lunes, 15 de febrero de 2016

La crueldad del mar

Milio Mariño

Duele no saber escribir lo que sientes y ser consciente de la carencia. No lo digo como disculpa, es una confesión en regla. Me cuesta expresar con palabras la presencia de una ausencia. La de ese niño que era tan joven, que aún contaban su edad por meses; solo tenía veinte. Apenas había empezado a vivir cuando una ola se lo llevó para siempre. Por eso veo la mar, que la tengo aquí mismo, debajo de mi ventana, y solo se me ocurren reproches. Sé que forma con el cielo una máquina misteriosa que se pone en marcha cuando ellos quieren. Eso lo sé de sobra. Y, también, sé que tiene una fuerza descomunal y no es generosa ni nadie conoce que se haya conmovido jamás. Lleva siglos causando muerte y dolor sin que su resentimiento se viera saciado por el número de víctimas, los barcos hundidos o los puertos y los pueblos hechos añicos. Pero Hugo era apenas un niño. Una criatura inocente que, cuando sintió que la ola lo arrebataba de los brazos de su abuelo y lo ponía a cabalgar sobre la espuma, quizá pensó que se trataba de un juego. Un juego nuevo, al que lo invitaba la mar, parecido a cuando sus padres lo impulsaban hacia el cielo y volvían a cogerlo. Seguro que sonreiría fascinado, esperando volver a los brazos del abuelo, para enseñarle aquellas perlas de espuma blanca en las que se veía envuelto. No imaginaría, en ningún momento, que acabaría engullido por ese monstruo que no tiene piedad ni nunca se ha conmovido.

Quizá sea porque hace ya muchos años que soy vecino de la mar y aunque no quiera mirarla la siento. También ayudará, supongo, que, ahora, sé lo que se quiere a un nieto. Pero sea por una cosa u otra, o por las dos a la vez, no puedo dejar de pensar en el escalofriante espectáculo de las olas estrellándose contra las peñas y los gritos del padre y del abuelo implorando compasión a quien fuera que gobernara aquello. Imagino que, por momentos, cuando cesaba el rumor del viento y las olas se remansaban, para volver a coger impulso, les parecería percibir el débil y apagado llanto del niño surgiendo del remolino.

Todos estamos de acuerdo en que ni el padre, ni el abuelo, ni el niño merecían semejante castigo. Respeto a quienes piden una oración resignados, pero soy incapaz de comprender que alguien pueda referirse a la voluntad de Dios, y apele a nuestros pecados, para justificar lo injustificable. No estoy de acuerdo, tampoco, con quienes hablan de la imprudencia del abuelo, por ser pescador experto y haber navegado en lancha por la ría del rio Navia.

Cuando escribo esto, Hugo sigue sin aparecer y es posible que nunca aparezca. Tal vez quiere evitar que visualicemos el horror. Que vuelva a pasarnos como con la foto de Nilufer Demir, aquel niño que a todos nos conmovió.

Se habrán dado cuenta de que estoy enfadado con la mar, aunque tal vez me enfada más la certeza de que dentro de unos meses, cuando llegue el verano, agradeceré sus caricias sobre mi piel. Sé que de forma inconsciente, o a sabiendas, seguiré las instrucciones para olvidar, pero no perdonaré. Tendré presente lo que dijo Joseph Conrad. “El mar nunca ha sido amable con el hombre, ha sido cómplice de la crueldad humana”.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

1 comentario:

  1. No te fíes del mar
    que sereno se brinda,
    como un lecho de espuma
    a que duermas en él.
    Cuando cierras los ojos
    y te entregas al sueño;
    se embravece, te arrastra,
    a un abismo profundo
    de donde nadie pudo
    a la tierra volver.

    (Cani)

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