Mientras disfrutaba del calor de
una vieja cocina de carbón, que antes era cosa de pobres y ahora de unos pocos
privilegiados, abrí el periódico y leí que la venta de bolsas de agua caliente
y mantas de lana se había incrementado un 47 por ciento. No me extraña. El
precio de la energía está obligándonos a volver al pasado, así que tampoco me
extrañaría que los bares hicieran su agosto vendiendo caldos de pita y aquellos
fervíos de vino blanco que estaban de moda en tiempos de Maricastaña. El frio hay
que combatirlo como se pueda por más que digan que es bueno para la salud y
haya gente que se baña en el mar, en invierno, y otros salgan a correr cuando
caen esas heladas que convierten las orejas en dos berenjenas preciosas.
Se insiste mucho en que el frio
es sano y que si no pasas frío tú cuerpo no está preparado para afrontar ninguna
adversidad, pero yo prefiero la calefacción aunque perjudique mí salud. Me
parece un disparate que en EE.UU triunfen
los spas que ofrecen congelarte, a varios grados bajo cero, durante unos
minutos, para que mejores el sistema inmunológico. Pienso que volver al frío es
volver al pasado y a la vieja idea de que hay que sufrir porque sufriendo nos
hacemos fuertes y vivimos más. Hace poco, el famoso neurólogo Christopher
Winter dijo que dormir en una habitación fría, con una temperatura inferior a
la que se considera de confort, mejora la calidad del sueño y es muy bueno para
la salud.
Mosquea un poco que, precisamente
ahora, aparezcan tantas opiniones en el sentido de que pasar frío nos viene de
maravilla. Me recuerda otro debate a propósito de la gordura y la delgadez.
Algunos expertos también aseguran que es más peligroso estar gordo que pasar
hambre. Según la OMS la obesidad produce más muertes que la delgadez. Cuesta
creerlo pero, a lo mejor, en esos países de África en los que solo está gordo
el Presidente del Gobierno, su familia y los militares a partir de Teniente
Coronel, la población disfruta de una salud envidiable.
Los profetas del frío están
poniendo mucho empeño en convencernos, pero, suponiendo que sea cierto que el
frío mejora el sistema inmunológico y mantiene muy activo nuestro cerebro, habría
que preguntarles qué hacemos con las orejas y los pies, que también son nuestros.
Este debate sería uno más si no
fuera que se convierte en dramático por lo caro que se ha puesto protegernos
del frío. Los cálculos para este invierno apuntan que más de 35 millones de
europeos no podrán mantener sus hogares a la temperatura adecuada y tendrán que elegir entre poner la
calefacción o poner comida en la mesa. Un dilema terrorífico que, para los
amantes de la vida sana, será una bendición, pues, según ellos, el hambre y el
frio son mejores que la gordura y el calor.
Que se esfuercen en convencernos
de que pasar hambre y frío es más sano que comer bien y disfrutar de una
temperatura agradable provoca una sonrisa que, enseguida, se congela y se
convierte en mueca de estupor. Estamos para pocas bromas. La intención tal vez
sea buena, pero alguien debería explicarles que no es lo mismo pasar frio por
deporte que envolverte en una manta porque el sueldo no te alcanza para pagar
la calefacción.
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Milio Mariño