Algunas veces sucede que una tontería se pone a dar vueltas por la rotonda de nuestra cabeza y sigue ahí hasta que pides a gritos que te deje dormir. A mí me pasó con los neutrinos y ha vuelto a pasarme con el año bisiesto. Hay gente que puede con sus fantasmas. Yo no. Yo podía haber intentado dormir pensado en la gafas de Urdangarin o en el ojo bizco de Rajoy, pero seguí a vueltas con que si este año no fuera bisiesto, no existiría hoy, ni sería lunes, ni habría mercado en la plaza Hermanos Orbón.
¿Que sería entonces? Pues qué sé yo… Supongo que si quitamos el 29, sería mañana. ¡Pero mañana es martes! Esa es la historia, que los días 29 de febrero no existen. Son días inventados que se añaden en los años múltiplos de cuatro para corregir el desfase de la duración real del año. Lo hacen para que coincidan las fechas astronómicas y cronológicas, pues si ese desajuste no se corrigiera llegaría un momento en que lo señalado como invierno sería verano y la primavera otoño.
Quizá corrijan el calendario pero por ese camino vamos. Lo cual confirma que la naturaleza real del tiempo sigue siendo un misterio y, por más que hayan pasado siglos, no somos más sabios que los antiguos griegos, para quienes el tiempo era una ilusión. Justo lo que me parece a mí este lunes: un día que se sacó de la manga un contable al que no le cuadraban los números.
“Los años bisiestos sirven para arreglar los desperfectos”, afirman, queriendo parecer simpáticos, los astrónomos y los astrofísicos. Dicho por ellos suena científico pero no deja de ser una chapuza. Tampoco es la única. El 24 de febrero de 1.582 el Papa Gregorio XIII, asesorado por el astrónomo Christopher Clavius, promulgó una bula, Inter Gravissimas, en la que establecía que tras el jueves 4 de octubre de 1582 seguiría el viernes 15 de octubre de 1582. Se cargó once días y no pasó nada.
El 29 de febrero está hecho de recortes, de horas perdidas de otros años que van juntando y empaquetan cuándo suman veinticuatro. ¿Se puede hacer un día con eso? Sí que se puede, la prueba es que lo hacen. Pero ¿cómo sale? ¿Cómo es un día hecho con horas perdidas…? Con lo que no se hizo porque no valió la pena o no quisimos hacerlo ¿A qué viene juntar esas horas, cuatro años después, y hacer con ellas un día? Podría tener sentido si ese día fuera festivo. Si dijeran: Bueno venga, nosotros arreglamos el calendario y ustedes tienen un día de fiesta para que puedan recuperar el tiempo perdido o volver a derrocharlo, sí quieren. Si fuera así todavía, pero que hagan un día con el tiempo pasado, lo añadan a febrero y, encima, lo pongan de lunes…
Por algo tienen la fama que tienen los años bisiestos. Yo no creo en esas cosas pero ahí están los datos. Ahí está la Guerra Civil, el hundimiento del Titanic, la muerte de John Lennon, Robert Kennedy, Luther King… Y la repetición de las elecciones. Lo digo porque este año 2016 es bisiesto y seguro que empezará haciendo alguna de las suyas.
Recuperar el tiempo perdido es como si Proust, cuatro años después, intentara volver a comer aquella magdalena que le supo a gloria con el té.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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