No es difícil darse cuenta del valor de las fotos incomodas. Por eso el mérito, a veces, consiste en no salir en la foto. Sobre todo en fotos como esa en la que aparece Fran Rivera toreando un novillo, con su hija en brazos. Y, como esa otra en la que vemos a la diputada Carolina Bescansa, con su hijo de seis meses, en un escaño del Congreso.
¿Están en su derecho de hacer lo que hicieron? Pues hombre... Hay gente que cree que si y gente que cree que no. Unos creen que no supone ningún peligro que un torero toree con su hija en brazos y otros que para un niño es muy peligroso que su madre lo lleve al Congreso y lo tenga cinco horas al lado de ciertos diputados.
Hay de todo. Ahora bien, si hablamos de la justificación que dieron los padres la mayoría coincide en que, los dos, hicieron el ridículo. Fran dijo que había sido para contribuir a la pervivencia de la tradición familiar y Carolina para reforzar el vínculo entre ella y su hijo, anteponiéndolo a cualquier otra obligación como puede ser el trabajo.
Mienten como bellacos. Saben, en ambos casos, que lo que hicieron no fue lo mejor para sus hijos. Para ellos tal vez sí. Ellos seguro que disfrutaron y luego se divirtieron con la polémica que se suscitó en los medios. De modo que seguirán haciendo bobadas y cosas por el estilo. Lo mismo que muchos padres.
¿Creen que puede haber algún bebe al que le guste que cuelguen una foto suya, en Facebook, con la cara embadurnada de puré de pollo? Pues dense una vuelta por internet y verán la cantidad de padres que hacen eso todos los días.
Dicen los sociólogos que antes pasábamos de la infancia a la adolescencia y de la adolescencia a la edad adulta, pero han detectado una nueva fase que aún no saben cómo llamarla. Pertenecen a ella muchos de los que nacieron allá por los años 70 y siguen subidos en el monopatín, llevan ropa infantil, zapatillas de deporte y pasan horas delante de la consola. Al parecer son como niños grandes y los niños, de verdad, no los aceptan como padres. No quieren ser su juguete ni que los sometan a una presión y una vigilancia constantes. Que no los dejen jugar a su aire, ni subirse en los columpios, o correr por el parque, porque consideran que esas actividades son demasiado peligrosas como para que puedan hacerlas ellos solos. La creencia, de estos nuevos padres, es que la sociedad se ha vuelto muy peligrosa y sería una temeridad mandar a un niño a comprar pan a la tienda de la esquina o dejar que monte en bicicleta sin casco y sin rodilleras.
Las fotos de Fran Rivera y Carolina Bescansa han servido para mostrarnos a unos padres que quizá pertenezcan a esa nueva edad, aún sin nombre, que va de la adolescencia a la edad adulta. En esta ocasión han sido egoístas; han pensado en ellos mismos y han utilizado a sus hijos como quien usa un juguete. Ojala que esos niños no sufran las consecuencias de tener unos padres que seguro que los protegen y los quieren, pero a lo mejor no les dan una educación que les sirva para despertar aquella ilusión que tenían, antes, los niños de lograr cosas extraordinarias.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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