viernes, 30 de septiembre de 2016

La seronda pa entamar

La mio collaboración de los xueves nel programa Noche tras Noche de la RPA

 El mi lio d'esta selmana ye qu'esti día llamome Marcos Vega y díxome que yá s'acabara'l branu. Y equí me tenéis, faciéndome la entruga de qué ye lo qu'acaba y lo qu'empieza. Nada, porque nun acaba nin empieza nada. Too flúi, que diría aquel. Too escurre per esi ríu qu'un día llegará a la mar. Y, nós intentando flotar. Faciendo lo posible por nun afoganos. Espatuxando pa caltener la identidá de lo que fuimos y nun cayer nel vacíu d'esi sentir que nos lleva a pensar que cada día ye unu menos ya inda nun fiximos nada que mereza la pena.

Si me notáis un pelín raru que naide s'asuste. Tamién yo lo noté, yá me dí cuenta de que toi quedando fora de la realidá. Pienso que debe ser cosa de la seronda, d’esa seronda que nos vuelve un pocu más grises y un pocu más murnios. La seronda siempres paga les culpes del pesimismu y la murnia. Y, a lo meyor, quien sabe, igual ye culpable de too. Hasta d’esos pelos qu'atopamos nel llaváu, na ducha, nel peñe y per tolos llaos… Seguru que ye culpa de la seronda, de los factores esternos, non de que temos quedando calvos.

De toes formes, nun quixera, por nada del mundu, que naide s'amurniara. Los qu'acabáis de matriculavos nun cursu d'alfarería, talla de madera o cualesquier ximnasiu anti panza, tenéis que caltener la ilusión intacta. Los médicos encamienten facer el tontu como terapia. Dicen que ye bien cenciellu, sobremanera pa los más llistos.

Facer el tontu ya rise ye sanu y nun sal mui caru. Ta demostráu qu'asina curense munchos males. Muncho más que pol procedimientu d'encamenta-y la nuesa salú a un santu. Y nun falo solu de los santos tradicionales, amesto santos modernos como San Ibu Profeno o Santa Aspirina de Bayern.
Sé qu'estos díes hai muncha xente enfociada con esu de que s’acabara’l branu, llegara la seronda y la vida volviera a ser cuchu. Pero non tou ye negativu. Agora ye cuando entama a llover y a facer fríu pero, precisamente por eso, amenórgase la contaminación del aire y alendamos muncho meyor qu’en branu.

Tamién tien otres ventayes. Si t’apetez un petite exóticu: comer mangos de México, o espárragos peruanos, pués comelos anque sía a mediaos de payares o principios d’avientu. Y otra cosa, ye precisamente agora cuando nos damos cuenta de qu’aquellos quince díes de vacaciones que nos fixeron sentir persones yeren una cruel mentira. La vida real nun yera aquello, ye esto. Asina que, caún, pue tómalo como-y de pola gana pero pienso que lo meyor ye facenos a la idea de que nos queden once meses per delantre pa esfrutar y ser felices. Once meses de felicidá, eso sí,  quitando los sábados, los domingos y les fiestes de guardar.

Milio Mariño

lunes, 26 de septiembre de 2016

El Maquinista y la máquina de la verdad

Milio Mariño

Hace poco apareció en varios periódicos una noticia que me llamó la atención: “Un maquinista abandona el tren en Osorno y deja tirados a ciento nueve pasajeros”. Ese era el titular pero, si seguíamos leyendo, descubríamos que el culpable de la faena no era el conductor del tren sino el responsable de personal de la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles que no había previsto que el maquinista rebasaría su jornada laboral, en esa estación. De modo que cuesta entender que la noticia apareciera en esos términos. Solo se me ocurre que tal vez haya que interpretarlo como que no alcanzaría a ser noticia que RENFE dejara tirados a ciento nueve pasajeros. A lo mejor, en las facultades de Periodismo, siguen poniendo el ejemplo de que no es noticia que un perro muerda a un hombre, sino que sea este el que muerda al perro. Esa puede ser la razón, no se me ocurre otra.

Si el asunto va por ahí significaría que solo se considera noticia el mundo al revés. Si alguien le echa valor, para que las cosas sean como tienen que ser, se silencia o se tergiversa la acción. La verdadera noticia era que un trabajador no había sucumbido a las presiones de sus jefes y había actuado de forma responsable y conforme a la ley. Es decir, que lejos de dejar tirados a los pasajeros lo que había hecho era protegerlos aun a riesgo de que lo pusieran en el disparadero, como, al final, sucedió.

El tratamiento que algunos medios dieron al suceso fue, ciertamente, escandaloso, pero responde a la abulia de una sociedad que, todavía, no ha tomado conciencia de que la democracia se acaba a las puertas de la empresa. Las órdenes del empresario tienen la presunción de que son legítimas. Es decir que, hasta que se demuestre lo contrario, la orden debe cumplirse. El trabajador, ante una orden que considera injusta, o contraria a derecho, tiene, primero, que cumplirla y luego reclamar, para que un Juez diga si era correcta o no. Solo en casos donde exista un riesgo grave e inminente, la legislación hace posible que el trabajador deje de realizar su trabajo. Pero lo que parece una medida de protección acaba siendo meterse en un lío. ¿Cómo y quién determina que el trabajador corre un riesgo grave e inminente? Es el propio trabajador, el que tiene que valorar la situación, exponiéndose a que, luego, un juez considere que el riesgo no era tan grave ni sé demostró que fuera inminente porque, a lo mejor, no pasó nada.

¿Era un riesgo grave que el maquinista prolongara su jornada? ¿Corrían, él mismo y los pasajeros, el riesgo inminente de un accidente ferroviario? Si hubiera continuado el viaje y no hubiera pasado nada, todos tan contentos. Pero si surgiera un accidente sería considerado culpable ya que realizaba su trabajo sabiendo que había superado el límite legal del horario establecido.

Lo que sucedió, que el maquinista se negara a exponer a los pasajeros a un posible accidente, tal vez no sea noticia. El responsable de un medio es quien decide si lo ocurrido tiene relevancia y debe ser conocido por la sociedad. Es un poder casi mágico, pero esa magia no debe emplearse para tergiversar los hechos y construir un llamativo titular. Además de faltar a la verdad, puede hacer mucho daño.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Tino Casal, 25 años de la muerte de un genio

En el aniversario de su muerte reproduzco un artículo que escribí para la serie Asturiano en el Paraíso


Quienes constituían su entorno, afirman que cuando Tino Casal cumplió 40 años tuvo el presentimiento de que no llegaría a viejo. Era como si intuyera que, en cualquier momento, podía ocurrirle algo malo y definitivo. Las letras de sus canciones dejaban entrever un mensaje fatalista que, entonces, nadie tuvo en cuenta, quizá porque era conocida su obsesión por el más allá, la muerte y los esqueletos. Siempre andaba a vueltas con esos temas pero, al inicio de 1990, además de sus neuras, estaba un poco perdido. Su música se alejaba de lo que la gente quería escuchar y él, que era un perfeccionista, se veía como alguien derrotado, abatido y, en cierta manera, nostálgico. Parecía como si despertara de un sueño y constatara, de pronto, que era un insignificante mortal.

Tino había estado al borde la muerte, le había dejado su novia, se había muerto Costus, y algún otro amigo de su pequeño mundo, y notaba que los demás empezaban a verle como un personaje esperpéntico que no encajaba dentro de las nuevas tendencias de la música. Le quedaba un halo de esperanza y aquel tesón incansable que lo llevó a iniciar una nueva etapa volcándose, con pasión, en la pintura y la escultura. Volvió a la pintura y, siguiendo la línea del arte neosicodélico y el pop-art, pintó cuadros de grandes dimensiones, al tiempo que realizaba ocho esculturas, abstractas y figurativas, en las que repetía, de forma obsesiva, los temas relacionados con su enfermedad y la muerte.

Tino era mucho más que un cantante de éxito, era un artista completo. Compositor, productor, arreglista, pintor, escultor y diseñador, su música recorrió la década de los 80, marcando la pauta de la vanguardia y de un planteamiento estético-artístico que era impactante e innovador. Lo increíble de sus éxitos musicales es que no sabía interpretar ni un acorde, su formación musical era nula, pero era capaz de componer de oído una canción completa, arreglos incluidos, sirviéndose de su voz como instrumento.

José Celestino Casal Álvarez, Tino Casal, había nacido en Tudela Veguín, el 11 de febrero de 1950. Allí, al pie de la fábrica de cemento, y de los tejados blancos que recordaba con nostalgia, fue a la escuela y se hizo amigo de los hermanos Palicio, pasando, en 1961, a la academia del Frailín, en La Felguera, donde estudió el bachillerato al tiempo que asistía al taller de pintura de Fernando Reguera. En 1963, con sólo 13 años, se desplazó a Oviedo y entró en la Escuela de Artes y Oficios. Ya le gustaba la música, así que formó un grupo que fue de los primeros en usar guitarras eléctricas y tocar el “Twist & Shout” de los Beatles. Después fundó Los Zafiros Negros y en 1967, con solo 17 años, entró a formar parte de "Los Archiduques", sustituyendo a Cholo Juvacho, que se había puesto enfermo. Sin tiempo para ensayar grabó un disco y sorprendió a todos por sus grandes dotes artísticas. Con Archiduques grabó tres discos más, pero al éxito inicial sucedió una etapa en qué la crítica no fue favorable y el grupo acabó separándose.

Disueltos los Archiduques, Tino se fue a Londres y volvió a la pintura. En Londres se sintió atraído por la corriente glam y se relacionó con figuras como John Miles, Brian Ferry o David Bowie. Regresó a España en 1977, firmando un contrato con la discográfica "Philips" y grabando dos discos de discreta acogida.

Durante un concierto en la sala Pachá de Valencia, en el verano de 1985, Tino sufrió un esguince de tobillo y, desoyendo a los médicos, siguió de gira durante dos meses, automedicándose con antiinflamatorios y analgésicos, hasta que tuvo que ser hospitalizado, al borde de la muerte. El exceso de antiinflamatorios había provocado una descalcificación, que degeneró en necrosis de la cabeza del fémur, llegando a temerse que se extendiera a los riñones de forma irrecuperable. Afortunadamente no fue así. Tuvo que permanecer en cama, y luego en silla de ruedas, más de un año, lo cual provocó que llegaran a circular rumores de que padecía Sida. También se habló de su presunta homosexualidad, pese a que era conocido que había tenido una relación, de más de diez años, con Pepa Ojanguren.

Tino Casal presumía de asturiano. Venia, de vez en cuando, por Tudela Veguin y luego regresaba a Madrid hablando con acento de aldea para que supieran donde había estado. Decía que echaba de menos hasta el ruido ensordecedor de la fábrica.

Superado el mal trago de la enfermedad, Tino, que era divertido, accesible, generoso y manirroto, volvió a salir adelante pero quiso el destino que un lluvioso 21 de septiembre del año 1991, después de haber cenado en el restaurante Mythos, Casal y sus amigos fueran a la discoteca Gotham, en Pozuelo de Alarcón. Al final de la noche, ya por la mañana, Tino decidió volver a casa con Gonzalo García Villanueva y Antonio Villa-Toro. Volvían en un Opel Corsa que acabó estrellándose, a causa del agua en la carretera, contra una farola y reventando la parte delantera derecha, donde viajaba Tino, que no podía ir en la parte de atrás por sus problemas de cadera. Lo evacuaron en un helicóptero pero falleció, en el aire, mientras lo trasladaban al hospital. Según la autopsia, una de sus costillas se había fracturado y le había partido el corazón en dos.

Bastones de todas clases y broches brillantes en forma de salamandra adornan el recuerdo del autor de Lágrimas de cocodrilo. Tino, fiel a su estilo, insiste en provocar. Siempre que hay tormenta suena su voz.

Milio Mariño

lunes, 19 de septiembre de 2016

Es lo que hay…

Milio Mariño

El culebrón que estamos viviendo, con el devenir de las relaciones entre Pedro Sánchez, Mariano Rajoy, Albert Rivera, y Pablo Iglesias, no deja de añadir nuevos episodios que auguran un final de terceras elecciones en navidad. Un desenlace que nadie quiere y evidencia que entre los sufrimientos más comunes está el deseo de que las cosas sean distintas a como son. Distintas aunque no del todo, pues las últimas encuestas reflejan que hay un alto porcentaje de españoles que si volvieran a convocarse elecciones, volverían a insistir en la idea de que cualquier gobierno que no fuera el actual sería, incluso, peor. Lo cual, traducido al lenguaje de la calle, podría resumirse con esa frase que se ha hecho famosa y se ha convertido en la más repetida de los últimos tiempos: “Es lo que hay”.

“Es lo que hay” sirve para casi todo. Para justificar que llueva tres días seguidos y como exclamación después de ver el recibo de la luz. Pero como me gusta enredar y no temo meterme en un campo de minas, aún me quedaba la duda de si la frase se habría hecho famosa en el sentido de tirar la toalla o como actitud frente a la realidad. Quiero decir que lo que expresa tanto puede ser que nos damos por vencidos como que aceptamos los hechos de forma realista. Puede entenderse de las dos maneras. En un caso significaría que nos resignamos y renunciamos a la posibilidad de cambiar lo que no nos gusta o nos perjudica y en el otro que somos conscientes de la realidad y nos armarnos de paciencia para cambiarla.

El resultado que avanzan las encuestas confirma que los electores volverían a decir: “Es lo que hay”. Y, tal vez no signifique que se resignan pero, en cualquier caso, aceptan que nada cambie y todo siga igual. Un síntoma preocupante porque se empieza por aceptar lo que hay y se acaba aceptando que la corrupción es algo consustancial y propio de una sociedad heredera de la dictadura, donde los chanchullos, el clientelismo y la designación a dedo eran los mecanismos habituales. Las cosas siempre funcionaron así y así seguirán funcionando, dirán los escépticos, reacios a cualquier cambio. Aquí el que no roba, o no defrauda, es por qué no puede. El que puede lo hace en la medida de sus posibilidades: ya sea levantando unos bolis y dos paquetes de folios en la oficina, una caja de herramientas en la fábrica, o defraudando y pagando en negro cuando se tercie. 

A lo mejor no vale la pena que hagamos cábalas sobre cómo puede ser que, si se convocaran nuevas elecciones, al 34% de los votantes no le supondría ningún problema moral votar al partido con más escándalos de corrupción de la democracia. A lo mejor la cosa es tan simple como que son más los que se sienten identificados con una sociedad corrupta que con la otra que algunos proponen. Solo así se explica esa preferencia por que sigan gobernando los que gobernaron.


Y, en esas estamos, tratando de digerir que son más los partidarios de “Es lo que hay” que los de lo que no hay. Habíamos planteado que la frase podía significar resignación pero también una actitud pragmática que incluía cambiar la realidad de forma sensata. No es ninguna de las dos cosas, es una advertencia de que sería inútil que esperáramos más.  

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de septiembre de 2016

Cruceros y pateras en paralelo

Milio Mariño

La vida es dura. Ya sé que quejarse no sirve de nada pero cuando vi los seis autobuses que esperaban, a pie de muelle, a los pasajeros del crucero alemán “MS Europa”, no pude por menos que hacer esa reflexión y acordarme de que vivir no consiste en hacer lo que a uno le dé la gana sino lo que alguien dispone para nosotros. Si albergaban alguna duda fíjense en lo que les digo. Los pasajeros del MS Europa acababan de desayunar y los autobuses los esperaban para llevarlos a jugar al golf y a pasear por Avilés, Oviedo y Gijón. Menudo tute. Pero así es la vida.

También es verdad que hay gente que se rebela y no acepta que le hagan un traje a medida. Cualquiera de nosotros se hubiera rebelado y esgrimido que pagó una pasta por el pasaje para reclamar su derecho a la pereza, pero esta gente, me refiero a los que frecuentan los cruceros de lujo, disfruta con el esfuerzo. Es otra mentalidad. Confían más en el esfuerzo físico que en la inteligencia. Seguro que, cuando subieron a los autobuses, dirían que menudo día les esperaba. Pero lo dirían con la boca pequeña. En el fondo, lo que pensaban sería que para eso habían pagado, para que les zurraran la badana.

Estaba yo dándole vueltas a la mentalidad alemana cuando empezó a rondarme por la cabeza lo que suele decirse de los que viven por allá arriba. Que las buenas vacaciones y los cruceros de lujo son consecuencia de lo mucho que trabajan. Que, seguramente, se lo habrán ganado y lo tienen merecido. Pero entonces aparecieron los autobuses y se me cruzaron los cables. Los cables y unas imágenes que hicieron que me entraran unas ganas locas de recurrir a la demagogia.

La realidad suele ser demagógica. Desde donde yo estaba, los autobuses se parecían, de forma asombrosa, a los que, el pasado mes de febrero, desfilaron por Clausnitz (Alemania), cargados de refugiados y fueron recibidos, a pedradas, por una turba de vecinos que les impidió el paso al asilo donde iban a ser alojados. Mientras les tiraban piedras gritaban: "¡Somos el pueblo!" "¡Fuera de aquí, no os queremos!"

Como el parecido era asombroso creí estar ante una especie de videojuego de realidades invertidas. Trescientos extranjeros acababan de llegar al puerto y eran transportados en autobuses al refugio de un campo de golf y a pasear por nuestras ciudades. No venían de un país africano, venían de un país rico y beligerante que nos había exigido recortes en Sanidad, Educación, Atención Social y Pensiones. De modo que hubiera estado justificado, desde luego mucho más justificado que lo que hicieron en Clausnitz, que alguien gritara: "¡Somos el pueblo, fuera de aquí, no os queremos!"

Ocurrió lo contrario. La gente se felicitaba de qué hubiera llegado al puerto un crucero alemán con trescientos turistas adinerados. Todo eran parabienes y vaticinios de que la llegada de los extranjeros supondría una buena inyección de dinero para la hostelería y el comercio locales.

¿Qué hubiera sucedido si en vez de haber llegado un crucero de lujo lo hubiera hecho una patera con trescientos africanos a bordo? No lo sabemos, pero lo más probable es que hubiéramos sido educados, tolerantes y solidarios. Nada que ver con lo que hicieron en Clausnitz. Pero eso, a los del crucero, les trae al pairo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 5 de septiembre de 2016

Pedro, se fuerte

Milio Mariño

Prisioneros de nuestro capitán en funciones, antes incluso de que acabara agosto volvieron a torturarnos con otro discurso de investidura. Un discurso gris, triste y frío sobre las bondades de ese matrimonio de circunstancias entre Rivera y Rajoy. No sé ustedes pero yo quité la voz al televisor y procuré disfrutar del cine mudo. Tuve que hacerlo porque no podía soportar la pesadez de un modelo retórico que consiste en repetir la misma cosa tres veces. La primera para el español medio, la segunda para el español tonto y la tercera para los que somos tontos de remate ya que ni a la de tres entendemos nada.

Cuesta entender que Mariano siga empeñado en que lo hagan Presidente por aclamación. Que insista en que navega mejor que nadie por el mar de la crisis y la corrupción. Por ese abismo que describe masticando las palabras y haciendo unos gestos que solo hay que fijarse en el rictus para imaginar dónde pudo haber guardado la lengua antes del discurso.

Intenté no pensar en ello. Volví a poner el audio para escuchar los discursos de réplica pero tuve que volver a quitarlo. Nadie, ni uno solo de los que hablaron, dijo algo interesante. Todos se afanaron en disculparse.

Vino a ser lo de siempre. Unos hicieron de su lengua una alfombra, otros la agitaron para parecer ofendidos, algunos la usaron para dar lametazos y los nacionalistas para preguntar por lo suyo. Cada cual, con mejor o peor fortuna, intentó parecerse al fallecido Antonio Ozores, aquel actor que tenía como mérito hablar de forma que nadie entendiera una palabra.

Hay quien dice que en eso consiste la política. Que lo políticamente correcto es no llamar a las cosas por su nombre ni decir lo que se piensa. Quienes eso afirman suelen poner como ejemplo que pensamos negro y decimos de color.

Ya lo dejó escrito Quevedo: “Por hipocresía llaman al negro moreno; trato a la usura; a la putería casa y al barbero sastre de barbas”. Lo dijo hace siglos y no voy a decir que estamos igual porque faltaría a la verdad. Estamos peor. Ya no se trata de cuatro eufemismos sino de que los políticos hablan para ellos y nadie más. La esencia de los discursos ha sido eso. O yo, o el caos.

Con todo, el problema, al parecer, es que unos descerebrados se oponen a que gobierne el Presidente de un partido acusado de corrupción y financiación ilegal. Una irresponsabilidad que perjudica nuestra economía e intranquiliza a los mercados. De modo que la mayoría de los periódicos y los medios de comunicación no han dudado en señalar al culpable, puesto que está causando un perjuicio de consecuencias impredecibles, sobre todo, a los jubilados y las personas humildes.

El culpable, dicen que es Pedro Sánchez. Pedro fue culpable cuando era candidato y vuelve a ser culpable cuando el candidato es Rajoy. Aún así, por muy culpable que sea, creo que merecerá el mismo trato que Mariano le dispensó a Luis. Un mensaje que diga: Pedro, se fuerte. Hacemos lo que podemos.

Poco podemos hacer los que pensamos que cualquiera mejor que Rajoy. Lo único esperar y, si llega el caso, votar en navidades. Al fin y al cabo es el vecino el que elige al presidente y es el presidente el que convoca por tercera vez al vecino para que elija al presidente.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España