ramón y Cajal y Ramón Gómez de la Serna y podrán hacerse una idea de lo que era Salinas hace cien años. Nada que ver con este Salinas de ahora, en el que los surferos parecen haber tomado el relevo de aquel ilustrado y burgués veraneo.

Aún quedan descendientes de aquellas familias con apellidos muy conocidos pero quienes marcan la pauta del verano, en Salinas, son los chicos de la tabla y el traje de neopreno.

Cien años dan para mucho. A principios del siglo XX, las clases acomodadas descubrieron las bondades de la playa y, poco a poco, toda la sociedad los imitó. Así fue que la playa comenzó a ser un lugar que reflejaba no solo las divisiones de clase, la estética y el ocio, sino incluso la liberación de la mujer. La imagen de las primeras mujeres, bañistas, supuso que se liberaran de sus encorsetados vestidos y un cambio en cuanto a la relación con su cuerpo y las viejas costumbres.

No fue, sin embargo, hasta las décadas de los sesenta y setenta cuando se produjo la explosión del turismo de sol y playa y apareció el denominado turismo de masas. Un turismo que en Salinas no llegó a cuajar más allá del ámbito comarcal o provincial pero que aun así nos dejó el recuerdo de las torres de los Gauzones como ejemplo de mal gusto y desprecio por el paisaje.

Salinas pasó entonces por una época de indefinición. Ya no era el lugar exclusivo de veraneo de los pequeñoburgueses pero tampoco fue tomado al asalto por el turismo de sombrilla y tortilla de patata. Quedó a medio camino entre lo uno y lo otro. Permaneció a la espera de que apareciera un relevo que volviera a marcar su singularidad. Y apareció el surf.

El surf puede parecer un deporte como cualquier otro, pero la realidad es que va más allá. No solo es un deporte, es toda una filosofía. Una manera muy especial de entender la vida. Así lo entendieron quienes, hace también cien años, rescataron el surf del olvido. Aquí tardó más en llegar. Llegó a Gijón en 1962, de la mano de Felix Cueto y Amador Rodríguez.

En Salinas, el surf llegó todavía más tarde. Fue llegando de una forma pausada y silenciosa, casi sin que nos diéramos cuenta. Ya sé que no somos para compararnos con Biarritz, pero podemos tomar como ejemplo la bella localidad francesa. Allí, más que aquí, había hace cien años un turismo burgués y de élite y hoy se ha llegado a un perfecto equilibrio entre los veraneantes de siempre y los surfistas. Salvadas las diferencias sería bueno unirse al “invento”. (Así llaman a la cuerda que une la tabla con el pie del surfista)

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 21 de julio de 2017

El cantar del branu

La mio collaboración de los xueves nel programa de la RPA Noche tras Noche

El mi lio d'esta selmana va del branu… Si, porque asina como'l que nun quier la cosa resulta que tamos a 20 de xunetu y el branu suena como siempre. Suena a bon tiempu, bon humor y un cantar pegadizu que nos fai escaecer los problemes… Pa los que nun s'alcuerden o nacieren va pocu equí va una repasada…

Nel branu de los años 50 cantaben Campanera, nos 60 La chica Ye-Ye, Black is black y María Isabel. Na década de los 70 Eva María y Hai que venir al Sur; y nos 80 Me colé n'una fiesta y Yo nun te pido la lluna. Depués vieno El tractor mariellu, Amigos pa siempre y El Venao, eso foi nos 90. El sieglu XX acabó con Vive la vida lloca, y el XXI empezó con Ave María, Aserejé y el Waka-Waka…

El cantar d’esti branu tou apunta que sedrá Despacito y el "Nun lo sé, nun m'alcuerdo" que canten casi tolos políticos. Pero güei nun toca falar de política. Toca folgar d'hestories murnies y centranos en qu'esti va ser un branu como son, más o menos, tolos branos… Yá sabéis: un poco de sol, otru poco de díes borrinosos y, pa variar, dalgún día con orbayu. Tardes perezoses que conviden a un bon pigazu y nueches llargues, bien llargues, de fiesta y verbena.

Nun sé si vos daríeis cuenta del detalle pero, polo que sía, el branu devuélvenos a la infancia. Toos nos volvemos un poco infantiles, empezando por cómo nos vistimos y acabando polos xuegos y les diversiones. Toos volvemos ser como neños nesta estación preciosa pero, al contrariu de lo que pensamos agora, esto acábase llueu. En cuantes que nos descuidemos yá vuelve otra vez setiembre y l’allegría y el morenu de la piel que llucimos entama a colar hasta que desapaez.

Por eso hai qu'aprovechar lo que se puea ensin esperar milagros. Tampoco ye como pa dicir que'l branu sía la panacea de tolos males y que, de golpe, vayan acabase los nuesos problemes, pero ayuda a folgar de la rutina y a cansanos con otru tipu de fatiga que ye como aquello que se dicía: Sarna con gustu nun pica.

Yá sé qu’esto que digo vien ser el mesmu cantar de siempre. El cantar de que'l branu ye pa esfrutalo y nun enfadase anque nos atroque un atascu, nos piquen cuarenta mosquitos o tengamos que facer cola pa pidir una botella de sidra.

Pero ye asina… Nun mos queda otra que tomalo con cierta filosofía y pensar qu’esti branu ye meyor de lo que podría ser. Equí somos mui daos a quexanos pero yá veis como tán perhí embaxo… Perhí embaxo tan nun pueden col alma. Dicíalo un paisanu al qu’entrevistaron… Dixo: Oi una cosa... ¿ Fai calor en toles partes o solo nes míes ?

Milio Mariño