lunes, 15 de abril de 2024

Comisiones que son puro teatro

Milio Mariño

El Congreso y el Senado han creado sendas comisiones parlamentarias para investigar la compra de material sanitario durante la pandemia. Sería una buena noticia si no fuera que no servirán para nada. Son puro teatro. El PP y el PSOE nos regalarán unas cuantas sesiones de insultos y todo quedará como estaba.

Investigarán lo que ya sabemos, que España es un reino en el que hay súbditos y listillos, que son los que se hacen ricos sin dar un palo al agua. Les basta con tener un poco de labia, un teléfono móvil y algún familiar o amigo que esté cerca del poder, o en el poder mismo, y les facilite un negocio que les permita llevarse un pellizco.

 Así es como el fiscal del Tribunal Supremo, Juan Ignacio Campos, dice que el Rey Emérito hizo su fortuna: “mediante el cobro de comisiones y otras prestaciones de similar carácter en virtud de su intermediación en negocios empresariales internacionales". La fiscalía del Supremo envió a Suiza una comisión rogatoria en la que se describe a Juan Carlos I como un "consumado comisionista internacional". Hablan, claro está, de la Champions League de los comisionistas, pero hay otras ligas menores en las que también se mueve mucho dinero y el modus operandi viene a ser el mismo.

En principio, ser comisionista no es delito a no ser que se trate de un cargo público. Circunstancia que saben los cargos públicos, que echan mano de familiares y  amigos que son los que cobran por facilitar una obra a un determinado empresario, recalificar un terreno, comprar mascarillas  o lo que la administración necesite en un momento determinado.

 Afortunadamente, no todos los políticos son comisionistas, pero los comisionistas necesitan de los políticos. Recordarán que, en tiempos de Esperanza Aguirre, había en Madrid un charco en el que, a su pesar, crecían algunas ranas. Pues bien en ese charco siguieron creciendo ranas,  de modo que su sucesora Isabel Díaz Ayuso las recibió en herencia. Regaló un contrato al amigo rana de su hermano y su hermano se llevó una comisión de cientos de miles de euros. Luego, el hermano le dijo a su futuro cuñado que esos negocios eran una costumbre familiar pues de algo parecido habían participado su padre y su madre, y el cuñado siguió con la tradición, embolsándose una pasta, defraudando a Hacienda y comprando un par de pisos que reformó, como está mandado, sin permiso del Ayuntamiento.

El Ayuntamiento estaba en otras cosas. El alcalde, Martínez Almeida, aún no ha explicado uno de los casos más escandalosos de la compra de mascarillas, como es que su primo ayudó  a  dos comisionistas que se llevaron 6 millones de euros por un material que resultó inservible. Dice Martínez Almeida que el primo fue él porque su familiar y el comisionista le timaron, pero que se considere víctima no le exime de  su responsabilidad. 

El caso Koldo es más de lo mismo. Los comisionistas ganan y los ciudadanos perdemos. Pero, resuelvan lo que resuelvan en el Congreso y el Senado,  todo indica que no les pasará nada. Seguirán dedicándose a esos chanchullos que apestan y seguirán apestando. Lo único que quedará claro es que si eres buena gente, es imposible que tengas acceso a ese tipo de negocios. El propio sistema te lo impide. Solo llegan a la planta noble los que carecen de escrúpulos.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 8 de abril de 2024

La justicia es cosa seria

Milio Mariño

Estaba con las noticias del telediario cuando en esto que vi a Dani Alves alejándose de la cárcel en un bonito todo terreno. Quedé que no daba crédito, sentí tanta rabia que me puse a buscar palabras para escribir un artículo. Abrí el ordenador, pensé un poco y escribí: preocupación por la deriva de la justicia. Debería darte vergüenza, dije después de leer lo que había escrito.

Pocas veces escribimos lo que pensamos. Siempre hay algo que nos aparta de la primera idea. En este caso, supongo que sería la autocensura y el miedo a que me cayera un puro si decía lo que pensaba. En alguna parte de mi cerebro debía sobrevivir el recuerdo de que Pedro Pacheco, cuando era alcalde de Jerez, había dicho que la justicia es un cachondeo y le habían caído cinco años de cárcel. Al final no llegó a cumplirlos, pero el susto le sirvió de escarmiento. El alcalde hizo aquel comentario a raíz de una sentencia que le prohibía derribar el chalé que Bertín Osborne había construido de forma ilegal.

La justicia es cosa seria, no es cachondeo, pero la gente la está tomando a broma porque no cree que sea igual para todos. Cree que es blanda con los de arriba y dura con los de abajo. Ha llegado al convencimiento de que la ideología, la condición social y el dinero mediatizan algunas sentencias. Asiste, todos los días, al bochornoso espectáculo de unos jueces que siguen en el cargo cinco años después de que concluyera su mandato y a las intrigas, disputas y codazos por hacerse un hueco en el estrellato judicial. Por si fuera poco, los periódicos reproducen sentencias que se dictan en uno u otro sentido dependiendo de si los jueces son progresistas o de derechas. Hay que añadir, además, otras sentencias que, jurídicamente, tal vez sean impecables, pero, objetiva y moralmente, parecen injustas y parciales.

A nivel de calle, la justicia no pasa por un buen momento. Un informe de la Unión Europea, publicado en 2023, señala que los españoles están entre los europeos que peor percepción tienen de la independencia judicial. Les sobran motivos.  La justicia española se ha ganado a pulso el desprestigio con un palmarés sin igual. Basta recordar algunas decisiones como absolver a todos los acusados del caso Bankia, la sentencia que se conoce como doctrina Botin, hecha a medida del banquero para salvarle de 12 años de cárcel y una multa millonaria, el caso Gürtel, Bárcenas y el inidentificable M. Rajoy, las tarjetas Black, Jaume Matas, Urdangarín y la Infanta, La Manada, Jordi Pujol y familia, el Caso Kitchen, Lezo, Púnica, Rodrigo Rato, Zaplana… Resumiendo, gente de bien que ha robado o defraudado a manos llenas y sigue paseando por la calle y presumiendo de honradez. Algunos es verdad que han acabado en la cárcel, pero entran y salen como quien va de visita turística.

Los ojos vendados de la justicia pretenden simbolizar que es igual para todos. El problema es que, a veces, la venda se cae y asoma el plumero; ese lado vergonzoso que considera justo que con dinero se pueda reparar cualquier daño. Ha vuelto a suceder con el caso de Dani Alves: la justicia ha puesto precio a la libertad sexual de las mujeres. Quien tiene dinero paga y no va a la cárcel. Y no es cachondeo, es algo muy serio.


Milio Mariño / Artículo de Opinnión / Diario   La Nueva España

lunes, 1 de abril de 2024

La comida en la calle es patriotismo avilesino

Milio Mariño

Hay gente que cree que la comida en la calle la inventó Mariví Monteserin cuando en 1993, siendo concejala de festejos, propuso una comida multitudinaria para celebrar los cien años de las fiestas de El Bollo. No es verdad. Como casi todo en este mundo, la comida en la calle ya estaba inventada. En el siglo XVIII ya existía esa costumbre en algunos países de Europa y especialmente en Francia, donde los aristócratas encargaban a sus sirvientes que instalaran mesas con manteles y la mejor vajilla en los jardines aledaños a sus casas. La nobleza y los más adinerados celebraban allí sus fiestas en las que competían por contribuir con los platos y las bebidas más exóticas y en las que había música, baile y juegos de azar que prolongaban la sobremesa hasta el anochecer.

Un siglo después, en el XIX, se popularizó comer al aire libre en un contexto de vuelta a la naturaleza, promovido por escritores como Emile Zola o Guy De Maupassant y retratado por pintores impresionistas como  Edouard Manet o Claude Monet. La Revolución Francesa había acabado con los privilegios de la nobleza y creó un nuevo orden político que contribuyó a que personas del pueblo, comunes y corrientes, empezaran a reunirse en los parques públicos para celebrar eventos sociales con suculentas comidas que preparaban durante días en sus casas.

Aclarado que la entonces concejala de festejos, y actual alcaldesa, no inventó la comida en la calle, conviene puntualizar que tampoco hay noticias de que reivindique el invento ni presuma de ello, aunque suya sea la idea que hace posible que 31 años después estén dispuestas 15.000 sillas a lo largo de cinco kilómetros de mesas en las zonas habituales del casco antiguo de Avilés. Tiene el mérito, eso sí, de haber creado una fiesta a la que auguraban poco recorrido y acabó convirtiéndose en un éxito de participación y convivencia.

El mérito es suyo, pero no podemos responsabilizarla del éxito porque no le pertenece. Pertenece a los vecinos y vecinas de Avilés que, con su participación y su presencia, han hecho posible que la comida en la calle no solo no envejezca sino que cada año parezca más joven. Seguramente, algo tendrá que ver la conexión de la comida, que produce alegría y benevolencia, con el disfrute del tiempo compartido en una sobremesa anti elitista que no entiende de lujos, ni de clases sociales, y prioriza la condición de avilesina o avilesino como argumento fundamental para disfrutar en compañía.

El sentido de pertenencia que ha fomentado la comida en la calle genera una especie de patriotismo avilesino que se rememora los Lunes de Pascua y provoca emociones como la de estar orgulloso de vivir en Avilés o emocionarse al volver.

Fiestas y eventos gastronómicos hay muchos, pero la comida en la calle figura en el Libro Guinness de los Récords como la comida más multitudinaria de cuantas se celebran en el mundo. El reto es que siga siéndolo por muchos años porque, entre otras cosas, contribuye a combatir la soledad y el aislamiento social.

Decía el escritor y filósofo Javier Gomá, y estoy de acuerdo, que, hoy en día, el problema no es ser libres, sino ser libres juntos. Abandonar la sociedad individualista que fomenta el narcisismo, egoísta y solitario, y penetrar en la vida compartida para entrelazar nuestras vivencias y disfrutarlas con los demás.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 25 de marzo de 2024

Saber la opinión de Dios

Milio Mariño

Vuelve, otro año más, la Semana Santa y los teólogos y los filósofos siguen sin ponerse de acuerdo sobre si Dios es de piñón fijo o puede cambiar de opinión. Hay quien dice que sí y hay quien dice que no. En la Biblia se apuntan las dos posibilidades: que Dios es invariable en su personalidad y sus principios y que un cambio en la conducta del hombre puede hacerle cambiar de opinión.

Dando por cierto que, arrepintiéndonos y rezando, Dios perdona nuestros pecados avalaríamos la segunda hipótesis, pero el dilema sigue sin resolverse. Es una incógnita si Dios seguirá manteniendo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Fue lo que dijo. De todas maneras, quienes han venido siendo sus representantes en la tierra han actuado como si hubiera rebajado las exigencias. Induce a pensarlo que los ricos no tendrían esa obsesión por ser cada vez más ricos si tuvieran la certeza de que irán de cabeza al infierno.

Quién sabe. El mundo ha cambiado tanto, es tan distinto al que había cuando se escribió la Biblia, que cuesta imaginar qué dirían, ahora, los profetas y los apóstoles si tuvieran que pronunciarse sobre la justicia social, la igualdad de género, el matrimonio igualitario, los inmigrantes o la declaración universal de los derechos humanos.

Tal vez sea aventurar demasiado, pero si Dios pudo cambiar de opinión con respecto a los ricos, también pudo hacerlo con otras cosas. La idea que nos inculcaron, durante mucho tiempo, fue la de un Dios vengativo, intransigente y autoritario, alejado del Dios del perdón y el defensor de los pobres y los humillados. Esa es la historia, pero como el mundo es tan distinto al de entonces, no sería descartable que Dios haya querido ponerse al día para no quedar anticuado. Un detalle muy significativo es que, en 2013, eligió como su representante en la tierra a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco.

La propia iglesia asegura que el Papa elegido no recibe su misión de manos humanas, sino del Espíritu Santo. Y como todos sabemos que Dios es uno y trino no cabe duda de que la elección fue cosa suya.  Dios ha querido que lo represente un Papa que se ha mostrado en contra del proyecto ultra liberal y neofascista que está triunfando en muchos países. Apuesta por la justicia social, el buen trato a los inmigrantes y los refugiados, por aceptar y reconocer a los homosexuales y porque la mujer tenga un papel más importante no solo en el mundo, sino también en la Iglesia.

A tenor de quién es, ahora, el representante de Dios en la tierra no son pocos los que dicen que Dios ha pasado de ser de derechas a ser de izquierdas. Así lo han visto quienes aseguran que el Papa Francisco es un enviado del demonio y lo acusan de hereje y de comunista. Lo dijeron varios obispos y lo dijo Javier Milei antes de viajar a Roma y pedir disculpas. También lo dicen quienes sostienen que Dios es partidario del ultra liberalismo y de una sociedad en la que haya menos derechos y libertades.

Dios pudo cambiar de opinión, pero también puede ser que ni antes fuera de derechas ni, ahora, sea de izquierdas. Lo mismo es alguien que tuvo y tiene que luchar contra quienes intentan manipularlo y ponerlo de su lado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 18 de marzo de 2024

Cenar de madrugada

Milio Mariño

La vicepresidenta, Yolanda Díaz, ha vuelto a liarla con eso de que no es razonable que los restaurantes estén abiertos a la una de la madrugada. Lleva cuatro años en el Gobierno y sigue sin enterarse de que no aceptamos que nos den consejos y, menos, que nos digan qué podemos, o no podemos, hacer. ¿Y tú quién eres para decirme a mí a qué hora tengo que cenar? ¿Dónde está escrito que no puedo cenar, si quiero, un cachopo con patatas fritas a las dos de la mañana y acostarme con el estómago como una hormigonera?

Los consejos de los de arriba, y especialmente de los políticos, no suelen gustarnos. Al contrario, provocan rechazo y hacen que nos convirtamos en indómitos rebeldes cuya rebeldía consiste en presumir  de qué no aceptamos lo que nos dicen aunque, en el fondo, reconozcamos que, tal vez, lo digan por nuestro bien. Da lo mismo, nuestra respuesta suele ser visceral y, por tanto,  equivocada, pues si hubiera vida inteligente en los testículos habría menos lágrimas y el mundo sería más justo.

La sugerencia de la ministra ha levantado mucho revuelo a pesar de que las nuevas generaciones están mostrando un cierto rechazo hacia los viejos horarios de comer a las tres, cenar a las diez y ver la televisión hasta las tantas. Un programa como Master Chef Junior, protagonizado por niños y emitido por el primer canal de la televisión pública, empezaba los lunes a las once de la noche y acababa a la una de la madrugada.

Al margen de quien lo proponga, parece de sentido común que adoptemos unos horarios racionales que nos permitan conciliar la vida personal y laboral respetando unas horas mínimas de descanso y favoreciendo la vida familiar. Eso era lo que veníamos haciendo, poco a poco y de motu propio, pero bastó que alguien se atreviera a sugerirlo para que surgieran los que siempre están dispuestos a montar el pollo y apuntaran la tontería de que atenta contra nuestra libertad personal.

Es falso, como también lo es que el turismo pueda verse afectado porque los restaurantes no estén abiertos a la una de la madrugada. Quienes utilizan el turismo para justificar su protesta saben que los turistas, cuando están aquí, siguen con el horario de su país y cenan a las siete de la tarde. Es muy raro que veamos a un alemán o a un inglés cenando a la una de la madrugada. Ellos siguen a lo suyo. Somos nosotros los que tenemos que cambiar el horario y cenar más temprano, cuando vamos de vacaciones a un hotel español.

No pasa nada; nos adaptamos a ese horario y todo discurre con normalidad. Pero claro, si se plantea como sugerencia, enseguida aparecen los que reaccionan poniendo el grito en el cielo por cualquier cosa. Menos mal que el sentido común acabará imponiéndose a la ridiculez de los que defienden una supuesta libertad personal que ellos nunca tendrán porque, en el reparto de cartas que da la vida, seguramente que no están ni estarán entre los que pueden permitirse el lujo de cenar en un restaurante a la una de la madrugada. Los que de verdad pueden hacerlo, sonríen y no dicen nada porque les da igual la opinión de los que protestan y las medidas que se tomen.  Seguirán cenando donde quieran y a la hora que les dé la gana.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 11 de marzo de 2024

Doble rasero como unidad de medida

Milio Mariño

Siempre que estalla un caso de corrupción, y toca asumir responsabilidades, el criterio que se utiliza para exigir que se corten cabezas o pedir dimisiones, depende de si se trata de uno de los nuestros o alguien de otra familia. El doble rasero es una unidad de medida que suele emplearse de forma descarada no solo en política, también en la justicia, la policía y, aunque parezca mentira, el área de penalti de los campos de fútbol.

En política, algunos recurren a la presunción de inocencia como disculpa para parar el golpe y no asumir responsabilidades hasta que se pronuncie la justicia. Sin embargo, cuando el implicado es de otro partido piden la guillotina de forma inmediata.

Ejemplos de doble rasero hay a montones. Hay jueces que no ven quién está detrás de M. Rajoy y tienen vista de lince para ver lo que no ve nadie. También es habitual que la policía golpee con saña a los obreros en huelga o a los que tratan de impedir un desahucio, mientras que a los manifestantes de extrema derecha los trata como a hermanitas de la caridad.

Este trato selectivo que, para entendernos, llamamos doble rasero, suele darse a menudo y es, por así decirlo, una costumbre arraigada. Jordi Puyol o Rodrigo Rato, pueden estar implicados en el robo de cientos de millones, pero son tratados con una consideración y un respeto que para sí quisiera un ratero que roba una lata de berberechos. Por lo visto, es más peligroso y más despreciable un ratero de tres al cuarto que un ladrón de guante blanco.

El doble rasero hace que algunas realidades sean ignoradas mientras que otras  se magnifican para que la prensa, la televisión y la radio amigas, las conviertan en tragedias apocalípticas. Tal vez sea oportuno preguntarse qué pasaría si Koldo García fuera hermano de Isabel Díaz Ayuso y se hubiera trajinado las mismas comisiones vergonzosas por el asunto de las mascarillas. Seguramente, la reacción hubiera sido distinta, el tema se trataría como algo anecdótico y la noticia no alcanzaría la categoría de escándalo.  

Con la corrupción solo cabe ser implacables pero, a veces, da la impresión de que se exige más a unos que a otros. Los partidos de derechas suelen ser más tolerantes cuando el corrupto es de los suyos. En ese caso, el partido lo arropa siguiendo un patrón que consiste en escurrir el bulto y cierta chulería. Aquí no ha pasado nada y si alguien pide responsabilidades que se atenga a las consecuencias. La prueba de cargo está en Pablo Casado, que lo echaron por tratar de esclarecer un caso de corrupción mientras que su sucesor, Feijoo, miró para otro lado y no le importa presidir y dirigir el partido desde un despacho y una sede cuyas obras se pagaron con dinero negro.

El doble rasero viene de muy antiguo y no se considera injusticia. La gente importante y de buena familia puede tener un desliz, pero si hace algo malo nunca lo hace queriendo. Así que cuando le piden cuentas responde como aquel obispo que dijo que los menores provocan mucho y están deseando el abuso.

La corrupción, en ningún caso es disculpable. Hay que atajarla y condenarla venga de donde venga, no solo si el corrupto es de otro partido. El rasero debe ser el mismo para los nuestros que para cualquiera.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 4 de marzo de 2024

El mandil sigue ahí

Milio Mariño

Los recuerdos no se los lleva el viento, se atrincheran en algún lugar de nosotros y cuando se aburren nos dan un pellizco. A mí me lo dieron mientras paseaba por el mercadillo que organizan los lunes en la Plaza de Abastos. Caminaba distraído mirando los tenderetes cuando, de pronto, vi un mandil. Uno que eran muchos porque en los tenderetes había un amplio surtido de tallas y colores, prueba de que los mandiles se siguen vendiendo, a pesar de que son una prenda que pertenece a un pasado en el que las tareas domésticas estaban peor repartidas y las mujeres andaban todo el día de aquí para allá, limpiando, guisando y, si acaso, atendiendo el huerto y cuidando de los animales como pasaba en el mundo rural.

El mandil al que me refiero,  de tela y casi como una bata, se asocia a la mujer ama de casa y al trabajo no remunerado. Detrás de esa prenda hay mucha faena por más que antes no se reconociera y ahora se reconozca un poco. Fueron muchos años que las mujeres ponían el mandil por la mañana y no se lo quitaban hasta la noche para dormir. No sabían de empoderamientos ni celebraciones. La primera manifestación autorizada en España, por el 8 de marzo, se celebró en 1.978, en el Pozo del Tío Raimundo, en Madrid, donde la plataforma de organizaciones feministas logró reunir a casi mil personas.

Puede parecer lejano, pero todo es muy reciente. La mujer ha tenido que ir, paso a paso, ganando derechos que los hombres disfrutaban desde un principio. Hace nada, en España no era delito la barbaridad de que el hombre matara a su mujer si entendía que le había sido infiel. El crimen tenía como castigo una infracción civil o un destierro y no fue hasta 1.963 cuando prohibieron estos asesinatos que gozaban de impunidad. Aun así, la mujer siguió siendo ignorada como persona de pleno derecho hasta el año 1981, que fue cuando, por primera vez, pudo abrir una cuenta corriente a su nombre en un banco, o tener un pasaporte propio sin permiso del marido. Ese año, también se legalizó el divorcio.

 Solo tres años antes, el 7 de octubre de 1.978, y como consecuencia de los Pactos de la Moncloa, se había despenalizado el uso de la píldora anticonceptiva. Una medida que supuso una auténtica revolución social ya que la ignorancia y el desconocimiento que las mujeres y los hombres tenían sobre todo lo relacionado con el sexo era supina. Contaba, hace poco, un médico vasco que, después de la despenalización, todos los meses extendía dos recetas de la píldora anticonceptiva a una paciente sin atreverse a preguntar por qué dos. Aquello no le cuadraba y empezó a sospechar que traficaba con el medicamento. Al final se atrevió y preguntó: ¿Por qué me pide dos? Porque es lo mínimo, doctor: una para mí y otra para mi marido.

El mandil sigue ahí y su presencia sigue denunciando, en silencio, la presión que ejerció y ejerce sobre las mujeres cuando se lo ponen. Los hombres, ahora, también empiezan a ponerlo y lo usan de vez en cuando, pero las mujeres no acaban de quitárselo. Esa es la diferencia. Los muchos mandiles que siguen a la venta en los tenderetes de los mercadillos prueban, mejor que cualquier estadística o estudio, que en igualdad todavía falta mucho.  


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España