La semana pasada, unos amigos me
reprocharon que siguiera escribiendo de política en verano. Déjalo, descansa. Seguro
que se te ocurren cosas mejores. Prueba con otros temas, por lo menos, hasta septiembre.
Y decidí probar, no por hacerles caso, que para ciertas cosas soy muy tozudo,
sino porque llevan razón. Ya está bien de política.
La decisión estaba tomada pero no
había pensado nada para el artículo de este lunes. El caso fue que acompañé a
mi mujer al médico y me vino a la memoria una imagen que hace poco se hizo
viral. El pantallazo de una receta y la súplica de alguien que pedía ayuda porque
su farmacéutico no había conseguido descifrarla. Al final resultó que ponía
algo tan simple como Paracetamol, pero me quedé de piedra porque era de los que
creía, como supongo que la mayoría de los mortales, que los médicos y los
farmacéuticos tenían una especie de idioma particular, por medio del cual se
entendían a pesar de que nosotros no entendamos ni papa. La sorpresa fue que no
hay tal idioma. No hay nada de nada, los médicos escriben las recetas con esa
letra horrible porque les apetece y los farmacéuticos se las ven y se las
desean para entenderlas. Tal es así que muchas veces se interesan por nuestras
dolencias para que les demos alguna pista que les ayude a descifrar el
jeroglífico de la receta.
Me parecía increíble que los
farmacéuticos no entendieran la letra de los médicos, pero la evidencia es que les
pasa poco menos que a nosotros. Hay varios estudios que indican que el 5% de
las recetas son ilegibles y el 52% se entienden mal. Lo cual da lugar a que
muchos farmacéuticos entreguen fármacos equivocados debido a la ambigüedad de
la prescripción. Uno de esos estudios, publicado en la revista TIME, señala que
la complicación a la hora de descifrar las recetas médicas está causando, en
Estados Unidos, 7.000 muertes al año.
Menuda broma. La justificación,
al parecer, es que los médicos escriben así para no perturbar la sensibilidad
de los pacientes. Esto es, que las recetas y los informes estarían mal escritos
de forma voluntaria para no producir alarma entre los pacientes cotillas. Una
herencia que procede de cuando la medicina estaba gobernada por el poder del
médico y se daba muy poca importancia a la opinión del paciente. El paciente
era alguien que iba a la farmacia con un papel lleno de garabatos como quien va
con un pergamino egipcio.
Estamos en otros tiempos. Hoy en
día no se justifica que los médicos sigan escribiendo las recetas de forma casi
ilegible. Puede sonar a broma, pero hace un par de meses el diario inglés “The
Telegraph” informaba que una mujer de Glasgow se había dado, por error, una
crema para la disfunción eréctil, tratando de evitar la sequedad de los ojos. La
paciente tuvo que ser ingresada en el hospital después de que le dieran el
medicamento equivocado debido a la confusión generada por la letra de su
médico. La crema para la disfunción eréctil se llamaba Vitaros y el lubricante
para los ojos Vita-Pos.
Lo mejor, para todos, sería que
los médicos escribieran las recetas usando el ordenador y la impresora. Y
cuando no sea posible, cuando tengan que hacerlo a mano que lo hagan como está
mandado. Despacito y buena letra.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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