No hay mejor prueba de que, en política, no queda, apenas, ni una pizca de vergüenza que la carta que Cristina Cifuentes envía al rector de la Universidad Rey Juan Carlos, reprochándole las escandalosas facilidades que le dieron para que pudiera hacerse con un Master que ni siquiera cursó. La desfachatez y el descaro son tan evidentes que resulta cómico leer una carta que está encabezada por “La Presidenta”. Así, sin más. Sin que, al parecer, fuera necesario poner nombre y apellidos a quien demuestra tener un morro que se lo pisa.
Lo de Cristina es de traca, pero no es la única. Los políticos de hoy en día, casi me atrevo a decir que la mayoría, no se sienten llamados a trabajar por la sociedad y el bien común, sino a utilizar el poder para perpetuarse en él, conservar sus privilegios y manipular, y enmascarar, la realidad todo cuanto pueden. Lo estamos viendo no solo en este caso, también en otros del mismo o distinto partido. De modo que no es un hecho aislado, es algo que se ha convertido en una costumbre.
Si nos fijamos en dos casos recientes, miente Cristina Cifuentes y mienten Chaves y Griñan. Mienten, como también miente Rajoy y mintieron Arias Cañete, Rato, Manuel Soria, Ana Mato, Camps y una larga lista que no cabría en un folio. Pero ya no es la mentira, es la desfachatez y el descaro con el que defienden y exhiben actitudes autoritarias que hace que parezca que nos toman por idiotas. Actúan despreciando la verdad y pasando totalmente de nosotros. Y, actúan así porque, a lo largo de estos últimos años, ha triunfado la política tramposa. La política de engañarnos cuando les viene en gana sin que pase nada de nada. Una política hecha por políticos que nunca dicen lo que piensan, nunca hacen lo que dicen y, además, son capaces de mantener actitudes que en una democracia sana supondría su expulsión inmediata.
Lo curioso es que, lejos de ser expulsados, han creado escuela. Engordan sus curriculums con licenciaturas, masters y doctorados, pero luego resulta que son unos ignorantes. Son políticos que cuando los pillan nunca saben nada. No saben si se cometieron ilegalidades ni recuerdan qué pasaba en su entorno. Ahí tienen a Mariano Rajoy, que ha hecho un arte de su disfraz de hombre torpe, despistado y olvidadizo. No se inmuta. Le gusta, incluso, parecer medio idiota porque esa imagen ayuda en la idea de que es inofensivo y menos culpable. Idea que se complementa con la triquiñuela de presentarse como víctima de sus compañeros corruptos.
Hasta hace poco, considerábamos, en buena lógica, que cuando un político mentía, o se veía envuelto en un caso de corrupción, lo propio era que tratara de gestionar el daño con humildad y gestos que le hicieran merecedor de nuestro perdón. Pero sucede lo contrario. El político se envalentona, se aferra al poder y responde desafiándonos. “A quienes queréis que me vaya: no me voy, me quedo. No voy a dimitir”. No voy a darles ese gusto a mis enemigos.
Así es como actúan los políticos sin vergüenza, con una desfachatez y un descaro que causan sonrojo. Presumen y se vanaglorian de qué, hagan lo que hagan, cuentan con el respaldo de su partido y el convencimiento de que siempre habrá gente dispuesta a votarlos. Y en eso, aunque nos cueste creerlo, llevan razón.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
Mi artículo de opinión de los lunes
ResponderEliminar