lunes, 29 de noviembre de 2021

Empresarios amables y trabajadores violentos

Milio Mariño

Imagino que muchos de ustedes habrán visto las imágenes de televisión en las que aparecía un grupo de gente gritando: “¡Somos obreros, no delincuentes!”

Yo las vi y quedé como desconcertado, pero enseguida me di cuenta de que era una aclaración necesaria, pues las televisiones y los periódicos son tan aficionados a tergiversar las cosas que desfiguran la realidad para convertirla en noticiable. Por eso estuvo bien que los obreros se identificaran porque, hasta entonces, nadie sabía que lo eran ni que en Cádiz había una huelga. Aquello lo mismo podía ser la resaca de un botellón que el atraco a una sucursal bancaria.

Podía ser cualquier cosa porque los obreros y las huelgas, hace tiempo que no son noticia y menos en televisión. Noticia es que arda un contendor o los antidisturbios repartan estopa, no que los trabajadores salgan a la calle y protesten porque les ofrecen una subida salarial de risa. El 0,5%, aplicable desde septiembre para 2021, un aumento del 1,2% en 2022 y del 1,5% en 2023, y que en esos tres años, suba lo que suba el IPC, no se revisen los salarios.

Lo oferta invitaba a la huelga, pero las huelgas, además de que no son noticia, tienen muy mala prensa. Siempre que los trabajadores convocan huelga, las sombras de la duda se ciernen sobre las causas que la motivan. Para algunos nunca hay razones que la justifiquen, para otros lo que piden los trabajadores es imposible y los que van de listos se apuntan a la tontería de que el mundo ha cambiado tanto que, en el siglo XXI, las huelgas no tienen sentido.

Punto y aparte son los partidos políticos, que cuando gobiernan consideran que las huelgas encierran un trasfondo inconfesable cuyo objetivo es derribarlos  y cuando están en la oposición  justifican que los trabajadores las convoquen por lo mal que lo hace el gobierno.

La huelga de Cádiz, como otras muchas, ha sido portada en la televisión y los periódicos no por la postura de los empresarios o las reivindicaciones de los trabajadores sino porque los medios la presentaron como un ataque a la convivencia y el civismo. Como una violencia sin sentido que deja en muy mal lugar a quienes la protagonizan.

No pretendo justificar que se tome la calle al asalto o se quemen contenedores, pero la realidad es que si los conflictos laborales no se hacen visibles, si no son noticia, la opinión pública y los empresarios los ignoran. Lo cual supone que los trabajadores, además de luchar por sus reivindicaciones, tengan que luchar, primero, contra el silencio de los medios y luego contra lo que casi siempre sucede: la distorsión del conflicto.

Hoy, cualquiera que presuma de estar bien informado sabe que los trabajadores de Cádiz han quemado contenedores y se han enfrentado a la policía pero desconoce qué es lo que piden y por qué han ido a la huelga.

Al final, casi siempre, resulta que los violentos son los trabajadores y no los que amenazan con despidos, encadenan contratos basura y pagan sueldos de miseria. La opinión pública acaba culpabilizando a los que protestan y a los provocadores de la protesta los absuelve. El balance es desolador. Quienes no piden otra cosa que lo justo para sobrevivir son los violentos y quienes se lo niegan son gente amable que ejerce, con educación, su derecho a seguir enriqueciéndose.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 22 de noviembre de 2021

Juguetes y niños

Milio Mariño

Como ya estamos en tiempo de escribir a los Reyes Magos, no se me ocurrió nada mejor que entrar en internet para ver qué juguetes están de moda y comprarle uno a mi nieto. Creí que así acertaría de pleno, pero debe ser que internet no está hecho para los abuelos porque lo que apareció en mi ordenador fue que los juguetes que más se venden son los eróticos femeninos del tipo succionadores de clítoris, simuladores de sexo oral y vibradores que estimulan el punto G de tres formas distintas y a cuatro velocidades.

Algo sí que me sorprendí, pero tampoco crean que mucho. Hace tiempo que doy por hecho que las mujeres adelantan a los hombres en todo y si ahora han decidido procurarse placer con juguetes sexuales, ojalá disfruten en el empeño y los amorticen con muchos orgasmos. Por nada del mundo se me ocurriría juzgarlas y menos en estos tiempos en los que cualquier hombre sale escaldado por emitir la más mínima opinión contraria a lo que sea que esté relacionado con el feminismo. Poco importa que el discurso feminista abunde en acusaciones contra los hombres que si se hicieran contra las mujeres serían consideradas delito.  

Al final, no sé si por vergüenza o temor al fracaso, apagué el ordenador y salí de paseo. El caso que, paseando, la decepción por no encontrar un juguete para mi nieto, me llevó a retomar una idea que llevaba tiempo rondándome por la cabeza. Llevo tiempo dándole vueltas a si mi nieto no acabará siendo víctima de que lo eduquen en un ambiente que desprestigia lo masculino y a los hombres se los retrata como tiranos y causantes de todos los males que sufren las mujeres. Tenía y tengo ese temor aunque ya sé que por manifestarlo me arriesgo a que me acusen de reaccionario y de que recurro al manido argumento de que las feministas odian a los hombres.

Sé que no es eso. Estoy al tanto de que el motivo central del verdadero feminismo es la lucha por la igualdad y que lo del odio a los hombres viene de otro lado. Sin embargo, una buena parte del discurso feminista ha cruzado la línea de lo aceptable y su lucha por acabar con el sometimiento histórico de las mujeres se está llevando a cabo con un posicionamiento tan anti hombre que a los hombres parece que solo nos queda aguantar el desprestigio y esperar que escampe.

Soy abuelo y seguramente estaré anticuado, pero me gustaría que a mi nieto lo educaran en la igualdad de derechos. Que lo alejaran del machismo, pero no en base a esa idea de demonizar todo lo masculino. En base a conseguir que el hombre siga siendo hombre en igualdad con las mujeres.

Entiendo que lo que pretenden es que las niñas tengan una identidad muy poderosa y eso es fantástico. Pero no lo es tanto  si se abandona a los niños. Los niños no son culpables del patriarcado ni del machismo. Tienen derecho a que no se denigre lo masculino y a ser libres y felices y no víctimas de un estereotipo.

Distraído con este lío, se me fue el santo al cielo y todavía no sé qué juguete le compraré a mi nieto. Lo más probable es que sea uno de los de siempre, nada nuevo, pero eso no significa que quiera llevarlo al pasado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 15 de noviembre de 2021

El monstruo y el miedo

Milio Mariño

Cuando un día, hace tiempo, leí que las personas inteligentes son las que piensan más y mejor y tienen mayor facilidad para no sufrir, me cayó el alma a los pies. Pienso muchísimo, pero sufro un montón. Ya me gustaría tener esa facilidad para pensar y pasar página sin que me afectara lo más mínimo, pero lo que pienso acaba convirtiéndose en mí realidad, tanto si quiero como sí no.

 No puedo evitarlo. Ahora ando a vueltas con la amenaza del apagón eléctrico, el precio de la energía y los problemas de abastecimiento y sufro pensando que somos víctimas de un chantaje que nadie ve, o no quiere ver. Cuantas más vueltas le doy más me convenzo de que el mundo funciona al margen de nuestra voluntad política, es decir, de nuestra capacidad para gobernarlo, y eso me lleva al convencimiento de que hay un poder oculto, superior al de los Estados, que lo controla todo y provoca las crisis, la ruina y la muerte cuando quiere y le da la gana.

Pensar en eso sé que es un problema mío. Mi inteligencia no alcanza para dejarlo a un lado,  tumbarme en el sofá y decir: anda y que le den por saco. Sería más feliz si prestara menos atención a esos pensamientos, pero insisto en buscar una explicación a cosas que, al parecer, no la tienen y sufro como un ciclista que se empeña en subir el Angliru.

Suele pasarme a menudo. Hace año y pico, cuando empezaron las restricciones por la pandemia, me rompía la cabeza pensando cómo era posible que las autoridades prohibieran que sacáramos de paseo a los niños y, en cambio, dejaran que paseáramos a los perros. Ya ven en qué líos me meto. En casa decían que no me preocupara, que quienes mandaban sabían bien lo que hacían, pero a mí me parecía una anormalidad difícil de soportar.

Estoy en las mismas. Vuelve a parecerme una anormalidad que las grandes empresas puedan subir los precios lo que les apetezca y se permitan amenazarnos anunciando apagones y desabastecimientos. Cada vez es más evidente que el poder económico hace lo que quiere y los gobiernos no hacen nada por evitarlo. Dicen que no pueden,  que las grandes corporaciones, las compañías eléctricas, las entidades bancarias y todos los que manejan el cotarro económico, operan dentro de lo que llaman el libre mercado y lo único que puede hacer el Gobierno es pasarles la mano por el lomo y pedirles que sean benévolos.

Me indigno cuando oigo ese discurso. Pedirle clemencia al monstruo es una ingenuidad comparable a pedir un milagro. Es confirmar que solo nos queda rezar para que los poderosos se apiaden y no cumplan sus amenazas. Así que lo llevo fatal. No soporto que nos avasallen y nos metan miedo con total impunidad.

Pero siguen haciéndolo. El tiempo pasa y el truco es el mismo. Sacan de paseo al monstruo porque saben que el miedo es el mejor estímulo para empujarnos a consumir. Lo inteligente sería no hacerles caso, pero me pongo de los nervios cuando leo que con las linternas y los hornillos de camping gas está pasando lo que pasó al principio de la pandemia con el papel higiénico. La esperanza es que el anuncio de desabastecimiento solo alcance a los microchips que vienen de China porque como llegue a los polvorones estamos perdidos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 8 de noviembre de 2021

Desconcierto en el cementerio

Milio Mariño

Como cada cual es como es y a mí no suele gustarme hacer lo que está mandado, esperé que pasara el día de Todos los Santos y subí al cementerio el sábado por la mañana. 

No hubo sorpresas. Lo encontré como lo dejó el Ayuntamiento, hace años, cuando decidió desnudarlo talando aquellos cipreses que parecían lágrimas verdes. Estaba tranquilo. Las tumbas y los muertos seguían en su sitio, las flores lucían un poco mustias después de una semana envueltas en celofán de regalo y no había turistas buscando lapidas con inscripciones curiosas o apellidos famosos para hacerles una foto y guardarla como recuerdo. En realidad no había nadie. Así que supuse que los muertos estarían contentos disfrutando del en paz descanse después de unos días de agobio por las visitas y los conciertos.

 ¿Pero qué cojones es esto? Imagino que dirían los muertos, con un rictus de incredulidad, cuando vieron aparecer a la Banda Municipal con sus instrumentos seguida de los que siempre se apuntan a todo, convencidos de que así vivirán más años.

No les extrañe la expresión que pongo en boca de los muertos porque si damos crédito a lo que escribió Juan Rulfo en "Pedro Páramo", los muertos no hablan con los vivos pero hablan entre ellos como los vecinos de cualquier barrio. De modo que cabe suponer que habría acalorados debates a propósito de ese empeño de algunos Ayuntamientos, incluido el nuestro, de utilizar los cementerios para atraer turistas con el reclamo de que, por si no fuera bastante con el valor histórico y artístico de algunas tumbas, también se ofrece un variado programa de actos.  

Lo de aquí fue un concierto pero en otros cementerios, además de conciertos, hubo recitales de poesía, proyección de películas, representaciones de Don Juan Tenorio, instalaciones artísticas, rutas guiadas y en unos cuantos, aunque tal vez no lo incluyeran en el programa, supongo que también habría misas, rosarios y algún responso.

Viendo el auge y la promoción que están dando al turismo de cementerios no me extrañaría que los Ayuntamientos completaran su oferta ofreciendo espichas, tapas variadas, degustaciones de  jamón, queso y vino y cualquier otra ocurrencia que atraiga al público. Algunos ya lo han hecho y han convertido los cementerios en el espacio elegido para celebrar bodas, sesiones fotográficas y desfiles de modelos como el que celebró Gucci en el cementerio de Arles y contó con la asistencia de Elton John, Salma Hakey y Valeria Golino, entre otras celebridades.

Dicen que de lo que se trata es de llevar vida a los cementerios y acabar con la imagen de que son espacios sombríos que remiten al dolor y la tristeza. La tendencia, al parecer, es convertirlos en museos a cielo abierto, donde se lleven a cabo múltiples actividades.

No lo entiendo. Y entiendo menos que no se deje en paz a los muertos y se utilicen los cementerios fuera del contexto de los usos y costumbres vinculados con la muerte a lo largo de la historia. Creo, sinceramente, que al margen de que uno sea ateo o católico, la idea de que los cementerios se conviertan en un recurso turístico para hacer negocio merece una reflexión.

La mía es que los conciertos y todos esos actos en los cementerios provocan el desconcierto de los muertos y de quienes no entendemos que pudiendo promocionar mil lugares, cosas y actividades se promocione el turismo necrófilo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de noviembre de 2021

Los trabajadores pasan de la reforma laboral

Milio Mariño

El Gobierno de Pedro Sánchez está en pleno debate sobre si deroga total o parcialmente la Reforma Laboral que el Gobierno de Mariano Rajoy impuso en febrero de 2012 y trajo consigo devaluar las relaciones laborales y devolverlas a los tiempos del franquismo. Aquella reforma afectó a cerca de cien artículos de diferentes de leyes como el Estatuto de los Trabajadores, la Ley General de la Seguridad Social o la Ley de Empleo y se hizo sin que el Gobierno del Partido Popular negociara absolutamente nada con los Empresarios y los Sindicatos. El PP ya tenía decidido lo que pensaba hacer. Dictó un Decreto Ley que supuso, según el ministro de economía de entonces, Luis de Guindos, “una reforma extremadamente agresiva para los trabajadores”.

Nueve años después, con unas relaciones laborales devaluadas al máximo, no parece que los trabajadores muestren mucho interés por cambiarlas o tengan pensado movilizarse para dar el empujón definitivo que acabe con el marco jurídico que ampara, legaliza y propicia la precariedad y los bajos salarios. No se percibe un clamor en la calle ni en los centros de trabajo pidiendo al Gobierno que derogue la Reforma Laboral. Así que mucho me temo que esta apatía se deba a la tesis según la cual el ascenso de la extrema derecha es consecuencia de que muchos trabajadores han cambiado su voto y están dispuestos a brindarle su apoyo. Tesis que llevaría a la reflexión de que la conciencia de clase ha pasado a mejor vida y ya no tiene vigencia aquella famosa frase: no hay nadie más tonto que un obrero de derechas. Ahora un obrero puede ser de derechas y decir convencido que tonto es quien no lo sea. Quien lo diga, no insistiré en llamarlo tonto, pero un atleta mental tampoco parece. No creo que demuestre tener muchas luces alguien a quien no le importa una ley que le exige agachar la cabeza y que le pateen el culo por 900 euros al mes.

La disculpa, de quienes no están dispuestos a mover un dedo para que se modifique esa ley, es que este tiempo que vivimos obliga a no rebelarse con tal de sobrevivir. Y, es muy cierto que no se rebelan, pero se quejan. Se quejan porque es más cómodo quejarse y culpar al Gobierno, los sindicatos o incluso a la propia familia de que llevan una vida de mierda y no tienen esperanza de que mejore. No se les ocurre pensar que sus padres y sus abuelos lo tuvieron peor que ellos y no se dedicaron a encogerse de hombros y decir: “es lo que hay”.

Sí es lo que hay habrá que cambiarlo. No puede ser que los trabajadores, sobre todo los más jóvenes, acepten sobrevivir y se tumben en el sofá. Es una mala noticia, para el progreso de la sociedad, que el Gobierno y los Sindicatos peleen por derogar la Reforma Laboral y no tengan a nadie detrás.

Hay quien opina que si las cosas están así es porque la izquierda y los sindicatos no han sabido conectar con los trabajadores y deben cambiar su discurso. Es posible, pero también puede ser que quienes deberían escuchar ese discurso hayan comprado el discurso de que siempre hubo ricos y pobres y acepten la precariedad y la sumisión. Que piensen que la suerte está echada y no vale la pena luchar por cambiarla. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España