lunes, 29 de abril de 2024

Hacienda somos otros

Milio Mariño

A veces, el azar nos depara sorpresas que son como un equipaje a propósito para andar por la vida mejor. Esta reflexión viene a cuento porque justo ahora, en pleno período de la declaración de la renta, acaba de aparecer un libro escrito por Carlos Cruzado y José María Mollinedo, dos técnicos del Ministerio de Hacienda que se han atrevido a poner negro sobre blanco: “Los Ricos no pagan IRPF”.

 El libro, aunque lo parezca, no es de ficción. Es un ensayo que analiza la evolución de los impuestos en España, desde que se instauró la democracia hasta nuestros días.  

Conviene leerlo. No contiene recetas mágicas que nos ayuden a pagar menos impuestos. No va de eso. Analiza la ineficacia de un sistema tributario que se diseñó en los años 70 y al que le han ido poniendo parches que no añaden más justicia. La idea era que sirvieran para dar alcance a un fraude que les lleva mucha ventaja y no se deja coger ni aunque le prometan impunidad. Un ejemplo esclarecedor fue lo que ocurrió con la amnistía fiscal de Montoro, aprobada en 2012 por el Gobierno de Mariano Rajoy.

Al margen de que la citada amnistía acabó siendo inconstitucional, cinco años después de que se aprobase, la mayoría de los que se acogieron a ella continuaban defraudando, una vez regularizado el fraude anterior. Les perdonaron la penitencia, pero se olvidaron del propósito de enmienda y volvieron a pecar. La gratitud les duró lo justo para convencerse de que seguirían recibiendo la misma comprensión y el mismo trato de favor.

Ejemplos así no ayudan mucho ni apuntalan la idea de que Hacienda somos todos. La gente corriente, los pobres para entendernos, actuamos movidos por el miedo más que por una utópica concienciación. El razonamiento es sencillo: Quienes tienen mucho dinero defraudan y no les pasa nada, pero tú eres un pobre diablo y si no pagas van a por ti y te crujen vivo.

Que te crujen es seguro. La Agencia Tributaria tiene al 80% de sus efectivos persiguiendo al pequeño y mediano contribuyente. Solo el 20% de sus técnicos e inspectores trabaja en el seguimiento de las grandes fortunas y los presuntos grandes defraudadores. Además de que son pocos, se las tienen que ver con asesores expertos y sociedades creadas exprofeso para evadir y eludir impuestos.

La lógica elemental induce a pensar que si Hacienda quisiera perseguir el fraude, debería centrarse en las empresas, las multinacionales y las grandes fortunas, que son las que tienen la mayor parte del dinero en España. Centrarse en los pobres es ir a lo fácil. Así que eso de que Hacienda somos todos, tururú que te vi morena.

No sé si saben aquello de que un elefante, aunque sea pequeño, siempre será un animal grande. Pues en esas estamos; con el grande no hay quien pueda. Según un informe de la Fundación La Caixa, el fraude fiscal en el IRPF se situó en 7.101 millones de euros en 2017, que es el último año con datos disponibles.

Tantos miles de millones es imposible que puedan escaquearlos los que viven a duras penas. Que son, precisamente, los que más vigila Hacienda. Así que por mucho que digan que Hacienda somos todos, al final resulta que Hacienda somos otros. Somos los que cobramos un sueldo o una pensión y, aunque queramos, no podemos defraudar ni un céntimo.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 22 de abril de 2024

La vergüenza de Gaza

Milio Mariño

Si tomáramos como referencia lo que ocurre en Gaza, el ser humano sería, con mucho, el peor animal sobre la tierra. El único que siente placer y disfruta con la muerte y el sufrimiento de otros. El más cruel y despiadado, capaz de urdir atrocidades con el azufre de sus entrañas.

Cuesta asumir que una persona diga, como dijo la ministra de Igualdad Social de Israel,  May Golan: “Estoy orgullosa de la destrucción causada por el Ejército en la Franja de Gaza y de que cada bebé, incluso dentro de 80 años, le cuente a sus nietos lo que hicieron los judíos". Unas declaraciones que se enmarcan dentro de la misma dinámica mostrada por su colega en el Gobierno, el Ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, quien dijo, públicamente y con orgullo, que es racista, homofóbico y partidario del fascismo. A su vez, el presidente, Isaac Herzog afirmó que en Gaza nadie es inocente, que todos son responsables y por tanto un objetivo militar legítimo. Y, apoyando la postura de su jefe, Yoav Gallant, ministro de Defensa, se refirió a los palestinos como animales con apariencia humanoide.

 Estas declaraciones explican que la barbarie y el terror campen a sus anchas en Gaza. Lo que resulta más difícil de explicar es que ni la convención de Ginebra, ni la ONU ni, prácticamente, ningún Gobierno estén haciendo nada para evitarlo. Algunos se han atrevido a protestar, aunque tímidamente y con la boca pequeña, y otros incluso lo aplauden. Zelenski, Presidente de Ucrania, protagoniza el sinsentido de apoyar incondicionalmente a Israel y votar en contra de todas las resoluciones sobre Gaza.

Sabemos poco de lo que, realmente, ocurre allí porque no dejan que entren periodistas de otros países y, en cuanto a los que había, 103 han muerto asesinados en apenas seis meses. Lo que tenemos es el testimonio de alguna ONG como Médicos sin Fronteras, que habla de niños que nacen de madres heridas o muertas, médicos que operan sin anestesia, más de cien menores muertos, o gravemente heridos, al día, y muchas personas, sobre todo ancianos, que están muriendo de hambre y de sed. Una realidad aterradora que hace de Gaza un lugar incomparable con el de cualquier otra guerra. Un infierno en el que casi no hay energía eléctrica, ni  agua, gas, comida y medicamentos. Un cementerio de niños, como dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

La pregunta inevitable es: ¿Por qué no detienen esta barbarie?  Por qué los Gobiernos no explican cómo es que pasan los días y no intervienen para poner fin a este exterminio salvaje.  Qué ocurre para que el mal siga campando a sus anchas y traten de convencernos de que nuestro bienestar depende de que miremos para otro lado. Cómo hemos llegado a la ridiculez de pedir a Israel que afine la puntería y no mate a los cooperantes de las ONG y a considerar un logro que dejen entrar a 10 camiones con ayuda humanitaria. Nos conformamos con eso. Nuestra indiferencia y deshumanización es estremecedora. Lamentamos lo que está ocurriendo y creemos que, con lamentarlo, alcanza para no ser cómplices.

Con todo, nada indica que la situación vaya a cambiar. Los que mandan en Israel insisten en seguir destruyendo y matando y demuestran que no han leído a Séneca, quien decía que un solo bien puede haber en el mal: la vergüenza de haberlo hecho.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 19 de abril de 2024

Avilés y el vidrio

Milio Mariño

El anuncio de cierre de la división Sekurit de la fábrica de Saint Gobain, dedicada a la fabricación de parabrisas para coches, propicia la ocasión de recordar lo que fue  la industria del vidrio en Avilés.

Avilés llegó a contar, a principios del siglo XX, con dos fábricas de vidrio, la primera, llamada La Vidriera, tenía a franceses como obreros especializados en el soplado del vidrio, los célebres “machoneros”, y estaba ubicada en lo que hoy conocemos como Puerta de la Villa. La segunda, la fábrica de Sabugo,  estaba en los prados frente a lo que es la estación del ferrocarril y tenía a belgas y holandeses como especialistas hasta el punto de que algunos, como la familia Hurlé, llegaron a constituir una verdadera estirpe en Avilés.

Ambas fábricas fueron cerradas en el año 1913, al parecer por las presiones de un importante “trust vidriero” del que formaba parte Saint Gobain, sociedad que fue acusada de subvencionar a las fábricas de Avilés con 300.000 pesetas para que no siguieran trabajando, dado que sus productos alcanzaban una gran fama en los mercados españoles de entonces.

Años más tarde, la fábrica que se conocía como “La Vidriera” reanudó sus actividades con la producción de envases de vidrio de distintas formas y tamaños, hasta que a principio de los años cincuenta, cerró definitivamente. Esta fábrica fue utilizada durante la Guerra Civil, desde diciembre de 1937 hasta noviembre de 1939, como Campo de  Concentración de los sublevados y llegó a congregar a más de 2.000 prisioneros.

Estos fueron los antecedentes de Cristalería Española, que sería la primera de las grandes industrias que, andando el tiempo, iban a transformar lo que era una villa de apenas 30.000 habitantes en una ciudad industrial que triplicaría su población. Antes de que se empezara a construir ENSIDESA, en el mes de abril de 1948, tuvo lugar la inauguración oficial de las obras de construcción de la nueva fábrica avilesina de vidrio, que habría de ubicarse en el paraje de las marismas de La Maruca.

Cuatro años después, también en el mes de abril pero del año 1952, finalizaron las obras y dio comienzo la primera fabricación de vidrio plano a escala industrial.

 Casi todo el personal de la nueva fábrica de Avilés procedía de Arija, Burgos, y había sido trasladado por el cierre de la fábrica de aquella localidad debido a la construcción del pantano del Ebro.  De Arija llegaron, entonces, los especialistas en técnicas vidrieras y las familias burgalesas se integraron con gran facilidad en la Villa avilesina, que bautizó, cariñosamente, a los nuevos vecinos con el apodo de “los arijanos”.

La inauguración de la nueva fábrica de Cristalería Española en Avilés fue presidida por el Subsecretario de Industria, Alejandro Suárez Fernández-Pello, el Embajador de Francia M. Meyrier  y el Presidente del Consejo de Administración de la compañía, Conde Elphege Fremy.

 Las personalidades invitadas hicieron el viaje desde Madrid a Avilés en un tren especial  que salió de Madrid a las veinte horas del domingo día 12 y que hizo su entrada en la estación de Avilés a las diez horas del lunes, como se había previsto.

En el andén estaba presente el Director de la fábrica avilesina, Felipe Defauconpret, acompañando al Gobernador Civil de Asturias, Francisco Labadie Otermín, al Obispo de la Diócesis, Lauzurica Torralba,  Román Suárez Puerta, Alcalde de Avilés, y  otras autoridades provinciales y locales.

Después de la recepción y hechas las presentaciones, los invitados se trasladaron a la fábrica de La Maruca, donde les esperaba el personal directivo de la misma. Seguidamente, el Obispo de Oviedo, asistido por el Arcipreste de Avilés y Párroco de Santo Tomás de Cantorbery, procedió a la bendición de las instalaciones. Terminada ésta, los invitados realizaron una detenida visita a la fábrica ya en funcionamiento, así como a los barrios residenciales, tanto para el personal obrero como  para directivos y técnicos.

A la una y media de la tarde se sirvió el banquete oficial de la inauguración con el que la Empresa obsequió a las autoridades e invitados,  así como a una representación de los trabajadores. El banquete, para 230 comensales, tuvo lugar en la nave central de los “Almacenes Balsera” y fue servido por el restaurante “Jockey Club” de Madrid, con arreglo al siguiente menú: Jamón serrano con melón; Filetes de lenguado y medallones de langosta al Champagne; Capones del Prat en Cocotte a la Bordalesa; Bizcocho helado con salsa de frambuesa; Frivolidades; Licores, Café y Habanos. Todo ello regado con vino Rioja tinto, vieja reserva Jockey; Champagne Pipper Heldsleck y Cognac Boulestin.

En el momento de su inauguración, en 1952, la Fábrica de Cristalería Española en Avilés producía 50 Toneladas de vidrio al día. Un vidrio que se fabricaba por el procedimiento de luna pulida. Es decir; la hoja de vidrio que salía del horno y se templaba en la extendería,  tenía que ser desbastada  y pulida antes de adquirir su completa transparencia. Posteriormente, en 1967, Saint Gobain compró la patente a Pilkington para un nuevo procedimiento de fabricación de vidrio y construyó el primer Horno-Float. Un horno cuya producción diaria era ya de 200 Toneladas y en el que la hoja de vidrio “flotaba” sobre un baño de estaño adquiriendo así una total transparencia. Con este nuevo procedimiento  la producción se multiplicaba por cuatro.

Aquel horno, llamado F-200, fue sustituido en 1980 por el F-400, un nuevo horno, de 682 metros de superficie total, que producía el doble, pasaba de 200 a 400 Toneladas diarias. Posteriormente, con ocasión de la primera reparación integral, la producción se aumentó hasta las 700 toneladas diarias siendo el de Avilés, entonces, uno de los mayores Hornos-Float del mundo.

Antes, en 1956, había empezado la fabricación de vidrio para automóvil con dos hornos de templado. Fabricación que se modernizó  y se amplió en 1967  con el arranque de un nuevo horno de vidrio templado “Verlay” en el Sekurit.

En 1982, Cristalería Española planteó el cierre de la fabricación del vidrio para automóvil, Sekurit, de Avilés y su traslado a la fábrica de L’Arboç, en Tarragona. La decisión provocó un fuerte rechazo de los trabajadores que respondieron con huelgas y movilizaciones. Finalmente se llegó al acuerdo de que en Avilés se fabricarían los parabrisas y en L’Arboç las lunetas y los laterales de vidrio para coches. Comenzó así la fabricación de parabrisas laminados que se fue ampliando, de modo que en el año 2.000 se calculaba que siete de cada diez de los parabrisas de los turismos que circulaban por España eran producidos en la factoría avilesina.

En el mes de mayo de 1.996, Cristalería Española llevó a cabo una reducción de  plantilla del departamento de construcción,  de 104 trabajadores, mediante la aplicación de un Expediente de Regulación.

Cristalería Española, que se había constituido en 1905, como filial española del Grupo Saint Gobain, con un capital inicial de 4,5 millones de pesetas, cambió, en 1.999, su denominación social inicial por la de Saint Gobain Cristalería S.A.

A principio del siglo XXI,  la producción de la fábrica de Avilés era de 600 Toneladas de vidrio plano, dos millones de parabrisas, vidrio de capas, vidrio para espejos y vidrio plasma para las pantallas planas de los televisores.

Fue el momento de su mayor esplendor, pero todo hace sospechar que la industria del vidrio en Avilés tiene más pasado que futuro.

 

Artículo publicado en La Nueva España

Milio Mariño fue Secretario adjunto del Comité Europeo de Saint Gobain, con sede en París.


lunes, 15 de abril de 2024

Comisiones que son puro teatro

Milio Mariño

El Congreso y el Senado han creado sendas comisiones parlamentarias para investigar la compra de material sanitario durante la pandemia. Sería una buena noticia si no fuera que no servirán para nada. Son puro teatro. El PP y el PSOE nos regalarán unas cuantas sesiones de insultos y todo quedará como estaba.

Investigarán lo que ya sabemos, que España es un reino en el que hay súbditos y listillos, que son los que se hacen ricos sin dar un palo al agua. Les basta con tener un poco de labia, un teléfono móvil y algún familiar o amigo que esté cerca del poder, o en el poder mismo, y les facilite un negocio que les permita llevarse un pellizco.

 Así es como el fiscal del Tribunal Supremo, Juan Ignacio Campos, dice que el Rey Emérito hizo su fortuna: “mediante el cobro de comisiones y otras prestaciones de similar carácter en virtud de su intermediación en negocios empresariales internacionales". La fiscalía del Supremo envió a Suiza una comisión rogatoria en la que se describe a Juan Carlos I como un "consumado comisionista internacional". Hablan, claro está, de la Champions League de los comisionistas, pero hay otras ligas menores en las que también se mueve mucho dinero y el modus operandi viene a ser el mismo.

En principio, ser comisionista no es delito a no ser que se trate de un cargo público. Circunstancia que saben los cargos públicos, que echan mano de familiares y  amigos que son los que cobran por facilitar una obra a un determinado empresario, recalificar un terreno, comprar mascarillas  o lo que la administración necesite en un momento determinado.

 Afortunadamente, no todos los políticos son comisionistas, pero los comisionistas necesitan de los políticos. Recordarán que, en tiempos de Esperanza Aguirre, había en Madrid un charco en el que, a su pesar, crecían algunas ranas. Pues bien en ese charco siguieron creciendo ranas,  de modo que su sucesora Isabel Díaz Ayuso las recibió en herencia. Regaló un contrato al amigo rana de su hermano y su hermano se llevó una comisión de cientos de miles de euros. Luego, el hermano le dijo a su futuro cuñado que esos negocios eran una costumbre familiar pues de algo parecido habían participado su padre y su madre, y el cuñado siguió con la tradición, embolsándose una pasta, defraudando a Hacienda y comprando un par de pisos que reformó, como está mandado, sin permiso del Ayuntamiento.

El Ayuntamiento estaba en otras cosas. El alcalde, Martínez Almeida, aún no ha explicado uno de los casos más escandalosos de la compra de mascarillas, como es que su primo ayudó  a  dos comisionistas que se llevaron 6 millones de euros por un material que resultó inservible. Dice Martínez Almeida que el primo fue él porque su familiar y el comisionista le timaron, pero que se considere víctima no le exime de  su responsabilidad. 

El caso Koldo es más de lo mismo. Los comisionistas ganan y los ciudadanos perdemos. Pero, resuelvan lo que resuelvan en el Congreso y el Senado,  todo indica que no les pasará nada. Seguirán dedicándose a esos chanchullos que apestan y seguirán apestando. Lo único que quedará claro es que si eres buena gente, es imposible que tengas acceso a ese tipo de negocios. El propio sistema te lo impide. Solo llegan a la planta noble los que carecen de escrúpulos.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 8 de abril de 2024

La justicia es cosa seria

Milio Mariño

Estaba con las noticias del telediario cuando en esto que vi a Dani Alves alejándose de la cárcel en un bonito todo terreno. Quedé que no daba crédito, sentí tanta rabia que me puse a buscar palabras para escribir un artículo. Abrí el ordenador, pensé un poco y escribí: preocupación por la deriva de la justicia. Debería darte vergüenza, dije después de leer lo que había escrito.

Pocas veces escribimos lo que pensamos. Siempre hay algo que nos aparta de la primera idea. En este caso, supongo que sería la autocensura y el miedo a que me cayera un puro si decía lo que pensaba. En alguna parte de mi cerebro debía sobrevivir el recuerdo de que Pedro Pacheco, cuando era alcalde de Jerez, había dicho que la justicia es un cachondeo y le habían caído cinco años de cárcel. Al final no llegó a cumplirlos, pero el susto le sirvió de escarmiento. El alcalde hizo aquel comentario a raíz de una sentencia que le prohibía derribar el chalé que Bertín Osborne había construido de forma ilegal.

La justicia es cosa seria, no es cachondeo, pero la gente la está tomando a broma porque no cree que sea igual para todos. Cree que es blanda con los de arriba y dura con los de abajo. Ha llegado al convencimiento de que la ideología, la condición social y el dinero mediatizan algunas sentencias. Asiste, todos los días, al bochornoso espectáculo de unos jueces que siguen en el cargo cinco años después de que concluyera su mandato y a las intrigas, disputas y codazos por hacerse un hueco en el estrellato judicial. Por si fuera poco, los periódicos reproducen sentencias que se dictan en uno u otro sentido dependiendo de si los jueces son progresistas o de derechas. Hay que añadir, además, otras sentencias que, jurídicamente, tal vez sean impecables, pero, objetiva y moralmente, parecen injustas y parciales.

A nivel de calle, la justicia no pasa por un buen momento. Un informe de la Unión Europea, publicado en 2023, señala que los españoles están entre los europeos que peor percepción tienen de la independencia judicial. Les sobran motivos.  La justicia española se ha ganado a pulso el desprestigio con un palmarés sin igual. Basta recordar algunas decisiones como absolver a todos los acusados del caso Bankia, la sentencia que se conoce como doctrina Botin, hecha a medida del banquero para salvarle de 12 años de cárcel y una multa millonaria, el caso Gürtel, Bárcenas y el inidentificable M. Rajoy, las tarjetas Black, Jaume Matas, Urdangarín y la Infanta, La Manada, Jordi Pujol y familia, el Caso Kitchen, Lezo, Púnica, Rodrigo Rato, Zaplana… Resumiendo, gente de bien que ha robado o defraudado a manos llenas y sigue paseando por la calle y presumiendo de honradez. Algunos es verdad que han acabado en la cárcel, pero entran y salen como quien va de visita turística.

Los ojos vendados de la justicia pretenden simbolizar que es igual para todos. El problema es que, a veces, la venda se cae y asoma el plumero; ese lado vergonzoso que considera justo que con dinero se pueda reparar cualquier daño. Ha vuelto a suceder con el caso de Dani Alves: la justicia ha puesto precio a la libertad sexual de las mujeres. Quien tiene dinero paga y no va a la cárcel. Y no es cachondeo, es algo muy serio.


Milio Mariño / Artículo de Opinnión / Diario   La Nueva España

lunes, 1 de abril de 2024

La comida en la calle es patriotismo avilesino

Milio Mariño

Hay gente que cree que la comida en la calle la inventó Mariví Monteserin cuando en 1993, siendo concejala de festejos, propuso una comida multitudinaria para celebrar los cien años de las fiestas de El Bollo. No es verdad. Como casi todo en este mundo, la comida en la calle ya estaba inventada. En el siglo XVIII ya existía esa costumbre en algunos países de Europa y especialmente en Francia, donde los aristócratas encargaban a sus sirvientes que instalaran mesas con manteles y la mejor vajilla en los jardines aledaños a sus casas. La nobleza y los más adinerados celebraban allí sus fiestas en las que competían por contribuir con los platos y las bebidas más exóticas y en las que había música, baile y juegos de azar que prolongaban la sobremesa hasta el anochecer.

Un siglo después, en el XIX, se popularizó comer al aire libre en un contexto de vuelta a la naturaleza, promovido por escritores como Emile Zola o Guy De Maupassant y retratado por pintores impresionistas como  Edouard Manet o Claude Monet. La Revolución Francesa había acabado con los privilegios de la nobleza y creó un nuevo orden político que contribuyó a que personas del pueblo, comunes y corrientes, empezaran a reunirse en los parques públicos para celebrar eventos sociales con suculentas comidas que preparaban durante días en sus casas.

Aclarado que la entonces concejala de festejos, y actual alcaldesa, no inventó la comida en la calle, conviene puntualizar que tampoco hay noticias de que reivindique el invento ni presuma de ello, aunque suya sea la idea que hace posible que 31 años después estén dispuestas 15.000 sillas a lo largo de cinco kilómetros de mesas en las zonas habituales del casco antiguo de Avilés. Tiene el mérito, eso sí, de haber creado una fiesta a la que auguraban poco recorrido y acabó convirtiéndose en un éxito de participación y convivencia.

El mérito es suyo, pero no podemos responsabilizarla del éxito porque no le pertenece. Pertenece a los vecinos y vecinas de Avilés que, con su participación y su presencia, han hecho posible que la comida en la calle no solo no envejezca sino que cada año parezca más joven. Seguramente, algo tendrá que ver la conexión de la comida, que produce alegría y benevolencia, con el disfrute del tiempo compartido en una sobremesa anti elitista que no entiende de lujos, ni de clases sociales, y prioriza la condición de avilesina o avilesino como argumento fundamental para disfrutar en compañía.

El sentido de pertenencia que ha fomentado la comida en la calle genera una especie de patriotismo avilesino que se rememora los Lunes de Pascua y provoca emociones como la de estar orgulloso de vivir en Avilés o emocionarse al volver.

Fiestas y eventos gastronómicos hay muchos, pero la comida en la calle figura en el Libro Guinness de los Récords como la comida más multitudinaria de cuantas se celebran en el mundo. El reto es que siga siéndolo por muchos años porque, entre otras cosas, contribuye a combatir la soledad y el aislamiento social.

Decía el escritor y filósofo Javier Gomá, y estoy de acuerdo, que, hoy en día, el problema no es ser libres, sino ser libres juntos. Abandonar la sociedad individualista que fomenta el narcisismo, egoísta y solitario, y penetrar en la vida compartida para entrelazar nuestras vivencias y disfrutarlas con los demás.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 25 de marzo de 2024

Saber la opinión de Dios

Milio Mariño

Vuelve, otro año más, la Semana Santa y los teólogos y los filósofos siguen sin ponerse de acuerdo sobre si Dios es de piñón fijo o puede cambiar de opinión. Hay quien dice que sí y hay quien dice que no. En la Biblia se apuntan las dos posibilidades: que Dios es invariable en su personalidad y sus principios y que un cambio en la conducta del hombre puede hacerle cambiar de opinión.

Dando por cierto que, arrepintiéndonos y rezando, Dios perdona nuestros pecados avalaríamos la segunda hipótesis, pero el dilema sigue sin resolverse. Es una incógnita si Dios seguirá manteniendo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Fue lo que dijo. De todas maneras, quienes han venido siendo sus representantes en la tierra han actuado como si hubiera rebajado las exigencias. Induce a pensarlo que los ricos no tendrían esa obsesión por ser cada vez más ricos si tuvieran la certeza de que irán de cabeza al infierno.

Quién sabe. El mundo ha cambiado tanto, es tan distinto al que había cuando se escribió la Biblia, que cuesta imaginar qué dirían, ahora, los profetas y los apóstoles si tuvieran que pronunciarse sobre la justicia social, la igualdad de género, el matrimonio igualitario, los inmigrantes o la declaración universal de los derechos humanos.

Tal vez sea aventurar demasiado, pero si Dios pudo cambiar de opinión con respecto a los ricos, también pudo hacerlo con otras cosas. La idea que nos inculcaron, durante mucho tiempo, fue la de un Dios vengativo, intransigente y autoritario, alejado del Dios del perdón y el defensor de los pobres y los humillados. Esa es la historia, pero como el mundo es tan distinto al de entonces, no sería descartable que Dios haya querido ponerse al día para no quedar anticuado. Un detalle muy significativo es que, en 2013, eligió como su representante en la tierra a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco.

La propia iglesia asegura que el Papa elegido no recibe su misión de manos humanas, sino del Espíritu Santo. Y como todos sabemos que Dios es uno y trino no cabe duda de que la elección fue cosa suya.  Dios ha querido que lo represente un Papa que se ha mostrado en contra del proyecto ultra liberal y neofascista que está triunfando en muchos países. Apuesta por la justicia social, el buen trato a los inmigrantes y los refugiados, por aceptar y reconocer a los homosexuales y porque la mujer tenga un papel más importante no solo en el mundo, sino también en la Iglesia.

A tenor de quién es, ahora, el representante de Dios en la tierra no son pocos los que dicen que Dios ha pasado de ser de derechas a ser de izquierdas. Así lo han visto quienes aseguran que el Papa Francisco es un enviado del demonio y lo acusan de hereje y de comunista. Lo dijeron varios obispos y lo dijo Javier Milei antes de viajar a Roma y pedir disculpas. También lo dicen quienes sostienen que Dios es partidario del ultra liberalismo y de una sociedad en la que haya menos derechos y libertades.

Dios pudo cambiar de opinión, pero también puede ser que ni antes fuera de derechas ni, ahora, sea de izquierdas. Lo mismo es alguien que tuvo y tiene que luchar contra quienes intentan manipularlo y ponerlo de su lado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 18 de marzo de 2024

Cenar de madrugada

Milio Mariño

La vicepresidenta, Yolanda Díaz, ha vuelto a liarla con eso de que no es razonable que los restaurantes estén abiertos a la una de la madrugada. Lleva cuatro años en el Gobierno y sigue sin enterarse de que no aceptamos que nos den consejos y, menos, que nos digan qué podemos, o no podemos, hacer. ¿Y tú quién eres para decirme a mí a qué hora tengo que cenar? ¿Dónde está escrito que no puedo cenar, si quiero, un cachopo con patatas fritas a las dos de la mañana y acostarme con el estómago como una hormigonera?

Los consejos de los de arriba, y especialmente de los políticos, no suelen gustarnos. Al contrario, provocan rechazo y hacen que nos convirtamos en indómitos rebeldes cuya rebeldía consiste en presumir  de qué no aceptamos lo que nos dicen aunque, en el fondo, reconozcamos que, tal vez, lo digan por nuestro bien. Da lo mismo, nuestra respuesta suele ser visceral y, por tanto,  equivocada, pues si hubiera vida inteligente en los testículos habría menos lágrimas y el mundo sería más justo.

La sugerencia de la ministra ha levantado mucho revuelo a pesar de que las nuevas generaciones están mostrando un cierto rechazo hacia los viejos horarios de comer a las tres, cenar a las diez y ver la televisión hasta las tantas. Un programa como Master Chef Junior, protagonizado por niños y emitido por el primer canal de la televisión pública, empezaba los lunes a las once de la noche y acababa a la una de la madrugada.

Al margen de quien lo proponga, parece de sentido común que adoptemos unos horarios racionales que nos permitan conciliar la vida personal y laboral respetando unas horas mínimas de descanso y favoreciendo la vida familiar. Eso era lo que veníamos haciendo, poco a poco y de motu propio, pero bastó que alguien se atreviera a sugerirlo para que surgieran los que siempre están dispuestos a montar el pollo y apuntaran la tontería de que atenta contra nuestra libertad personal.

Es falso, como también lo es que el turismo pueda verse afectado porque los restaurantes no estén abiertos a la una de la madrugada. Quienes utilizan el turismo para justificar su protesta saben que los turistas, cuando están aquí, siguen con el horario de su país y cenan a las siete de la tarde. Es muy raro que veamos a un alemán o a un inglés cenando a la una de la madrugada. Ellos siguen a lo suyo. Somos nosotros los que tenemos que cambiar el horario y cenar más temprano, cuando vamos de vacaciones a un hotel español.

No pasa nada; nos adaptamos a ese horario y todo discurre con normalidad. Pero claro, si se plantea como sugerencia, enseguida aparecen los que reaccionan poniendo el grito en el cielo por cualquier cosa. Menos mal que el sentido común acabará imponiéndose a la ridiculez de los que defienden una supuesta libertad personal que ellos nunca tendrán porque, en el reparto de cartas que da la vida, seguramente que no están ni estarán entre los que pueden permitirse el lujo de cenar en un restaurante a la una de la madrugada. Los que de verdad pueden hacerlo, sonríen y no dicen nada porque les da igual la opinión de los que protestan y las medidas que se tomen.  Seguirán cenando donde quieran y a la hora que les dé la gana.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 11 de marzo de 2024

Doble rasero como unidad de medida

Milio Mariño

Siempre que estalla un caso de corrupción, y toca asumir responsabilidades, el criterio que se utiliza para exigir que se corten cabezas o pedir dimisiones, depende de si se trata de uno de los nuestros o alguien de otra familia. El doble rasero es una unidad de medida que suele emplearse de forma descarada no solo en política, también en la justicia, la policía y, aunque parezca mentira, el área de penalti de los campos de fútbol.

En política, algunos recurren a la presunción de inocencia como disculpa para parar el golpe y no asumir responsabilidades hasta que se pronuncie la justicia. Sin embargo, cuando el implicado es de otro partido piden la guillotina de forma inmediata.

Ejemplos de doble rasero hay a montones. Hay jueces que no ven quién está detrás de M. Rajoy y tienen vista de lince para ver lo que no ve nadie. También es habitual que la policía golpee con saña a los obreros en huelga o a los que tratan de impedir un desahucio, mientras que a los manifestantes de extrema derecha los trata como a hermanitas de la caridad.

Este trato selectivo que, para entendernos, llamamos doble rasero, suele darse a menudo y es, por así decirlo, una costumbre arraigada. Jordi Puyol o Rodrigo Rato, pueden estar implicados en el robo de cientos de millones, pero son tratados con una consideración y un respeto que para sí quisiera un ratero que roba una lata de berberechos. Por lo visto, es más peligroso y más despreciable un ratero de tres al cuarto que un ladrón de guante blanco.

El doble rasero hace que algunas realidades sean ignoradas mientras que otras  se magnifican para que la prensa, la televisión y la radio amigas, las conviertan en tragedias apocalípticas. Tal vez sea oportuno preguntarse qué pasaría si Koldo García fuera hermano de Isabel Díaz Ayuso y se hubiera trajinado las mismas comisiones vergonzosas por el asunto de las mascarillas. Seguramente, la reacción hubiera sido distinta, el tema se trataría como algo anecdótico y la noticia no alcanzaría la categoría de escándalo.  

Con la corrupción solo cabe ser implacables pero, a veces, da la impresión de que se exige más a unos que a otros. Los partidos de derechas suelen ser más tolerantes cuando el corrupto es de los suyos. En ese caso, el partido lo arropa siguiendo un patrón que consiste en escurrir el bulto y cierta chulería. Aquí no ha pasado nada y si alguien pide responsabilidades que se atenga a las consecuencias. La prueba de cargo está en Pablo Casado, que lo echaron por tratar de esclarecer un caso de corrupción mientras que su sucesor, Feijoo, miró para otro lado y no le importa presidir y dirigir el partido desde un despacho y una sede cuyas obras se pagaron con dinero negro.

El doble rasero viene de muy antiguo y no se considera injusticia. La gente importante y de buena familia puede tener un desliz, pero si hace algo malo nunca lo hace queriendo. Así que cuando le piden cuentas responde como aquel obispo que dijo que los menores provocan mucho y están deseando el abuso.

La corrupción, en ningún caso es disculpable. Hay que atajarla y condenarla venga de donde venga, no solo si el corrupto es de otro partido. El rasero debe ser el mismo para los nuestros que para cualquiera.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 4 de marzo de 2024

El mandil sigue ahí

Milio Mariño

Los recuerdos no se los lleva el viento, se atrincheran en algún lugar de nosotros y cuando se aburren nos dan un pellizco. A mí me lo dieron mientras paseaba por el mercadillo que organizan los lunes en la Plaza de Abastos. Caminaba distraído mirando los tenderetes cuando, de pronto, vi un mandil. Uno que eran muchos porque en los tenderetes había un amplio surtido de tallas y colores, prueba de que los mandiles se siguen vendiendo, a pesar de que son una prenda que pertenece a un pasado en el que las tareas domésticas estaban peor repartidas y las mujeres andaban todo el día de aquí para allá, limpiando, guisando y, si acaso, atendiendo el huerto y cuidando de los animales como pasaba en el mundo rural.

El mandil al que me refiero,  de tela y casi como una bata, se asocia a la mujer ama de casa y al trabajo no remunerado. Detrás de esa prenda hay mucha faena por más que antes no se reconociera y ahora se reconozca un poco. Fueron muchos años que las mujeres ponían el mandil por la mañana y no se lo quitaban hasta la noche para dormir. No sabían de empoderamientos ni celebraciones. La primera manifestación autorizada en España, por el 8 de marzo, se celebró en 1.978, en el Pozo del Tío Raimundo, en Madrid, donde la plataforma de organizaciones feministas logró reunir a casi mil personas.

Puede parecer lejano, pero todo es muy reciente. La mujer ha tenido que ir, paso a paso, ganando derechos que los hombres disfrutaban desde un principio. Hace nada, en España no era delito la barbaridad de que el hombre matara a su mujer si entendía que le había sido infiel. El crimen tenía como castigo una infracción civil o un destierro y no fue hasta 1.963 cuando prohibieron estos asesinatos que gozaban de impunidad. Aun así, la mujer siguió siendo ignorada como persona de pleno derecho hasta el año 1981, que fue cuando, por primera vez, pudo abrir una cuenta corriente a su nombre en un banco, o tener un pasaporte propio sin permiso del marido. Ese año, también se legalizó el divorcio.

 Solo tres años antes, el 7 de octubre de 1.978, y como consecuencia de los Pactos de la Moncloa, se había despenalizado el uso de la píldora anticonceptiva. Una medida que supuso una auténtica revolución social ya que la ignorancia y el desconocimiento que las mujeres y los hombres tenían sobre todo lo relacionado con el sexo era supina. Contaba, hace poco, un médico vasco que, después de la despenalización, todos los meses extendía dos recetas de la píldora anticonceptiva a una paciente sin atreverse a preguntar por qué dos. Aquello no le cuadraba y empezó a sospechar que traficaba con el medicamento. Al final se atrevió y preguntó: ¿Por qué me pide dos? Porque es lo mínimo, doctor: una para mí y otra para mi marido.

El mandil sigue ahí y su presencia sigue denunciando, en silencio, la presión que ejerció y ejerce sobre las mujeres cuando se lo ponen. Los hombres, ahora, también empiezan a ponerlo y lo usan de vez en cuando, pero las mujeres no acaban de quitárselo. Esa es la diferencia. Los muchos mandiles que siguen a la venta en los tenderetes de los mercadillos prueban, mejor que cualquier estadística o estudio, que en igualdad todavía falta mucho.  


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 


lunes, 26 de febrero de 2024

Familias multiespecie

Milio Mariño

Estaba en una terraza tomando café, y aburriéndome como un percebe, cuando alguien, en la mesa de atrás, dijo que su familia era multiespecie. Otro fantasma, pensé, que intenta hacerse el gracioso contándonos que tiene una familia rara. Qué sé yo: una suegra diplomada en artes marciales, un cuñado astronauta… Pero seguí con la oreja puesta y resultó que la familia en cuestión no tenía nada de rara; era una de las muchas familias que están compuestas por un hombre, una mujer y un perro. Animal que ha pasado de ser de compañía a ser de la familia.

No hace mucho, las familias eran todas de la misma especie. Ahora depende. Lo explicaba muy bien una señora muy simpática que vi en la tele contestando así a quien la entrevistaba: No puedo decirle que este perro sea mi hijo porque los hijos crecen y llega el momento en que ya no tienes que limpiar sus cacas, pero por lo demás lo quiero y lo trato con el mismo cariño que se puede tener por un hijo. Las madres, cuando un hijo se pone enfermo salen corriendo para el pediatra. Yo hago lo mismo, pero lo llevo al veterinario.

Las estadísticas oficiales dicen que en España hay más perros que niños.  Hay 9,3 millones de perros y 6,7 millones de niños menores de 14 años. Datos que confirman que los hogares españoles no son lo que eran y que muchas parejas han decidido tener “perrhijos” porque salen más baratos y no les complican la vida. Tienen un perro, celebran su cumpleaños con tarta y velas y hasta le ponen regalos. No les preocupa lo que puedan pensar los vecinos.

Asturias es la comunidad con más perros por habitante. Tenemos 3,51 perros por cada 10 personas. Desconozco si es que los asturianos queremos mucho a los perros o estamos muy solos y pensamos que pueden hacernos compañía. Sea lo que fuere tener un perro en la familia no se limita a su presencia física, siempre queremos ir más allá y no resistimos la tentación de hablar con ellos como si fueran personas. Algo que, de momento, resulta complicado porque hablar con los animales es fácil, lo difícil es que te entiendan.

Difícil, no se sabe hasta cuándo porque entre las muchas ventajas que anuncian para la Inteligencia Artificial está lo que llaman “Machine Learning”. Una aplicación que nos permitirá comunicarnos con otras especies a una velocidad y con una precisión que es imposible para los humanos.

Lo presentan como un avance sin precedentes, pero habrá que verlo. Los científicos coinciden en que los animales nos entienden mejor a nosotros que nosotros a ellos. Por eso que tal vez sea aconsejable que los perros sigan siendo perros y que no nos empeñemos en hacerlos humanos. Hemos llegado hasta aquí, cada uno por su lado, y no nos ha ido mal. Los perros han pasado de dormir a la intemperie a dormir en nuestra cama y nosotros de tirarles piedras a disfrutar de su compañía. Si la inteligencia artificial nos permite hablar con ellos igual descubrimos que tienen una idea política distinta a la nuestra, o son de otro equipo de fútbol. Y entonces empezarían los líos. Así que mejor seguimos con Darwin y la evolución de las especies. Los perros han evolucionado y ahora son de la familia pero, en lo de hablar, ya hablarán cuando les toque.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 19 de febrero de 2024

Morir de viejos

Milio Mariño

No es frecuente pero, a veces, abres el periódico y te encuentras con algo que no había ocurrido nunca. El que fuera Primer Ministro holandés Dries van Agt, y su esposa Eugenie Krekelberg, ambos de 93 años, decidieron morir y murieron al mismo tiempo mediante una eutanasia conjunta.

Morir de viejo no tiene nada de malo, al contrario, es lo que todos deseamos y algunos no lo consiguen. Aunque, claro, también hay egoístas que son viejos y se empeñan en seguir viviendo. Lo denunciaba el que fuera ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, quien declaró hace unos años que las personas mayores deberían darse prisa y morir para aliviar los gastos del Estado en pensiones y atención médica. También el Fondo Monetario Internacional y la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, alertaron sobre los riesgos que supone para los Estados y la economía mundial que los viejos vivan demasiado. Hubo, incluso, quien se atrevió a ir más allá. Yusuke Narita, profesor de Economía en la Universidad de Yale, y muy popular en las redes sociales americanas, dijo no hace mucho que sería conveniente que se abriera un debate sobre la posibilidad de que la eutanasia fuera obligatoria para los viejos, en un futuro no muy lejano.

Tal vez porque conoce y comparte estas ideas, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso justificó la muerte de 7.291 ancianos, que no fueron trasladados desde sus residencias geriátricas a los hospitales, cuando la pandemia del coronavirus, porque se iban a morir de todas maneras. Ya eran viejos y los viejos, puestos a morir, se supone que no debería importarles hacerlo en un sitio cualquiera que no tiene por qué ser, necesariamente, la cama de un hospital.

Allá por las altas esferas, los que mandan en el mundo y no sabemos si también en algún laboratorio de China, han llegado a la conclusión de que los viejos viven demasiado. Muchos por encima de sus posibilidades y algunos de su cordura.

 La sociedad ha hecho de la juventud un modelo para toda la vida y la vejez se ha convertido en un odioso problema. La palabra viejo se ha asociado a la idea de sobrante o deshecho y en esas estamos. Por un lado la ciencia se afana en dilatar la vida de las personas y por otro los expertos en economía dicen que no sale a cuenta. Que los viejos van estirando su aliento y engañando a la muerte y que en ese empeño se vuelven insoportables.

Más vale que nos preparemos, aunque la verdad es que tampoco podemos hacer mucho. Todo aquello que nos enseñaron para que aprendiéramos a ser solidarios, mejores, más libres y más justos, parece que solo ha servido para que el mundo camine hacia una nueva forma de nazismo.

Lo que nos hace viejos, dicen los expertos, no es la edad es el miedo. El miedo, sobre todo, a convertirnos en una carga y no ser útiles. Eso explicaría que muchos, después de jubilarse, quieran seguir en activo y se ocupen de cosas que para los jóvenes tienen poca importancia como, por ejemplo, vigilar las obras y estar al tanto de que no abran la misma zanja, en la misma calle, más de tres veces el mismo año. Podrá parecer poco importante, pero solo por eso ya compensan el gasto y merecen seguir viviendo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión 


lunes, 12 de febrero de 2024

A buen tiempo… ¿mala cara?

Milio Mariño

Este año hemos subido la cuesta de enero con un tiempo estupendo. Daba gusto; parecíamos ciclistas subiendo el Angliru en junio. Hubo eneros, casi todos, en  los que, a las dificultades que siempre tenemos para subir la maldita cuesta, había que añadir un tiempo de perros. Lluvia, nieve, heladas y ese viento frio que te deja las orejas como dos berenjenas sin dueño. Este año nada, ni siquiera daba pereza salir a tirar la basura. Y si añadimos la fortuna que ahorramos en calefacción, lo del cambio climático solo parece negativo por el incordio de tener que disparar todos los días los cañones de nieve. Solo por eso, porque las restricciones de agua no son consecuencia del clima.  Lo dijo Isabel Díaz Ayuso. Dijo que cerrar las plazas de toros y darle alas al separatismo es la causa de que haya menos libertad y más sequía.

La Presidenta de la Comunidad de Madrid acostumbra a sorprendernos con sus diagnósticos atrevidos y sus recetas originales para casi todo y también para el clima. Una idea muy aplaudida fue la de poner macetas con flores en los balcones. Lo suyo con el clima es como lo de Groucho Marx en aquella película: “¿A quién va usted a creer: a mí o a sus propios ojos?”

Nuestros ojos nos llevan a que casi todos estemos de acuerdo en que no debe ser nada bueno que haga buen tiempo en invierno. Pero, claro, también nos gusta que la primavera empiece en enero. Las terrazas de los bares están llenas a rebosar y la gente disfruta olvidándose de los abrigos. Y como, al final, lo que importa es que el personal disfrute y se lo pase en grande, todo lo demás tendrá que supeditarse al bien principal. Incluidos, por supuesto, los agricultores, que insisten en protestar cuando deberían plantearse si en vez de seguir cultivando las frutas y verduras que cultivaban sus abuelos no sería mejor que cambiaran el chip y cultivaran frutas tropicales como el caqui, la guayaba o el mango. Algo nuevo. Las verduras del tipo berza de toda la vida, el brócoli o la coliflor podemos importarlas de Taiwán o de China, lo mismo que importamos los pantalones vaqueros. 

Lo principal es que la gente esté contenta y vengan muchos turistas, luego ya veremos cómo se soluciona la escasez de agua. Igual tenemos que ducharnos menos, no tirar de la cadena siempre que vamos al váter o cerrar el grifo mientras nos cepillamos los dientes. Medidas que nunca vienen mal porque suponen un ahorro que podemos destinar a tomarnos otra cerveza.

Sobre que haga buen tiempo en invierno hay mucho que hablar. Por un lado nos invitan a vivir el presente como si no hubiera un mañana y por otro se empeñan en no dejarnos vivir hablándonos del mañana que nos espera y de un cúmulo de desgracias. Habíamos dejado atrás el covid19, como una preocupación que nos agobiaba, y cuando empezábamos a respirar vuelven a meternos miedo con el cambio climático, la guerra de Ucrania, la situación en Oriente Medio, los inmigrantes…   

Hablar del futuro, solo, en negativo aporta pesimismo y amarga nuestro carácter. Además, sirve de poco. No parece que los desarreglos del cambio climático vayan a solucionarse poniendo mala cara al buen tiempo. Ser feliz es adaptarse a los cambios. Y a este, aquí por el norte, estamos adaptándonos divinamente.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 5 de febrero de 2024

Al rico impuesto

Milio Mariño

Siempre que salía a relucir el tema me costaba admitir que el deporte favorito de los políticos fuera, como decían, maltratar y despreciar a los ricos. Creía más bien lo contrario pero, poco a poco, me fui desengañando y acabé por desengañarme del todo gracias al reciente Foro Económico Mundial de Davos, donde un grupo de multimillonarios exigió que les pongan más impuestos y los políticos quedaron mudos. No dijeron nada para evitar decir lo que piensan: a los ricos ni agua. No les conceden una. Les gusta hacerles sufrir.

Pero los ricos aguantan y son tozudos. Plasmaron su petición por escrito en una carta, titulada “Proud to Pay More”, con la que instan a los líderes políticos a que les pongan más impuestos para mejorar los servicios públicos. La carta está firmada por más de 250 multimillonarios, entre los que destacan Brian Cox, Abigail Disney, Robert Bosch y Valerie Rockefeller.

Puede llamar la atención que, entre los firmantes, no figure ningún millonario español, pero es que los millonarios españoles saben jugar sus cartas. Están deseando pagar más impuestos igual que sus colegas, los millonarios de otros países, pero no lo piden porque saben que aquí, basta que lo pidan para que no se lo den.  A lo mejor el PSOE, que siempre quiso llevarse bien con ellos, igual podría estar por la labor, pero el PP se negaría y diría rotundamente que no.

Acaba de hacerlo  Alberto Núñez Feijoo, que ha dejado claro que no piensa ceder y asumir lo que piden los ricos. Ha pedido eliminar el impuesto a las grandes fortunas, aprobado por el Gobierno de coalición, y también que devuelvan el impuesto de Patrimonio a las Comunidades Autónomas para que, donde gobierna el PP, lo eliminen en la práctica, como hizo él en Galicia.

El PP se mantiene firme en sus convicciones. Tiene marcada su hoja de ruta y, por más que los ricos insistan, seguirá adelante con su postura. Está radicalmente en contra del masoquismo fiscal.

Habrá que ver si los ricos se quedan de brazos cruzados. Lo que acaba de suceder en Davos no fue, como piensan algunos, un calentón después del champán. Se trata de una tendencia que los políticos no vieron venir y dará mucho que hablar. La agencia de encuestas Survation, con sede en Londres, publicó hace unos días un sondeo, en el que participaron muchos millonarios de los países que forman el G20, y el resultado fue que el 74% apoya que aumenten los impuestos sobre la riqueza para ayudar a los Gobiernos a que puedan hacer frente a los problemas de exclusión social.

La democracia exige tratar a todos por igual y así debería ser. Los ricos dicen que quieren pagar más, pero no les corresponde a ellos decidir cuánto tienen que pagar. En eso llevan razón los políticos que, lógicamente, defienden los intereses del pueblo y la soberanía popular. No puede ser que quienes más tienen hagan siempre lo que quieran y se salgan con la suya. Ahora bien, lo mismo que digo una cosa digo la otra. Tampoco merece la pena hacer un drama por esto. Si fuera que los políticos se plegaran, habitualmente, a las exigencias de los poderosos sería otro cantar. Pero como sabemos que están de nuestro lado, seguro que nadie les hará ningún reproche si es que al final acaban cediendo y dan ese capricho a los ricos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 29 de enero de 2024

El mono de los chinos

Milio Mariño

El pesimismo defensivo, el miedo a no estar a la altura, dicen que es un trastorno habitual que sufren muchas personas, pero me temo que debe afectar, sobre todo, a quienes somos ya muy mayores para seguir la marcha que lleva el mundo. Da igual que hagamos un esfuerzo por estar al día, no aguantamos el ritmo que impone la ciencia y la tecnología. Nos parece un milagro haber asumido que podemos hacer fotos con un teléfono como para que ahora nos pidan que reflexionemos sobre las consecuencias de que los chinos hayan clonado un mono que llaman Retro, tiene tres años y está creciendo sano y fuerte como cualquier otro de la misma especie que hubiera nacido de un padre y una madre.

Algo sabíamos de la oveja Dolly pero, según las revistas científicas, dos años más tarde, en 1998, clonaron los primeros terneros. Luego, en 1999, clonaron cabras, en 2000 cerdos, en 2002 conejos, en 2005 perros y, en 2007, la Universidad de Naciones Unidas publicó un informe en el que planteaba que la clonación de seres humanos, casi con toda seguridad, sería inevitable.

Tan inevitable como que, seguramente, ya se ha producido. Insisten en negarlo para que no nos asustemos, pero si han clonado a todos esos animales tiene poco sentido que hubieran hecho una excepción con nosotros.

 Me refiero a clonarnos enteros, de pies a cabeza, porque clonarnos por partes, como puede ser nuestra imagen o el tono y el timbre de nuestra voz, ya lo están haciendo y no tienen reparo en reconocerlo. Incluso presumen de qué pueden conseguir que nos parezcamos a Brad Pitt o que cantemos como el mismísimo Pavarotti. Hemos llegado al extremo de que nos cuesta saber qué es real y qué no. Nuestro cerebro tiene dificultades para advertir la diferencia. Así que un humilde consejo, cuando nos asalta la duda sobre sí, realmente, somos nosotros, es que cojamos un martillo y nos demos un martillazo en un dedo. Si, sentimos dolor y gritamos una blasfemia muy gorda podemos estar tranquilos porque somos quien somos y no un hermano gemelo creado en una granja de repuestos humanos.

Quienes clonaron al mono Retro, en declaraciones a la prensa, dijeron que clonar a una persona sería del todo inaceptable. Insistieron en que la finalidad de su experimento es obtener primates para la experimentación médica. Disculpa que, a estas alturas, es poco creíble.

Comentaba al principio que las personas de cierta edad no estamos capacitadas para abordar estos temas. Imagino lo que van a decirme: Si no sabes para que te metes. Llevan razón, por eso que no voy a recurrir a cuestiones éticas o argumentos filosóficos a favor o en contra. Sería una temeridad por mi parte. Prefiero ir a lo práctico aún a riesgo de parecer muy simplista.

Lo práctico es que, por mucho que los chinos presuman de un gran avance científico, el mono clonado no deja de ser una copia. Una buena copia, sí quieren, que se parece mucho al original, pero, al fin y al cabo, una copia. Y eso lo dice todo. Un mono copiado, y además por los chinos, será de la calidad que suelen tener sus productos. Si en vez de chino fuera alemán...Pues igual qué sé yo... Pero a este pobre mono le doy de vida lo que a un destornillador o a un serrucho.

 Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 22 de enero de 2024

Boliñas vienen y van

Milio Mariño

Se agradece cuando los políticos emplean un lenguaje llano y sencillo. Siempre es preferible que se olviden de la retórica y los tecnicismos y hablen claro. Así lo hizo Alfonso Villares, Consejero de la Xunta de Galicia, quien aseguró, en rueda de prensa, que las boliñas, se refería a los pellets de plástico que llegaron a las playas gallegas, entran por donde entran y salen por donde salen, con lo que no hay  problema si accidentalmente tragamos una.

Una o una docena, porque las boliñas que dice el Consejero pueden venir dentro del pescado y el marisco y podemos tragarlas a pares. Claro que, a lo mejor, propician un tránsito más certero y son buenas para el estreñimiento. El problema sería que provocaran una reacción química dentro del intestino y se produjera meteorismo, en cuyo caso las boliñas actuarían como perdigones y el afectado podría verse en un compromiso.

Aclarado que lo que entra por la boca sale por donde sale, la Consejera de Medio Ambiente, Ángeles Vázquez,  acudió al rescate de su compañero asegurando que las boliñas no son toxicas ni peligrosas porque están compuestas por tereftalato de polietileno. No piensa lo mismo la Unidad Especializada en Medio Ambiente de la Fiscalía General del Estado, pero la Xunta sospecha que quieren cargarles el muerto.

Así están las cosas. Enfadarnos no sirve de nada, es mejor tomarlo con humor aunque gracia no tenga ninguna. Los pellets, también conocidos como Nurdles o lágrimas de sirena, son pequeñas bolas, de menos de 5 mm, que se utilizan para fabricar productos de plástico. Según los expertos, además de su propia toxicidad, actúan como imanes y atraen otras toxinas que los convierten en bombas tóxicas.

Este regalo se lo debemos al mercante Toconao, buque con bandera de Liberia del que cayeron seis contenedores, cuando navegaba a 43 millas de Viana do Castelo. Cinco de esos contenedores llevaban pasta de tomate, neumáticos, barras de aluminio y rollos de papel film. El otro, el sexto, contenía mil sacos de pellets, de 25 kilos cada uno, lo que supone millones de boliñas. La pasta de tomate, los neumáticos, las barras de aluminio y los rollos de papel film que, también, fueron a pique, acabarán en el fondo del mar y en las playas, pero son más fáciles de ver y más difíciles de tragar. 

El vertido, como era de esperar, afecta a Galicia, Asturias y toda la costa del mar Cantábrico. Son microplásticos que contaminan el ecosistema marino y entrañan un riesgo para la salud de las personas.  Pero ha vuelto a ocurrir lo de siempre, que la chapuza es el modelo de gestión cuando se trata de una catástrofe. No aprendemos de los errores, repetimos las tonterías inaceptables.

Una vez más, lo primero que hicieron los políticos fue mirar para otro lado y negar que existiera el problema. Lo segundo, cuando ya no podían ocultarlo, fue buscar a quien echarle la culpa. Lo tercero, como en otras ocasiones, consistió en discurrir algo gracioso para tranquilizarnos. En su época fue el bichito que si se cae se mata (la colza), luego los hilillos de plastilina (el chapapote) y ahora las boliñas que se comen y se cagan.

Abochorna como gestionan estos problemas. El procedimiento siempre es el mismo. Empiezan por ignorar la catástrofe, luego hacen como que hacen sin hacer nada y, en última instancia, confían en que los voluntarios lo arreglen.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 15 de enero de 2024

Paciencia que ya no hay

Milio Mariño

Estando en la cola para la caja del supermercado, me di cuenta de que hemos perdido la paciencia. Casi nadie la tiene. No cometí el error de cambiarme a la cola de al lado porque sé que cuando cambias siempre avanza más rápido la que dejaste, pero estuve tentado. La espera me sirvió para convencerme de que vivimos en un mundo frenético del que pocos escapan. Nos hemos acostumbrado a la prisa y, hasta los jubilados, vamos pasados de revoluciones y tenemos tanta prisa o más que los jóvenes.

La prisa, la eficacia y la rapidez forman un torbellino que nos lleva de un sitio a otro  como si fuéramos bomberos en un incendio interminable. Vivimos apresurados sin saber por qué. Una escena que se repite es la de alguien que va por la calle y se encuentra con un amigo que le saluda, y le estrecha la mano, mientras sigue hablando por el móvil, mira el reloj, sonríe y aparta el teléfono para decirle que anda liadísimo y no puede pararse con él ni un minuto.

Pues nada, que lo disfrute. No llega primero el que más corre. Frase de nuestros abuelos que sigue vigente y acaba de renovarse con un experimento que, hace poco, hicieron en Londres, dónde, en las estaciones del metro y por espacio de un mes, pidieron a los pasajeros que cuando subieran en las escaleras mecánicas quedaran quietos, que no siguieran andando. Según el diario The Guardian, mientras adoptaron esta medida, se redujeron las aglomeraciones un 30% y la movilidad mejoró, pero fue un dolor de cabeza para los vigilantes, pues los pasajeros se rebelaban, malhumorados, y exigían hacer uso de las escaleras como quisieran.

Hemos perdido la capacidad de esperar. Todo lo queremos urgente, de manera inmediata y además sin esfuerzo. Buena culpa la tiene el acceso instantáneo a cualquier información. La velocidad y el resumen lo dominan todo. Las noticias ya vienen, incluso, con el apunte de cuánto vas a tardar en leerlas.

Al rebufo de esta vorágine, nadie valora si necesita ir con prisa o puede hacer lo mismo a otro ritmo. Es como si la prisa diera prestigio porque se supone que quien va con prisa es alguien ocupado y, por tanto, importante. Alguien que no puede permitirse el lujo de esperar que el semáforo se ponga en verde porque el tiempo de espera es tiempo perdido.

La paciencia está mal vista. Pisar el freno y no reaccionar de inmediato nos deja fuera de juego. Y como tenemos miedo de quedar rezagados y no estar a la altura, no paramos de inventar nuevas prisas que si razonáramos con sentido resultaría que estamos locos. Pulsamos varias veces el botón del ascensor pensando que así llega primero, nos aburre cuánto tarda en abrirse la puerta del garaje y cuando en el microondas ponemos un minuto, la espera se nos hace eterna y difícil de soportar.

Espere un momento por favor podemos entenderlo de dos maneras. Podemos entenderlo como una orden, o como un ruego que invita a la reflexión y sirve para percibir que todo lo que nos rodea tiene su propio ritmo. Nada va a cambiar por más que nos enfademos y lamentemos su lentitud. Las cosas pasan cuando tienen que pasar, ni antes ni después. El secreto, para no impacientarnos, es hacer algo mientras esperamos. Por ejemplo, contar hasta diez.


Milio Mariño / Articulo de Opinión/ Diario La Nueva España


lunes, 8 de enero de 2024

Creer en los Reyes

Milio Mariño

No sabría decir si la primera gran desilusión de mi vida fue cuando dejé de creer en los Reyes. No sé tampoco si coincidió con la pérdida de mi inocencia o la inocencia ya la había perdido y asumí aquella mentira sin sufrir el trauma que dicen sufrir algunos. Supongo que fue una sorpresa, pero no creo que fuera traumática porque no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que seguí fingiendo, y haciéndome el inocente, por lo menos, dos o tres años más. Fingía que seguía creyendo en los Reyes para no desilusionar a mis padres.

Los padres, es decir los adultos, también tienen sus ilusiones y su mundo mágico. Creer en los Reyes no se circunscribe solo a los niños. Hay adultos  que reciben regalos y no preguntan de dónde vienen, ni quien los compra, ni con qué dinero. Creen en los Reyes, cierran los ojos y disfrutan mucho.

Todavía no se ha resuelto el debate sobre si conviene desvelar quienes son, en realidad, los Reyes, o es preferible descubrir la verdad por uno mismo. Romper el hechizo supone una decisión arriesgada porque no hay nada más bonito que la inocencia de alguien ilusionado. Para muestra ahí está esa gente que, noche tras noche, acude a la calle Ferraz para rezar el rosario y pedirle a la Virgen que eche a Pedro Sánchez de La Moncloa. Resulta tan conmovedor que ni el Papa se atrevería a decirles que la Virgen tiene bastante con lo suyo como para meterse en más líos.

Una de las ventajas de la democracia es que cualquiera puede creer en lo que más le apetezca, aunque sea un disparate. A nadie se le impide creer en los Reyes Magos, en los otros reyes, en Santa Bárbara Bendita o en cualquier cosa. Tampoco se impide, aunque por sentido común nadie debería hacerlo, pedir lo imposible. Eso lo sabíamos los niños de mi época, pero los niños de ahora, y los adultos, piden lo que les apetece sin límite alguno. Y luego, claro, vienen las decepciones por los regalos y los discursos.

Los regalos, al fin y al cabo, pueden cambiarse, pero los discursos son para toda la vida; da igual que te agraden o te disgusten.

Sabemos, porque ellos mismos lo dijeron, que estas navidades algunos pidieron al Rey que les trajera un discurso duro con los pactos de investidura, la ley de amnistía y el gobierno de izquierdas. Tenían la ilusión de que el Rey atendería sus peticiones porque lo habían visto enfadado en la toma de posesión de Pedro Sánchez y muy sonriente en la del argentino Javier Milei. Pensaban que daría un golpe sobre la mesa y se pronunciaría en el sentido de que no iba a consentir que los zurdos se salieran con la suya. Estuvo a punto, pero acabó pidiendo que los españoles nos portemos bien. Al parecer, nos hemos portado mal, especialmente, a la hora de votar.

Fue un discurso lógico. Si queremos que la tradición se mantenga los Reyes no pueden premiar a quienes no se portan como es debido. Tienen que darles un toque para que vuelvan al buen camino. Pura retórica porque como, al final, creamos lo que creamos, los Reyes son los padres, nadie mejor que ellos para decidir si lo que más nos conviene es un regalo útil y moderno o un juguete de los antiguos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


martes, 2 de enero de 2024

El año que empieza es el comienzo de nada

Milio Mariño

Siempre, por estas fechas, andamos a vueltas con los propósitos y los pronósticos para el año nuevo. Siempre volvemos a lo mismo a pesar de que el año que empieza es el comienzo de nada. Es mentira que uno acabe y otro vaya a empezar. El tiempo no se detiene. Sigue su marcha aunque creamos que hace un paréntesis para que salgamos de juerga y acabemos bailando La Conga la noche del treinta y uno. Es una sucesión de “ahoras” que haríamos bien en no desperdiciar porque no sabemos si habrá un mañana. Mañana puede ser nunca, pero esa reflexión, solo, la hacemos cuando nos da un arrechucho. Luego nos olvidamos y seguimos viviendo como si fuéramos inmortales.

Creernos inmortales supone que la felicidad puede aplazarse. Un grave error porque la vida se acaba. Lo tengo muy claro. Antes me hacía ilusión vivir hasta los cien años, pero lo he pensado mejor y creo que es demasiado poco. Pienso que puedo llegar a los ciento veinte en un estado aceptable. Hombre, después de los cien, no pido subir a los lagos de Covadonga en bicicleta, pero si seguir dando largos paseos por la orilla del mar y tener la cabeza como la tengo ahora, o mejor.

Pertenezco a una generación que piensa vivir muchos años y ha aprendido a no plantearse qué va a suceder en el futuro. Somos prácticos. Casi nada de lo que sucedió últimamente, ni los móviles, ni internet, ni la inteligencia artificial, estaba previsto. Así que para qué preocuparse. Las predicciones que hayan hecho para 2024 y después no sirven de nada. Da igual que las hagan con miles de datos y sofisticados ordenadores; son igual de fiables que aquellas que hacían, antiguamente, los adivinos en base a los rayos y las tormentas, el viento, el vuelo de las aves, los sueños, o lo que les venía a la cabeza después de beber un brebaje o comer hojas de coca. Que tal vez fueran las más acertadas.

Los pronósticos sobre el futuro fallan bastante. Y es lo que nos salva porque luego acaba sucediendo como con esos errores científicos que dan lugar a grandes hallazgos. Hace más de un siglo, el diario británico Times publicó un artículo en el que decía, literalmente, que el futuro era mierda a montones. Se refería a que, entonces, había en Londres 10.000 taxis de caballos, tranvías tirados por caballos y carros de carga que también empleaban caballos. Pasear por la ciudad suponía un suplicio debido a los excrementos, pues cada caballo produce diez quilos diarios de bosta y varios litros de orina. El pronóstico del periódico, por una simple extrapolación, era que en unos años las calles de Londres quedarían sepultadas por toneladas de boñigas y sería imposible transitar por ellas. Pero sucedió que aparecieron los vehículos a motor y las predicciones sobre la mierda en las calles fracasaron estrepitosamente.

Estamos, casi, en las mismas. Hemos cambiado la mierda de caballo por la mierda de los coches. De todas maneras, tampoco merece que nos preocupemos porque, al final, seguro que lo arreglan. Siempre nos meten miedo y luego resulta que no era para tanto. Además, todo lo que anuncian para 2024 y después está fuera de nuestro control. Por eso que tal vez sea mejor pensar poco y disfrutar mucho que pensar mucho y sufrir un montón.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España