lunes, 16 de septiembre de 2013

Donan Pher, el emperador del bolígrafo

Milio Mariño

Nunca hubiera imaginado que donde hubo hornos de acero habría barracas de feria, pero ahí estuvieron, junto al coloso Niemeyer, un escenario fantástico en el que esperaba revivir el olor a manzana de caramelo y algodón de azúcar que recordaba de cuando los caballitos, el tiro al blanco, el vaivén, el tren de la bruja, los coches de choque, la noria y las tómbolas, se instalaban en Las Meanas.

Apenas encontré diferencia. La feria casi parecía la misma, incluidos los feriantes que también parecían los mismos con roulottes más modernas. Eché de menos los grandes árboles de Las Meanas, la pareja de baturros pisando uva y un personaje que me vino a la memoria como si el subconsciente quisiera sumarse a la fiesta y regalarme un recuerdo de propina.

El personaje, algunos quizá lo recuerden, era Donan Pher, un vendedor de bolígrafos que los lunes de mercado acudía a la plaza de abastos y por Pascua y San Agustín se ponía a la entrada de Las Meanas, con su salacot, su traje de explorador, sus gafas de montura metálica, una sombrilla, una mesa atestada de bolígrafos y un tenderete del que colgaba fotos descoloridas en las que aparecía con dos leones y una serpiente pitón, debajo de unas palmeras.

Donan Pher me fascinaba, no conseguía entender como aquel hombre, para mi idéntico a Livingstone, se dedicaba a vender bolígrafos. Lo imaginaba víctima de alguna desgracia que le había obligado a dejar de vivir aventuras, remontando el rio Zambeze, y me daba pena que acabara vendiendo bolígrafos por las ferias de los pueblos. Recuerdo que decía, con machacona insistencia: “Sigo con la enfermedad de vender barato. Ofrezco kilómetros de escritura. El bolígrafo es el mejor amigo del hombre. Podría ser el perro, pero nadie puede llevar un perro en el bolsillo de su chaqueta”.

Al final le perdí la pista. No sé si fue que dejó de venir por Avilés, o yo dejé de verlo, pero un día desapareció y no volví a saber de él hasta esta primavera en Pamplona. Estaba en la terraza del Café Iruña, charlando en una improvisada tertulia, cuando alguien dijo: Así que asturiano, lo mismo que Donan Pher, el Emperador del Bolígrafo. La sorpresa fue de aúpa. Allí me contaron que desde los años cincuenta hasta no sabían cuándo Donan Pher era asiduo de las fiestas de San Fermín. Luego, cuando regresé a casa, me puse a buscar y allá a finales de Mayo, supe algo más.

Donan Pher, (Fernando leído al revés) era Fernando Velázquez López, natural de Pola de Siero y vendedor charlatán que recorría los mercados y fiestas de Asturias, y, por lo visto, también las de Pamplona, ofreciendo bolígrafos de todas clases y colores. Las fotos, con la serpiente Pitón, los leones y el fondo de palmeras, las había hecho en el Zoo de Madrid. El acento, que yo creía extranjero, era un defecto en el habla a consecuencia de una mala prótesis que le había colocado un mal dentista al que acudió para que le arreglara la boca y le pusiera dos dientes de oro.

Descubrir la verdad, lejos de decepcionarme, añadió más encanto a su recuerdo. Un encanto que debieron ver los de Kukuxumusu, que en 1996 lo incluyeron en una curiosa camiseta, homenaje a San Fermín.

Donan Pher, falleció en La Barganiza, Siero, en agosto de 2010, a los 86 años de edad.

Milio Mariño / Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España






lunes, 9 de septiembre de 2013

País asturiano

Milio Mariño

Conozco a unos cuantos que no estudiaron en Harvard pero, desde que se jubilaron, es como si hubieran adquirido una sabiduría inmensa que les lleva a opinar de todo y a indignarse si les comento una duda. Tú lo que tienes que hacer es dejarte de fantasías, es ir a lo práctico, respondieron cuando les pregunté si el Día de Asturias había que celebrarlo el 8 de septiembre, que es domingo, o al día siguiente, que es lunes y festivo.

Lo propio sería el domingo. El domingo es cuando el obispo de Oviedo dice misa en Covadonga y hay romería en Villaviciosa. Dijeron.

De acuerdo, pero entonces: ¿qué celebramos el lunes? ¿A qué viene que sea fiesta si no celebramos nada?

No supieron contestarme. Se encogieron de hombros, atornillaron la frente con su dedo índice y me dejaron por imposible. Claro que, tampoco, nunca nadie me contesta cuando pregunto si somos un país, una nacionalidad, una patria, una comunidad, un principado, una provincia o una región geográfica.

Depende de a quién pregunte somos una cosa u otra. Ahora, eso sí, todos coinciden en que Asturias nunca fue reconocida como nacionalidad histórica, de modo que lo nuestro, a nivel oficial, debe ser parecido al “nacionalismo getafeño” que decía Julio Camba. “No le den vueltas, una nación se hace lo mismo que cualquier otra cosa. Con un millón de pesetas yo me comprometo a hacer, rápidamente, una nación de Getafe”.

Al final, no sé si por falta de medios o porque Camba no quiso, Getafe no llegó a proclamarse independiente. Si lo hicieron Jumilla, Murcia, Cartagena, Sevilla, Alcoy, Cádiz, Algeciras, Almansa y Andújar, que se proclamaron repúblicas, en tiempos de Pi y Margall, cuando en España triunfaba el nacionalismo. Años después, Asturias también fue independiente, incluso con moneda propia, pero como no lo somos, ni lo vamos a ser, me gustaría que nos llamaran país. País Asturiano, lo mismo que está establecido para el País Vasco. Y no crean que lo digo por aquello de culo veo culo quiero, lo digo porque Asturias, para mí, es país. Es mi país, al margen incluso de connotaciones nacionalistas o políticas, solo por el hecho de que así fue como nuestros antepasados se referían a lo nuestro: Carro del país, vaca del país, manzana del país, fala del país…

Es muy probable que a los nacionalistas, y a los no nacionalistas, no les guste la propuesta. Imagino por donde pueden ir los reproches. País es sinónimo de lugar, es algo propio y peculiar relacionado con el territorio y sus límites geográficos, mientras que nación, o nacionalidad, se refiere a las personas, no a la tierra, y se caracteriza por reconocer que poseen una serie de elementos culturales y étnicos que las distingue de las demás.

Conozco la diferencia, sé que nación, o nacionalidad, no es igual que país. Pero insisto en que me gusta país, no solo por lo que dije sino porque “paisano” y “paisaje” derivan directamente de ahí y, sobre todo, porque el Diccionario de Autoridades traduce la frase latina “ubique ídem” por "todo el mundo es país.

Queda claro que no apuesto por el nacionalismo decimonónico ni por Asturias como Principado Borbónico. La propuesta que hago, además de parecerme adecuada, es económica y previsora. La “P” puede servirnos para lo de ahora y para País Asturiano. Estando en crisis, como estamos, no estaría justificado derrochar el dinero en nuevos letreros.


Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

lunes, 2 de septiembre de 2013

Cines de barro

Milio Mariño

No sé si será que ya se avecina el otoño o que cuando supe que cerraba “El Marta” recordé aquello que decía Antonio Machado: todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar. Así que cuando pase el tiempo quizá haya quien considere que el cierre del único cine que había en Avilés fue un acontecimiento que mereció ser contado como una catástrofe cultural. Una catástrofe largamente anunciada que, al final, se produjo porque las autoridades cooperaron lo suyo subiendo el IVA de las entradas del ocho al veintiuno por ciento.

Esto que digo, a propósito del Marta y de todos los cines que fueron cerrando, es lo que opina un vagabundo frustrado que dice lo que piensa y se siente impotente ante la soberbia de quienes utilizan subterfugios para culpar a las preferencias colectivas del cierre de tantas salas. Es esa rabia que uno siente cuando percibe que se impone el falaz argumento: “entre todos la mataron y ella sola se murió”. Frase que suena a coartada para dejar impunes a los que dictan la pauta de lo que es y no es rentable.

Con todo, a pesar de la catástrofe, no pierdo la esperanza. Quiero creer que los hijos de nuestros nietos también experimentarán y vivirán aventuras, como nosotros las vivimos: frente a una pantalla grande, a oscuras, con palomitas, junto a nuestro primer amor, haciendo crecer los sueños y las ilusiones.

Los que vivimos aquella época en la que cualquiera podía ir al cine sin salir de su barrio, consideramos que el cine forma parte de nuestra cultura y contribuyó a despejar nuestra mente para que fuera más libre, más soñadora y menos susceptible a las manipulaciones. Pero, quien sabe, a lo peor solo estoy justificando un arrebato de nostalgia, un enternecimiento otoñal muy difícil de evitar cuando alguien de mi edad se enfrenta a la realidad de una epidemia que afecta al cine en pantalla grande hasta el punto de que, en los primeros meses de este año, cerraron 150 cines en España y ya son muchas las capitales de provincia y ciudades de más de cien mil habitantes que no tienen ni un solo local donde poder ver una película.

Si la memoria no me falla, en Avilés y alrededores teníamos un despliegue de cines que era una delicia: Clarín, Palacio Valdés, Florida, Marta y María, Almirante, Chaplin, Ráfaga, Canciller, Las Vegas, Patagonia, Bango, Divad… Que por cierto sobrevivió a un incendio, que se produjo cuando proyectaban “El Coloso en llamas”, pero no pudo sobrevivir a la epidemia que decíamos antes y que algunos ven lógica y coherente, en una sociedad en la que parece que todos sus intereses están en conflicto con los nuestros.

Hoy la realidad está llena de calles con escaparates vacíos y locales cerrados que nos devuelven a un pasado que tal vez fuera mejor. Nos quedamos sin cines y nos vamos quedando sin librerías. Y, como hay quien dice que uno es lo que ve, parece lógico que nuestro papel sea escandalizarnos. Una ciudad sin cines es un estado de ánimo. Por eso Avilés está triste, siente pena de no tener siquiera un cine. Sabe que le han privado de un placer asequible y no acepta lo que, al parecer, es la causa real de la pérdida. Que, tal como se han puesto las cosas, no es negocio que la gente se divierta pagando solo seis euros.


Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España