lunes, 20 de julio de 2020

La fuente fea del parque

Milio Mariño

Las ciudades, además de los sitios donde vivimos, son la memoria de nuestras vidas. Están hechas con los retazos que recordamos; con nuestros recuerdos de la infancia, la juventud o, incluso, la edad adulta. Por eso no es ninguna sorpresa que haya gente que defienda que se salve de la piqueta a la fuente de la plaza Pedro Menéndez, esa fuente que lleva 63 años frente al parque de El Muelle, más tiempo seca y a oscuras que manando agua y con luz. Solo por eso, porque está en la memoria de muchos avilesinos y avilesinas, no por su valor artístico, que no lo tiene, ni por su belleza, pues estéticamente es más fea que Picio por mucho que la miremos con ojos agradecidos.

La que llamamos Fuente Luminosa no es un prodigio estético ni un monumento o un legado histórico. Es un símbolo que muchos avilesinos han decidido enarbolar como resistencia contra esa uniformidad que todo lo invade y nos ha llevado a que, hoy por hoy, las calles y las plazas de cualquier ciudad de España sean prácticamente iguales. Todas tienen los mismos bares, las mismas tiendas, las mismas farolas, los mismos bancos y hasta el mismo pavimento. Todo está tan unificado, en todo el mundo, que vayamos a dónde vayamos apenas encontramos nada distinto.

Antes, no hace tanto, las ciudades estaban llenas de bares y comercios que, en mí opinión, eran igual de importantes que los monumentos. Pueden llamarme inculto si quieren, pero formaban parte de una identidad local que nos hacía sentirnos orgullosos y presumir del lugar donde vivíamos. Sabíamos que estábamos en Avilés porque en ningún otro sitio había tiendas como Azcárraga, Verano, Toldao, El Modelo, Los Castros, Los Álvarez, La Parisien, Galerías Peláez o Precios Únicos. También teníamos bares propios como El Colón, El Busto, El Germán, La Parra o La Eritaña. Todo aquello, los bares, las tiendas y los comercios, daba personalidad a nuestra Villa como por ejemplo la siguen dando La Cervecería, Casa Lin, el Eva o El Maruxa. Pero, si deciden dar un paseo y buscar singularidades que se mantengan en pie y funcionando no encontrarán muchas más allá de las que decimos, la Farmacia Graiño, 125 años en la Calle la Muralla, y las farmacias De la Flor y Llorente, que forman parte de lo que Alberto del Rio llamó: “El barroco boticario avilesino”.

Comercios de los de toda la vida ya no quedan, bares apenas tampoco y en cuanto a estatuas ahí siguen la de la foca y la de Pedro Menéndez que, por esta vez, se ha salvado de ese derribo masivo de estatuas de conquistadores y colonizadores europeos que, desde hace unos meses, asola el mundo.

Nos queda, realmente, poco: tres iglesias, tres palacios y los arcos de Galiana y Rivero. Sumen dos estatuas y la fuente de la plaza Pedro Menéndez que los regidores municipales quieren derruir porque dicen que no encaja con la remodelación del parque del Muelle que han diseñado. Deberían ser tolerantes con esa fuente, pobre y fea, que forma parte de nuestra identidad y de lo que fue, y es, Avilés. No creo que sea tan difícil hacerle un sitio en el espacio peatonal que proponen. Estamos a tiempo de buscarle acomodo y mantenerla como símbolo diferencial. La fuente no es patrimonio de quienes han decidido su derribo sino de todos los avilesinos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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