lunes, 26 de febrero de 2024

Familias multiespecie

Milio Mariño

Estaba en una terraza tomando café, y aburriéndome como un percebe, cuando alguien, en la mesa de atrás, dijo que su familia era multiespecie. Otro fantasma, pensé, que intenta hacerse el gracioso contándonos que tiene una familia rara. Qué sé yo: una suegra diplomada en artes marciales, un cuñado astronauta… Pero seguí con la oreja puesta y resultó que la familia en cuestión no tenía nada de rara; era una de las muchas familias que están compuestas por un hombre, una mujer y un perro. Animal que ha pasado de ser de compañía a ser de la familia.

No hace mucho, las familias eran todas de la misma especie. Ahora depende. Lo explicaba muy bien una señora muy simpática que vi en la tele contestando así a quien la entrevistaba: No puedo decirle que este perro sea mi hijo porque los hijos crecen y llega el momento en que ya no tienes que limpiar sus cacas, pero por lo demás lo quiero y lo trato con el mismo cariño que se puede tener por un hijo. Las madres, cuando un hijo se pone enfermo salen corriendo para el pediatra. Yo hago lo mismo, pero lo llevo al veterinario.

Las estadísticas oficiales dicen que en España hay más perros que niños.  Hay 9,3 millones de perros y 6,7 millones de niños menores de 14 años. Datos que confirman que los hogares españoles no son lo que eran y que muchas parejas han decidido tener “perrhijos” porque salen más baratos y no les complican la vida. Tienen un perro, celebran su cumpleaños con tarta y velas y hasta le ponen regalos. No les preocupa lo que puedan pensar los vecinos.

Asturias es la comunidad con más perros por habitante. Tenemos 3,51 perros por cada 10 personas. Desconozco si es que los asturianos queremos mucho a los perros o estamos muy solos y pensamos que pueden hacernos compañía. Sea lo que fuere tener un perro en la familia no se limita a su presencia física, siempre queremos ir más allá y no resistimos la tentación de hablar con ellos como si fueran personas. Algo que, de momento, resulta complicado porque hablar con los animales es fácil, lo difícil es que te entiendan.

Difícil, no se sabe hasta cuándo porque entre las muchas ventajas que anuncian para la Inteligencia Artificial está lo que llaman “Machine Learning”. Una aplicación que nos permitirá comunicarnos con otras especies a una velocidad y con una precisión que es imposible para los humanos.

Lo presentan como un avance sin precedentes, pero habrá que verlo. Los científicos coinciden en que los animales nos entienden mejor a nosotros que nosotros a ellos. Por eso que tal vez sea aconsejable que los perros sigan siendo perros y que no nos empeñemos en hacerlos humanos. Hemos llegado hasta aquí, cada uno por su lado, y no nos ha ido mal. Los perros han pasado de dormir a la intemperie a dormir en nuestra cama y nosotros de tirarles piedras a disfrutar de su compañía. Si la inteligencia artificial nos permite hablar con ellos igual descubrimos que tienen una idea política distinta a la nuestra, o son de otro equipo de fútbol. Y entonces empezarían los líos. Así que mejor seguimos con Darwin y la evolución de las especies. Los perros han evolucionado y ahora son de la familia pero, en lo de hablar, ya hablarán cuando les toque.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 19 de febrero de 2024

Morir de viejos

Milio Mariño

No es frecuente pero, a veces, abres el periódico y te encuentras con algo que no había ocurrido nunca. El que fuera Primer Ministro holandés Dries van Agt, y su esposa Eugenie Krekelberg, ambos de 93 años, decidieron morir y murieron al mismo tiempo mediante una eutanasia conjunta.

Morir de viejo no tiene nada de malo, al contrario, es lo que todos deseamos y algunos no lo consiguen. Aunque, claro, también hay egoístas que son viejos y se empeñan en seguir viviendo. Lo denunciaba el que fuera ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, quien declaró hace unos años que las personas mayores deberían darse prisa y morir para aliviar los gastos del Estado en pensiones y atención médica. También el Fondo Monetario Internacional y la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, alertaron sobre los riesgos que supone para los Estados y la economía mundial que los viejos vivan demasiado. Hubo, incluso, quien se atrevió a ir más allá. Yusuke Narita, profesor de Economía en la Universidad de Yale, y muy popular en las redes sociales americanas, dijo no hace mucho que sería conveniente que se abriera un debate sobre la posibilidad de que la eutanasia fuera obligatoria para los viejos, en un futuro no muy lejano.

Tal vez porque conoce y comparte estas ideas, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso justificó la muerte de 7.291 ancianos, que no fueron trasladados desde sus residencias geriátricas a los hospitales, cuando la pandemia del coronavirus, porque se iban a morir de todas maneras. Ya eran viejos y los viejos, puestos a morir, se supone que no debería importarles hacerlo en un sitio cualquiera que no tiene por qué ser, necesariamente, la cama de un hospital.

Allá por las altas esferas, los que mandan en el mundo y no sabemos si también en algún laboratorio de China, han llegado a la conclusión de que los viejos viven demasiado. Muchos por encima de sus posibilidades y algunos de su cordura.

 La sociedad ha hecho de la juventud un modelo para toda la vida y la vejez se ha convertido en un odioso problema. La palabra viejo se ha asociado a la idea de sobrante o deshecho y en esas estamos. Por un lado la ciencia se afana en dilatar la vida de las personas y por otro los expertos en economía dicen que no sale a cuenta. Que los viejos van estirando su aliento y engañando a la muerte y que en ese empeño se vuelven insoportables.

Más vale que nos preparemos, aunque la verdad es que tampoco podemos hacer mucho. Todo aquello que nos enseñaron para que aprendiéramos a ser solidarios, mejores, más libres y más justos, parece que solo ha servido para que el mundo camine hacia una nueva forma de nazismo.

Lo que nos hace viejos, dicen los expertos, no es la edad es el miedo. El miedo, sobre todo, a convertirnos en una carga y no ser útiles. Eso explicaría que muchos, después de jubilarse, quieran seguir en activo y se ocupen de cosas que para los jóvenes tienen poca importancia como, por ejemplo, vigilar las obras y estar al tanto de que no abran la misma zanja, en la misma calle, más de tres veces el mismo año. Podrá parecer poco importante, pero solo por eso ya compensan el gasto y merecen seguir viviendo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión 


lunes, 12 de febrero de 2024

A buen tiempo… ¿mala cara?

Milio Mariño

Este año hemos subido la cuesta de enero con un tiempo estupendo. Daba gusto; parecíamos ciclistas subiendo el Angliru en junio. Hubo eneros, casi todos, en  los que, a las dificultades que siempre tenemos para subir la maldita cuesta, había que añadir un tiempo de perros. Lluvia, nieve, heladas y ese viento frio que te deja las orejas como dos berenjenas sin dueño. Este año nada, ni siquiera daba pereza salir a tirar la basura. Y si añadimos la fortuna que ahorramos en calefacción, lo del cambio climático solo parece negativo por el incordio de tener que disparar todos los días los cañones de nieve. Solo por eso, porque las restricciones de agua no son consecuencia del clima.  Lo dijo Isabel Díaz Ayuso. Dijo que cerrar las plazas de toros y darle alas al separatismo es la causa de que haya menos libertad y más sequía.

La Presidenta de la Comunidad de Madrid acostumbra a sorprendernos con sus diagnósticos atrevidos y sus recetas originales para casi todo y también para el clima. Una idea muy aplaudida fue la de poner macetas con flores en los balcones. Lo suyo con el clima es como lo de Groucho Marx en aquella película: “¿A quién va usted a creer: a mí o a sus propios ojos?”

Nuestros ojos nos llevan a que casi todos estemos de acuerdo en que no debe ser nada bueno que haga buen tiempo en invierno. Pero, claro, también nos gusta que la primavera empiece en enero. Las terrazas de los bares están llenas a rebosar y la gente disfruta olvidándose de los abrigos. Y como, al final, lo que importa es que el personal disfrute y se lo pase en grande, todo lo demás tendrá que supeditarse al bien principal. Incluidos, por supuesto, los agricultores, que insisten en protestar cuando deberían plantearse si en vez de seguir cultivando las frutas y verduras que cultivaban sus abuelos no sería mejor que cambiaran el chip y cultivaran frutas tropicales como el caqui, la guayaba o el mango. Algo nuevo. Las verduras del tipo berza de toda la vida, el brócoli o la coliflor podemos importarlas de Taiwán o de China, lo mismo que importamos los pantalones vaqueros. 

Lo principal es que la gente esté contenta y vengan muchos turistas, luego ya veremos cómo se soluciona la escasez de agua. Igual tenemos que ducharnos menos, no tirar de la cadena siempre que vamos al váter o cerrar el grifo mientras nos cepillamos los dientes. Medidas que nunca vienen mal porque suponen un ahorro que podemos destinar a tomarnos otra cerveza.

Sobre que haga buen tiempo en invierno hay mucho que hablar. Por un lado nos invitan a vivir el presente como si no hubiera un mañana y por otro se empeñan en no dejarnos vivir hablándonos del mañana que nos espera y de un cúmulo de desgracias. Habíamos dejado atrás el covid19, como una preocupación que nos agobiaba, y cuando empezábamos a respirar vuelven a meternos miedo con el cambio climático, la guerra de Ucrania, la situación en Oriente Medio, los inmigrantes…   

Hablar del futuro, solo, en negativo aporta pesimismo y amarga nuestro carácter. Además, sirve de poco. No parece que los desarreglos del cambio climático vayan a solucionarse poniendo mala cara al buen tiempo. Ser feliz es adaptarse a los cambios. Y a este, aquí por el norte, estamos adaptándonos divinamente.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 5 de febrero de 2024

Al rico impuesto

Milio Mariño

Siempre que salía a relucir el tema me costaba admitir que el deporte favorito de los políticos fuera, como decían, maltratar y despreciar a los ricos. Creía más bien lo contrario pero, poco a poco, me fui desengañando y acabé por desengañarme del todo gracias al reciente Foro Económico Mundial de Davos, donde un grupo de multimillonarios exigió que les pongan más impuestos y los políticos quedaron mudos. No dijeron nada para evitar decir lo que piensan: a los ricos ni agua. No les conceden una. Les gusta hacerles sufrir.

Pero los ricos aguantan y son tozudos. Plasmaron su petición por escrito en una carta, titulada “Proud to Pay More”, con la que instan a los líderes políticos a que les pongan más impuestos para mejorar los servicios públicos. La carta está firmada por más de 250 multimillonarios, entre los que destacan Brian Cox, Abigail Disney, Robert Bosch y Valerie Rockefeller.

Puede llamar la atención que, entre los firmantes, no figure ningún millonario español, pero es que los millonarios españoles saben jugar sus cartas. Están deseando pagar más impuestos igual que sus colegas, los millonarios de otros países, pero no lo piden porque saben que aquí, basta que lo pidan para que no se lo den.  A lo mejor el PSOE, que siempre quiso llevarse bien con ellos, igual podría estar por la labor, pero el PP se negaría y diría rotundamente que no.

Acaba de hacerlo  Alberto Núñez Feijoo, que ha dejado claro que no piensa ceder y asumir lo que piden los ricos. Ha pedido eliminar el impuesto a las grandes fortunas, aprobado por el Gobierno de coalición, y también que devuelvan el impuesto de Patrimonio a las Comunidades Autónomas para que, donde gobierna el PP, lo eliminen en la práctica, como hizo él en Galicia.

El PP se mantiene firme en sus convicciones. Tiene marcada su hoja de ruta y, por más que los ricos insistan, seguirá adelante con su postura. Está radicalmente en contra del masoquismo fiscal.

Habrá que ver si los ricos se quedan de brazos cruzados. Lo que acaba de suceder en Davos no fue, como piensan algunos, un calentón después del champán. Se trata de una tendencia que los políticos no vieron venir y dará mucho que hablar. La agencia de encuestas Survation, con sede en Londres, publicó hace unos días un sondeo, en el que participaron muchos millonarios de los países que forman el G20, y el resultado fue que el 74% apoya que aumenten los impuestos sobre la riqueza para ayudar a los Gobiernos a que puedan hacer frente a los problemas de exclusión social.

La democracia exige tratar a todos por igual y así debería ser. Los ricos dicen que quieren pagar más, pero no les corresponde a ellos decidir cuánto tienen que pagar. En eso llevan razón los políticos que, lógicamente, defienden los intereses del pueblo y la soberanía popular. No puede ser que quienes más tienen hagan siempre lo que quieran y se salgan con la suya. Ahora bien, lo mismo que digo una cosa digo la otra. Tampoco merece la pena hacer un drama por esto. Si fuera que los políticos se plegaran, habitualmente, a las exigencias de los poderosos sería otro cantar. Pero como sabemos que están de nuestro lado, seguro que nadie les hará ningún reproche si es que al final acaban cediendo y dan ese capricho a los ricos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España