lunes, 29 de abril de 2024

Hacienda somos otros

Milio Mariño

A veces, el azar nos depara sorpresas que son como un equipaje a propósito para andar por la vida mejor. Esta reflexión viene a cuento porque justo ahora, en pleno período de la declaración de la renta, acaba de aparecer un libro escrito por Carlos Cruzado y José María Mollinedo, dos técnicos del Ministerio de Hacienda que se han atrevido a poner negro sobre blanco: “Los Ricos no pagan IRPF”.

 El libro, aunque lo parezca, no es de ficción. Es un ensayo que analiza la evolución de los impuestos en España, desde que se instauró la democracia hasta nuestros días.  

Conviene leerlo. No contiene recetas mágicas que nos ayuden a pagar menos impuestos. No va de eso. Analiza la ineficacia de un sistema tributario que se diseñó en los años 70 y al que le han ido poniendo parches que no añaden más justicia. La idea era que sirvieran para dar alcance a un fraude que les lleva mucha ventaja y no se deja coger ni aunque le prometan impunidad. Un ejemplo esclarecedor fue lo que ocurrió con la amnistía fiscal de Montoro, aprobada en 2012 por el Gobierno de Mariano Rajoy.

Al margen de que la citada amnistía acabó siendo inconstitucional, cinco años después de que se aprobase, la mayoría de los que se acogieron a ella continuaban defraudando, una vez regularizado el fraude anterior. Les perdonaron la penitencia, pero se olvidaron del propósito de enmienda y volvieron a pecar. La gratitud les duró lo justo para convencerse de que seguirían recibiendo la misma comprensión y el mismo trato de favor.

Ejemplos así no ayudan mucho ni apuntalan la idea de que Hacienda somos todos. La gente corriente, los pobres para entendernos, actuamos movidos por el miedo más que por una utópica concienciación. El razonamiento es sencillo: Quienes tienen mucho dinero defraudan y no les pasa nada, pero tú eres un pobre diablo y si no pagas van a por ti y te crujen vivo.

Que te crujen es seguro. La Agencia Tributaria tiene al 80% de sus efectivos persiguiendo al pequeño y mediano contribuyente. Solo el 20% de sus técnicos e inspectores trabaja en el seguimiento de las grandes fortunas y los presuntos grandes defraudadores. Además de que son pocos, se las tienen que ver con asesores expertos y sociedades creadas exprofeso para evadir y eludir impuestos.

La lógica elemental induce a pensar que si Hacienda quisiera perseguir el fraude, debería centrarse en las empresas, las multinacionales y las grandes fortunas, que son las que tienen la mayor parte del dinero en España. Centrarse en los pobres es ir a lo fácil. Así que eso de que Hacienda somos todos, tururú que te vi morena.

No sé si saben aquello de que un elefante, aunque sea pequeño, siempre será un animal grande. Pues en esas estamos; con el grande no hay quien pueda. Según un informe de la Fundación La Caixa, el fraude fiscal en el IRPF se situó en 7.101 millones de euros en 2017, que es el último año con datos disponibles.

Tantos miles de millones es imposible que puedan escaquearlos los que viven a duras penas. Que son, precisamente, los que más vigila Hacienda. Así que por mucho que digan que Hacienda somos todos, al final resulta que Hacienda somos otros. Somos los que cobramos un sueldo o una pensión y, aunque queramos, no podemos defraudar ni un céntimo.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 22 de abril de 2024

La vergüenza de Gaza

Milio Mariño

Si tomáramos como referencia lo que ocurre en Gaza, el ser humano sería, con mucho, el peor animal sobre la tierra. El único que siente placer y disfruta con la muerte y el sufrimiento de otros. El más cruel y despiadado, capaz de urdir atrocidades con el azufre de sus entrañas.

Cuesta asumir que una persona diga, como dijo la ministra de Igualdad Social de Israel,  May Golan: “Estoy orgullosa de la destrucción causada por el Ejército en la Franja de Gaza y de que cada bebé, incluso dentro de 80 años, le cuente a sus nietos lo que hicieron los judíos". Unas declaraciones que se enmarcan dentro de la misma dinámica mostrada por su colega en el Gobierno, el Ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, quien dijo, públicamente y con orgullo, que es racista, homofóbico y partidario del fascismo. A su vez, el presidente, Isaac Herzog afirmó que en Gaza nadie es inocente, que todos son responsables y por tanto un objetivo militar legítimo. Y, apoyando la postura de su jefe, Yoav Gallant, ministro de Defensa, se refirió a los palestinos como animales con apariencia humanoide.

 Estas declaraciones explican que la barbarie y el terror campen a sus anchas en Gaza. Lo que resulta más difícil de explicar es que ni la convención de Ginebra, ni la ONU ni, prácticamente, ningún Gobierno estén haciendo nada para evitarlo. Algunos se han atrevido a protestar, aunque tímidamente y con la boca pequeña, y otros incluso lo aplauden. Zelenski, Presidente de Ucrania, protagoniza el sinsentido de apoyar incondicionalmente a Israel y votar en contra de todas las resoluciones sobre Gaza.

Sabemos poco de lo que, realmente, ocurre allí porque no dejan que entren periodistas de otros países y, en cuanto a los que había, 103 han muerto asesinados en apenas seis meses. Lo que tenemos es el testimonio de alguna ONG como Médicos sin Fronteras, que habla de niños que nacen de madres heridas o muertas, médicos que operan sin anestesia, más de cien menores muertos, o gravemente heridos, al día, y muchas personas, sobre todo ancianos, que están muriendo de hambre y de sed. Una realidad aterradora que hace de Gaza un lugar incomparable con el de cualquier otra guerra. Un infierno en el que casi no hay energía eléctrica, ni  agua, gas, comida y medicamentos. Un cementerio de niños, como dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

La pregunta inevitable es: ¿Por qué no detienen esta barbarie?  Por qué los Gobiernos no explican cómo es que pasan los días y no intervienen para poner fin a este exterminio salvaje.  Qué ocurre para que el mal siga campando a sus anchas y traten de convencernos de que nuestro bienestar depende de que miremos para otro lado. Cómo hemos llegado a la ridiculez de pedir a Israel que afine la puntería y no mate a los cooperantes de las ONG y a considerar un logro que dejen entrar a 10 camiones con ayuda humanitaria. Nos conformamos con eso. Nuestra indiferencia y deshumanización es estremecedora. Lamentamos lo que está ocurriendo y creemos que, con lamentarlo, alcanza para no ser cómplices.

Con todo, nada indica que la situación vaya a cambiar. Los que mandan en Israel insisten en seguir destruyendo y matando y demuestran que no han leído a Séneca, quien decía que un solo bien puede haber en el mal: la vergüenza de haberlo hecho.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 19 de abril de 2024

Avilés y el vidrio

Milio Mariño

El anuncio de cierre de la división Sekurit de la fábrica de Saint Gobain, dedicada a la fabricación de parabrisas para coches, propicia la ocasión de recordar lo que fue  la industria del vidrio en Avilés.

Avilés llegó a contar, a principios del siglo XX, con dos fábricas de vidrio, la primera, llamada La Vidriera, tenía a franceses como obreros especializados en el soplado del vidrio, los célebres “machoneros”, y estaba ubicada en lo que hoy conocemos como Puerta de la Villa. La segunda, la fábrica de Sabugo,  estaba en los prados frente a lo que es la estación del ferrocarril y tenía a belgas y holandeses como especialistas hasta el punto de que algunos, como la familia Hurlé, llegaron a constituir una verdadera estirpe en Avilés.

Ambas fábricas fueron cerradas en el año 1913, al parecer por las presiones de un importante “trust vidriero” del que formaba parte Saint Gobain, sociedad que fue acusada de subvencionar a las fábricas de Avilés con 300.000 pesetas para que no siguieran trabajando, dado que sus productos alcanzaban una gran fama en los mercados españoles de entonces.

Años más tarde, la fábrica que se conocía como “La Vidriera” reanudó sus actividades con la producción de envases de vidrio de distintas formas y tamaños, hasta que a principio de los años cincuenta, cerró definitivamente. Esta fábrica fue utilizada durante la Guerra Civil, desde diciembre de 1937 hasta noviembre de 1939, como Campo de  Concentración de los sublevados y llegó a congregar a más de 2.000 prisioneros.

Estos fueron los antecedentes de Cristalería Española, que sería la primera de las grandes industrias que, andando el tiempo, iban a transformar lo que era una villa de apenas 30.000 habitantes en una ciudad industrial que triplicaría su población. Antes de que se empezara a construir ENSIDESA, en el mes de abril de 1948, tuvo lugar la inauguración oficial de las obras de construcción de la nueva fábrica avilesina de vidrio, que habría de ubicarse en el paraje de las marismas de La Maruca.

Cuatro años después, también en el mes de abril pero del año 1952, finalizaron las obras y dio comienzo la primera fabricación de vidrio plano a escala industrial.

 Casi todo el personal de la nueva fábrica de Avilés procedía de Arija, Burgos, y había sido trasladado por el cierre de la fábrica de aquella localidad debido a la construcción del pantano del Ebro.  De Arija llegaron, entonces, los especialistas en técnicas vidrieras y las familias burgalesas se integraron con gran facilidad en la Villa avilesina, que bautizó, cariñosamente, a los nuevos vecinos con el apodo de “los arijanos”.

La inauguración de la nueva fábrica de Cristalería Española en Avilés fue presidida por el Subsecretario de Industria, Alejandro Suárez Fernández-Pello, el Embajador de Francia M. Meyrier  y el Presidente del Consejo de Administración de la compañía, Conde Elphege Fremy.

 Las personalidades invitadas hicieron el viaje desde Madrid a Avilés en un tren especial  que salió de Madrid a las veinte horas del domingo día 12 y que hizo su entrada en la estación de Avilés a las diez horas del lunes, como se había previsto.

En el andén estaba presente el Director de la fábrica avilesina, Felipe Defauconpret, acompañando al Gobernador Civil de Asturias, Francisco Labadie Otermín, al Obispo de la Diócesis, Lauzurica Torralba,  Román Suárez Puerta, Alcalde de Avilés, y  otras autoridades provinciales y locales.

Después de la recepción y hechas las presentaciones, los invitados se trasladaron a la fábrica de La Maruca, donde les esperaba el personal directivo de la misma. Seguidamente, el Obispo de Oviedo, asistido por el Arcipreste de Avilés y Párroco de Santo Tomás de Cantorbery, procedió a la bendición de las instalaciones. Terminada ésta, los invitados realizaron una detenida visita a la fábrica ya en funcionamiento, así como a los barrios residenciales, tanto para el personal obrero como  para directivos y técnicos.

A la una y media de la tarde se sirvió el banquete oficial de la inauguración con el que la Empresa obsequió a las autoridades e invitados,  así como a una representación de los trabajadores. El banquete, para 230 comensales, tuvo lugar en la nave central de los “Almacenes Balsera” y fue servido por el restaurante “Jockey Club” de Madrid, con arreglo al siguiente menú: Jamón serrano con melón; Filetes de lenguado y medallones de langosta al Champagne; Capones del Prat en Cocotte a la Bordalesa; Bizcocho helado con salsa de frambuesa; Frivolidades; Licores, Café y Habanos. Todo ello regado con vino Rioja tinto, vieja reserva Jockey; Champagne Pipper Heldsleck y Cognac Boulestin.

En el momento de su inauguración, en 1952, la Fábrica de Cristalería Española en Avilés producía 50 Toneladas de vidrio al día. Un vidrio que se fabricaba por el procedimiento de luna pulida. Es decir; la hoja de vidrio que salía del horno y se templaba en la extendería,  tenía que ser desbastada  y pulida antes de adquirir su completa transparencia. Posteriormente, en 1967, Saint Gobain compró la patente a Pilkington para un nuevo procedimiento de fabricación de vidrio y construyó el primer Horno-Float. Un horno cuya producción diaria era ya de 200 Toneladas y en el que la hoja de vidrio “flotaba” sobre un baño de estaño adquiriendo así una total transparencia. Con este nuevo procedimiento  la producción se multiplicaba por cuatro.

Aquel horno, llamado F-200, fue sustituido en 1980 por el F-400, un nuevo horno, de 682 metros de superficie total, que producía el doble, pasaba de 200 a 400 Toneladas diarias. Posteriormente, con ocasión de la primera reparación integral, la producción se aumentó hasta las 700 toneladas diarias siendo el de Avilés, entonces, uno de los mayores Hornos-Float del mundo.

Antes, en 1956, había empezado la fabricación de vidrio para automóvil con dos hornos de templado. Fabricación que se modernizó  y se amplió en 1967  con el arranque de un nuevo horno de vidrio templado “Verlay” en el Sekurit.

En 1982, Cristalería Española planteó el cierre de la fabricación del vidrio para automóvil, Sekurit, de Avilés y su traslado a la fábrica de L’Arboç, en Tarragona. La decisión provocó un fuerte rechazo de los trabajadores que respondieron con huelgas y movilizaciones. Finalmente se llegó al acuerdo de que en Avilés se fabricarían los parabrisas y en L’Arboç las lunetas y los laterales de vidrio para coches. Comenzó así la fabricación de parabrisas laminados que se fue ampliando, de modo que en el año 2.000 se calculaba que siete de cada diez de los parabrisas de los turismos que circulaban por España eran producidos en la factoría avilesina.

En el mes de mayo de 1.996, Cristalería Española llevó a cabo una reducción de  plantilla del departamento de construcción,  de 104 trabajadores, mediante la aplicación de un Expediente de Regulación.

Cristalería Española, que se había constituido en 1905, como filial española del Grupo Saint Gobain, con un capital inicial de 4,5 millones de pesetas, cambió, en 1.999, su denominación social inicial por la de Saint Gobain Cristalería S.A.

A principio del siglo XXI,  la producción de la fábrica de Avilés era de 600 Toneladas de vidrio plano, dos millones de parabrisas, vidrio de capas, vidrio para espejos y vidrio plasma para las pantallas planas de los televisores.

Fue el momento de su mayor esplendor, pero todo hace sospechar que la industria del vidrio en Avilés tiene más pasado que futuro.

 

Artículo publicado en La Nueva España

Milio Mariño fue Secretario adjunto del Comité Europeo de Saint Gobain, con sede en París.


lunes, 15 de abril de 2024

Comisiones que son puro teatro

Milio Mariño

El Congreso y el Senado han creado sendas comisiones parlamentarias para investigar la compra de material sanitario durante la pandemia. Sería una buena noticia si no fuera que no servirán para nada. Son puro teatro. El PP y el PSOE nos regalarán unas cuantas sesiones de insultos y todo quedará como estaba.

Investigarán lo que ya sabemos, que España es un reino en el que hay súbditos y listillos, que son los que se hacen ricos sin dar un palo al agua. Les basta con tener un poco de labia, un teléfono móvil y algún familiar o amigo que esté cerca del poder, o en el poder mismo, y les facilite un negocio que les permita llevarse un pellizco.

 Así es como el fiscal del Tribunal Supremo, Juan Ignacio Campos, dice que el Rey Emérito hizo su fortuna: “mediante el cobro de comisiones y otras prestaciones de similar carácter en virtud de su intermediación en negocios empresariales internacionales". La fiscalía del Supremo envió a Suiza una comisión rogatoria en la que se describe a Juan Carlos I como un "consumado comisionista internacional". Hablan, claro está, de la Champions League de los comisionistas, pero hay otras ligas menores en las que también se mueve mucho dinero y el modus operandi viene a ser el mismo.

En principio, ser comisionista no es delito a no ser que se trate de un cargo público. Circunstancia que saben los cargos públicos, que echan mano de familiares y  amigos que son los que cobran por facilitar una obra a un determinado empresario, recalificar un terreno, comprar mascarillas  o lo que la administración necesite en un momento determinado.

 Afortunadamente, no todos los políticos son comisionistas, pero los comisionistas necesitan de los políticos. Recordarán que, en tiempos de Esperanza Aguirre, había en Madrid un charco en el que, a su pesar, crecían algunas ranas. Pues bien en ese charco siguieron creciendo ranas,  de modo que su sucesora Isabel Díaz Ayuso las recibió en herencia. Regaló un contrato al amigo rana de su hermano y su hermano se llevó una comisión de cientos de miles de euros. Luego, el hermano le dijo a su futuro cuñado que esos negocios eran una costumbre familiar pues de algo parecido habían participado su padre y su madre, y el cuñado siguió con la tradición, embolsándose una pasta, defraudando a Hacienda y comprando un par de pisos que reformó, como está mandado, sin permiso del Ayuntamiento.

El Ayuntamiento estaba en otras cosas. El alcalde, Martínez Almeida, aún no ha explicado uno de los casos más escandalosos de la compra de mascarillas, como es que su primo ayudó  a  dos comisionistas que se llevaron 6 millones de euros por un material que resultó inservible. Dice Martínez Almeida que el primo fue él porque su familiar y el comisionista le timaron, pero que se considere víctima no le exime de  su responsabilidad. 

El caso Koldo es más de lo mismo. Los comisionistas ganan y los ciudadanos perdemos. Pero, resuelvan lo que resuelvan en el Congreso y el Senado,  todo indica que no les pasará nada. Seguirán dedicándose a esos chanchullos que apestan y seguirán apestando. Lo único que quedará claro es que si eres buena gente, es imposible que tengas acceso a ese tipo de negocios. El propio sistema te lo impide. Solo llegan a la planta noble los que carecen de escrúpulos.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 8 de abril de 2024

La justicia es cosa seria

Milio Mariño

Estaba con las noticias del telediario cuando en esto que vi a Dani Alves alejándose de la cárcel en un bonito todo terreno. Quedé que no daba crédito, sentí tanta rabia que me puse a buscar palabras para escribir un artículo. Abrí el ordenador, pensé un poco y escribí: preocupación por la deriva de la justicia. Debería darte vergüenza, dije después de leer lo que había escrito.

Pocas veces escribimos lo que pensamos. Siempre hay algo que nos aparta de la primera idea. En este caso, supongo que sería la autocensura y el miedo a que me cayera un puro si decía lo que pensaba. En alguna parte de mi cerebro debía sobrevivir el recuerdo de que Pedro Pacheco, cuando era alcalde de Jerez, había dicho que la justicia es un cachondeo y le habían caído cinco años de cárcel. Al final no llegó a cumplirlos, pero el susto le sirvió de escarmiento. El alcalde hizo aquel comentario a raíz de una sentencia que le prohibía derribar el chalé que Bertín Osborne había construido de forma ilegal.

La justicia es cosa seria, no es cachondeo, pero la gente la está tomando a broma porque no cree que sea igual para todos. Cree que es blanda con los de arriba y dura con los de abajo. Ha llegado al convencimiento de que la ideología, la condición social y el dinero mediatizan algunas sentencias. Asiste, todos los días, al bochornoso espectáculo de unos jueces que siguen en el cargo cinco años después de que concluyera su mandato y a las intrigas, disputas y codazos por hacerse un hueco en el estrellato judicial. Por si fuera poco, los periódicos reproducen sentencias que se dictan en uno u otro sentido dependiendo de si los jueces son progresistas o de derechas. Hay que añadir, además, otras sentencias que, jurídicamente, tal vez sean impecables, pero, objetiva y moralmente, parecen injustas y parciales.

A nivel de calle, la justicia no pasa por un buen momento. Un informe de la Unión Europea, publicado en 2023, señala que los españoles están entre los europeos que peor percepción tienen de la independencia judicial. Les sobran motivos.  La justicia española se ha ganado a pulso el desprestigio con un palmarés sin igual. Basta recordar algunas decisiones como absolver a todos los acusados del caso Bankia, la sentencia que se conoce como doctrina Botin, hecha a medida del banquero para salvarle de 12 años de cárcel y una multa millonaria, el caso Gürtel, Bárcenas y el inidentificable M. Rajoy, las tarjetas Black, Jaume Matas, Urdangarín y la Infanta, La Manada, Jordi Pujol y familia, el Caso Kitchen, Lezo, Púnica, Rodrigo Rato, Zaplana… Resumiendo, gente de bien que ha robado o defraudado a manos llenas y sigue paseando por la calle y presumiendo de honradez. Algunos es verdad que han acabado en la cárcel, pero entran y salen como quien va de visita turística.

Los ojos vendados de la justicia pretenden simbolizar que es igual para todos. El problema es que, a veces, la venda se cae y asoma el plumero; ese lado vergonzoso que considera justo que con dinero se pueda reparar cualquier daño. Ha vuelto a suceder con el caso de Dani Alves: la justicia ha puesto precio a la libertad sexual de las mujeres. Quien tiene dinero paga y no va a la cárcel. Y no es cachondeo, es algo muy serio.


Milio Mariño / Artículo de Opinnión / Diario   La Nueva España

lunes, 1 de abril de 2024

La comida en la calle es patriotismo avilesino

Milio Mariño

Hay gente que cree que la comida en la calle la inventó Mariví Monteserin cuando en 1993, siendo concejala de festejos, propuso una comida multitudinaria para celebrar los cien años de las fiestas de El Bollo. No es verdad. Como casi todo en este mundo, la comida en la calle ya estaba inventada. En el siglo XVIII ya existía esa costumbre en algunos países de Europa y especialmente en Francia, donde los aristócratas encargaban a sus sirvientes que instalaran mesas con manteles y la mejor vajilla en los jardines aledaños a sus casas. La nobleza y los más adinerados celebraban allí sus fiestas en las que competían por contribuir con los platos y las bebidas más exóticas y en las que había música, baile y juegos de azar que prolongaban la sobremesa hasta el anochecer.

Un siglo después, en el XIX, se popularizó comer al aire libre en un contexto de vuelta a la naturaleza, promovido por escritores como Emile Zola o Guy De Maupassant y retratado por pintores impresionistas como  Edouard Manet o Claude Monet. La Revolución Francesa había acabado con los privilegios de la nobleza y creó un nuevo orden político que contribuyó a que personas del pueblo, comunes y corrientes, empezaran a reunirse en los parques públicos para celebrar eventos sociales con suculentas comidas que preparaban durante días en sus casas.

Aclarado que la entonces concejala de festejos, y actual alcaldesa, no inventó la comida en la calle, conviene puntualizar que tampoco hay noticias de que reivindique el invento ni presuma de ello, aunque suya sea la idea que hace posible que 31 años después estén dispuestas 15.000 sillas a lo largo de cinco kilómetros de mesas en las zonas habituales del casco antiguo de Avilés. Tiene el mérito, eso sí, de haber creado una fiesta a la que auguraban poco recorrido y acabó convirtiéndose en un éxito de participación y convivencia.

El mérito es suyo, pero no podemos responsabilizarla del éxito porque no le pertenece. Pertenece a los vecinos y vecinas de Avilés que, con su participación y su presencia, han hecho posible que la comida en la calle no solo no envejezca sino que cada año parezca más joven. Seguramente, algo tendrá que ver la conexión de la comida, que produce alegría y benevolencia, con el disfrute del tiempo compartido en una sobremesa anti elitista que no entiende de lujos, ni de clases sociales, y prioriza la condición de avilesina o avilesino como argumento fundamental para disfrutar en compañía.

El sentido de pertenencia que ha fomentado la comida en la calle genera una especie de patriotismo avilesino que se rememora los Lunes de Pascua y provoca emociones como la de estar orgulloso de vivir en Avilés o emocionarse al volver.

Fiestas y eventos gastronómicos hay muchos, pero la comida en la calle figura en el Libro Guinness de los Récords como la comida más multitudinaria de cuantas se celebran en el mundo. El reto es que siga siéndolo por muchos años porque, entre otras cosas, contribuye a combatir la soledad y el aislamiento social.

Decía el escritor y filósofo Javier Gomá, y estoy de acuerdo, que, hoy en día, el problema no es ser libres, sino ser libres juntos. Abandonar la sociedad individualista que fomenta el narcisismo, egoísta y solitario, y penetrar en la vida compartida para entrelazar nuestras vivencias y disfrutarlas con los demás.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España