lunes, 27 de julio de 2020

Ver el dinero

Milio Mariño

Después de mucho negociar en Bruselas, España recibirá 140.000 millones de euros para impulsar su economía tras la pandemia por el covid19. De modo que, si, hay dinero. Dinero hay a espuertas, lo único que nosotros lo vemos poco. Antes, todavía lo veíamos algo, pero es que ahora, con el uso masivo de las tarjetas, cada vez lo vemos menos. Y eso que, en los últimos años, la circulación de billetes se ha triplicado. Le han dado a la manivela y hay mucho más dinero circulando, pero debe ser que circula por las autopistas y nosotros lo hacemos por los caminos de pueblo. Lo cual explicaría que no me haya cruzado nunca con un billete de quinientos euros. Algo que debe ser, imagino, como cruzarse con un Ferrari.

Hablo del dinero que nos dará la Comunidad Europea porque, en mi opinión, una cosa es el dinero tangible, el que vemos y tocamos, y otra el que anda por ahí volando. Esas cifras de miles de millones que nadie sabe de dónde salen ni a manos de quien irán a parar. En teoría son para nosotros, pero lo más probable es que de esos 140.000 millones no veamos ni un euro. La culpa es nuestra porque hace poco publicaron una nueva encuesta en la que la mayoría de los españoles se mostraba favorable a pagar con la tarjeta o con el móvil.

Así no hay manera. El dinero intangible no es dinero. Esos 140.000 millones, habría que verlos. A mí que me den billetes y no cifras en un papel. No se ustedes, pero yo disfruto pagando en efectivo. Cuando pago con la tarjeta es como si fuera más pobre. Más de lo que soy, pues con esa tendencia, a que todo se pague con la tarjeta o con el móvil, el dinero físico acabará desapareciendo y nos convertiremos en marginados paupérrimos sin un euro en el bolsillo.  

El dinero, como da confianza, es en billetes no en un papel. Un amigo me contó, hace tiempo, la anécdota real de un matrimonio de ancianos que, una vez al mes, bajaba desde su aldea al mercado de una importante localidad rural del occidente asturiano y aprovechaba para acercarse al banco. El día de mercado, el jefe de la sucursal, que conocía las costumbres de los ancianos, mandaba a uno de sus empleados que metiera varios fajos de billetes en una caja de cartón y estuviera atento a sus indicaciones.

 Buenos días don Anselmo, venimos a ver nuestro dinero. Porque, lo de la cartilla, estará aquí, ¿no? Decían los viejos. Bah, dejará de estar, respondía el jefe de la sucursal. Y llamaba al empleado para que entrara en el despacho con la caja llena de billetes. Fernández, traiga el dinero de estos señores. Aquí lo tienen. Pierdan cuidado que ya me ocupo yo de que su dinero no lo toque nadie. Y los viejos, después de echarle un vistazo, se despedían tan contentos. Pues nada, hasta el mes que viene.

Pueden reírse, si quieren, de la ingenuidad de los viejos, pero ahí tienen al emérito Juan Carlos que tenía en palacio una máquina de contar billetes. Lo suyo era el dinero contante y sonante, no las cifras en un papel. Así que van a permitirme que dude de que esos miles de millones lleguen a nosotros. Mientras no los enseñen, y los veamos, no me lo creo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España

lunes, 20 de julio de 2020

La fuente fea del parque

Milio Mariño

Las ciudades, además de los sitios donde vivimos, son la memoria de nuestras vidas. Están hechas con los retazos que recordamos; con nuestros recuerdos de la infancia, la juventud o, incluso, la edad adulta. Por eso no es ninguna sorpresa que haya gente que defienda que se salve de la piqueta a la fuente de la plaza Pedro Menéndez, esa fuente que lleva 63 años frente al parque de El Muelle, más tiempo seca y a oscuras que manando agua y con luz. Solo por eso, porque está en la memoria de muchos avilesinos y avilesinas, no por su valor artístico, que no lo tiene, ni por su belleza, pues estéticamente es más fea que Picio por mucho que la miremos con ojos agradecidos.

La que llamamos Fuente Luminosa no es un prodigio estético ni un monumento o un legado histórico. Es un símbolo que muchos avilesinos han decidido enarbolar como resistencia contra esa uniformidad que todo lo invade y nos ha llevado a que, hoy por hoy, las calles y las plazas de cualquier ciudad de España sean prácticamente iguales. Todas tienen los mismos bares, las mismas tiendas, las mismas farolas, los mismos bancos y hasta el mismo pavimento. Todo está tan unificado, en todo el mundo, que vayamos a dónde vayamos apenas encontramos nada distinto.

Antes, no hace tanto, las ciudades estaban llenas de bares y comercios que, en mí opinión, eran igual de importantes que los monumentos. Pueden llamarme inculto si quieren, pero formaban parte de una identidad local que nos hacía sentirnos orgullosos y presumir del lugar donde vivíamos. Sabíamos que estábamos en Avilés porque en ningún otro sitio había tiendas como Azcárraga, Verano, Toldao, El Modelo, Los Castros, Los Álvarez, La Parisien, Galerías Peláez o Precios Únicos. También teníamos bares propios como El Colón, El Busto, El Germán, La Parra o La Eritaña. Todo aquello, los bares, las tiendas y los comercios, daba personalidad a nuestra Villa como por ejemplo la siguen dando La Cervecería, Casa Lin, el Eva o El Maruxa. Pero, si deciden dar un paseo y buscar singularidades que se mantengan en pie y funcionando no encontrarán muchas más allá de las que decimos, la Farmacia Graiño, 125 años en la Calle la Muralla, y las farmacias De la Flor y Llorente, que forman parte de lo que Alberto del Rio llamó: “El barroco boticario avilesino”.

Comercios de los de toda la vida ya no quedan, bares apenas tampoco y en cuanto a estatuas ahí siguen la de la foca y la de Pedro Menéndez que, por esta vez, se ha salvado de ese derribo masivo de estatuas de conquistadores y colonizadores europeos que, desde hace unos meses, asola el mundo.

Nos queda, realmente, poco: tres iglesias, tres palacios y los arcos de Galiana y Rivero. Sumen dos estatuas y la fuente de la plaza Pedro Menéndez que los regidores municipales quieren derruir porque dicen que no encaja con la remodelación del parque del Muelle que han diseñado. Deberían ser tolerantes con esa fuente, pobre y fea, que forma parte de nuestra identidad y de lo que fue, y es, Avilés. No creo que sea tan difícil hacerle un sitio en el espacio peatonal que proponen. Estamos a tiempo de buscarle acomodo y mantenerla como símbolo diferencial. La fuente no es patrimonio de quienes han decidido su derribo sino de todos los avilesinos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 13 de julio de 2020

La televida que nos espera

Milio Mariño

Hay gente que está viviendo la nueva normalidad encantada. No es mi caso, aunque tampoco puedo decir que lo lleve fatal. Lo llevo bastante bien, pero tengo la sensación de que, en algún sitio, algo se ha roto y no paro de darle vueltas pensando qué puede ser. Sea lo que fuere, creo que no volveremos a ser quienes éramos ni hacer lo que hacíamos antes de que apareciera el covid19. Percibo que muchas cosas nos sobrepasan y que, a pesar de todo, preferimos ignorar la realidad y hacer como que no nos damos cuenta de que el regreso no está siendo la vuelta a la vida anterior. Hemos dado un salto en el vacío para caer en el mismo sitio y no precisamente de pie. Caímos con el miedo metido en el cuerpo, saludándonos con el codo y desinfectándonos cada dos por tres. Irreconocibles para nosotros mismos y con la mascarilla a cuestas hasta cuándo vamos a dormir.

Toda precaución es poca, dicen las autoridades. Y uno, que nunca fue muy obediente, se resigna a obedecer, aunque a veces levante la voz. Sobre todo, cuando, con la disculpa del virus, intentan colarnos lo que no tiene sentido.

Puede servir como ejemplo esto que voy a contar. Resulta que, hace poco, llamé al centro de salud para pedir una cita con mí médico y me dijeron que no podía ir porque hay que preservar al personal sanitario de cualquier posible contagio y también por mi propia seguridad, para evitar el contacto con otras personas. La solución fue que hablara con el médico por teléfono. Telemedicina creo que lo llaman. Total, que después de hablar, como la cosa no era muy grave, salí a dar un paseo y me senté en una terraza. La sorpresa fue que, en la mesa de al lado, estaba mí médico con otras dos personas, que debían ser personal sanitario, tomándose un café. ¿Qué tal? Me preguntó muy amable. Pues ya ves, más o menos como te comenté por teléfono. Nada, no te preocupes, haz lo que te dije y ya verás cómo en dos o tres días estás como nuevo.

Les parecerá una bobada, pero quedé más tranquilo. Para mí, que el médico te vea en persona, aunque sea en una terraza, no tiene comparación con que haga el diagnóstico por teléfono. Se me ocurrió entonces que los centros de salud, para evitar contagios, podían montar unas sillas y unas mesas en la parte de afuera y trasladar allí las consultas. Las consultas serían en las terrazas. Eso sí, cobrando la consumición, que tampoco hay que abusar y pedir que la Seguridad Social pague el café o el vermú.

La extraña sensación que decía viene por cosas así. Viene porque, ahora, la vida gira en torno a las terrazas y el teléfono. La telemedicina, el teletrabajo, la teleenseñanza y no sé yo si el telefontanero, es lo que tratan de imponernos con el consiguiente daño para las relaciones humanas. Por eso que cuando oigo que todo lo que, ahora, se hace por internet y por teléfono es muy beneficioso para nosotros, me sorprende que, siendo así, haya tenido que ser un virus maligno el que consiguiera lo que se perseguía desde hace años con poco éxito. Habrá que tener cuidado con esta televida que quieren para nosotros, sin que piensen consultarnos ni les importe qué opinamos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España

lunes, 6 de julio de 2020

Trump parece Maduro

Milio Mariño

No les cuento la que estarían liando los partidos, y partidarios, de la derecha si lo que ocurre en Estados Unidos ocurriera en Venezuela. Si, en Venezuela, estuvieran muriendo como chinches, por el covid19, y hubieran decretado el toque de queda por el caos, los disturbios y los saqueos, pondrían el grito en el cielo y acusarían a Maduro de ser un patán sin escrúpulos que gobierna el país con el culo. Ciscándose en la democracia, diciendo bravuconadas y demostrando que es un cagón consumado, pues, a las primeras de cambio, ya vieron como Trump corrió a refugiarse en el bunker de la Casa Blanca por miedo a que los manifestantes, que protestaban por la muerte de George Floyd, pudieran superar la barrera de un batallón de policías, armados con las armas más siniestras y los perros más rabiosos, según palabras del propio presidente.

Trump parece Maduro y, a mí, Maduro no me gusta ni poco ni mucho. No me gusta nada. Tampoco Trump. Por eso los junto, porque son almas gemelas en cuanto a su tendencia autoritaria, la paranoia de su adicción al poder y la creencia narcisista de que gobiernan mejor que nadie. Los dos son para nota, aunque, curiosamente, no oirán ni una crítica del presidente americano, a pesar de que en Estados Unidos hay un gran debate sobre si Trump, realmente, está en sus cabales.

En eso andan por aquellos pagos. Se han publicado muchos artículos y varios libros que intentan aportar pruebas sobre la supuesta incapacidad de Trump. “The Dangerous Case of Donald Trump”, escrito por 23 especialistas en salud mental, es uno de ellos, pero el debate ha cobrado mucha más fuerza al constatarse la magnitud del desastre y la pesadilla grotesca en la que están inmersos los estadounidenses por la nefasta gestión de Trump, tanto de la pandemia del covid-19 como de unos disturbios que se han convertido en la mayor oleada de tensión racial vivida en EE.UU. desde el asesinato de Luther King, hace 52 años.

Visto desde la distancia, lo de Trump parece, ciertamente, de locos. Incluido, claro está, su encierro en el bunker y posterior posado, con la biblia en la mano, frente a la iglesia de Saint John. El caso que, para algunos, sigue siendo el modelo a seguir. El espejo en el que se mira la derecha española, aunque Pablo Casado haya decidido callar, refugiándose en una especie de silencio cómplice. No se atreve a tanto como Vox, que manifestó hace poco en un tuit: "Nuestro apoyo a Trump y a los estadounidenses que están viendo cómo es atacada su Nación por terroristas callejeros amparados por millonarios progres".

Lo último de Trump es que ha comprado casi todas las existencias del antiviral Remdesivir y no descarta reunirse con Maduro. Da igual, sigue siendo el modelo de una nueva derecha que viene a reemplazar a la derecha tradicional por un nacionalismo autoritario que rechaza el consenso social. Una nueva derecha que apuesta por la prevalencia del orden jerárquico y por un esquema clasista y racial, pues, en su opinión, el papel del gobierno no debería ser representar la voluntad de un pueblo que protesta en la calle y se porta de manera irracional, sino gobernarlo con autoridad.

Todo apunta a que, aún, sigue vigente aquello de que los extremos se tocan. Apenas hay diferencia entre estos dos bocazas que gobiernan como auténticos sátrapas.

Milio Mariño / Artículo de Opinión