lunes, 26 de septiembre de 2022

Nos gusta el circo aunque se vista de funeral

Milio Mariño

Solo hizo falta asomarse a la televisión para comprobar que el funeral más caro de la historia, el de la reina Isabel II,  contó con el fervor de unos súbditos que los medios manejaron a su antojo, demostrando que aquello de pan y circo, que decían los romanos, sigue igual de vigente que hace dos mil años.

Por un lado nos mostraron a miles de ingleses guardando unas colas interminables aderezadas con síncopes y soponcios  y, por otro, los retrataron como aduladores y pagafantas de unos personajes cuyos caprichos y rarezas evidencian que Monarquía y Democracia son tan incompatibles como el aceite y el agua.

Desconozco si lo hicieron a propósito o fue una coincidencia, pero para que espabilaran, y espabiláramos, al tiempo que retrasmitían los desfiles, las cabalgatas y las filas de señores y señoras haciendo pucheros delante del féretro, los medios nos recordaron que la difunta reina, objeto de veneración y respeto, había pagado nada menos que 14 millones de dólares para resolver, extrajudicialmente, las acusaciones de abusos sexuales que pesaban sobre su hijo, el príncipe Andrés, aficionado, al parecer, a las orgias con menores.

Por si no fuera bastante también se ocuparon de informarnos que su otro hijo, el heredero y ahora rey Carlos III, exige que le planchen los cordones de los zapatos, que le pongan, exactamente, 2,5 centímetros de pasta dentífrica en el cepillo de dientes y otros soberanos caprichos que él mismo se encargó de corroborar mostrándose como un energúmeno ante problemas tan triviales como cuando le estorba un tintero o la estilográfica le mancha de tinta los dedos.

Estuvo bien que nos recordaran los despropósitos, desmanes y disparates de una monarquía que es como las demás: con sus reyes, reinas y ramas de parientes que conforman un árbol genealógico cuyos frutos suelen ser autoritarios, amorales y corruptos.

Con todo, no deja de ser asombroso que semejantes personajes gocen del fervor popular y que cuando se habla de ellos lo primero que nos exijan sea que les tratemos con el debido respeto. Un respeto que, a fuerza de intentar encontrarle sentido, entiendo que debe ser hacia el espectáculo que representan y no tanto hacia los actores que lo protagonizan.

Presumimos de ser racionales, pero lo que hemos visto estos días, a propósito de la reacción de la gente en torno al funeral de Isabel II, no se sustenta en la racionalidad como forma de pensar. No es, ni puede ser, producto de nuestra capacidad para formar juicios razonables que justifiquen nuestras acciones. Si ya es  irracional que en el siglo XXI admitamos que quien ostenta la máxima autoridad del Estado ocupe el cargo por vía hereditaria y goce de unos privilegios que no tiene ninguna otra persona, todavía lo es más que le demos nuestro aplauso y le rindamos pleitesía como muestra de sumisión.

La explicación que se me ocurre es que nos gusta tanto el circo que nos convertimos en espectadores indulgentes que perdonan lo que haga falta con tal de disfrutar de un grandioso espectáculo que creemos gratis. Lo malo es cuando se acaba. Cuando, como en este caso, el muerto ya está en el hoyo y falta por ver qué puede pasar con el vivo y el bollo. Pasará, casi seguro, que vivirá otro duelo porque le enseñarán la factura y se echará a llorar, esta vez con motivo.

Milio Mariño, artículo de Opinión, Diario La Nueva España

lunes, 19 de septiembre de 2022

Peligra el Menú del Día

Milio Mariño

Dicen por ahí que entre las especies en peligro de extinción está la del Menú del Día. Primer y segundo plato, pan, vino y postre por 13 euros, que es lo que sale de media en el conjunto de la geografía española.

 La culpa, al parecer, es de la inflación. La inflación puede hacer que los bares y restaurantes dejen de sacar a la calle esa pizarra que obra el milagro de convertir a los ateos del chollo en creyentes de que se puede comer bien y barato. No obstante, los obreros en ropa de trabajo, y los oficinistas, autónomos y otras tribus urbanas, incluidos los solitarios, ya han recibido la amenaza de que no van a poder seguir disfrutando de los martes lentejas y los jueves paella. Una comida casera que, en las casas,  se come cada vez menos.

Sería una tragedia que desaparecieran esos menús en los que la calidad supera, con mucho, al precio. Comer bien y barato tal vez fuera un lujo del que los pobres no éramos conscientes pero, hasta ahora, era posible. Era, casi, como ir a comer los domingos a casa de tú madre.

Si la amenaza, al final, se cumple será malo para el país. La música de la crisis suena hasta en los restaurantes de postín. Dicen que también está en crisis el Menú Degustación. En este caso no por la tendencia inflacionista sino porque la gente ya se ha cansado de las tonterías de los chefs. Está harta de ese empeño por transformar las cocinas en laboratorios y hacer que las comidas se conviertan en una entelequia imposible de discernir. Ahí tienen la tortilla deconstruida, que la sirven en una copa y hay que comerla con cucharilla de café.

Por lo que a mí respecta, cuando me hablan de la alta cocina, siempre se me va la olla y pienso en la alta costura. Pienso en esos modelos que sacan en los desfiles y sabemos que nadie se los va a poner. No estoy hecho para esos lujos, me gusta la sencillez. Llevo mal ir a un restaurante, abrir la carta y encontrarme con algo así: "Delicia de ternera con delicados frutos silvestres en cascada sobre duquesas perfumadas con especias de gourmet". No crean que me acabo de inventar el plato, es real. Tan real como que después de leerlo no fui capaz de imaginar qué podía ser y acabé pensando que, fuera lo que fuera, no era para mí

La supervivencia del Menú del Día la veo más necesaria que la del Menú Degustación. La veo imprescindible porque creo que cumple una buena función social. Lo otro queda para quienes puedan darse un capricho. Un capricho caro por más que Dabiz Muñoz dijera, hace poco, que no es cosa de ricos pagar 365 euros por comer el Menú Degustación de su restaurante DiverXo. Por ese precio cualquiera puede comer el Menú del Día durante todo un mes. No será lo mismo. Seguro que no llorará de emoción por la experiencia culinaria, pero se apañará como se apaña quien conduce un coche normal en vez de un Ferrari Purosangue 2022.

Lo del Menú del Día, ojala se arregle por el bien de todos. Y, si me lo permiten, especialmente, por el de quienes venimos de una época en la que preguntabas: ¿Qué hay hoy para comer?  Y respondían: Hostias en vinagre.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de septiembre de 2022

Aprobar sociabilidad para tener un perro

Milio Mariño

A finales de agosto, el Consejo de Ministros aprobó un proyecto de ley que trata sobre la protección, derechos y bienestar de los animales y comenzará a tramitarse en breve. Una nueva ley, otra más, sobre los animales que llama la atención porque, entre otras cosas, señala que los dueños de los perros deberán superar un test de sociabilidad. Una prueba para la cual podrán cursar una formación online que será gratuita y tendrá validez indefinida para todos aquellos, o aquellas, que quieran tener un perro.

Cuando leí lo del test tuve que leerlo dos veces. Uno ya tiene sus años y asume como efecto secundario que le cueste entender ciertas cosas. De todas maneras, los que amamos a los animales y compartimos nuestra vida con ellos nos alegramos de que solo puedan tenerlos quienes estén capacitados. Hoy en día los perros son como un miembro más de la familia.

No es una metáfora, es una realidad. Desde el 5 de enero de 2022 y gracias a una reforma del Código Civil, las mascotas son consideradas, legalmente, miembros de la unidad familiar. Así que los perros, los gatos, los pájaros y está por ver si los pulpos también, son nuestros parientes con todas las de la ley.

Pensando en eso, y en lo que acaban de proponer, se me ocurrió que no deja de ser curioso que las autoridades vayan a exigir formarse y superar un test de sociabilidad para tener un perro y no exijan nada para tener un niño.

Fue lo primero que pensé. Mi formación en la  racionalidad aristotélica, aunque escasa, me remitió a  George Orwell y su Rebelión en la Granja. Caí en la cuenta de que los animales se están humanizando y los políticos se animalizan. Parece como que hubieran perdido el norte y la sintonía con los problemas reales. En vez de preocuparse por mejorar la vida de las personas, proponen animaladas.

Animaladas sin sentido porque el nuevo proyecto de ley de protección de los animales tendrían que enseñárselo a un toro de lidia y preguntarle qué opinión le merece que para llevar a un perro de la mano exijan superar un test de sociabilidad y que los banderilleros, los picadores y los toreros sigan campando a sus anchas y estén autorizados para torturar, herir y matar a un animal con total impunidad.

Si, los políticos, lo que pretenden es construir una sociedad mejor deberían ser más racionales y más consecuentes. Sería injusto generalizar pero tanto los que gobiernan como los que se oponen y viven encantados sin gobernar, practican una política que imita al juego de la oca. No abordan los problemas más acuciantes, tiran los dados y se apuntan a lo que salga.

La casilla de salida, la primera y más importante, debería ser la de la gente normal y los problemas de su día a día. Por eso que sí, con la que está cayendo, uno de los primeros temas a debatir, en la inauguración del nuevo curso político, es la idea de que los propietarios de los perros deban superar un test de sociabilidad, que garantice qué están capacitados para hacerse cargo de ellos, no sería en absoluto extraño que la gente exigiera la misma prueba para cualquiera que pretenda desempeñar un cargo público. Qué menos que exigirle a un político lo mismo que se exige a quien quiera tener un perro.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 5 de septiembre de 2022

Septiembre no existe

Milio Mariño

No arranqué ni pienso arrancar la hoja del calendario. He decidido quedarme en agosto y en agosto me quedo, igual, hasta navidades. Hasta que la alegría y la música de esos días se impongan al coro de malas noticias y casi ninguna buena. Ya saben: fuerte subida de los precios, incendios, robos, asesinatos, el virus del murciélago, la viruela del mono y manadas de jabalís que vuelven a pasear por el barrio después de haber veraneado en los montes cercanos.

Nada nuevo por más que digan que ha llegado septiembre y todo se ha puesto peor. Ninguna novedad, por suerte, ya que si esas noticias las leyéramos por primera vez pensaríamos que está próximo el fin del mundo. Pero ya las hemos leído otras veces y sabíamos que estaban ahí, esperando el final del verano. De modo que pueden ahorrarse el vicio de amenazarnos. Hace tiempo que remediar el dolor, sea cual sea su procedencia, está al alcance de más personas.

Lo que dicen que puede pasar es posible que pase, pero siempre tendrá mejor solución de la que tuvo hace años. Sobre todo si nos remontamos a otras épocas y otros siglos. Por eso que de miedo nada, vivimos mejor que nunca aunque algunos se empeñen en decir lo contrario.

Para convencernos, apuestan por el argumento de que hay personas que viven mal o muy mal. Y, es cierto, sería absurdo negarlo. Constituyen una realidad incuestionable, pero si solo nos fijamos en ellas hacemos trampa. Perdemos la perspectiva; nos olvidamos de cómo se vivía antes y como se vive ahora y eso tampoco parece justo. El análisis debería hacerse al margen del derrotismo a ultranza y el optimismo ingenuo. Partiendo de una visión realista que nos permita gestionar las ventajas de la situación actual y no perdernos en deseos y ambiciones frustrantes.

Lo que intento decir es que si damos todo el protagonismo a las malas noticias aportamos la dosis de idiotez necesaria para crear una indignación y un malestar que nos impedirán ver las cosas como, realmente, son. Seremos títeres del perverso juego de la perspectiva única y llegaremos a conclusiones falsas. El mundo, ciertamente, no es perfecto y ni siquiera hace falta defender que vaya bien, pero la gente vive mejor que nunca. Circunstancia que no debería llevarnos a la complacencia absoluta ni tampoco al derrotismo que algunos intentan.

Es posible que seamos más pesimistas porque vivimos mejor. No tenemos mucha fe en el progreso y evitamos la reflexión y el análisis de cómo se vivía hace poco. El recuerdo de un pasado peor no interesa. Nos hemos acostumbrado a obtenerlo todo tan rápido, y casi sin esfuerzo, que cualquier obstáculo parece insalvable.

Este otoño posiblemente tengamos problemas, pero no comparto la versión catastrofista que se empeñan en transmitirnos quienes en vez de arrimar el hombro solo critican. El futuro no se presenta muy halagüeño, pero si gobernaran los que dicen que España está al borde del precipicio y solo ellos podrían salvarnos, seguro que no tendríamos un horizonte mejor.

Entenderán ahora por qué he decidido quedarme en agosto hasta que lleguen las navidades. Septiembre, como retroceso social a los tiempos de la penuria y el frio, no existe. Es un invento de quienes se empeñan en fastidiarnos pronosticando desgracias al por mayor. Estamos donde estábamos, ni mejor ni peor que hace treinta días. El sol probablemente caliente menos, pero tampoco hace frio.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

domingo, 4 de septiembre de 2022

Tuvieron nel Paraisu: Sorolla en San Xuan de L’Arena

Milio Mariño

Cuando Tomás García Sanpedro, qu’exercía de farmacéuticu pero tenía vocación de pintor, recibió, na so casa de La Pumariega, en Muros del Nalón, una carta de Joaquín Sorolla, poniéndolo al tantu de que taría n'Asturies a mediaos del mes de xunu, púnxose tan contentu qu’españó d'allegría.  Daquella, nos alborecieres del sieglu XX y dende facía yá dellos años, artistes como José Robles, Casto Plasencia o'l mesmu García Sanpedro dieren prestixíu a La Colonia de Muros. Una Colonia que naciere col enfotu d’asemeyase a la escuela francesa de Barbizón.

La Colonia llograre axuntar a pintores como los yá nomaos y como Agustín Lhardy, Cecilio Pla y Alfredo Perea, lliteratos como Manuel Cañete y Vital Aza y músicos de la talla de Joaquín Arrieta, pero aquella rellumanza viérase tayada pol fallecimientu d'unu de los sos principales mentores, Casto Plasencia, y pol fin d'una dómina que se despidió estruéldosamente cola guerra ente España y Estaos Xuníos y el desastre del 98. Asina foi que cuando, en 1902, Sorolla llegó a Muros, La Colonia nun yera lo que fuere nun pasáu qu'entá s'alcordaba. Pero, el pintor, nun venía buscando participar d’aquel ambiente y aquelles tertulies cultes, lo que quería yera pintar la lluz y la gafura del Cantábricu, un mar radicalmente distintu del lluminosu y apacible Mediterraneu. Por eso Sorolla escoyó San Xuan de L'Arena, pa tar cerca de la mar y poder movese polos cantiles colos llenzos y el so caballete arrecostines.

Joaquín Sorolla ñaciera nel 27 de febreru de 1863 en Valencia y, nun principiu, cuando entovía yera un neñu, queríen que fuere cerraxeru. Lo mesmu que’l so tíu maternu, que foi quien s'ocupó d'él, y de la so hermana Concha, dempués que los padres finaren por una epidemia de cólera. Pero a Sorolla, siempre-y tiraron más los pinceles, de cuenta que siendo adolescente empezó a trabayar nel taller d'Antonio García, que depués sería'l so suegru, coloreando fotografíes. Del taller de fotos pasó a Belles Artes, estudió pintura y, mientres estudiaba, yá empezó a ganar premios. Dempués, col so amigu, el tamién pintor Pedro Gil, viaxó a París y conoció de cerca la pintura impresionista, una esperiencia que lo emburrió a camudar la so forma de pintar, y la so temática y estilu.

Sorolla llegó a L'Arena siendo un pintor reconocíu.  Yá tenía premios y medayes de Belles Artes y viaxare por toa Europa, principalmente per Inglaterra y Francia. Alcordaba que-y falaren enforma de la lluz del norte: de los colores del mar Cantábricu, los cielos grises y el verde de los praos. De mou que fixo casu a los conseyos, sobremanera los d'Agustín Lhardy y García Sanpedro,  y arrendó una casa en L'Arena, cerca del so amigu, el caderalgu de drechu, Rafael Altamira, con quien charraba, de cutiu, de la común preferencia polo que llamaben los paisaxes pequeños.

 La vida de Sorolla en L'Arena yera cenciella. Prestaba-y dar paseos en barca, pola ría de San Esteban, xugaba al dominó na fonda El Brillante o nel Casinu de Muros y participaba, con gustu, de bones pitances. Pasiaba, de cutiu, por Los Viñales, un terrén, amiestu de prau y abanu de sable, que s'enfusaba na ría y sirvía pa que los pescadores ensugaren les redes y descargaren la pesca. Arrodiando la mariña, el pintor llegaba hasta Bayas y Malabaxada, una playa próxima a la isla La Deva, bien pedresa y de mal accesu, que yera ún de los llugares que más-y gustaben. Alternaba aquellos paisaxes cola otra vera del Nalón. Cruciaba la ría en barca y allegábase hasta l'otru llau pa pintar San Esteban y acabar la xornada, con García Sanpedro, esfrutando de la sobremesa y xugando al dominó. Tenía una gran vitalidá, nun llegare, entovía, a los cuarenta años, de mou que tocáu con una gran boína y el caballete arrecostines nun se llindaba a los paisaxes del Nalón, boriaba por tola mariña y tien llegáu, inclusu, hasta Avilés, onde pintó'l puertu.

Sorolla pasó en L'Arena, Muros y Sotu'l Barcu, tres branos. Tres branos abondantes porque les sos estancies nun duraben un mes, duraben dos y tres meses, tiempu nel que pintó más de cincuenta cuadros y gran cantidá de bocetos. N'ocasiones yeren les sos fíes, o la so muyer Clotilde, Clota, como la llamaba, les que posaben pal pintor. N'unu de los cuadros, quiciabes el más representativu d'esa dómina: Después del baño, Asturias, foi Clotilde, que yera menuda y proporcionada, la que-y sirvió de modelu.

La estancia de Sorolla n'Asturies, dende 1902 a 1905, onde atopó, como dixo, les tonalidaes que'l Mediterraneu negaba-y a la so paleta, dio como frutu una coleición de cuadros qu'incluyen el yá citáu, que presentó na esposición de París, y otros como Hórreo de Asturias, La Segadora, Secadero de redes, El Nalón, Mar y Rocas… Asina hasta 55, que son los que figuren, referíos a los branos que pasó en Asturies, y puen vese nel muséu que lleva'l so nome.

Pero, non solu'l paisaxe d'Asturies influyó en Sorolla, los asturianos tamién fueron parte importante na vida y les rellaciones del pintor. Tal ye asina que l'ataque d'hemiplexía que lo dexaría inválido pa los pinceles y, tres años más tarde, causaría-y la muerte, sosprendiólo mientres pintaba a Mabel Rick, esposa de Ramón Pérez de Ayala, nel xardín de la so casa de Madrid.

Pérez de Ayala tenía una gran amistá con Sorolla. Asina cuenta, el gran escritor asturianu, qu'antecedió a Picasso  como direutor del Museo del Prado, lo que pasó aquel día.

Una fina y templada mañana madrilana del mes de xunetu, Sorolla pintaba nel xardín el retratu de la mio muyer, reparando yo, al so llau. Yéramos los trés solos, embaxo d’una pérgola enramada. Llevantóse una vegada y empobinó pal so estudiu. Xubiendo los pasos, cayó. Allegamos na so ayuda, xulgando que zarapicara. Punxímoslu de pies, pero nun podía sostenese. La metá esquierda de la cara conteníase nun xestu inmóvil, un xestu aneñao y tristayu, qu'inspiraba dolor, piedá y tenrura. Entendimos la dramática verdá; la cuerda, desaxeradamente tirante,  quebrárase.

Según Pérez de Ayala, Sorolla quixo siguir pintando. Atesteraba, como un neñu mimáu a quien, pal so plasmu, lo contrariaren. Pero, la paleta cayía-y de la manzorga y la drecha, col pincel más suxetu, malpenes lu obedecía. Dio cuatro pincelaes, llargues y desesperaes, cuatro glayíos mudos, y yá dende los estragales de la otra vida, marmulló, "Nun pueo", con llárimes nos güeyos. Quedó recoyíu en sí, como embaíu nes borrafes de lluz de la so intelixencia, casi apagada, y de secute, por un soplíu absurdu ya invisible, dixo: "Qué haya un tontu más, ¿qué-y importa al mundu?"

Sorolla morrió, dos años dempués, el 10 d'agostu de 1923, en Cercedilla, ensin que pudiera volver a pintar.

 

Milio Mariño / Del llibru, entá inéditu, Tuvieron nel Paraisu