Coincidió este año que después de
la Nochebuena vino la noche mejor. Fue, muy probablemente, la noche de ayer,
cuando todavía quedaba comida y turrón de la noche anterior, no estábamos
obligados a ningún postureo hipócrita, los familiares insopor- tables ya se
habían ido a sus casas y hoy no teníamos que madrugar porque vuelve a ser
fiesta otra vez. Fiesta sin nada que celebrar, que es lo bueno, ya que el
imperativo de divertirnos por obligación no suele resultar nada bien.
La noche de ayer seguro que fue estupenda
para muchos y sobre todo para los que, cada vez son más, detestan la navidad. Gente
que no soporta las comidas familiares y de empresa, la coacción de tener que
hacer regalos por estas fechas y la de aparentar que vive bien y es plenamente feliz.
Otro dato relevante es que, en la noche de ayer, posiblemente fueran bastantes
menos los que pusieron el móvil encima de la mesa para consultarlo mientras
cenaban.
Menciono lo del móvil porque una encuesta,
publicada hace poco, reflejaba que el año pasado, por nochebuena, solo dos de
cada diez hogares españoles habían logrado cenar sin ningún teléfono sobre la
mesa. La mayoría de los encuestados confesaba que tenía la sensación de que
durante la cena habían estado más pendientes del móvil que de su familia. Y lo
que es peor, todos mostraban su desacuerdo con esa forma de proceder pero, al
mismo tiempo, aseguraban que les interesaban más los mensajes que recibían por WhatsApp
que lo que, en ese momento, se hablaba en
la mesa.
Las familias ya no son lo que
eran. Y las cenas de nochebuena tampoco. Aquella familia que conocimos, en la que convivían el
matrimonio, los hijos, los abuelos y algún pariente que se había quedado solo,
está en vías de extinción. Ahora hay familias que son una persona y un perro. Y
viven tan ricamente. Lo único que los perros, y los gatos, es posible que
pongan ojitos cuando ven las bolas del árbol, pero no están por la labor de abrazarse
a sus dueños y compartir la nochebuena con ellos.
La navidad ha cambiado mucho.
Casi sin darnos cuenta nos hicimos mayores y no advertimos que la sociedad
había cambiado de forma que hoy, en Europa, un tercio de los habitantes de las
grandes ciudades viven solos. Eso sin contar los ancianos, que figuran como que
viven acompañados al precio de compartir su soledad, en las residencias, con la
de otros que también son un estorbo para sus familias.
La noche de ayer tal vez no fuera
buena para el jolgorio, la alegría y los aplausos, pero seguro que fue mejor para
la melancolía, la tristeza, la falta de afecto y la sensación de abandono. De
todo eso, seguramente, hubo menos. Otra ventaja, que algunos valoran, es que no
fue precedida por el mensaje de ningún monarca que nos recordara que nuestras
preocupaciones son las suyas, que debemos ser optimistas y que con sacrificio y
esfuerzo saldremos adelante porque Dios aprieta pero no ahoga.
Fue una noche discreta, silenciosa y sin ambiciones. Una noche con la luna en fase creciente que, como saben, aporta energía positiva, mejora la salud y refuerza nuestra vitalidad. Y, para mayor mérito, confirma que los días han vuelto a crecer. De momento poco a poco, al paso de la gallina, pero pronto será de día después de las seis.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Milio Mariño