Hay gente que está viviendo la
nueva normalidad encantada. No es mi caso, aunque tampoco puedo decir que lo lleve
fatal. Lo llevo bastante bien, pero tengo la sensación de que, en algún sitio, algo
se ha roto y no paro de darle vueltas pensando qué puede ser. Sea lo que fuere,
creo que no volveremos a ser quienes éramos ni hacer lo que hacíamos antes de que
apareciera el covid19. Percibo que muchas cosas nos sobrepasan y que, a pesar
de todo, preferimos ignorar la realidad y hacer como que no nos damos cuenta de
que el regreso no está siendo la vuelta a la vida anterior. Hemos dado un salto
en el vacío para caer en el mismo sitio y no precisamente de pie. Caímos con el
miedo metido en el cuerpo, saludándonos con el codo y desinfectándonos cada dos
por tres. Irreconocibles para nosotros mismos y con la mascarilla a cuestas
hasta cuándo vamos a dormir.
Toda precaución es poca, dicen
las autoridades. Y uno, que nunca fue muy obediente, se resigna a obedecer,
aunque a veces levante la voz. Sobre todo, cuando, con la disculpa del virus, intentan
colarnos lo que no tiene sentido.
Puede servir como ejemplo esto
que voy a contar. Resulta que, hace poco, llamé al centro de salud para pedir
una cita con mí médico y me dijeron que no podía ir porque hay que preservar al
personal sanitario de cualquier posible contagio y también por mi propia
seguridad, para evitar el contacto con otras personas. La solución fue que hablara
con el médico por teléfono. Telemedicina creo que lo llaman. Total, que después
de hablar, como la cosa no era muy grave, salí a dar un paseo y me senté en una
terraza. La sorpresa fue que, en la mesa de al lado, estaba mí médico con otras
dos personas, que debían ser personal sanitario, tomándose un café. ¿Qué tal?
Me preguntó muy amable. Pues ya ves, más o menos como te comenté por teléfono.
Nada, no te preocupes, haz lo que te dije y ya verás cómo en dos o tres días estás
como nuevo.
Les parecerá una bobada, pero
quedé más tranquilo. Para mí, que el médico te vea en persona, aunque sea en
una terraza, no tiene comparación con que haga el diagnóstico por teléfono. Se
me ocurrió entonces que los centros de salud, para evitar contagios, podían
montar unas sillas y unas mesas en la parte de afuera y trasladar allí las
consultas. Las consultas serían en las terrazas. Eso sí, cobrando la consumición,
que tampoco hay que abusar y pedir que la Seguridad Social pague el café o el
vermú.
La extraña sensación que decía viene
por cosas así. Viene porque, ahora, la vida gira en torno a las terrazas y el
teléfono. La telemedicina, el teletrabajo, la teleenseñanza y no sé yo si el
telefontanero, es lo que tratan de imponernos con el consiguiente daño para las
relaciones humanas. Por eso que cuando oigo que todo lo que, ahora, se hace por
internet y por teléfono es muy beneficioso para nosotros, me sorprende que,
siendo así, haya tenido que ser un virus maligno el que consiguiera lo que se
perseguía desde hace años con poco éxito. Habrá que tener cuidado con esta
televida que quieren para nosotros, sin que piensen consultarnos ni les importe
qué opinamos.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España
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