No les cuento la que estarían
liando los partidos, y partidarios, de la derecha si lo que ocurre en Estados
Unidos ocurriera en Venezuela. Si, en Venezuela, estuvieran muriendo como
chinches, por el covid19, y hubieran decretado el toque de queda por el caos, los
disturbios y los saqueos, pondrían el grito en el cielo y acusarían a Maduro de
ser un patán sin escrúpulos que gobierna el país con el culo. Ciscándose en la
democracia, diciendo bravuconadas y demostrando que es un cagón consumado, pues,
a las primeras de cambio, ya vieron como Trump corrió a refugiarse en el bunker
de la Casa Blanca por miedo a que los manifestantes, que protestaban por la
muerte de George Floyd, pudieran superar la barrera de un batallón de policías,
armados con las armas más siniestras y los perros más rabiosos, según palabras
del propio presidente.
Trump parece Maduro y, a mí, Maduro
no me gusta ni poco ni mucho. No me gusta nada. Tampoco Trump. Por eso los junto,
porque son almas gemelas en cuanto a su tendencia autoritaria, la paranoia de su
adicción al poder y la creencia narcisista de que gobiernan mejor que nadie.
Los dos son para nota, aunque, curiosamente, no oirán ni una crítica del presidente
americano, a pesar de que en Estados Unidos hay un gran debate sobre si Trump,
realmente, está en sus cabales.
En eso andan por aquellos pagos. Se
han publicado muchos artículos y varios libros que intentan aportar pruebas
sobre la supuesta incapacidad de Trump. “The Dangerous Case of Donald Trump”,
escrito por 23 especialistas en salud mental, es uno de ellos, pero el debate ha
cobrado mucha más fuerza al constatarse la magnitud del desastre y la pesadilla
grotesca en la que están inmersos los estadounidenses por la nefasta gestión de
Trump, tanto de la pandemia del covid-19 como de unos disturbios que se han
convertido en la mayor oleada de tensión racial vivida en EE.UU. desde el
asesinato de Luther King, hace 52 años.
Visto desde la distancia, lo de Trump
parece, ciertamente, de locos. Incluido, claro está, su encierro en el bunker y
posterior posado, con la biblia en la mano, frente a la iglesia de Saint John. El
caso que, para algunos, sigue siendo el modelo a seguir. El espejo en el que se
mira la derecha española, aunque Pablo Casado haya decidido callar, refugiándose
en una especie de silencio cómplice. No se atreve a tanto como Vox, que manifestó
hace poco en un tuit: "Nuestro apoyo a Trump y a los estadounidenses que
están viendo cómo es atacada su Nación por terroristas callejeros amparados por
millonarios progres".
Lo último de Trump es que ha
comprado casi todas las existencias del antiviral Remdesivir y no descarta
reunirse con Maduro. Da igual, sigue siendo el modelo de una nueva derecha que
viene a reemplazar a la derecha tradicional por un nacionalismo autoritario que
rechaza el consenso social. Una nueva derecha que apuesta por la prevalencia del
orden jerárquico y por un esquema clasista y racial, pues, en su opinión, el
papel del gobierno no debería ser representar la voluntad de un pueblo que
protesta en la calle y se porta de manera irracional, sino gobernarlo con
autoridad.
Todo apunta a que, aún, sigue
vigente aquello de que los extremos se tocan. Apenas hay diferencia entre estos
dos bocazas que gobiernan como auténticos sátrapas.
Milio Mariño / Artículo de Opinión
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