Este año hemos subido la cuesta de
enero con un tiempo estupendo. Daba gusto; parecíamos ciclistas subiendo el
Angliru en junio. Hubo eneros, casi todos, en los que, a las dificultades que siempre
tenemos para subir la maldita cuesta, había que añadir un tiempo de perros. Lluvia,
nieve, heladas y ese viento frio que te deja las orejas como dos berenjenas sin
dueño. Este año nada, ni siquiera daba pereza salir a tirar la basura. Y si añadimos
la fortuna que ahorramos en calefacción, lo del cambio climático solo parece negativo
por el incordio de tener que disparar todos los días los cañones de nieve. Solo
por eso, porque las restricciones de agua no son consecuencia del clima. Lo dijo Isabel Díaz Ayuso. Dijo que cerrar
las plazas de toros y darle alas al separatismo es la causa de que haya menos libertad
y más sequía.
La Presidenta de la Comunidad de
Madrid acostumbra a sorprendernos con sus diagnósticos atrevidos y sus recetas originales
para casi todo y también para el clima. Una idea muy aplaudida fue la de poner
macetas con flores en los balcones. Lo suyo con el clima es como lo de Groucho
Marx en aquella película: “¿A quién va usted a creer: a mí o a sus propios
ojos?”
Nuestros ojos nos llevan a que casi
todos estemos de acuerdo en que no debe ser nada bueno que haga buen tiempo en
invierno. Pero, claro, también nos gusta que la primavera empiece en enero. Las
terrazas de los bares están llenas a rebosar y la gente disfruta olvidándose de
los abrigos. Y como, al final, lo que importa es que el personal disfrute y se
lo pase en grande, todo lo demás tendrá que supeditarse al bien principal. Incluidos,
por supuesto, los agricultores, que insisten en protestar cuando deberían
plantearse si en vez de seguir cultivando las frutas y verduras que cultivaban
sus abuelos no sería mejor que cambiaran el chip y cultivaran frutas tropicales
como el caqui, la guayaba o el mango. Algo nuevo. Las verduras del tipo berza de
toda la vida, el brócoli o la coliflor podemos importarlas de Taiwán o de China,
lo mismo que importamos los pantalones vaqueros.
Lo principal es que la gente esté
contenta y vengan muchos turistas, luego ya veremos cómo se soluciona la
escasez de agua. Igual tenemos que ducharnos menos, no tirar de la cadena
siempre que vamos al váter o cerrar el grifo mientras nos cepillamos los
dientes. Medidas que nunca vienen mal porque suponen un ahorro que podemos
destinar a tomarnos otra cerveza.
Sobre que haga buen tiempo en
invierno hay mucho que hablar. Por un lado nos invitan a vivir el presente como
si no hubiera un mañana y por otro se empeñan en no dejarnos vivir hablándonos
del mañana que nos espera y de un cúmulo de desgracias. Habíamos dejado atrás el
covid19, como una preocupación que nos agobiaba, y cuando empezábamos a
respirar vuelven a meternos miedo con el cambio climático, la guerra de Ucrania,
la situación en Oriente Medio, los inmigrantes…
Hablar del futuro, solo, en negativo
aporta pesimismo y amarga nuestro carácter. Además, sirve de poco. No parece
que los desarreglos del cambio climático vayan a solucionarse poniendo mala
cara al buen tiempo. Ser feliz es adaptarse a los cambios. Y a este, aquí por
el norte, estamos adaptándonos divinamente.
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Milio Mariño