lunes, 29 de mayo de 2023

Los niños no saben qué es la muerte

Milio Mariño

Hace poco leímos que tres meses después de que dos niñas gemelas, de 12 años, se precipitaran  al vacío desde un tercer piso, en un pueblo de Barcelona, dos mellizas de Oviedo, también  de 12 años, se arrojaron desde un sexto piso y murieron. Dos noticias terribles que cuesta creer y nos abocan a la inevitable pregunta: ¿Por qué? Qué puede estar sucediendo para que en 2021, en España, veintidós niños, de entre 10 y 14 años, perdieran la vida de un modo que no creo que corresponda llamarlo suicidio.

Mí reticencia a llamarlo así no es porque piense que es mejor ocultarlo, es porque los niños que, voluntariamente, cometieron esos actos con los que pusieron fin a sus vidas no sabían lo que están haciendo y, menos aún, qué es la muerte.

Entender qué es la muerte supone un largo proceso que vamos construyendo gradualmente y a una edad tan temprana es imposible que podamos tener una idea, siquiera, aproximada. Para un niño, la muerte es algo que no comprende ni considera irreversible. Solo hay que leer los testimonios de un estudio publicado en Estados Unidos por la revista Pediatrics. En ese estudio un niño dice: “Los muertos no oyen nada ni pueden moverse. Los llevan al hospital para que se sientan mejor”. Otro niño asegura: “Puede uno morir para reunirse con su abuelo encima de una nube y esperar juntos el momento de regresar a la Tierra”. Y un tercero nos empuja más todavía hacia lo inimaginable que puede pensar un niño. Comenta al entrevistador: “Yo había pensado suicidarme, pero no lo hice porque luego temo arrepentirme”.

No se conoce aún ninguna teoría que explique el suicidio de una persona adulta, de modo que explicar el suicidio de un niño es todavía más difícil. Es como pensar lo impensable o comprender lo incomprensible. Ningún niño quiere acabar con su vida ni desea morir. Desea escapar de un gran sufrimiento o una situación para la cual no encuentra salida. En eso, los niños, coinciden con los adultos. La diferencia está en que no son conscientes de lo que hacen ni de lo que supone la muerte. Sus razones y sus pensamientos son muy diferentes de los que motivan a los adultos.

Deberíamos tenerlo en cuenta como también otra cuestión que creo muy importante. Estamos educando a los niños dentro de una burbuja en la que el sufrimiento no tiene cabida. El problema es que, tarde o temprano, les llegará una desilusión o un fracaso, por pequeño que sea, y no estarán preparados ni sabrán cómo afrontarlo. No les estamos diciendo que sufrir es normal, que la vida lleva implícita una cuota de sufrimiento y sufrir no es un signo de debilidad, es algo que nos pasa a todos y hay que asumirlo y gestionarlo de la forma más adecuada.

A los niños hay que enseñarles a sufrir porque así sufrirán menos. En cambio, lo que hacemos es contribuir a que desarrollen una intolerancia a la frustración y el esfuerzo que les impide vencer cualquier obstáculo de la vida diaria. No les ayudamos a que comprendan que, a veces, las cosas no salen como estaba previsto y eso no significa que se acabe el mundo.

Tal vez no sea esa la causa de que tantos niños se estén quitando la vida, pero    de que estamos haciendo algo mal no cabe duda.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 22 de mayo de 2023

Pedir peras a los políticos

Milio Mariño

Faltan, solo, cinco días para que acabe la campaña de las municipales y con ella esa sensación casi generalizada de que nos toman por tontos. Lo cual es muy posible que sea cierto, pero no los quince días de la campaña sino todo el tiempo. Luego, pasadas las elecciones, se olvidarán de nosotros y nosotros de ellos salvo para criticarlos y decir que son un castigo que no merecemos. Total, que las elecciones habrán sido un trámite y no la oportunidad de ejercer nuestro derecho, elegir lo que queramos y aceptar el resultado.

Sean quienes sean los elegidos, seguiremos echando pestes contra los políticos porque es más fácil criticar que reconocer que, en el fono, reflejan lo que, realmente, somos. Puede sonar a perogrullada pero tenía razón Rajoy: "Es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde". Conviene recordarlo porque parece como que fuera una decisión ajena. Algo que deciden otros y en lo que no tenemos arte ni parte porque detestamos la política y no queremos que nos involucren en ese juego. Esa suele ser la disculpa de quienes se creen moralmente superiores por el mero hecho de no ser políticos. Una disculpa infantil que no salva a nadie, ni sirve para otra cosa que no sea fomentar el descredito de una democracia que es de todos y también de los que pretenden escaquearse.

Desconozco qué pudo ocurrir para que lleguemos a esto: a que la gente no crea, prácticamente, en nada. En los políticos por supuesto, pero tampoco en las instituciones, en los medios de comunicación o en la religión, por ejemplo. Es como si todo fuera un desastre y no se salvara nada ni nadie. El desánimo y la falta de confianza han propiciado la indignación y el deseo de que todo se vaya a la mierda. Así lo reflejan las redes sociales, un espacio que se ha convertido en el nuevo gran actor de la política. En el refugio de quienes han perdido la esperanza en el progreso. Gente que encauza su desacuerdo apostando por volver al pasado porque creen que les servirá para protegerse de algo que les da mucho miedo: el mundo del siglo XXI.

Esta peligrosa deriva no sería justo que la cargáramos solo sobre nuestras espaldas. La clase política tiene buena parte de culpa porque se ha convertido en una especie de club exclusivo en el que no entra nadie que ellos no quieran. La profesionalización de quienes hacen de la política su modo de vida influye de manera muy negativa en el espíritu democrático. Supone que aumente el desánimo y se encaren las elecciones como si ya estuviera todo decidido y no fuéramos a elegir nada. De ahí la indiferencia hacia esos rostros, maquillados de Photoshop, que cuelgan de las farolas y dicen frases que suenan poco creíbles. Aunque claro: ¿Qué van a decir de ellos mismos?

Pues eso, que los votemos. El dilema es si nos conformamos con regodearnos de sus estupideces y consentimos que estropeen nuestras ilusiones, o usamos la cabeza y pensamos que la política es una actividad limitada, mediocre y frustrante, como también lo es la vida. La vida, también es limitada, mediocre y frustrante, pero nada nos impide que, en ambos casos, tratemos de hacerlas mejores. No disculpo a los políticos, intento ajustar mis expectativas, olvidarme de lo ilusorio y no pedirle peras al olmo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 15 de mayo de 2023

El bar como especie a proteger

Milio Mariño

Dicen, y seguramente será verdad, que en ningún otro país del mundo hay tantos bares como en España. El censo, antes de la pandemia, era de casi trescientos mil; uno por cada 175 habitantes. Cifra que, a primera vista, puede parecer exagerada pero cada bar tiene su historia y todos, en su conjunto, constituyen una realidad que explica nuestro carácter, nuestra sociabilidad y algunas cosas de nuestro pasado que preferimos no recordar.

Los bares cumplen una función social que fue más importante hace años por la sencilla razón de que las casas de entonces tenían poco de confortables. Por no tener no tenían ni televisión, de modo que los bares acabaron convirtiéndose en el club social de los pobres. No alcanzaban la categoría del pub inglés, pero nos apañábamos y los utilizábamos para muchas cosas, aparte de como destino cuando no teníamos a dónde ir. Recuerden que Rajoy acabó en un bar mientras decidían en el Congreso si seguía de Presidente, o no.

Los bares están para eso, para refugiarnos de la intemperie, ahogar nuestras penas y celebrar nuestras alegrías. También para charlar y relacionarnos, algo muy importante que estamos perdiendo por la influencia de los móviles y las redes sociales. Menos mal que hay gente como el dueño de un bar que puso el siguiente cartel: “Aquí no tenemos wifi, así que van a tener que hablar entre ustedes.”

Se agradece el detalle, pero hablando, precisamente, de bares resulta que muchos están cerrando y ya cifran en más de 60.000 los que han cerrado en la última década. Una  verdadera tragedia y más en esos pueblos que van perdiendo todo lo que tenían: el médico, la escuela, el transporte, los cajeros de los bancos y hasta esos pequeños barres que hacían de centro social, residencia de día para la tercera edad y ágora de animación cultural.

El problema pasaba desapercibido porque allá arriba, en las altas esferas, no alcanzan a ver lo que necesitan los pobres y lo poco con que se conforman. Quienes sí lo vieron fueron los de Teruel Existe, que presentaron en el Congreso una proposición de ley para incluir los bares de los pueblos en la Ley de Economía Social y dotarlos de ventajas económicas y fiscales. La iniciativa, que beneficiará a los bares y los pequeños comercios de los pueblos con menos de 200 habitantes, inició su tramitación hace poco y contó con el apoyo de la práctica totalidad de la Cámara baja.

Se habla mucho de la España vaciada, pero nadie había reparado en que los bares constituyen el último reducto contra la despoblación y son imprescindibles para mantener los entornos rurales con vida. Son un remedio barato contra la soledad y el abandono que sufren esos pueblos que solo interesan a los que viven allí.

Es muy posible que sus señorías aprueben la iniciativa modificando una ley, de 2011, que aboga por promover la solidaridad y serviría para que los bares de los pueblos puedan asimilarse a entidades como cooperativas o fundaciones, que gozan de bonificaciones fiscales y pueden beneficiarse de otros incentivos económicos.

 Ya ven qué cosas. Si, hace años, nos dijeran que los bares acabarían convirtiéndose en una especie protegida nos llevaríamos las manos a la cabeza. Seguro que sí, pero la vida da muchas vueltas y esas vueltas, cuando los argumentos convencen, sirven para enderezar lo que se tuerce.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 8 de mayo de 2023

Tres en uno

Milio Mariño

Hay cosas que aparentan ser fáciles, pero tienen una solución difícil. Considerar exagerado que en España haya 8.112 ayuntamientos, con otros tantos alcaldes y 65.347 concejales, es fácil, pero muy difícil que esos ayuntamientos entiendan que muchos deberían fusionarse para adelgazar la administración local, reducir costes y mejorar los servicios.

Reducir ayuntamientos no es un capricho administrativo, es poner remedio a un mal endémico de nuestro sistema constitucional que tiene su origen a principios del siglo XIX, cuando la Constitución de 1812 tomó el ejemplo francés y estableció tantos ayuntamientos como pueblos había en España.

En Europa pasó lo mismo; los liberales impusieron sus ideas y los ayuntamientos surgieron como setas.  La diferencia es que en Europa ya lo han corregido y aquí nadie quiere hablar de ese tema.

A lo mejor ayudan estos ejemplos. En Gran Bretaña han pasado de 1.500 corporaciones locales a 434; en Alemania de 25.000 a 8.400; en Bélgica de 2.359 a 596; y en Grecia de 1.034 a 355. Alemania tiene ahora tantos municipios como España, pero nos doblan en población.

En Francia han ido más lejos, han reducido de 22 a 13 el número de regiones autónomas. La cuestión es que, aquí, reducir ayuntamientos no puede hacerse por manu militari ni por Real Decreto, tiene que ser por consenso; tienen que decidirlo ellos. Así que vamos aviados los que pensamos que Avilés, Corvera y Castrillón tendrían que ser un solo ayuntamiento. Razones que lo aconsejan hay muchas, pero alcanza con una que cualquiera puede comprobar sin recurrir a dictámenes complicados o estudios de doscientas páginas. Solo tiene que estar dispuesto a dar un paseo.

El espacio urbano entre Corvera, Avilés y Castrillón es tan uniforme y tiene tal continuidad que una persona puede ir caminando desde Los Campos a Piedras Blancas sin bajarse de la acera. Atraviesa los tres municipios y no advierte que pasa de uno a otro salvo por los letreros.

Pero hay más razones. Hay 120.000 personas que están unidas geográfica, laboral y socialmente y separadas de forma administrativa. Hay un puerto compartido, unas playas que también y un medio ambiente cuyos problemas son los mismos y tienen el mismo origen, pero se gestionan de forma distinta. Lo único que  tiene sentido es el transporte público, que funciona como si fuera un único ayuntamiento y funciona bien.

Son tantas las razones que no hace falta recurrir al populismo y decir que nos ahorraríamos 2 alcaldes y 35 concejales. Que si, que es verdad, pero no estamos hablando del chocolate del loro, hablamos de ventajas de más calado que beneficiarían a todos. Algo que no parece que importe mucho. Estamos en víspera de elecciones y dirán que no es el mejor momento para abordar este tema. Luego tampoco lo será y pasarán otros cuatro años sin que haya un debate político sobre los retos y los desafíos de tres municipios que necesitan soluciones integrales y valientes para encarar el futuro.

Costará convencerlos. Apuesto que ningún partido, de los que curren a las elecciones del 28 de mayo, pondrá sobre la mesa la conveniencia de que Avilés, Corvera y Castrillón se fusionen. Al contrario, cada cual defenderá la independencia de su territorio y recurrirá a la autocomplacencia y el victimismo como principales argumentos. Ojala me equivoque, pero los candidatos y candidatas de los tres concejos, hablarán de las diferencias y no de lo que los une.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de mayo de 2023

El tren a ninguna parte

Milio Mariño

Viendo cómo va la política, me había propuesto leer y escuchar las promesas electorales que ya se hacen, y las que se harán estos días, con el escepticismo y la incredulidad que merecen y la certeza de que las más descabelladas tendrán menos gracia que aquella del Partido Karma Democrático (PKD), que prometía que en caso de alcanzar la alcaldía de Bilbao, haría que todas las tiendas de chuches dispusieran obligatoriamente de cambio para los billetes de 500 euros.

La propuesta tenía su gracia pero que, a estas alturas, desempolven el proyecto promovido en su día por el ex ministro Álvarez-Cascos, que planteaba utilizar el FEVE para un enlace ferroviario con el aeropuerto de Asturias, gracia no tiene ninguna. Ni gracia ni utilidad. Es un despropósito que solo se explica por la torpeza de quienes, a falta de ideas, revuelven en el desván y arramplan con lo que pillan. En este caso con una ocurrencia que primero planteó el PP, luego mereció la atención de Álvarez Areces, aunque no pasó de la fase de estudio, y veinte años después rescatan otros políticos, desconozco si por iniciativa propia o a sugerencia de la Cámara de Comercio de Avilés y la patronal de turismo, que también coinciden en pedir lo mismo.

La propuesta se refiere a construir 2,5 kilómetros de vía desde la estación del FEVE en Santiago del Monte hasta la rotonda de acceso al Aeropuerto y cabe suponer que una terminal allí. Algo relativamente sencillo que no requeriría una gran inversión, pero su utilidad sería ninguna y el ridículo estaría asegurado.

Tal vez sea mucho pedir que quienes hacen la propuesta den a conocer los datos y los estudios que manejaron. Me temo que no lo harán porque resulta muy difícil encontrar algo positivo que justifique lo que proponen. 

La línea de FEVE, entre Gijón y Avilés, entraña un viaje de 50 minutos, que se completaría con otros 25, o más, hasta Santiago del Monte y el Aeropuerto. Alguien apuntó que a los usuarios procedentes de Avilés y Gijón habría que sumar, aunque falta saber cómo, los de Luarca, Navia y el norte de Galicia, que se antojan muy escasos y con más paciencia que el santo Job pues, especialmente en ese trayecto, FEVE tiene muchos tramos de vía con la velocidad limitada a 40 por hora. Más paciencia, si cabe, se les supone a los posibles usuarios de la conexión con Oviedo, muy interesante para los aventureros y los amigos del paisaje, ya que después de una hora de viaje, para llegar a Pravia, necesitarían hacer un transbordo y acaso otro en Santiago del Monte.

Que propongan ir al aeropuerto en el FEVE, sabiendo cómo está el FEVE, y cuándo Asturias se prepara para viajar en el AVE, causa estupor. Y no lo digo, solo, por el contraste, sino porque si FEVE ya tenía pocos viajeros, el último dato es que su número ha descendido un 50% en los últimos años.

Es previsible, además, que cuando Asturias disponga del tren de alta velocidad descenderán los vuelos regulares y, por tanto, los pasajeros.

La pretensión de mejorar los accesos al Aeropuerto de Asturias recurriendo al FEVE, confirma que los disparates, en política, tienen poco castigo. Eso o que los promotores ya dan por supuesto que confiamos en que la propuesta sea de mentira, solo para hacer ruido, y sin intención de llevarla a la práctica.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España