Pensando que mañana volvemos a la vida de diario, se me ocurrió que dentro de veinte años la Semana Santa seguirá existiendo y la gente seguirá aprovechando para tomarse unos días de vacaciones, pero la operación retorno, la vuelta a casa en días como ayer y hoy, no será ni parecida a lo que vemos por televisión. En las carreteras apenas habrá Guardia Civil y los conductores habrán dejado el volante y viajarán en sus coches jugando una partida de cartas, viendo una película o hablando por el móvil. No es ciencia ficción. Es pensar con cierta lógica en cómo están evolucionando los coches, que comparados con los humanos son capaces de avanzar en una década lo que nuestros antepasados tardaron millones de años.
Acepto que sean escépticos y pongan algún reparo. De modo que si les asusta poner veinte años les dejo que pongan treinta, pero para entonces tener un coche que no sea autónomo, y se conduzca solo, será como tener un caballo. Un capricho porque, como bien saben, el caballo también fue un medio de transporte pero hace tiempo que es un lujo, que solo pueden permitirse unos pocos.
El coche autónomo ha dejado de ser un sueño para convertirse en una realidad, aunque nos cueste creerlo y todavía falte que nos preguntemos, en serio, qué impacto tendrá sobre nuestras vidas. Sí tendremos que ir preparándonos para ver como irán despareciendo los taxistas, los camioneros y todos los que tienen como profesión conducir un vehículo. Algo parecido a lo que ocurría en aquellas películas, en blanco y negro, en las que aparecía un ascensorista, que ahora vemos ridículo.
La tecnología sigue avanzando por el camino que señaló Martin Wolf, en un artículo del Financial Times: Esclavizando a los robots y liberando a los humanos. Los robots, en este caso, no se dormirán al volante, ni se drogarán o conducirán borrachos. Tampoco tendrán que parar para tomarse un café, descansar un poco o ir al servicio. Harán todo lo predecible, y lo que les hemos ordenado que hagan, sin poner ni un reparo. Pero claro, y aquí viene el problema, también tendrán que responder a la conducta impredecible de los humanos. Tendrán que respetar nuestras meteduras de pata, y nuestras estupideces, poniendo cuidado en no hacernos daño. Y eso, además de un desafío tecnológico, supone toda una serie de cuestiones éticas y legales que será necesario abordar y no se prevén nada fáciles.
Estos problemas, referidos a los coches autónomos, seguimos viéndolos como una fantasía o una ficción futurista, pero un episodio, que ocurrió hace poco, ha puesto de manifiesto que ya los tenemos aquí. Me refiero al suceso de Arizona, donde un coche sin conductor acabó con la vida de una señora que cruzaba a pie la calzada, con una bicicleta en la mano. Fue un robot el que causó el atropello, pero les ha faltado tiempo para decir que también pudo ser un humano. La culpa, de hecho, la imputan a la señora por cruzar de improviso, de noche y por una zona mal iluminada. Aseguran que el coche no fue culpable porque los coches autónomos incluyen la instrucción de que si visualizan que pueden atropellar a un humano deben evitar la colisión aun a riesgo de dañarse a sí mismos. Conviene tener presente este dato. Aunque la historia solo ha hecho que comenzar, ya vamos perdiendo.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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