jueves, 29 de noviembre de 2018

Cine asturianu

La mio parrafada de los xueves en Noche tras Noche de la RPA


El Mi lio d'esta selmana ye pol Festival de Cine de Xixón, un festival que yá va pola 56 edición y clausuróse'l sábadu pasáu con muncho humor y l'intervención de Rodrigo Cuevas, cantando resistiré del Dúu Dinámicu. Y seguru que resistirán porque ye un festival de calidá que dio'l Premiu del Principáu, al meyor llargumetraxe, a la película Hotel by the River del coreanu Hong Sang-soo y el premiu especial del xuráu al realizador y direutor xixonés Ramón Lluis Bande por "Cantares d'una revolución". Una película qu'acapia a la nuesa identidá, recuerda a Belarmino Tomás y recrea, cola voz del cantautor Nacho Vegas, el cancioneru d'Ochobre de 1934.

Dicen, los entendíos, qu'esti foi'l meyor añu del cine asturianu nel Festival de Xixón. Un cine que, cada vez más, esfruta de la reconocencia y llega a xaciase col meyor cine d'autor del mundu, en calidá y cantidá, porque na menos que’l 48% de les producciones españoles presentes nel festival foron asturianes. Lo cuál sospriende y fai que nos entruguemos si esiste, de verdá, un cine asturianu. Y, cuando dicimos asturianu estremamos ente trés posibilidaes porque convién estremar ente'l cine rodáu n'Asturies, el cine fechu por asturianos y el cine puramente nuesu…. Quiero dicir el cine de ciertu valumbu que resulte identificable nes sos temes, los sos enfoques o nos venceyos, ente los sos autores, como específicamente asturianu.

Si porque una cosa seríen les películes que se rueden n'Asturies, tomando Asturies como escenariu, otra la obra de direutores y realizadores nacíos n'Asturies y, ensin dulda, la más interesante, una cinematografía asturiana con traces propies.

Eso sería lo interesante y a eso voi… Porque equí nesta parrafada de los xueves avezamos a interesanos por tolo asturiano.

El casu que cuando los periodistes preguntaron polo mesmo inclusive'l premiáu Ramón Lluis Bande foi represu. Apenes quixo comprometese y precisar si lo que se ta cuayando ye xuna cinematografía o un enclín. Nun quixo esclarialo pero si dixo que ve con claridá que dalgo hai y dalgo se tá cuayando.

Elisa Cepedal, una xoven cineasta asturiana, que formóse y ta afincada en Llondres, dixo que, al igual que'l pueblu asturianu, el cine asturianu tamién ta en construcción. Que la situación de crisis y cambéu, que vive Asturies, y que se simboliza col zarru de les mines, ye mui estimulante y tamién val pal cine.

Hasta agora vimos películes asturianes, como In memoriam, un llargu nel que Bande enceta l'alcordanza y los olvidos del maquis n'Asturies…. Re Mine, una película na que Merino da una repasada a les postreres grandes fuelgues de la minería. O la premiada de Bande, Cantares d'una revolución, que recrea'l cancioneru de 1934… Toes suponen una mirada a la realidá asturiana d'un pasáu recién al que se vuelve porque pue esplicar el presente. Pero queda por ver si podemos pasar d'ehí… Quiero dicir, si la cinematografía asturiana pue dir más alló de les cuestiones identiaries. Yo apuestu que sí.

Milio Mariño

lunes, 26 de noviembre de 2018

Jabalíes en el Congreso

Milio Mariño

Hace veinte años, Luis Carandell ya lamentaba que los políticos españoles hubieran perdido el arte de la oratoria. Solíamos tomar café en el Nebraska de La Gran Vía, de Madrid, que estaba debajo de la SER. Era maravilloso disfrutar de su compañía y oír su repertorio de anécdotas a propósito de los diputados. Y, justo por eso, me vino a la memoria su recuerdo cuando vi las imágenes de lo que ocurrió la semana pasada en Las Cortes. ¿Qué pensaría Luis, autor de Celtiberia Show y Se abre la sesión, de estos parlamentarios de ahora? Aunque, claro, esto de ahora no son anécdotas. Tampoco, ni mucho menos, una exhibición de buena o mala oratoria. Esto coincide con lo que dijo Ortega, en un discurso pronunciado el 31 de julio de 1931, cuando acuñó la definición de jabalíes para describir a un grupo de parlamentarios entre los que también estaban varios diputados de Esquerra Republicana de Catalunya.

Lo de jabalí parlamentario viene bien para definir a unos cuantos y, sobre todo, a Gabriel Rufián. Es su estilo. Lo suyo es meter el colmillo y destrozar lo que encuentre a su paso. Es lo que trata de hacer quien se cree la estrella del Congreso por insultar a destajo y vestirse como quien va de manifestación por el barrio. Monta el número y luego, cuando lo enfocan las cámaras, sonríe orgulloso presumiendo de su hazaña.

Y tiene seguidores, claro que los tiene. Los hay que disfrutan con la vileza parlamentaria. Con los malos modales y los exabruptos que han sustituido a la ironía, la educación exquisita y la fina oratoria. Acertaba Ortega. Parece como si los jabalíes, que se acercan peligrosamente a las ciudades, también hubieran elegido el Congreso para hozar a sus anchas. Acabamos de verlo. Ana Pastor dijo basta y surgió algo así como una manada desfilando por delante del Gobierno. Incluso hubo uno que se volvió y lanzó, no se sabe muy bien si un gruñido o un escupitajo.

Las cámaras no lo aclaran pero, en cualquier caso, me parece fatal que traten de quitarle importancia al desprecio. Fue desconcertante ver a Borrell denunciando la afrenta, mientras el resto miraba para otro lado y hacía como si nada hubiera ocurrido.

Buscando explicaciones, a la nula reacción de los líderes, advertí una diferencia generacional que me preocupa. Borrell viene a ser, más o menos, de mi edad, un abismo con respecto a la edad de Rivera, Casado, Pedro Sánchez o el propio Gabriel Rufián. Es de otra época. Sabe lo que es el respeto y la buena educación. Por eso se siente herido y no acepta la sumisión a los malos modales y los insultos. No acepta, y me parece bien, que los diputados se porten como jabalíes y sustituyan lo que debería ser elocuencia por dentelladas de sus colmillos.

Por supuesto que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Rivera y Casado son de otra época y ven las cosas de diferente manera a cómo las vemos algunos. Es lógico. Pero eso no justifica que tengan que ser tolerantes con la falta de respeto. El respeto debe ejercerse de forma activa porque, de lo contrario, si extendemos la tolerancia a quienes se portan como energúmenos, nos convertimos en lo que son ellos. No quiero decir, con esto, que se eche más leña al fuego sino, simplemente, que no se quite importancia a lo sucedido.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 19 de noviembre de 2018

El cuento del coche eléctrico

Milio Mariño

Soy consciente de que la contaminación va en aumento y exige tomar medidas pero veo, prácticamente, imposible que dentro de veinte años todos los coches funcionen a pilas. Ya lo dice la canción, veinte años es nada. De modo que eso de que, en el 2040, no se permitirá la matriculación de turismos y vehículos comerciales ligeros con emisiones directas de dióxidos de carbono, no me lo creo. No me lo creo por más que lo anuncien a bombo y platillo y pongan como ejemplo que esa misma medida ya la tomaron en Suecia, en Alemania y en otros países.

Imagino el reproche y lo acepto. Reconozco que soy un escéptico, pero mi escepticismo no consiste en estar a favor o en contra del coche eléctrico, sino en preguntarme qué hay de cierto en los argumentos que lo avalan, dónde están los fallos, si es que los hay, dónde los intereses ocultos, si pueden sospecharse, y dónde las afirmaciones sin pruebas. Preguntas a las que he tratado de buscar respuesta dentro de mis posibilidades, claro. Uno llega hasta donde llega, que no es muy lejos. Pero, sin llegar muy allá, acabé encontrando evidencias que me llevaron a ratificarme en lo que les dije al principio: no me lo creo.

La primera son los ingresos fiscales. Es el impuesto especial de hidrocarburos por el cual el Gobierno recauda alrededor de 11.000 millones de euros al año, sin contar el IVA. Es decir que la desaparición del gasoil, y la gasolina, supondría dejar de recaudar esa millonada y añadir dos puntos del PIB al déficit. Una merma, brutal, de ingresos que sería insoportable para las arcas públicas. Así es que el Gobierno debería decir lo que no dice, de dónde piensa sacar el dinero que dejará de recaudar.

El agujero en la recaudación de Hacienda se me antoja insalvable pero hay más. España tiene ahora mismo 30 millones de coches en circulación. Coches que si fueran eléctricos, al menos dos tercios, deberían cargar su batería durante la noche para tenerla llena al día siguiente. Pues bien, ¿saben cuanta capacidad de generación eléctrica nocturna necesitaríamos? Nada menos que 90.000 MW, cantidad que sumada a la demanda habitual supondría casi el doble de la que tenemos. Pero es que, además, como la electricidad no se puede guardar en un depósito como sucede con los carburantes, sólo se produce la que se necesita en cada instante, ¿qué se podría hacer para responder a esa demanda? Lo digo porque nuestros principales recursos energéticos son el carbón, la nuclear y las renovables de origen eólico y solar. De manera que, no sé, lo mismo están pensando en regalarnos varias centrales nucleares o en poner torres eólicas en lo alto de los edificios.

Dejo aparte otros temas menores como el de qué quienes no tengan garaje tendrán que buscarse la vida para encontrar dónde recargar el coche o el de la autonomía, que con gasoil o gasolina es de 800 o 1000 Km y no pasa de 200 en el caso de los coches eléctricos.

Por eso, por lo apuntado anteriormente, insisto en que es muy fácil decir que, en el 2040, se acabarán los coches de gasoil y gasolina, pero si no nos dicen cómo piensan hacerlo sonará a cuento de hadas. Quedará muy bonito, como algo deseable, pero será materialmente imposible, incluso, dentro de veinte años.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de noviembre de 2018

Cosas de la edad

Milio Mariño

Como lo que más agradezco es divertirme recibí con una sonrisa la noticia de ese empresario holandés que ha llevado a los tribunales una petición para que le quiten veinte años de edad y en su pasaporte y documento de identidad figuren, solo, 49 años en lugar de los 69 que tiene.

La tontería apareció en todos los medios. Y no solo eso sino que de su petición se han ocupado incluso los jueces no sé si para solidarizarse con sus colegas españoles y demostrar que en Holanda la justicia también anda a uvas y es capaz de hacer el ridículo. Menos mal que la respuesta de sus señorías fue negativa. Los jueces dijeron que no habían encontrado argumentos legales para autorizar que un ciudadano pueda cambiar por voluntad propia el día de su nacimiento.

Pero Emile Ratelband, que así es como se llama el que quiere rejuvenecerse por lo legal, no estuvo de acuerdo. Echó mano de su juvenil ingenio y contraatacó diciendo que si los transexuales pueden cambiar de género y que conste en su pasaporte, por qué, él, no va a poder cambiar de edad.

Visto de esa manera, a uno le entran dudas. Además, el tal Ratelband, al parecer, se hizo una revisión y los médicos le aseguraron que fisiológicamente tiene 45 años. Así de joven es como se siente, y no como un jubilado, por eso dice que si logra cambiar la partida de nacimiento no pretende lucrarse de su situación actual, sino que está dispuesto a renunciar a su pensión y seguir trabajando hasta que, de nuevo, le llegue la hora. Se nota que es holandés. A un español jamás se le ocurriría proponer un trato tan desfavorable.

Lo más sorprendente es que diga que no es el miedo a envejecer lo que le ha llevado a plantear la reclamación. Que la ha planteado porque desea exprimir la vida al máximo.

No veo que la vida se pueda exprimir por cambiar una fecha en un papel pero agradezco que este señor se haya decantado por lo legal y no por soltarnos una retahíla de recetas mágicas y hablarnos de las bondades del ayuno, de la mosca de la fruta, del gusano Caenorhabditis elegans y de un compuesto llamado resveratrol que está presente en la piel de las uvas, en el vino tinto y en las nueces, y afecta a la actividad de un gen implicado en la longevidad. Hay todo un ejército de voluntarios insistiendo en la idea de que no es obligatorio envejecer. No lo será pero ya me dirán qué harían las familias sin los abuelos, sin esa tendencia, iniciada hace poco, de que los mayores cuiden de los niños para que los jóvenes puedan trabajar sin problemas. Menuda catástrofe si todos los que tienen 69 años reclamaran tener 49 y nos encontráramos con una sentencia como la primera de la Sala quinta del Supremo. Tendría que reunirse el Pleno y corregir el fallo como han hecho con las hipotecas.

La clave del caso, cuentan que estuvo en una pregunta que le hizo el Juez. “¿Dónde quedan esos 20 años que usted quiere quitarse?” La respuesta es difícil. Uno se quita años y no pasa nada. Está más o menos autorizado. Pero pedir que lo ratifique un juez… Para mí que son cosas de la edad. De los 69 que dice no tener.

Milio Mariño 7 Artículo de Opinión / Diario La Nueva España