miércoles, 21 de septiembre de 2016

Tino Casal, 25 años de la muerte de un genio

En el aniversario de su muerte reproduzco un artículo que escribí para la serie Asturiano en el Paraíso


Quienes constituían su entorno, afirman que cuando Tino Casal cumplió 40 años tuvo el presentimiento de que no llegaría a viejo. Era como si intuyera que, en cualquier momento, podía ocurrirle algo malo y definitivo. Las letras de sus canciones dejaban entrever un mensaje fatalista que, entonces, nadie tuvo en cuenta, quizá porque era conocida su obsesión por el más allá, la muerte y los esqueletos. Siempre andaba a vueltas con esos temas pero, al inicio de 1990, además de sus neuras, estaba un poco perdido. Su música se alejaba de lo que la gente quería escuchar y él, que era un perfeccionista, se veía como alguien derrotado, abatido y, en cierta manera, nostálgico. Parecía como si despertara de un sueño y constatara, de pronto, que era un insignificante mortal.

Tino había estado al borde la muerte, le había dejado su novia, se había muerto Costus, y algún otro amigo de su pequeño mundo, y notaba que los demás empezaban a verle como un personaje esperpéntico que no encajaba dentro de las nuevas tendencias de la música. Le quedaba un halo de esperanza y aquel tesón incansable que lo llevó a iniciar una nueva etapa volcándose, con pasión, en la pintura y la escultura. Volvió a la pintura y, siguiendo la línea del arte neosicodélico y el pop-art, pintó cuadros de grandes dimensiones, al tiempo que realizaba ocho esculturas, abstractas y figurativas, en las que repetía, de forma obsesiva, los temas relacionados con su enfermedad y la muerte.

Tino era mucho más que un cantante de éxito, era un artista completo. Compositor, productor, arreglista, pintor, escultor y diseñador, su música recorrió la década de los 80, marcando la pauta de la vanguardia y de un planteamiento estético-artístico que era impactante e innovador. Lo increíble de sus éxitos musicales es que no sabía interpretar ni un acorde, su formación musical era nula, pero era capaz de componer de oído una canción completa, arreglos incluidos, sirviéndose de su voz como instrumento.

José Celestino Casal Álvarez, Tino Casal, había nacido en Tudela Veguín, el 11 de febrero de 1950. Allí, al pie de la fábrica de cemento, y de los tejados blancos que recordaba con nostalgia, fue a la escuela y se hizo amigo de los hermanos Palicio, pasando, en 1961, a la academia del Frailín, en La Felguera, donde estudió el bachillerato al tiempo que asistía al taller de pintura de Fernando Reguera. En 1963, con sólo 13 años, se desplazó a Oviedo y entró en la Escuela de Artes y Oficios. Ya le gustaba la música, así que formó un grupo que fue de los primeros en usar guitarras eléctricas y tocar el “Twist & Shout” de los Beatles. Después fundó Los Zafiros Negros y en 1967, con solo 17 años, entró a formar parte de "Los Archiduques", sustituyendo a Cholo Juvacho, que se había puesto enfermo. Sin tiempo para ensayar grabó un disco y sorprendió a todos por sus grandes dotes artísticas. Con Archiduques grabó tres discos más, pero al éxito inicial sucedió una etapa en qué la crítica no fue favorable y el grupo acabó separándose.

Disueltos los Archiduques, Tino se fue a Londres y volvió a la pintura. En Londres se sintió atraído por la corriente glam y se relacionó con figuras como John Miles, Brian Ferry o David Bowie. Regresó a España en 1977, firmando un contrato con la discográfica "Philips" y grabando dos discos de discreta acogida.

Durante un concierto en la sala Pachá de Valencia, en el verano de 1985, Tino sufrió un esguince de tobillo y, desoyendo a los médicos, siguió de gira durante dos meses, automedicándose con antiinflamatorios y analgésicos, hasta que tuvo que ser hospitalizado, al borde de la muerte. El exceso de antiinflamatorios había provocado una descalcificación, que degeneró en necrosis de la cabeza del fémur, llegando a temerse que se extendiera a los riñones de forma irrecuperable. Afortunadamente no fue así. Tuvo que permanecer en cama, y luego en silla de ruedas, más de un año, lo cual provocó que llegaran a circular rumores de que padecía Sida. También se habló de su presunta homosexualidad, pese a que era conocido que había tenido una relación, de más de diez años, con Pepa Ojanguren.

Tino Casal presumía de asturiano. Venia, de vez en cuando, por Tudela Veguin y luego regresaba a Madrid hablando con acento de aldea para que supieran donde había estado. Decía que echaba de menos hasta el ruido ensordecedor de la fábrica.

Superado el mal trago de la enfermedad, Tino, que era divertido, accesible, generoso y manirroto, volvió a salir adelante pero quiso el destino que un lluvioso 21 de septiembre del año 1991, después de haber cenado en el restaurante Mythos, Casal y sus amigos fueran a la discoteca Gotham, en Pozuelo de Alarcón. Al final de la noche, ya por la mañana, Tino decidió volver a casa con Gonzalo García Villanueva y Antonio Villa-Toro. Volvían en un Opel Corsa que acabó estrellándose, a causa del agua en la carretera, contra una farola y reventando la parte delantera derecha, donde viajaba Tino, que no podía ir en la parte de atrás por sus problemas de cadera. Lo evacuaron en un helicóptero pero falleció, en el aire, mientras lo trasladaban al hospital. Según la autopsia, una de sus costillas se había fracturado y le había partido el corazón en dos.

Bastones de todas clases y broches brillantes en forma de salamandra adornan el recuerdo del autor de Lágrimas de cocodrilo. Tino, fiel a su estilo, insiste en provocar. Siempre que hay tormenta suena su voz.

Milio Mariño

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