El culebrón que estamos viviendo, con el devenir de las
relaciones entre Pedro Sánchez, Mariano Rajoy, Albert Rivera, y Pablo Iglesias,
no deja de añadir nuevos episodios que auguran un final de terceras elecciones
en navidad. Un desenlace que nadie quiere y evidencia que entre los sufrimientos
más comunes está el deseo de que las cosas sean distintas a como son. Distintas
aunque no del todo, pues las últimas encuestas reflejan que hay un alto
porcentaje de españoles que si volvieran a convocarse elecciones, volverían a
insistir en la idea de que cualquier gobierno que no fuera el actual sería,
incluso, peor. Lo cual, traducido al lenguaje de la calle, podría resumirse con
esa frase que se ha hecho famosa y se ha convertido en la más repetida de los
últimos tiempos: “Es lo que hay”.
“Es lo que hay” sirve para casi todo. Para justificar que
llueva tres días seguidos y como exclamación después de ver el recibo de la luz.
Pero como me gusta enredar y no temo meterme en un campo de minas, aún me quedaba
la duda de si la frase se habría hecho famosa en el sentido de tirar la toalla
o como actitud frente a la realidad. Quiero decir que lo que expresa tanto puede
ser que nos damos por vencidos como que aceptamos los hechos de forma realista.
Puede entenderse de las dos maneras. En un caso significaría que nos resignamos
y renunciamos a la posibilidad de cambiar lo que no nos gusta o nos perjudica y
en el otro que somos conscientes de la realidad y nos armarnos de paciencia
para cambiarla.
El resultado que avanzan las encuestas confirma que los
electores volverían a decir: “Es lo que hay”. Y, tal vez no signifique que se resignan
pero, en cualquier caso, aceptan que nada cambie y todo siga igual. Un síntoma
preocupante porque se empieza por aceptar lo que hay y se acaba aceptando que
la corrupción es algo consustancial y propio de una sociedad heredera de la dictadura,
donde los chanchullos, el clientelismo y la designación a dedo eran los mecanismos
habituales. Las cosas siempre funcionaron así y así seguirán funcionando, dirán
los escépticos, reacios a cualquier cambio. Aquí el que no roba, o no defrauda,
es por qué no puede. El que puede lo hace en la medida de sus posibilidades: ya
sea levantando unos bolis y dos paquetes de folios en la oficina, una caja de
herramientas en la fábrica, o defraudando y pagando en negro cuando se tercie.
A lo mejor no vale la pena que hagamos cábalas sobre cómo
puede ser que, si se convocaran nuevas elecciones, al 34% de los votantes no le
supondría ningún problema moral votar al partido con más escándalos de
corrupción de la democracia. A lo mejor la cosa es tan simple como que son más
los que se sienten identificados con una sociedad corrupta que con la otra que
algunos proponen. Solo así se explica esa preferencia por que sigan gobernando
los que gobernaron.
Y, en esas estamos, tratando de digerir que son más los partidarios
de “Es lo que hay” que los de lo que no hay. Habíamos planteado que la frase
podía significar resignación pero también una actitud pragmática que incluía
cambiar la realidad de forma sensata. No es ninguna de las dos cosas, es una advertencia
de que sería inútil que esperáramos más.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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