lunes, 26 de diciembre de 2022

La noche mejor

Milio Mariño

Coincidió este año que después de la Nochebuena vino la noche mejor. Fue, muy probablemente, la noche de ayer, cuando todavía quedaba comida y turrón de la noche anterior, no estábamos obligados a ningún postureo hipócrita, los familiares insopor- tables ya se habían ido a sus casas y hoy no teníamos que madrugar porque vuelve a ser fiesta otra vez. Fiesta sin nada que celebrar, que es lo bueno, ya que el imperativo de divertirnos por obligación no suele resultar nada bien.

La noche de ayer seguro que fue estupenda para muchos y sobre todo para los que, cada vez son más, detestan la navidad. Gente que no soporta las comidas familiares y de empresa, la coacción de tener que hacer regalos por estas fechas y la de aparentar que vive bien y es plenamente feliz. Otro dato relevante es que, en la noche de ayer, posiblemente fueran bastantes menos los que pusieron el móvil encima de la mesa para consultarlo mientras cenaban.

Menciono lo del móvil porque una encuesta, publicada hace poco, reflejaba que el año pasado, por nochebuena, solo dos de cada diez hogares españoles habían logrado cenar sin ningún teléfono sobre la mesa. La mayoría de los encuestados confesaba que tenía la sensación de que durante la cena habían estado más pendientes del móvil que de su familia. Y lo que es peor, todos mostraban su desacuerdo con esa forma de proceder pero, al mismo tiempo, aseguraban que les interesaban más los mensajes que recibían por WhatsApp que lo que, en ese momento,  se hablaba en la mesa.

Las familias ya no son lo que eran. Y las cenas de nochebuena tampoco. Aquella  familia que conocimos, en la que convivían el matrimonio, los hijos, los abuelos y algún pariente que se había quedado solo, está en vías de extinción. Ahora hay familias que son una persona y un perro. Y viven tan ricamente. Lo único que los perros, y los gatos, es posible que pongan ojitos cuando ven las bolas del árbol, pero no están por la labor de abrazarse a sus dueños y compartir la nochebuena con ellos.

La navidad ha cambiado mucho. Casi sin darnos cuenta nos hicimos mayores y no advertimos que la sociedad había cambiado de forma que hoy, en Europa, un tercio de los habitantes de las grandes ciudades viven solos. Eso sin contar los ancianos, que figuran como que viven acompañados al precio de compartir su soledad, en las residencias, con la de otros que también son un estorbo para sus familias.

La noche de ayer tal vez no fuera buena para el jolgorio, la alegría y los aplausos, pero seguro que fue mejor para la melancolía, la tristeza, la falta de afecto y la sensación de abandono. De todo eso, seguramente, hubo menos. Otra ventaja, que algunos valoran, es que no fue precedida por el mensaje de ningún monarca que nos recordara que nuestras preocupaciones son las suyas, que debemos ser optimistas y que con sacrificio y esfuerzo saldremos adelante porque Dios aprieta pero no ahoga.

 Fue una noche discreta, silenciosa y sin ambiciones. Una noche con la luna en fase creciente que, como saben, aporta energía positiva, mejora la salud y refuerza nuestra vitalidad. Y, para mayor mérito, confirma que los días han vuelto a crecer. De momento poco a poco, al paso de la gallina, pero pronto será de día después de las seis.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 19 de diciembre de 2022

El frío es más sano con calefacción

Milio Mariño

Mientras disfrutaba del calor de una vieja cocina de carbón, que antes era cosa de pobres y ahora de unos pocos privilegiados, abrí el periódico y leí que la venta de bolsas de agua caliente y mantas de lana se había incrementado un 47 por ciento. No me extraña. El precio de la energía está obligándonos a volver al pasado, así que tampoco me extrañaría que los bares hicieran su agosto vendiendo caldos de pita y aquellos fervíos de vino blanco que estaban de moda en tiempos de Maricastaña. El frio hay que combatirlo como se pueda por más que digan que es bueno para la salud y haya gente que se baña en el mar, en invierno, y otros salgan a correr cuando caen esas heladas que convierten las orejas en dos berenjenas preciosas.

Se insiste mucho en que el frio es sano y que si no pasas frío tú cuerpo no está preparado para afrontar ninguna adversidad, pero yo prefiero la calefacción aunque perjudique mí salud. Me parece un disparate que en EE.UU  triunfen los spas que ofrecen congelarte, a varios grados bajo cero, durante unos minutos, para que mejores el sistema inmunológico. Pienso que volver al frío es volver al pasado y a la vieja idea de que hay que sufrir porque sufriendo nos hacemos fuertes y vivimos más. Hace poco, el famoso neurólogo Christopher Winter dijo que dormir en una habitación fría, con una temperatura inferior a la que se considera de confort, mejora la calidad del sueño y es muy bueno para la salud.

Mosquea un poco que, precisamente ahora, aparezcan tantas opiniones en el sentido de que pasar frío nos viene de maravilla. Me recuerda otro debate a propósito de la gordura y la delgadez. Algunos expertos también aseguran que es más peligroso estar gordo que pasar hambre. Según la OMS la obesidad produce más muertes que la delgadez. Cuesta creerlo pero, a lo mejor, en esos países de África en los que solo está gordo el Presidente del Gobierno, su familia y los militares a partir de Teniente Coronel, la población disfruta de una salud envidiable.

Los profetas del frío están poniendo mucho empeño en convencernos, pero, suponiendo que sea cierto que el frío mejora el sistema inmunológico y mantiene muy activo nuestro cerebro, habría que preguntarles qué hacemos con las orejas y los pies, que también son nuestros.

Este debate sería uno más si no fuera que se convierte en dramático por lo caro que se ha puesto protegernos del frío. Los cálculos para este invierno apuntan que más de 35 millones de europeos no podrán mantener sus hogares a la temperatura adecuada  y tendrán que elegir entre poner la calefacción o poner comida en la mesa. Un dilema terrorífico que, para los amantes de la vida sana, será una bendición, pues, según ellos, el hambre y el frio son mejores que la gordura y el calor.

Que se esfuercen en convencernos de que pasar hambre y frío es más sano que comer bien y disfrutar de una temperatura agradable provoca una sonrisa que, enseguida, se congela y se convierte en mueca de estupor. Estamos para pocas bromas. La intención tal vez sea buena, pero alguien debería explicarles que no es lo mismo pasar frio por deporte que envolverte en una manta porque el sueldo no te alcanza para pagar la calefacción.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de diciembre de 2022

Cargar con el muerto

Milio Mariño

Hace un par de años, cuando aquello de la pandemia, aprendimos a contar muertos y, enseguida, nos hicimos unos expertos. Un día contábamos mil y pico y al siguiente celebrábamos que murieran treinta o cuarenta menos. Luego vinieron las discusiones de si Madrid y Cataluña registraban bien los datos o hacían trampas con el recuento macabro, pero lo que empezó siendo un golpe brutal que noqueaba nuestros cerebros acabó convirtiéndose en un dato estadístico que enseñábamos satisfechos si los fallecidos iban a menos o nuestra Comunidad Autónoma estaba por debajo de otras que la superaban en número.

Por aquel tiempo, empezamos a dar mayor o menor importancia a los muertos, dependiendo de si eran jóvenes o viejos, o habían muerto aquí o muy lejos. Y, como todo es empezar, fuimos degenerando hasta la crueldad de que los muertos solo merecen ser contados si cuentan en realidad. Es decir, si sus vidas valen para algo o no valen nada.

Puede parecer tardísimo, pero fue entonces, con la pandemia, cuando descubrimos nuestra condición de mortales. Y entramos en pánico. Estuvimos  así la tira de tiempo, pero, ahora, los muertos ya no nos alteran ni nos preocupan en absoluto. Cuando hablan de ellos nos es indiferente. La prueba la tenemos en que la discusión sobre los muertos de Melilla se centró en si murieron a este o al otro lado de la valla. Se discutieron los centímetros, no las causas. Las causas son lo de menos, lo que importa es colocarlos donde no estorben.

No fue un caso aislado, acaba de pasar otro tanto con los 6.500 trabajadores que murieron en Qatar construyendo los estadios de futbol que hicieron posible la Copa del Mundo. Según iban muriendo, los metían en un avión y los mandaban a la India, Pakistán, Nepal, Bangladesh o Sri Lanka, con la excusa de que habían muerto por causas naturales. No era mentira del todo, es natural que murieran trabajando a 50 grados de calor en unas obras gigantescas y, para ellos, desconocidas.

La sociedad actual y, en particular, los políticos no demuestran demasiado interés por los muertos. Especialmente si son incomodos: negros, pobres, inmigrantes, viejos o difíciles de colocar por lo escandaloso de su muerte. Nos hemos vuelto más inhumanos y más egoístas y cobardes. Los muertos ya no nos causan pudor, piedad ni vergüenza. Hace poco, Ayuso salió en El Hormiguero diciendo que investigar lo sucedido en las residencias de Madrid, donde murieron 6.187 ancianos abandonados a su suerte, sin atención hospitalaria, era ahondar en un dolor innecesario.

Ayuso sabrá a qué dolor se refiere porque no parece que le duelan mucho. Tampoco parece que duelan los muertos de la guerra entre Rusia y Ucrania. Nadie se hace cargo de contarlos, son un escombro más; un residuo que no sirve para medir la magnitud del sufrimiento.

Al final, nadie quiere cargar con el muerto. Es como si retrocediéramos siete siglos y volviéramos a la Edad Media, que fue cuando se inventó la famosa frase. Entonces, cuando se hallaba el cadáver de una persona y no se podía determinar la identidad del asesino, el pueblo en el que había aparecido estaba obligado a pagar una multa. Así que, con el fin de eludir la multa, los vecinos se daban toda la prisa del mundo para cargarlo en lo que fuera y trasladarlo al pueblo de al lado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España