Estaba con las noticias del
telediario cuando en esto que vi a Dani Alves alejándose de la cárcel en un
bonito todo terreno. Quedé que no daba crédito, sentí tanta rabia que me puse a
buscar palabras para escribir un artículo. Abrí el ordenador, pensé un poco y
escribí: preocupación por la deriva de la justicia. Debería darte vergüenza, dije
después de leer lo que había escrito.
Pocas veces escribimos lo que
pensamos. Siempre hay algo que nos aparta de la primera idea. En este caso, supongo
que sería la autocensura y el miedo a que me cayera un puro si decía lo que pensaba.
En alguna parte de mi cerebro debía sobrevivir el recuerdo de que Pedro
Pacheco, cuando era alcalde de Jerez, había dicho que la justicia es un cachondeo
y le habían caído cinco años de cárcel. Al final no llegó a cumplirlos, pero el
susto le sirvió de escarmiento. El alcalde hizo aquel comentario a raíz de una
sentencia que le prohibía derribar el chalé que Bertín Osborne había construido
de forma ilegal.
La justicia es cosa seria, no es cachondeo,
pero la gente la está tomando a broma porque no cree que sea igual para todos.
Cree que es blanda con los de arriba y dura con los de abajo. Ha llegado al
convencimiento de que la ideología, la condición social y el dinero mediatizan
algunas sentencias. Asiste, todos los días, al bochornoso espectáculo de unos
jueces que siguen en el cargo cinco años después de que concluyera su mandato y
a las intrigas, disputas y codazos por hacerse un hueco en el estrellato
judicial. Por si fuera poco, los periódicos reproducen sentencias que se dictan
en uno u otro sentido dependiendo de si los jueces son progresistas o de
derechas. Hay que añadir, además, otras sentencias que, jurídicamente, tal vez
sean impecables, pero, objetiva y moralmente, parecen injustas y parciales.
A nivel de calle, la justicia no pasa
por un buen momento. Un informe de la Unión Europea, publicado en 2023, señala
que los españoles están entre los europeos que peor percepción tienen de la
independencia judicial. Les sobran motivos. La justicia española se ha ganado a pulso el
desprestigio con un palmarés sin igual. Basta recordar algunas decisiones como
absolver a todos los acusados del caso Bankia, la sentencia que se conoce como
doctrina Botin, hecha a medida del banquero para salvarle de 12 años de cárcel
y una multa millonaria, el caso Gürtel, Bárcenas y el inidentificable M. Rajoy,
las tarjetas Black, Jaume Matas, Urdangarín y la Infanta, La Manada, Jordi
Pujol y familia, el Caso Kitchen, Lezo, Púnica, Rodrigo Rato, Zaplana… Resumiendo,
gente de bien que ha robado o defraudado a manos llenas y sigue paseando por la
calle y presumiendo de honradez. Algunos es verdad que han acabado en la cárcel,
pero entran y salen como quien va de visita turística.
Los ojos vendados de la justicia
pretenden simbolizar que es igual para todos. El problema es que, a veces, la
venda se cae y asoma el plumero; ese lado vergonzoso que considera justo que
con dinero se pueda reparar cualquier daño. Ha vuelto a suceder con el caso de Dani
Alves: la justicia ha puesto precio a la libertad sexual de las mujeres. Quien
tiene dinero paga y no va a la cárcel. Y no es cachondeo, es algo muy serio.
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Milio Mariño