lunes, 29 de febrero de 2016

Si no existiera hoy

Milio Mariño

Algunas veces sucede que una tontería se pone a dar vueltas por la rotonda de nuestra cabeza y sigue ahí hasta que pides a gritos que te deje dormir. A mí me pasó con los neutrinos y ha vuelto a pasarme con el año bisiesto. Hay gente que puede con sus fantasmas. Yo no. Yo podía haber intentado dormir pensado en la gafas de Urdangarin o en el ojo bizco de Rajoy, pero seguí a vueltas con que si este año no fuera bisiesto, no existiría hoy, ni sería lunes, ni habría mercado en la plaza Hermanos Orbón.

¿Que sería entonces? Pues qué sé yo… Supongo que si quitamos el 29, sería mañana. ¡Pero mañana es martes! Esa es la historia, que los días 29 de febrero no existen. Son días inventados que se añaden en los años múltiplos de cuatro para corregir el desfase de la duración real del año. Lo hacen para que coincidan las fechas astronómicas y cronológicas, pues si ese desajuste no se corrigiera llegaría un momento en que lo señalado como invierno sería verano y la primavera otoño.

Quizá corrijan el calendario pero por ese camino vamos. Lo cual confirma que la naturaleza real del tiempo sigue siendo un misterio y, por más que hayan pasado siglos, no somos más sabios que los antiguos griegos, para quienes el tiempo era una ilusión. Justo lo que me parece a mí este lunes: un día que se sacó de la manga un contable al que no le cuadraban los números.

“Los años bisiestos sirven para arreglar los desperfectos”, afirman, queriendo parecer simpáticos, los astrónomos y los astrofísicos. Dicho por ellos suena científico pero no deja de ser una chapuza. Tampoco es la única. El 24 de febrero de 1.582 el Papa Gregorio XIII, asesorado por el astrónomo Christopher Clavius, promulgó una bula, Inter Gravissimas, en la que establecía que tras el jueves 4 de octubre de 1582 seguiría el viernes 15 de octubre de 1582. Se cargó once días y no pasó nada.

El 29 de febrero está hecho de recortes, de horas perdidas de otros años que van juntando y empaquetan cuándo suman veinticuatro. ¿Se puede hacer un día con eso? Sí que se puede, la prueba es que lo hacen. Pero ¿cómo sale? ¿Cómo es un día hecho con horas perdidas…? Con lo que no se hizo porque no valió la pena o no quisimos hacerlo ¿A qué viene juntar esas horas, cuatro años después, y hacer con ellas un día? Podría tener sentido si ese día fuera festivo. Si dijeran: Bueno venga, nosotros arreglamos el calendario y ustedes tienen un día de fiesta para que puedan recuperar el tiempo perdido o volver a derrocharlo, sí quieren. Si fuera así todavía, pero que hagan un día con el tiempo pasado, lo añadan a febrero y, encima, lo pongan de lunes…

Por algo tienen la fama que tienen los años bisiestos. Yo no creo en esas cosas pero ahí están los datos. Ahí está la Guerra Civil, el hundimiento del Titanic, la muerte de John Lennon, Robert Kennedy, Luther King… Y la repetición de las elecciones. Lo digo porque este año 2016 es bisiesto y seguro que empezará haciendo alguna de las suyas.

Recuperar el tiempo perdido es como si Proust, cuatro años después, intentara volver a comer aquella magdalena que le supo a gloria con el té.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 26 de febrero de 2016

El Chacachá del Feve

La mio collaboración de los xueves nel Programa de la Radio del Principau, RPA, Noche tras Noche.

El mi lio d'esta selmana ye por esi ferrocarril tan simpáticu qu'unos llamen FEVE, otros Estratéxicu y dalgunos el Chacachá. Nome que seguramente vendrá, pienso yo, de cuando en 1955 les hermanes Fleta popularizaron como canciu del branu, El Chacachá del Tren y otru ésitu, Pénjamo, que tamién sirvió pa bautizar más d'un barriu asturianu.

El Feve pocu tenía que ver col cantar, que como dalgunos alcordarán dicía: Al compás del chacachá / el chacachá del tren /¡que gustu da viaxar / cuando se va en exprés!... Tamién falaba d'un galante portugués…. Pero vamos dexanos de cancios y tar a lo que tamos… Que ye que, al paecer, dientro de pocu va caducar qu’al Feve lu consideren serviciu públicu. Y, eso, significa que munches rutes de cercaníes d'Asturies van cerrales y solu van quedar les más rentables… Que pasarán a ser privatizaes.

Si lu lleven a efeutu supondrá que munchos pueblinos quedarán, práuticamente, aisllaos. Anque la verdá…. Nun sé si esos pueblinos yá tarán aisllaos o mediu desiertos porque si lleemos l’informe que se fixo apocayá plasmamos cola poca cantidá de viaxeros.

No que llamen el 8 asturianu, hai 111, ente estaciones y apeaderos, y la media de xente que xube al tren vais ver… En 24 estaciones nun xuben más de 5 persones al día y n'otres 50 nun pasen de 10. Por eso tán plantegando suprimir los apeaderos de menor usu, reordenar les frecuencies y potenciar los servicios semidireutos. Cuenten que los ingresos son 40 millones d'Euros y que les pérdides anden ente 140 y 150 millones añales.

L'argumentu a favor ye qu'empresta un serviciu y tien que siguir emprestándolo porque ye l’únicu transporte públicu. Pero claru, cuando vemos les cifres entrennos escalfrios -¿Cuántu diréis que cuesta un pasaxeru?.... Pos, veréis: agora mesmu, ca persona que xube a un tren del FEVE paga’l so billete, que sedrá según el viaxe, pero caún d'esos billetes cuésta 16 euros al restu los españoles.

Naide espera qu’esi trenin de dineru…. Pero sí que'l so costu sía razonable.

El Feve, como tal, ye hestoria dende Xineru de 2013, que foi cuando a los ferrocarriles de via estrecha los integraron en Renfe, col aquello de que les perdides yeren munches y la delda de casi 21.000 millones.

De diez años a esta parte, el Feve perdió más de 2,2 millones de viaxeros. Empresta serviciu a conceyos que sumen más de 800.000 habitantes y tien muncho raigañu social pero la sangría de veceros que ta sufriendo precisa un remediu yá.

Nun sé cómo se pue arreglar… Nun sé si con una política comercial qu'atraiga nuevos veceros, una meyor atención al públicu, reestructuración de los servicios y los horarios o que los asturianos nos apuntemos a dalguna escursión en tren dacuando en vez… Pero, daqué habrá que facer pa que nun desapaeza… Pa que sigamos oyendo El Chacachá del tren.

Milio Mariño

lunes, 22 de febrero de 2016

Dar lo que no se tiene

Milio Mariño

Ahora que ya sabemos lo que pide Pablo Iglesias para votar a Pedro Sánchez hay división de opiniones. Unos dicen que pide mucho y otros que le hizo la boca un fraile. No está mal traído. El político de Podemos tiene modales de fraile y la prueba de que el hábito no hace al monje es que lo mismo se viste de Dominico para acudir a la Corte que lo hace de Agustino para ir de copas con los actores. Con la iglesia, digo Iglesias, hemos topado. Buenos son los políticos, y los frailes, cambiando de hábitos y de chaqueta y pidiendo por esa boca.

Casi no queda otra que recurrir a los chascarrillos y los refranes para referirse a cómo va la feria. Huir de la seriedad impostada y apostar por la ironía para hablar de la situación política es un recurso casi obligado. Llevaba tiempo que no lo hacía y algunos de mis lectores, que según ellos son unos cuantos pero sospecho que deben ser menos, dicen que lo echaban en falta.

Tampoco es que no quiera mojarme. Si me preguntan qué pienso, a propósito de lo que pide Pablo Iglesias, la respuesta es que, puestos a pedir, podía haber pedido que lo quisiera una mujer casada. Algunos filósofos, y muchos escritores famosos, aseguran que es lo más que un hombre puede pedir cuando de amor se trata. Así que no lo descarten. De todas maneras, Pablo ha mostrado tanto interés por ser vicepresidente que lo mismo renuncia a todo lo que ha pedido y se conforma con la vicepresidencia y el ministerio de agricultura y pesca.

Contaba Julio Camba que, en cierta ocasión, un político gallego se presentó en el despacho de un ministro y le pidió un puerto. ¡Un puerto! ¿No le valdría a usted un puente?... Hombre señor ministro yo, a los de mi pueblo, les he prometido un puerto… Pues es que verá, la consignación para ese tipo de obras está totalmente agotada. Anímese y llévese un puente, podemos darle uno magnífico. El diputado iba resignándose… Se lo agradezco señor ministro… Aunque no sé… Si en el pueblo, por lo menos, tuviéramos rio… exclamaba medio convencido… Pero bueno, oiga, si no hay otra cosa, venga ese puente, ya veremos qué hacemos con él.

Pablo Iglesias, no digo que vaya a seguir el ejemplo del político gallego pero tal vez se haya fijado en lo que hizo Manuel Azaña en el primer gobierno de la II República. Azaña, además de la presidencia, pidió tres carteras. Una propuesta ambiciosa que motivó que Alejandro Lerroux dijera en el Congreso:

Así que tres carteras y la presidencia… Tenga cuidado su Señoría porque de eso a que lo llamen carterista no hay más que un paso.

Lo que más sorprende, de todo este lio de posibles pactos, es que parece que se ha puesto de moda dar lo que no se tiene y pedir lo que no pueden darte. Rajoy no es Presidente pero ofrece la Vicepresidencia a Pedro Sánchez. Pablo Iglesias no es Vicepresidente, aunque se haya nombrado a sí mismo, pero ofrece a Sánchez ser Presidente. Es como si a usted le ofrecen el cielo si reza tres padrenuestros. Mal haría si lo creyera. Y, en esto, tanto da que el ofrecimiento venga de un fraile que de un cura gallego.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 15 de febrero de 2016

La crueldad del mar

Milio Mariño

Duele no saber escribir lo que sientes y ser consciente de la carencia. No lo digo como disculpa, es una confesión en regla. Me cuesta expresar con palabras la presencia de una ausencia. La de ese niño que era tan joven, que aún contaban su edad por meses; solo tenía veinte. Apenas había empezado a vivir cuando una ola se lo llevó para siempre. Por eso veo la mar, que la tengo aquí mismo, debajo de mi ventana, y solo se me ocurren reproches. Sé que forma con el cielo una máquina misteriosa que se pone en marcha cuando ellos quieren. Eso lo sé de sobra. Y, también, sé que tiene una fuerza descomunal y no es generosa ni nadie conoce que se haya conmovido jamás. Lleva siglos causando muerte y dolor sin que su resentimiento se viera saciado por el número de víctimas, los barcos hundidos o los puertos y los pueblos hechos añicos. Pero Hugo era apenas un niño. Una criatura inocente que, cuando sintió que la ola lo arrebataba de los brazos de su abuelo y lo ponía a cabalgar sobre la espuma, quizá pensó que se trataba de un juego. Un juego nuevo, al que lo invitaba la mar, parecido a cuando sus padres lo impulsaban hacia el cielo y volvían a cogerlo. Seguro que sonreiría fascinado, esperando volver a los brazos del abuelo, para enseñarle aquellas perlas de espuma blanca en las que se veía envuelto. No imaginaría, en ningún momento, que acabaría engullido por ese monstruo que no tiene piedad ni nunca se ha conmovido.

Quizá sea porque hace ya muchos años que soy vecino de la mar y aunque no quiera mirarla la siento. También ayudará, supongo, que, ahora, sé lo que se quiere a un nieto. Pero sea por una cosa u otra, o por las dos a la vez, no puedo dejar de pensar en el escalofriante espectáculo de las olas estrellándose contra las peñas y los gritos del padre y del abuelo implorando compasión a quien fuera que gobernara aquello. Imagino que, por momentos, cuando cesaba el rumor del viento y las olas se remansaban, para volver a coger impulso, les parecería percibir el débil y apagado llanto del niño surgiendo del remolino.

Todos estamos de acuerdo en que ni el padre, ni el abuelo, ni el niño merecían semejante castigo. Respeto a quienes piden una oración resignados, pero soy incapaz de comprender que alguien pueda referirse a la voluntad de Dios, y apele a nuestros pecados, para justificar lo injustificable. No estoy de acuerdo, tampoco, con quienes hablan de la imprudencia del abuelo, por ser pescador experto y haber navegado en lancha por la ría del rio Navia.

Cuando escribo esto, Hugo sigue sin aparecer y es posible que nunca aparezca. Tal vez quiere evitar que visualicemos el horror. Que vuelva a pasarnos como con la foto de Nilufer Demir, aquel niño que a todos nos conmovió.

Se habrán dado cuenta de que estoy enfadado con la mar, aunque tal vez me enfada más la certeza de que dentro de unos meses, cuando llegue el verano, agradeceré sus caricias sobre mi piel. Sé que de forma inconsciente, o a sabiendas, seguiré las instrucciones para olvidar, pero no perdonaré. Tendré presente lo que dijo Joseph Conrad. “El mar nunca ha sido amable con el hombre, ha sido cómplice de la crueldad humana”.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 8 de febrero de 2016

El crimen en casa

Milio Mariño

Nadie puede aislarse del contexto inmediato sin recibir de él su influencia. Un suceso trágico, no se percibe igual si ocurre en tu barrio o a miles de kilómetros de distancia. No es lo mismo ver por televisión las imágenes de un asesinato y poner nombre a un rostro anónimo que asomarte a la ventana y verlo debajo de casa. La proximidad añade una mayor dificultad para aceptar lo real como lo que es y hace que nos planteemos si la maldad será natural, instintiva, o quizá producto de un trauma o, por el contrario, voluntaria, consciente y libremente decidida.

Todas esas preguntas imagino que circularían de boca en boca cuando se supo de ese crimen que se cometió aquí mismo, a dos pasos de donde vivimos, y tuvo por victima a una mujer a la que, en este caso, muchos si pueden ponerle voz, rostro e, incluso, trato. Lo que añade una mayor conciencia de la tragedia y de lo que, realmente, supone la violencia de género. Esa vergonzosa conducta humana que abarca varias facetas: insultos, amenazas, maltrato y crimen.

Cuando de eso se trata, y se condena la vileza del ser humano, todavía hay gente que apela, no sabemos con qué intención, a que siempre, toda la vida, sucedió lo mismo solo que ahora, desde hace unos pocos años, la prensa y los medios han decidido darle mayor difusión.

No tengo reparo en confesar que, hasta no hace mucho, lo primero que pensaba, cuando leía algo parecido a lo de esa mujer que murió asesinada en El Carbayedo, a manos de su marido, era que la tendencia que tienen algunos hombres a creerse dueños de la persona con la que viven en pareja, quizá pudiera venir de la idea de matrimonio que inculca la iglesia católica y del concepto de virilidad y orgullo machista, heredado del régimen anterior. Pero como uno nunca se fía del todo de sus ocurrencias y procura documentarse, quedé de piedra cuando di un repaso a las estadísticas y leí que el año pasado murieron, en Francia, 118 mujeres y 25 hombres, víctimas de la violencia doméstica. La sorpresa fue, todavía, mayor cuando seguí leyendo y comprobé que en un país aparentemente tan civilizado como Finlandia, el índice de violencia de género es superior al nuestro. Y el asombro llegó con un Estudio de la Violencia, elaborado por el Centro Reina Sofía, en el que España figura a la cola en cuanto al asesinato de mujeres; muy por debajo de países como Finlandia, Suecia, Dinamarca, Noruega o, incluso, Alemania.

No es, precisamente, un consuelo saber que en el primer país donde las mujeres tuvieron derechos políticos, entre ellos el voto, son más brutos y más bestias que nosotros. Figurar en ese ranking un par de puntos, o tres, por debajo no puede tranquilizar ninguna conciencia. Añade una preocupación mayor pues nos lleva a pensar que ni con mejor educación ni con mayor igualdad de derechos se acaba con esa lacra. Por si fuera poco, han detectado una violencia de nuevo tipo: padres y abuelos maltratados por sus hijos y sus nietos. Una violencia, todavía en el armario, que hay que sumar a la de género y pinta un panorama muy negro. Con esa violencia sucede como antes con la de género, se suele mantener en secreto pero, aun así, las denuncias de menores que amenazan, agreden o aterrorizan a sus padres o sus abuelos han aumentado un 30% en los últimos dos años.

Milio Mariño/ Articulo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de febrero de 2016

Padres que son niños grandes

Milio Mariño

No es difícil darse cuenta del valor de las fotos incomodas. Por eso el mérito, a veces, consiste en no salir en la foto. Sobre todo en fotos como esa en la que aparece Fran Rivera toreando un novillo, con su hija en brazos. Y, como esa otra en la que vemos a la diputada Carolina Bescansa, con su hijo de seis meses, en un escaño del Congreso.

¿Están en su derecho de hacer lo que hicieron? Pues hombre... Hay gente que cree que si y gente que cree que no. Unos creen que no supone ningún peligro que un torero toree con su hija en brazos y otros que para un niño es muy peligroso que su madre lo lleve al Congreso y lo tenga cinco horas al lado de ciertos diputados.

Hay de todo. Ahora bien, si hablamos de la justificación que dieron los padres la mayoría coincide en que, los dos, hicieron el ridículo. Fran dijo que había sido para contribuir a la pervivencia de la tradición familiar y Carolina para reforzar el vínculo entre ella y su hijo, anteponiéndolo a cualquier otra obligación como puede ser el trabajo.

Mienten como bellacos. Saben, en ambos casos, que lo que hicieron no fue lo mejor para sus hijos. Para ellos tal vez sí. Ellos seguro que disfrutaron y luego se divirtieron con la polémica que se suscitó en los medios. De modo que seguirán haciendo bobadas y cosas por el estilo. Lo mismo que muchos padres.

¿Creen que puede haber algún bebe al que le guste que cuelguen una foto suya, en Facebook, con la cara embadurnada de puré de pollo? Pues dense una vuelta por internet y verán la cantidad de padres que hacen eso todos los días.

Dicen los sociólogos que antes pasábamos de la infancia a la adolescencia y de la adolescencia a la edad adulta, pero han detectado una nueva fase que aún no saben cómo llamarla. Pertenecen a ella muchos de los que nacieron allá por los años 70 y siguen subidos en el monopatín, llevan ropa infantil, zapatillas de deporte y pasan horas delante de la consola. Al parecer son como niños grandes y los niños, de verdad, no los aceptan como padres. No quieren ser su juguete ni que los sometan a una presión y una vigilancia constantes. Que no los dejen jugar a su aire, ni subirse en los columpios, o correr por el parque, porque consideran que esas actividades son demasiado peligrosas como para que puedan hacerlas ellos solos. La creencia, de estos nuevos padres, es que la sociedad se ha vuelto muy peligrosa y sería una temeridad mandar a un niño a comprar pan a la tienda de la esquina o dejar que monte en bicicleta sin casco y sin rodilleras.

Las fotos de Fran Rivera y Carolina Bescansa han servido para mostrarnos a unos padres que quizá pertenezcan a esa nueva edad, aún sin nombre, que va de la adolescencia a la edad adulta. En esta ocasión han sido egoístas; han pensado en ellos mismos y han utilizado a sus hijos como quien usa un juguete. Ojala que esos niños no sufran las consecuencias de tener unos padres que seguro que los protegen y los quieren, pero a lo mejor no les dan una educación que les sirva para despertar aquella ilusión que tenían, antes, los niños de lograr cosas extraordinarias.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España