lunes, 29 de julio de 2019

Aniversario para alucinar

Milio Mariño

Hace apenas una semana se cumplieron 50 años de lo que algunos creímos ver en directo: la llegada del hombre a la Luna. Digo creímos porque recuerdo que nos reíamos mucho cuando alguien decía que desconfiaba de que aquello fuera cierto, pero resulta que ahora, cincuenta años después, hay más escépticos que entonces y se añaden nuevas dudas sobre lo que pudo ocurrir aquel 21 de julio de 1969. 

La teoría de que las imágenes del acontecimiento habrían sido grabadas en un plató cinematográfico, por Stanley Kubrick, tiene muchos adeptos y también la idea de que todo obedeció a una operación de propaganda, montada por los americanos para demostrar su poderío frente a la Unión Soviética. 

Quienes apoyan esta versión sostienen que la bandera de Estados Unidos aparece ondeando, algo imposible en la Luna, y que esa bandera desapareció en las fotos tomadas por misiones posteriores. Para reforzar su postura señalan que después de aquel viaje ni Estados Unidos ni ningún otro país enviaron a nadie más a la Luna. Nada, ni un solo viaje en 50 años. Detalle que aprovecha Bill Kaysing, que trabajó en la NASA, para asegurar que todo fue un engaño y explicarlo en su libro “We never went to the Moon”. Según él, la NASA carecía, entonces, de los conocimientos técnicos necesarios para poner a un hombre en la Luna. 

No sé qué decirles. Sigo siendo creyente. Creo que el hombre llegó a la luna, pero cada vez tengo más dudas. Y no es que ahora considere las teorías que antes me parecían absurdas, sino que hay datos que invitan a la reflexión. Hace poco se publicó que los ordenadores que controlaban aquella nave espacial tenían menos capacidad de procesamiento que cualquier teléfono móvil de hoy en día. La tecnología del Apolo 11 era similar a la de aquellas calculadoras que empezábamos a usar en el bachillerato. Era de risa si la comparamos con lo que hay ahora. 

Ha llovido mucho desde entonces. En los últimos 50 años, hemos sido capaces de logros espectaculares: detectar ondas gravitacionales, aplicar técnicas de edición genética para modificar embriones y tratar enfermedades hereditarias; desarrollar tratamientos que curan muchos casos de cáncer; tener coches que se conducen solos; descubrir sistemas solares con exoplanetas en galaxias lejanas… Hemos hecho mil cosas menos volver a la Luna. ¿Por qué? 

Es que sale muy caro. Dicen los americanos cuando les preguntan. Pues a lo mejor es por eso, pero suena a disculpa poco creíble. Y menos creíble aún, cuando varios países han anunciado que quieren volver a la Luna. Empezando por la Agencia Espacial Europea, que prevé establecer allí una colonia humana, y siguiendo con Trump que anuncia que los americanos volverán en 2024. Rusia también quiere enviar un cohete turístico que dé vueltas alrededor de la Luna a razón de 100 millones de dólares el billete, China asegura que enviará un taikonauta, la versión china del astronauta, entre 2025 y 2039, e incluso la India planea una misión con destino al satélite terrestre. 

De pronto todos quieren volver. Volver si es que hemos estado allí porque cabe la duda de si nos engañaron o nos dijeron la verdad. Lo que no ofrece dudas es que los ordenadores y la tecnología que se usaba entonces era inferior a la que hoy tenemos en nuestro teléfono móvil. Y solo con eso ya es como para alucinar en colores.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 22 de julio de 2019

La mala letra de los médicos

Milio Mariño

La semana pasada, unos amigos me reprocharon que siguiera escribiendo de política en verano. Déjalo, descansa. Seguro que se te ocurren cosas mejores. Prueba con otros temas, por lo menos, hasta septiembre. Y decidí probar, no por hacerles caso, que para ciertas cosas soy muy tozudo, sino porque llevan razón. Ya está bien de política.

La decisión estaba tomada pero no había pensado nada para el artículo de este lunes. El caso fue que acompañé a mi mujer al médico y me vino a la memoria una imagen que hace poco se hizo viral. El pantallazo de una receta y la súplica de alguien que pedía ayuda porque su farmacéutico no había conseguido descifrarla. Al final resultó que ponía algo tan simple como Paracetamol, pero me quedé de piedra porque era de los que creía, como supongo que la mayoría de los mortales, que los médicos y los farmacéuticos tenían una especie de idioma particular, por medio del cual se entendían a pesar de que nosotros no entendamos ni papa. La sorpresa fue que no hay tal idioma. No hay nada de nada, los médicos escriben las recetas con esa letra horrible porque les apetece y los farmacéuticos se las ven y se las desean para entenderlas. Tal es así que muchas veces se interesan por nuestras dolencias para que les demos alguna pista que les ayude a descifrar el jeroglífico de la receta.

Me parecía increíble que los farmacéuticos no entendieran la letra de los médicos, pero la evidencia es que les pasa poco menos que a nosotros. Hay varios estudios que indican que el 5% de las recetas son ilegibles y el 52% se entienden mal. Lo cual da lugar a que muchos farmacéuticos entreguen fármacos equivocados debido a la ambigüedad de la prescripción. Uno de esos estudios, publicado en la revista TIME, señala que la complicación a la hora de descifrar las recetas médicas está causando, en Estados Unidos, 7.000 muertes al año.

Menuda broma. La justificación, al parecer, es que los médicos escriben así para no perturbar la sensibilidad de los pacientes. Esto es, que las recetas y los informes estarían mal escritos de forma voluntaria para no producir alarma entre los pacientes cotillas. Una herencia que procede de cuando la medicina estaba gobernada por el poder del médico y se daba muy poca importancia a la opinión del paciente. El paciente era alguien que iba a la farmacia con un papel lleno de garabatos como quien va con un pergamino egipcio.

Estamos en otros tiempos. Hoy en día no se justifica que los médicos sigan escribiendo las recetas de forma casi ilegible. Puede sonar a broma, pero hace un par de meses el diario inglés “The Telegraph” informaba que una mujer de Glasgow se había dado, por error, una crema para la disfunción eréctil, tratando de evitar la sequedad de los ojos. La paciente tuvo que ser ingresada en el hospital después de que le dieran el medicamento equivocado debido a la confusión generada por la letra de su médico. La crema para la disfunción eréctil se llamaba Vitaros y el lubricante para los ojos Vita-Pos.

Lo mejor, para todos, sería que los médicos escribieran las recetas usando el ordenador y la impresora. Y cuando no sea posible, cuando tengan que hacerlo a mano que lo hagan como está mandado. Despacito y buena letra.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 15 de julio de 2019

Podemos quiere poder

Milio Mariño

El verano es poco propicio para la reflexión. Quien más quien menos, todos tenemos la cabeza a pájaros y el cuerpo como para no meterlo en camisa de once varas. El cuerpo quiere descanso y la cabeza que la dejemos en paz. Sería lo propio, pero la insistencia de Podemos y el PSOE, que no paran de amenazarnos con nuevas elecciones, es como un grano en el culo que va con nosotros a todos los sitios. Ya puede uno estar en la playa o a la sombra de un bambú que no se libra de que le recuerden que quizá no haya solución y tengamos que volver a votar. Es la canción del verano, el rap del egoísmo y la falta de sentido de Estado de los partidos de ámbito nacional. 

Estos últimos días, el PSOE ha suavizado sus posiciones, pero se resiste a formar una coalición con Podemos y sigue apostando por un Gobierno en solitario que incluiría a independientes de perfil progresista. El argumento es que un gobierno de coalición solo tendría sentido si ambas formaciones sumaran mayoría absoluta. En el otro lado, la justificación de Podemos, pasa por pedir Ministerios, pues dicen que no se fían de que el PSOE vaya a cumplir los acuerdos si ellos no están en el Gobierno. 

Total, que quienes bien podían abstenerse no se abstienen y quienes podrían formar una mayoría aceptable no acaban de ponerse de acuerdo. Primero porque no se entiende que alguien pida gobernar en coalición con quien dice que le engaña y segundo porque una coalición que nazca bajo la premisa de la desconfianza solo puede ser presagio de conflictos y fracaso. 

Tal vez proceda recordar que lo que propone Podemos no es nuevo. Quienes vivimos la transición ya pasamos por algo así en los años ochenta, cuando el PCE sostenía que sin los comunistas en el Gobierno no habría política de izquierdas. Al final no estuvieron y, a lo mejor, para ellos no se hizo una política de izquierdas, pero España sufrió el mayor cambio social de su historia y el PCE no solo no contribuyó en nada, sino que llegó a plantear aquello de las dos orillas que decía Anguita. En una orilla el PP y el PSOE y en la otra Izquierda Unida, como único referente de la izquierda. 

Ahora, el planteamiento es parecido, solo hay que cambiar Izquierda Unida por Podemos. Un Podemos que hace solo tres años decía que no era de izquierdas ni de derechas sino transversal y tenía como objetivo desalojar a “la casta” del PSOE. El resultado fue que acabó votando con el PP para impedir la investidura de Pedro Sánchez. De modo que si Podemos no se fía, el PSOE tiene más razones, aún, para no fiarse. Y no solo por lo que ocurrió hace tres años sino porque Podemos no ha logrado consolidarse como un partido estable. Es una amalgama de confluencias, mareas y satélites que carece de control sobre sus referentes en las principales comunidades autónomas. Tampoco está clara su alianza con IU, pues no son pocos los sitios en los que ambas formaciones se presentaron por separado, disputándose el electorado. 

La conclusión es que Podemos quiere poder y el PSOE se resiste a dárselo. Cabe suponer que será porque cree que, a Pablo Iglesias, más que un gobierno de izquierdas, lo que le importa es sobrevivir él.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 8 de julio de 2019

Vivir de la política

Milio Mariño

Con media España de vacaciones, algunos alcaldes recién elegidos han iniciado su mandato subiéndose el sueldo, aumentando las dietas de los concejales y repartiendo liberaciones como quien reparte caramelos. Unos un poco, otros un poco más y luego está lo de Sevilla, dónde el alcalde se ha subido el sueldo un 33%, y ha subido un 43 % el sueldo de los concejales de la oposición. Buena táctica para que la oposición vote a favor como, al parecer, sucedió.

La explicación, en este caso, fue que los sueldos estaban desfasados y había que equipararlos con los de otras ciudades de similar entidad. No digo nada. Echo en falta una regulación que establezca por ley el dinero que los Ayuntamientos pueden destinar para la retribución de los alcaldes y los concejales liberados. Y, ya de paso, para los cargos de confianza porque en asesores también se gastan un pico.

Nadie discute que los alcaldes y las alcaldesas deban cobrar un sueldo acorde con el cargo que desempeñan y que algunos Ayuntamientos necesitan tener concejales liberados. Eso se entiende y está asumido. Ahora bien, que una ciudad como Avilés, de 78.000 habitantes, tenga, además de la alcaldesa, nueve concejales liberados y diez cargos de confianza, parece excesivo. Veinte personas viviendo de la política, a cargo de un Ayuntamiento y una villa como la nuestra, son demasiadas.

Tal vez estoy desfasado, pero insisto en que sería conveniente una regulación que evitara lo que, para mí, es un exceso de cargos y también la demagogia que algunos hacen cuando trasladan a la opinión pública el sueldo de los políticos. Un argumento que suele utilizarse cuando se trata de desprestigiarlos. Es fácil azuzar la ira de unos votantes que, por lo general, tienen dificultades para estirar sus ingresos y llegar a fin de mes. Y ya no digo si juntamos este tema con el tema de los impuestos. Entonces la indignación crece y se convierte en un tópico difícil de rebatir.

Ciertamente es así, pero buena parte de la culpa la tienen los propios políticos pues, al objeto de disimular lo que cobran, adoptan unos acuerdos en los que parece que nos toman por imbéciles. Vean, si no, lo que ocurre con la indemnización por los gastos de vivienda de los diputados que viven fuera de Madrid. La citada indemnización se abona en 14 pagas mensuales. Ya me dirán qué sentido tiene abonar 14 pagas si la cantidad es para cubrir los gastos anuales de vivienda. Es más, se podría plantear, incluso, que 12 mensualidades son muchas pues el período ordinario de sesiones de las cámaras no llega siquiera a diez meses.

Cosas como esta hacen que difícilmente se entienda que los políticos exijan a la sociedad continuos ajustes en educación, sanidad, servicios sociales y, prácticamente, en todo, mientras descubrimos que hacen trampas con sus sueldos y que además siguen creciendo y multiplicándose como los hongos. No hay cifras oficiales, pero las estimaciones apuntan a que en nuestro país tenemos un cargo político por cada 115 ciudadanos. Una exageración si nos comparamos con otros países. En Italia hay uno por cada 300, en Francia uno por cada 325 y en Alemania uno por cada 800.

Lo dicho para el Ayuntamiento vale, también, para el Principado pues, además de Consejeros, Viceconsejeros y Directores Generales, la pasada legislatura, tenían 98 asesores y no parece que se planteen tener menos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de julio de 2019

El juego de la política

Milio Mariño

Las Elecciones Generales fueron en abril, pero estamos en julio y si ustedes hablan con cualquiera, y le preguntan cuándo tendremos nuevo gobierno, seguro que les pasa lo que a mí. Que acaban viendo como todos se encojen de hombros y resoplan sin decir nada. Nadie aventura una respuesta porque nadie sabe qué responder. El desconcierto es general y también el temor de que esto acabe como el rosario de la aurora y, al final, no quede otra que convocar nuevas elecciones. 

Nadie sabe qué está pasando. Nadie sabe si es que el PSOE está a verlas venir y no quiere negociar, si el PP y Ciudadanos piensan que cuanto peor mejor y descartan cualquier solución, si los nacionalistas piden lo imposible, o si de verdad Pablo Iglesias sigue empeñado en que Pedro Sánchez lo nombre ministro y está dispuesto a que se repitan las elecciones si no lo consigue. 

Nunca, como ahora, los partidos se habían disputado tanto el poder a todos los niveles, desde el más pequeño de los ayuntamientos hasta el gobierno de la Nación. Nunca antes se habían librado tantas batallas en los consistorios, las Diputaciones y los Gobiernos Autónomos, ni la pugna entre la izquierda y la derecha se había hecho tan evidente. Parece como que fuera la guerra total de todos contra todos y en todos los frentes. Y lo curioso es que ocurre después de unas elecciones en las que los españoles hemos decidido que no haya mayorías absolutas y hemos pedido a los partidos políticos que gobiernen sobre la base de conseguir acuerdos y la necesidad de un amplio consenso. 

Todos lo hemos entendido así. Todos menos los propios partidos que, al parecer, quieren hacernos creer que los hemos metido en un lío del que es imposible salir. Que hemos elegido a quien nos ha dado la gana y les hemos abocado a esta partida de póker que les obliga a que cada uno saque el máximo provecho de las cartas que le han tocado en suerte. Y en esas estamos. Esperando que se acabe la partida. Viendo como cada uno juega sus bazas y lo hace ocultando qué cartas tiene por aquello de que si dijera la verdad quedaría en desventaja. Todos sabríamos a que juega y, además, perdería la posibilidad de ir de farol. Posibilidad que, seguramente, alguno ejerce y supone intimidar al contrario hasta hacer que se ponga nervioso y se descubra entes de tiempo. El problema, en este caso, sería detectarlo. Aguantar contra viento y marea y esperar, con cara de palo, a que el juego avance y obligue a que las cartas se vayan poniendo sobre la mesa. 

Annie Duke, una famosa exjugadora de póker y autora de varios manuales prácticos, explicaba en una entrevista que en el póker sólo gana uno. Es imposible que ganen todos. Cosa que, por lo visto, desconocen los partidos políticos pues todos quieren ganar, aunque las cartas que lleven no les permitan ni hacer una baza. Da lo mismo, todos quieren sacar tajada ya sea entrando en el gobierno, pidiendo alguna prebenda o haciendo que no pueda gobernar quien ha ganado las elecciones. 

No sé a ustedes, pero a mi este juego no me gusta y la paciencia ya no me alcanza para aguantar esta interminable partida. Además, no creo que se deba jugar con lo que la gente ha votado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España