lunes, 30 de abril de 2018

Alquileres imposibles

Milio Mariño

Cuando nos engañan y vuelven a engañarnos, sentimos que somos culpables y acabamos pensando que merecemos lo que nos pasa. No solemos reflexionar en el sentido de que, a veces, el engaño está tan bien orquestado que ni los más espabilados se libran de que los tomen por tontos. Sucede con muchas cosas y, en especial, con el acceso a una vivienda. Hace unos años nos echaban unas broncas tremendas porque con unos ingresos bajos suscribíamos hipotecas carísimas, amparados en la esperanza de pagar el piso cuando nos jubiláramos. De aquella, nos culpaban de la plaga de desahucios, aludiendo al vicio de querer comprar un piso, en vez de alquilarlo. El ejemplo era Europa, donde, en países como Alemania, el 48,1 de la población vivía de alquiler, mientras que aquí, en España, solo lo hacía el 19,4 por ciento.

Las cifras eran incontestables, por eso que casi nos daba vergüenza haber caído en la trampa de hipotecar nuestras vidas para comprar un piso cuando, si hubiéramos optado por alquilarlo, viviríamos sin el agobio de pagar todos los meses cantidades que suponían la mitad, o más, de nuestro sueldo.

Sucedió entonces, más por las circunstancias que por un cambio de mentalidad, que dejamos de comprar viviendas. En un escenario de crisis, en el que los salarios se estancaron o descendieron, aumentó el paro y la precariedad, y las hipotecas se miraban con lupa, se hacía imposible poder embarcarse en la compra de un piso. De modo que, aunque fuera a regañadientes y en cierta manera obligados, optamos por el alquiler. Así fue que, en pocos años, los que vivían en régimen de alquiler pasaron del 19 al 28,1 por ciento.

Estábamos en el buen camino. Eso creíamos, pero lo cierto fue que volvieron a engañarnos. Primero nos engañaron con aquellas hipotecas impagables y ahora nos engañan con unos alquileres que se han vuelto imposibles. Como el acceso a la compra es cada vez más limitado, y una parte importante de la población está abocada al alquiler, la propiedad inmobiliaria ha visto el negocio y aprovecha para forrarse. Los grandes fondos, los llamados fondos buitre, empezaron a comprar viviendas y a imponer su ley. Compraron paquetes gigantescos, que incluyen viviendas sociales, y se han convertido en caseros sin alma a quienes solo les interesa la especulación pura y dura y la rentabilidad inmediata.

El resultado es que los alquileres subieron de forma exagerada y han alcanzado precios que superan las antiguas hipotecas, haciendo muy difícil que incluso las personas que cuentan con salarios dignos puedan afrontarlos. Por eso han vuelto los desahucios, ahora por alquiler. Así es que estamos en las mismas o, incluso, peor. No hemos comprado el piso pero, también, nos desahucian.

Si buscamos culpables no debemos buscarlos, solo, en los fondos buitre y los caseros desalmados. También tiene mucha culpa la falta de viviendas sociales y la Ley de Arrendamientos Urbanos, aprobada en 2013, que fija en tres años la duración del contrato.

Ya me dirán qué proyecto de vida podemos hacer si nos pueden echar del piso a los tres años. Y, para mayor escarnio, no crean qué alquilar es fácil. Exigen una mensualidad por adelantado, otra como fianza y otra para la agencia, además del aval de la nómina y un casting para ver qué pinta tienes. Hace unos años elegía el inquilino; ahora es el dueño el que elige.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

martes, 24 de abril de 2018

Lunes que ayudan al domingo

Mi nuevo libro


“Lunes que ayudan al domingo”, es un libro que contiene una selección de artículos que fueron publicados, el lunes de cada semana, en la sección de opinión del diario La Nueva España. El libro recoge solo unos pocos de los más de quinientos que, con mi firma, aparecieron, entre los años 2005 a 2015, en la edición de Avilés del periódico. Unos pocos que no son los mejores ni los peores que se publicaron, sino el resultado de una elección, al azar, que solo fue adulterada por la precaución de no repetirme en exceso.

En el libro hay de todo. Hay artículos sobre temas sociales, políticos, económicos y de la vida de diario, que fueron escritos al hilo de la actualidad del momento y siguiendo el impulso de un presente concreto. Un presente que ya pertenece a otro mundo y duró folio y medio.

No les oculto que siempre que escribo pongo todo mi esmero y corrijo lo que no está escrito, pero debo reconocer que, tal vez, hubiera venido bien que algún barbero, o sastre literario, hubiera dado un repaso a esta recopilación de artículos. Que alguien, con más conocimientos y mejor juicio, los hubiera aseado y vestido de limpio antes de presentarlos en este libro. Trabajo que no se hizo, no por pereza, o falta de medios, sino porque prefiero que figuren como aparecieron: sin someterlos a ningún maquillaje, o arreglo, para que resulten más atractivos.

Esto que digo, no debe entenderse como que intento justificarme, o poner excusas, al objeto de que sean benévolos. Prueba de ello, aunque no sé si suficiente, es que no he pedido a ningún amigo que redacte el prólogo. Podía haberlo hecho y ganarme una presentación elogiosa que les animara a leer, aunque solo fueran unas páginas. Pero, como ven, soy yo mismo quien asume la responsabilidad de presentar el libro con la candidez del iluso que se cree capaz de hacerlo porque entiende que la misión del prólogo ha de corresponderse con la de golpear una puerta y salir corriendo, de modo que cuando el lector la abra no encuentre a nadie.

Así es que frente a esa puerta les dejo. Los artículos son los que son y la división por capítulos se hizo a capricho. Podía haber elegido agruparlos por años, pero he preferido hacerlo por títulos que fueron surgiendo mientras jugaba con el deseo de que cada artículo estuviera a gusto en su nido. Creo que conviene advertirlo por si algún lector se pregunta a qué obedece que figuren como capítulos: Animaladas, Sucesos para anormales, Ultramarinos y come chicles, Baracalofi político y Estornudos de rododendro. Disparates que son como un mando a distancia que permite viajar de una página a otra sin el dramatismo de tener que hacerlo siguiendo el orden establecido. El libro puede abrirse por donde apetezca. Es un todo formado por piezas sueltas.

Explicado lo anterior, quizá falta que les explique por qué elegí, como título, “Lunes que ayudan al domingo”.

Una razón podría ser, y lo es, que los artículos se publicaron el lunes de cada semana. Pero hay más. Coincide que el lunes es el día que, de la nada, surgió todo. El día que Dios creó los cielos, la luz y la tierra, el día que el hombre puso, por primera vez, el pie en la luna y el día en que Avilés celebra su mercado semanal y puede considerarse, casi, como festivo.

Con estos antecedentes, y teniendo en cuenta que el lunes es el día más sobrio de la semana, las posibilidades de elegir cualquier otro título eran prácticamente ninguna. De modo que no le di más vueltas. Convine en que la vecindad del domingo y el lunes era suficiente motivo como para dar sentido al título de este libro.

Llegados a este punto, habrán advertido, supongo, que si se hubieran saltado el prólogo tampoco hubiera pasado nada. Dudo que sirva de ayuda para anticipar el contenido del libro. Sirve, si acaso, para pedirles que lo lean. Petición que queda hecha añadiendo el inconsistente consejo de que, ya que lo han abierto y lo tienen en sus manos, quizá merezca la pena que le echen un vistazo.

Milio Mariño

lunes, 23 de abril de 2018

Políticos sin vergüenza

Milio Mariño

No hay mejor prueba de que, en política, no queda, apenas, ni una pizca de vergüenza que la carta que Cristina Cifuentes envía al rector de la Universidad Rey Juan Carlos, reprochándole las escandalosas facilidades que le dieron para que pudiera hacerse con un Master que ni siquiera cursó. La desfachatez y el descaro son tan evidentes que resulta cómico leer una carta que está encabezada por “La Presidenta”. Así, sin más. Sin que, al parecer, fuera necesario poner nombre y apellidos a quien demuestra tener un morro que se lo pisa.

Lo de Cristina es de traca, pero no es la única. Los políticos de hoy en día, casi me atrevo a decir que la mayoría, no se sienten llamados a trabajar por la sociedad y el bien común, sino a utilizar el poder para perpetuarse en él, conservar sus privilegios y manipular, y enmascarar, la realidad todo cuanto pueden. Lo estamos viendo no solo en este caso, también en otros del mismo o distinto partido. De modo que no es un hecho aislado, es algo que se ha convertido en una costumbre.

Si nos fijamos en dos casos recientes, miente Cristina Cifuentes y mienten Chaves y Griñan. Mienten, como también miente Rajoy y mintieron Arias Cañete, Rato, Manuel Soria, Ana Mato, Camps y una larga lista que no cabría en un folio. Pero ya no es la mentira, es la desfachatez y el descaro con el que defienden y exhiben actitudes autoritarias que hace que parezca que nos toman por idiotas. Actúan despreciando la verdad y pasando totalmente de nosotros. Y, actúan así porque, a lo largo de estos últimos años, ha triunfado la política tramposa. La política de engañarnos cuando les viene en gana sin que pase nada de nada. Una política hecha por políticos que nunca dicen lo que piensan, nunca hacen lo que dicen y, además, son capaces de mantener actitudes que en una democracia sana supondría su expulsión inmediata.

Lo curioso es que, lejos de ser expulsados, han creado escuela. Engordan sus curriculums con licenciaturas, masters y doctorados, pero luego resulta que son unos ignorantes. Son políticos que cuando los pillan nunca saben nada. No saben si se cometieron ilegalidades ni recuerdan qué pasaba en su entorno. Ahí tienen a Mariano Rajoy, que ha hecho un arte de su disfraz de hombre torpe, despistado y olvidadizo. No se inmuta. Le gusta, incluso, parecer medio idiota porque esa imagen ayuda en la idea de que es inofensivo y menos culpable. Idea que se complementa con la triquiñuela de presentarse como víctima de sus compañeros corruptos.

Hasta hace poco, considerábamos, en buena lógica, que cuando un político mentía, o se veía envuelto en un caso de corrupción, lo propio era que tratara de gestionar el daño con humildad y gestos que le hicieran merecedor de nuestro perdón. Pero sucede lo contrario. El político se envalentona, se aferra al poder y responde desafiándonos. “A quienes queréis que me vaya: no me voy, me quedo. No voy a dimitir”. No voy a darles ese gusto a mis enemigos.

Así es como actúan los políticos sin vergüenza, con una desfachatez y un descaro que causan sonrojo. Presumen y se vanaglorian de qué, hagan lo que hagan, cuentan con el respaldo de su partido y el convencimiento de que siempre habrá gente dispuesta a votarlos. Y en eso, aunque nos cueste creerlo, llevan razón.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 20 de abril de 2018

El Campanu

La mio parrafada de los xueves nel Programa de la RPA Noche tras Noche

El mi lio d'esta selmana ye pa comentar que yá salió'l Campanu. Un acontecimientu mui sonáu, nunca meyor dichu, que permítenos falar de los salmones. Unos pexes mui especiales que la so vida merez un puntu y aparte polo que tien de curiosa y casi m'atrevo a dicir de desconocía. Sí, porque de los salmones avezamos a falar enforma pero non tol mundu sabe que viven nos ríos y nel mar, que son pexes d’agua duce y salada. Que nacen nun ríu, salen a la mar pa facese adultos y vuelven al ríu pa procrear y morrer.

Esa ye la hestoria… Y, a día de güei, por más estudios que se fixeron, inda ye un misteriu cómo ye que los salmones consiguen orientase, pero resulta que más del 90% vuelven al ríu onde nacieron. Vuelven pa remontalo, procrear y, na mayoría los casos morrer… Muerren non solo porque los prinden los pescadores sinón porque de vuelta al ríu yá nun puen alimentase… El so metabolismu fíxose a la dieta marina y nel ríu nun atopen nada, tienen que sobrevivir coles reserves acumulaes. De cuenta que si nengún pescador lo remedia acaben analayando morrebundos a la espera de que dalguna riada primaveral los arrastre de nuevu al mar que, cumplida la so misión, yá empiecen a echar de menos.

Asina ye la vida de los salmones, nacen nun ríu, salen a la mar cuando malpenes abulten nada, percuerren miles de kilómetros y dos o trés años dempués, vuelven al ríu onde nacieron pa morrer. Por eso que pa ellos, ye casi una suerte que los pesquen porque si non acabaríen amorrentando y morriendo igual.

Imaxino que yá sabéis que'l nome de Campanu, el primer salmón que se pesca cada temporada, vien del repicar de campanes que se facía nes ilesies pa dar cuenta de la noticia.

Una noticia importante porque'l salmón foi moneda de cambéu, orixe de lleis y motivu de conflictos territoriales. Los privilexos de la pesca del salmón siempres tuvieron venceyaos, yá dende l'añu 775, a la monarquía asturiana, y darréu a nobles, clérigos y a los monesterios averaos a los ríos.

Foi a empiezos del sieglu XIX cuando'l primer exemplar de salmón prindáu lo sometieron a puya pública. Y asina hasta los nuesos díes, nos qu'algama yá sabéis que preciu. El d'anguaño, que se puyó en Cangues d’Onís, foi vendíu por 11.900 euros. Que nun ye pocu pero inda ta lloñe de los 18.000 euros que va diez años, nel 2008 pagaron pol campanu.

Pa esti añu, calculen que les captures andarán polos 2.700 o 3.000 salmones. Malpenes nada en comparanza col sieglu XVIII, cuando contabilizaron, solu nel Sella, más de 12.000 salmones. Entós pescábense tantos salmones que nel monesteriu benedictín de San Pedro de Villanueva, en Cangues d'Onís, los vecinos del conceyu que trabayaben para los monxes llegaron a esixir que nun yos dieren salmón pa comer más que dos vegaes per selmana. Taben fartos de comer salmón a toles hores. Yá veis qué coses.

Milio Mariño

lunes, 16 de abril de 2018

Santos de clase media

Milio Mariño

Acostumbrados, como estamos, a que la Iglesia Católica, y el Papa, aborden los problemas de nuestro tiempo proponiendo soluciones que casi siempre decepcionan y pocas veces se acercan a una toma de conciencia real, apenas queda un resquicio para el entusiasmo de que puedan mejorar. Los postulados de la Iglesia suelen alejarse tanto de la realidad y ser tan difíciles de asumir como la costumbre del vaso de agua con limón en ayunas. Que tiene fama de milagroso y al final resulta que no vale para nada o para casi nada. De todas formas, la iglesia insiste y acaba de publicar un nuevo texto, de 42 páginas, en el que el Papa llama a los católicos a comportarse adecuadamente ante los nuevos retos del mundo y sus grandes distracciones como la tecnología, la corrupción, el consumismo, la inmigración o las redes sociales.

El nuevo texto, “Gaudete et exsultate” (Alegraos y regocijaos), dice cosas como que ser rico es fruto de la injustica y que los ricos causan la pobreza y la desigualdad en el mundo. Pero también dice y propone santos "de clase media". Una propuesta que el Papa explica apuntando que la santidad no está reservada a los obispos, sacerdotes o religiosos y que no hay que desalentarse al contemplar modelos de santidad que parecen inalcanzables, pues la vida de los santos no es perfecta ya que cometen muchos errores.

Que el Papa proponga santos "de clase media", que busquen la santidad dando lo mejor de sí mismos en su vida cotidiana, es una novedad. Sabíamos que los ricos tienen difícil ser santos por aquello de que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de los cielos. De modo que si lo tienen así de complicado para entrar en el cielo no les digo nada para ser santos. Los pobres tampoco crean que lo tienen mucho mejor. Solemos decir que, sólo con ser pobres, tienen el cielo ganado pero de ahí a ser santos les falta un master que no se consigue como los que daban en la URJC. Eso sí, partían con la ventaja de la pobreza que, ahora, el Papa suprime proponiendo santos de clase media.

La propuesta es novedosa pero sospecho que el Papa ha debido ser víctima del diablo, al que califica como una constante amenaza y del que dice que no deberíamos pensar en él como un mito sino como un ser personal que nos acosa, en alusión a las tentaciones que ofrece. Ahí estaría la clave. No me cabe duda de que el diablo insiste en la tentación de hacernos creer que hubo un ascenso en la escala social y hay más clase media que pobres. Lo cual es rotundamente falso aunque algunos especialistas apunten al 2022 como el primer año en el que habrá más gente de clase media que podres en el mundo.

El caso es que, en la definición de clase media, los sociólogos no se ponen de acuerdo. Algunos la circunscriben a satisfacer las necesidades básicas y permitirse un extra. Si esa es la referencia, si una familia mileurista es clase media, tiene razón el Papa. Hay que poner en los altares a los que consiguen llegar a final de mes con una renta tan baja. Serían los nuevos santos, por más que tengamos santos de sobra.

MIlio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 9 de abril de 2018

La foto real

Milio Mariño

La foto real de la semana pasada, en realidad, fueron tres. Una a las puertas de la catedral de Palma de Mallorca, otra en la tribuna de oradores de la Asamblea de Madrid y la tercera en la Audiencia de Schweslig Holstein, en Alemania. Tres fotos que nos retratan y aparecieron con una nota al pie, con la versión oficial, de que en todos los casos se actuó de forma correcta y no hay nada que lamentar. De modo que la vida siguió su curso y los protagonistas siguieron a lo suyo, insistiendo en que su actuación había sido impecable y solo los malpensados apuntaban en el sentido de que se habían equivocado y estábamos ante tres casos del más absoluto ridículo.

Volvemos a lo de siempre, a que nadie reconoce su culpa. Se insiste en que la enemistad entre las reinas Letizia y Sofía no es real como tampoco lo es que Cristina Cifuentes se aprovechara de su influencia para aprobar un Master o que la justicia española, en su deseo por parar el procés, no tiró por la calle de en medio, se olvidó de la neutralidad y tomó decisiones que se corresponden más con una determinada opción política que con la ley.

Las tres justificaciones chocan con la realidad. Lo evidente, como lo esencial, conviene recordarlo, y ponerlo negro sobre blanco, porque si no, a nada que nos descuidemos, lo transforman en invisible y lo hacen desaparecer. Así es como actúan los poderosos, que disponen de un ejército a su servicio y armas de todo tipo para hacer que la realidad parezca pura ficción. Pero las fotos están ahí. Están siendo sometidas a la acción del Photoshop con el fin de corregir los errores antes que reconocerlos y asumir la responsabilidad. Ahí tienen la desolación en la que dicen está sumida la reina Letizia por cómo interpretamos sus gestos. También está el enfado de Cifuentes, que lleva mal que no comulguemos con ruedas de molino y digamos amén a lo que ella dice. No está menos enfadado el Gobierno, que ha metido la pata al ordenar a los agentes del CNI que siguieran y propiciaran la detención de Puigdemont, en una gasolinera alemana, presumiendo de qué la justicia de aquel país iba a colaborar con nosotros para que se acabara la guasa.

Las tres fotos son reales y muy claras. Y eso es lo malo, que las imágenes tienen tanta fuerza que siempre escapan al control del poder. La gente se queda con lo que ve y ya pueden venirle luego con apaños que sugieran otro enfoque.

En Mallorca, todo el mundo lo vio, hubo bronca. Y el malestar de la gente no es por qué las dos reinas se lleven mal. Es porque, este año, a la familia Real volverán a caerle otros ocho millones de euros y lo único que se le pide es que cumpla con la función que tiene asignada. Que guarde las formas y no haga el ridículo.

La foto de Cristina Cifuentes también va de ridículo. La evidencia es tan apabullante que provoca vergüenza ajena que se haga la ofendida y diga que no ha pasado nada. También el Gobierno, faltaría más, se hace el ofendido. Pone el grito en el cielo cuando ve la foto de Puigdemont, libre, sonriente y dicharachero. Otra foto real, de esta semana pasada, que nos deja en ridículo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 2 de abril de 2018

Coches listos, torpes nosotros

Milio Mariño

Pensando que mañana volvemos a la vida de diario, se me ocurrió que dentro de veinte años la Semana Santa seguirá existiendo y la gente seguirá aprovechando para tomarse unos días de vacaciones, pero la operación retorno, la vuelta a casa en días como ayer y hoy, no será ni parecida a lo que vemos por televisión. En las carreteras apenas habrá Guardia Civil y los conductores habrán dejado el volante y viajarán en sus coches jugando una partida de cartas, viendo una película o hablando por el móvil. No es ciencia ficción. Es pensar con cierta lógica en cómo están evolucionando los coches, que comparados con los humanos son capaces de avanzar en una década lo que nuestros antepasados tardaron millones de años.

Acepto que sean escépticos y pongan algún reparo. De modo que si les asusta poner veinte años les dejo que pongan treinta, pero para entonces tener un coche que no sea autónomo, y se conduzca solo, será como tener un caballo. Un capricho porque, como bien saben, el caballo también fue un medio de transporte pero hace tiempo que es un lujo, que solo pueden permitirse unos pocos.

El coche autónomo ha dejado de ser un sueño para convertirse en una realidad, aunque nos cueste creerlo y todavía falte que nos preguntemos, en serio, qué impacto tendrá sobre nuestras vidas. Sí tendremos que ir preparándonos para ver como irán despareciendo los taxistas, los camioneros y todos los que tienen como profesión conducir un vehículo. Algo parecido a lo que ocurría en aquellas películas, en blanco y negro, en las que aparecía un ascensorista, que ahora vemos ridículo.

La tecnología sigue avanzando por el camino que señaló Martin Wolf, en un artículo del Financial Times: Esclavizando a los robots y liberando a los humanos. Los robots, en este caso, no se dormirán al volante, ni se drogarán o conducirán borrachos. Tampoco tendrán que parar para tomarse un café, descansar un poco o ir al servicio. Harán todo lo predecible, y lo que les hemos ordenado que hagan, sin poner ni un reparo. Pero claro, y aquí viene el problema, también tendrán que responder a la conducta impredecible de los humanos. Tendrán que respetar nuestras meteduras de pata, y nuestras estupideces, poniendo cuidado en no hacernos daño. Y eso, además de un desafío tecnológico, supone toda una serie de cuestiones éticas y legales que será necesario abordar y no se prevén nada fáciles.

Estos problemas, referidos a los coches autónomos, seguimos viéndolos como una fantasía o una ficción futurista, pero un episodio, que ocurrió hace poco, ha puesto de manifiesto que ya los tenemos aquí. Me refiero al suceso de Arizona, donde un coche sin conductor acabó con la vida de una señora que cruzaba a pie la calzada, con una bicicleta en la mano. Fue un robot el que causó el atropello, pero les ha faltado tiempo para decir que también pudo ser un humano. La culpa, de hecho, la imputan a la señora por cruzar de improviso, de noche y por una zona mal iluminada. Aseguran que el coche no fue culpable porque los coches autónomos incluyen la instrucción de que si visualizan que pueden atropellar a un humano deben evitar la colisión aun a riesgo de dañarse a sí mismos. Conviene tener presente este dato. Aunque la historia solo ha hecho que comenzar, ya vamos perdiendo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España