lunes, 31 de diciembre de 2018

El Rey no es de izquierdas

Milio Mariño


Los discursos del Rey, en Nochebuena, suelen ser aburridos como un domingo por la tarde en un pueblo de Castilla. Pero, bueno… Al menos, sirven para que pasemos unos días discutiendo sobre lo que dijo, lo que no dijo y lo que, entendemos, quiso decir. Que nunca es nada nuevo. Los reyes no se salen del guion, todos hacen el mismo discurso. Si quieren pruebas solo tienen que echar un vistazo al mensaje de navidad de la reina de Inglaterra, Isabel II, quien, al igual que Felipe VI, apeló a la concordia y el diálogo como ejes de su discurso. La diferencia estriba en cómo se entendió ese mensaje, que es el mismo, en un país y en otro.

Aquí, hay quien piensa que Felipe VI le echó un cable a Pedro Sánchez. Eso dicen quienes interpretan que no apoyar la confrontación, que proponen Casado y Rivera, y apostar por el diálogo supone un posicionamiento en favor de la izquierda.
Tampoco debe extrañarnos. Cuando la oposición se hace a pedradas suelen pasar estas cosas. Una llamada al diálogo se interpreta como una traición no sé yo si a los Principios Fundamentales del Movimiento. Supongo que serán esos principios los que algunos consideran traicionados porque lo sensato, en una democracia, es lo que han propuesto Pedro Sánchez y Felipe VI. Cuya coincidencia, en pedir diálogo, ha dejado con el culo al aire a Casado y Ribera. A ver, ahora, qué hacen para tapárselo. Tendrán que disimular y esconderse detrás de un seto porque, aunque no les falten ganas, no los veo cargando contra La Zarzuela y diciendo que el Rey apoya a la izquierda.

De todas maneras, pueden estar tranquilos. El Rey, ya se lo digo yo, no es de izquierdas. Según Pilar Eyre, autora de varios libros sobre la familia real, el hijo es más de derechas que el padre. Una apreciación en la que también coincide Pilar Urbano, quien asegura que, en cuanto a ideología política, el Rey no es de nada, pero si tiene que ser de algo, Juan Carlos I tira más a la izquierda. Siempre se llevó mejor con Felipe González y Zapatero que con Fraga, Aznar y Rajoy. Pero el hijo es distinto.

El hijo no se parece al padre. Dentro del hermetismo que suele rodear la Casa Real, quienes están en su entorno no dudan en afirmar que Juan Carlos simpatizaba con la izquierda y Felipe es más de derechas. Lo único que, si hablamos de matrimonios, los papeles, al parecer, han cambiado. A la reina Sofia le atribuyen unos planteamientos que estarían próximos a la extrema derecha mientras que a Letizia la sitúan, claramente, en la izquierda.
Decir que Letizia simpatiza con la izquierda no creo que sea ningún secreto. Incluso se ha publicado que le une una gran amistad con Eduardo Madina, a quien prefería como líder del PSOE, a pesar de que a Pedro Sánchez lo conoce desde los tiempos del instituto. Los dos estudiaron juntos, en el mismo curso, en el Ramiro de Maeztu. Y, a lo mejor, eso explica que la sorprendieran varias veces, en un aparte, charlando animadamente con el líder socialista.

En cualquier caso, pierdan cuidado, el rey no es de izquierdas. Tampoco es de izquierdas abogar por la reconciliación, la concordia y el diálogo. Es de sentido común. Un sentido del que muchos andan escasos.


Milio Mariño/ Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 24 de diciembre de 2018

La felicidad como derecho

Milio Mariño


Lo dice el villancico y coincide que es verdad. Hoy es Nochebuena y mañana Navidad. Días en los que la alegría se convierte en un deber moral. Un deber que nos obliga a desterrar cualquier atisbo de mal humor y sustituirlo por el entusiasmo de la felicidad. De modo que eso intentaremos hacer este lunes que, como todos los demás, nos asomamos a las páginas del periódico para ofrecerles un comentario sobre cualquier tema de actualidad. Aunque, claro, sería imperdonable que, precisamente, hoy abordáramos un asunto que estuviera relacionado con las tragedias y las desdichas que forman parte de la vida. Hoy no toca eso. Hoy es un día para estar alegres y disfrutar.

La cuestión es que estar alegres no resulta fácil y ser felices menos aún. Sobre todo, si tenemos en cuenta que vivimos en un país en el que ni la religión ni el poder están por la labor. Ahora quizá cueste entenderlo, pero los que ya tenemos una edad tuvimos una infancia y una juventud en la que no parábamos de oír que a esta vida se viene a sufrir. Nuestros mayores lo repetían con machacona insistencia, convencidos de que era así. La vida era entendida, entonces, como una especie de purgatorio. Todo estaba planteado de forma que creyéramos, y aceptáramos, que teníamos que pagar un tributo por aquello que pudiera darnos satisfacción y ya no digamos por la felicidad.

Con el tiempo, la influencia y el peso de la religión fueron a menos, pero la creencia, en el fondo, se mantuvo. Vivimos en una sociedad en la que todo está tasado, y tiene un precio, de modo que es normal que pensemos que nuestras emociones y sentimientos también lo tienen y nadie puede ser feliz, así porque sí. Es decir que, si queremos ser felices, algo tendremos que pagar porque gratis no hay nada.

Bajo esa lógica, la conclusión a la que, siempre, acabamos llegando es que la felicidad por sí sola no puede darse. Que, de alguna forma, debemos pagar para asegurarnos el disfrute de los momentos felices. Una creencia tan arraigada que llegamos, incluso, a pensar que sería irresponsable andar por la vida deseando ser felices, sin antes pagar por ello.

No estoy de acuerdo. Creo que la felicidad no deberíamos entenderla como un premio sino como un derecho. Un derecho que nos pertenece y habría que situarlo a la misma altura que la libertad y la vida. Aunque no sirva de mucho, así lo recoge la ONU, en las resoluciones 65/309 del 2011 y 66/281 del 2012, en las que apunta la relevancia de la felicidad como aspiración universal del ser humano y señala la importancia de su inclusión en las políticas de los gobiernos. Es más, hay algunos países como Japón, Corea del Sur y Brasil que incluyen la felicidad como un derecho constitucional. 

Menudos ejemplos, dirán ustedes. Pues sí, esos países no son precisamente un modelo de bienestar, pero es que aquí parece que ese derecho sé les olvidó a los padres de la actual Constitución y todo apunta a que también se les va a olvidar a quienes pretenden reformarla. Así es que hoy, que precisamente es Nochebuena, reivindicamos el derecho a ser felices sin pagar nada a cambio. La felicidad no tiene precio. Y, en todo caso, en caso de que lo tenga, que la tarifa la ponga uno mismo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 17 de diciembre de 2018

Aquí se vive bien

Milio Mariño


El lunes pasado hacía un sol estupendo y era día de mercado, así que di una vuelta por Avilés, me senté en una terraza, observé a la gente mientras llegaba el café y dije para mí: Aquí se vive bien. Me salió sin pensarlo. Debí recordar mis andanzas por los distintos países de Europa y no precisamente de vacaciones sino por trabajo, que es como mejor se conoce la vida de diario. De modo que la comparación fue inmediata y de ahí surgió la respuesta. Surgió, que se vive bien, siendo consciente de que los datos pueden sugerir lo contrario, pues todavía tenemos un alto porcentaje de paro, la media de las pensiones es baja, los trabajos, en su mayoría, precarios y un sueldo de mil euros, casi, se considera un buen sueldo. Pero, contando con eso, la impresión que uno tiene, y la que tienen los de otros países cuando nos visitan, es que, aquí, se vive bien y la gente está contenta. Desde luego, mucho más contenta que en Francia, Alemania o Inglaterra.

Habrá quien lo achaque a nuestro carácter, al clima o a que dedicamos más tiempo a la vida social. No faltarán tampoco los que atribuyan a la familia un papel importante. La poca exigencia dentro de ésta, en donde, por ejemplo, los jóvenes pueden vivir en casa de los padres hasta, casi, cumplir los cuarenta, sin que parezca una rareza, seguro que tiene su peso. También lo tendrá, sin duda, que nuestro sistema de salud es de los mejores del mundo, que el índice de delincuencia es de los más bajos y que los horarios comerciales no son nada rígidos y cualquiera puede comer o cenar, o comprar lo que quiera, a la hora que le apetezca.


Imagino que será un poco de todo: de nuestro carácter, el clima, la familia, la tradición, la cobertura social… No lo sé. Pero creo que la impresión, cuando uno va por la calle, es que se vive bien. Que el estado de ánimo, en general, es bueno y que somos más de ser optimistas y seguir adelante que de recordar otros tiempos y añorar el pasado.


Vale que el futuro no está claro, pero tampoco está tan negro como para que mucha gente reniegue de la moderación y abrace los extremismos. Por eso que, a pesar del resultado de las elecciones andaluzas, no creo que la extrema derecha acabe triunfando. Y la extrema izquierda tampoco. El comunismo y el fascismo son residuos de un pasado que no creo que vuelva. Son dos viejos fantasmas que han sido sustituidos por el populismo, de uno y otro signo, pero ni con esas creo que tengan futuro. No creo que la xenofobia, el ninguneo de la violencia de género y el odio al diferente acaben calando por mucho que algunos traten de remover los bajos instintos de los más desfavorecidos. Motivos para preocuparse hay, pero como dice un amigo mío: Ahora, la gente se insulta por Twitter, no es como en aquellos tiempos cuando se desafiaban y salían a pegarse en la calle.


No se me oculta que habrá quien apunte que eso de que aquí se vive bien será por algunos. Esos viven mejor. Yo me refiero en general. Me refiero a que la gente no está para revoluciones de extrema derecha ni de extrema izquierda. Está para disfrutar de la vida.



Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de diciembre de 2018

Se acabó el tres en uno

Milio Mariño

Veo, con estupor, que mucha gente se pregunta de dónde ha salido Vox. Pues muy sencillo: Vox ha salido del PP. Y no lo digo por su líder, que también, sino porque el PP era algo así como el famoso tres en uno. Una parte de centro derecha, otra de la derecha de toda la vida y el resto los ultras.

Quienes piensen que la extrema derecha, en España, era Fuerza Nueva y que su influencia se acabó con el único diputado, Blas Piñar, que resultó elegido en las elecciones de 1979, se equivocan. La extrema derecha desempeñó un papel importante en la transición a la democracia y en el proceso de consolidación del régimen actual. Siempre tuvo peso y presencia en el Congreso. No creo que fuera ningún secreto que estaba camuflada dentro de lo que podríamos llamar la derecha civilizada. Es decir, el PP. Un partido que, con mayor o menor fortuna, intentó disimular que contaba entre sus filas con los nostálgicos del franquismo. Vale que hizo esfuerzos por parecerse a sus homólogos europeos, pero se negó a condenar la dictadura por miedo a enojar a los ultras. Unos ultras que, al final, salieron por peteneras. Si porque, en Andalucía, no es que haya surgido una nueva extrema derecha sino que una parte del PP acabó por echarse al monte y ganó la visibilidad que antes no tenía.

En mi opinión, esa fue la clave. Vox tal vez se parezca a lo de Francia, Italia y Alemania, en cuanto al auge de la ultra derecha, pero tiene más de neofranquismo que de cualquier otra cosa. Y, para entenderlo, pienso que debemos volver la mirada a nuestro pasado reciente. Hay que volver a la Transición y recordar que el objetivo, entonces, no fue combatir el fascismo sino olvidar el pasado y reconducir a los franquistas hacia la democracia. La prueba es que no hubo ruptura. Hubo un punto y seguido que se hizo con pies de plomo por miedo al ruido de sables y a no enojar a los fachas.

Con esa idea vivimos y fuimos tirando estos cuarenta años. Confiados en que primero AP, y luego el PP, habían conseguido domesticar a la derecha más ultra. Pero los ultras seguían ahí y el PP no pudo aguantar el tirón de las pulsiones internas. Así que empezó a fracturarse. Empezó por Ciudadanos, que se llevó a los más moderados, los que podrían homologarse con el centro derecha europeo. La fuga por ese flanco supuso que los más conservadores tuvieran más peso. Un peso que la dirección del PP decidió ignorar. Rajoy, con mayoría absoluta, no abolió el aborto, ni el matrimonio gay o la Ley de Memoria Histórica. Y Montoro, lejos de bajar los impuestos, decidió subirlos para no dañar en exceso el Estado de Bienestar.

El descontento, del ala dura del PP, fue importante. A Rajoy y a Montoro los acusaron, incluso, de socialdemócratas. Luego vino lo de Cataluña y agravó la cosa. Muchos, en el PP, consideraron que Rajoy era un blando. Un Maricomplejines, como dieron el llamarlo. Total que apareció Casado, dio un giro a la derecha para contentar a los ultras, y se hizo con el partido. Pero era demasiado tarde. El tres en uno había saltado por los aires. El PP de Aznar se había convertido en el PP de Casado, y en Vox y Ciudadanos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 3 de diciembre de 2018

Hubo acuerdo y habrá Presupuesto

Milio Mariño

Costó tres años pero, al final, PSOE y Podemos se pusieron de acuerdo y Asturias tendrá Presupuesto para el año que viene. El vigente, este de 2018, supuso la prórroga del que los socialistas habían pactado, en 2017, con el PP. Así que la primera impresión puede ser que los que dicen ser la izquierda de verdad han tomado las riendas y el cambio será total. Pero el cambio, ya lo verán, apenas se notará.

El Presupuesto cambia muy poco. Son cuatro retoques por mucho que “Cherines”, la portavoz del PP, diga que es para echarse a temblar. Debe ser que no ha leído el acuerdo porque cuesta entender que se oponga a una rebaja del 25% de las tasas universitarias, a más plazas de médicos para hacer frente a las listas de espera y a 493 millones en materia de cohesión social. Puede ser, también, que no vea urgente, y en eso estoy con ella, la vuelta a las 35 horas semanales para los funcionarios. Pero yo le diría que no se preocupe, que los funcionarios tienen tanta afición al trabajo que en 35 horas son capaces de hacer lo que ahora hacen en 40 y aun les sobrará tiempo para bajar al bar y tomarse un par de cafés.

Que “Cherines” se eche a temblar habrá que tomarlo, entonces, porque es, de natural, friolera y ya estamos en diciembre. Y lo Enrique López, portavoz de Podemos, diciendo que su apoyo a los Presupuestos supondrá una clara mejora en la vida de miles de asturianos, pues bueno… Está claro que los dos exageran. Los números no los avalan, dicen que el nuevo Presupuesto cambia muy poco. Las cuentas están ahí y apenas se diferencian de la prórroga de este año y del pacto del PSOE con el PP. Recogen un crecimiento de, solo, el 0,8 por ciento, hasta los 4.524 millones de euros. Y es que de dónde no hay no se puede sacar. No se puede subir más los impuestos ni tampoco bajarlos. Subirlos sería ahogarnos y bajarlos matarnos de sed. Supondría recortar los servicios y meterle una dentellada a nuestro precario estado de bienestar. De modo que si se quiere conservar lo esencial apenas queda margen de maniobra. Lo que hay no da para un cambio radical, da igual quien lo pida. Ya puede pedirlo el PSOE, el PP, Podemos o el Partido Nacionalista de San Juan de Beleño. El 68% del Presupuesto, una cifra que alcanza los 2.734,24 euros por habitante, se destina a poder ofrecer servicios al poco más de un millón de personas que viven en el Principado. Y la educación, por ejemplo, se lleva otro 18%. Así es que vayan sumando y verán lo que también ven los partidos políticos por mucho que digan, cada uno por su lado, que si dependiera de ellos harían milagros.

Lo positivo que tiene el acuerdo es que supone un antes y un después que puede allanar el camino de cara a futuros pactos en un parlamento que contará, seguramente, con varias formaciones políticas y una mayoría de izquierdas que hasta ahora no había conseguido pactar. Eso sí es positivo y puede ser un buen síntoma de cara a una futura estabilidad política, pero por lo que vaya a suponer el Presupuesto de 2019, en la vida de los asturianos, ya pueden quedar tranquilos que apenas lo notarán.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

jueves, 29 de noviembre de 2018

Cine asturianu

La mio parrafada de los xueves en Noche tras Noche de la RPA


El Mi lio d'esta selmana ye pol Festival de Cine de Xixón, un festival que yá va pola 56 edición y clausuróse'l sábadu pasáu con muncho humor y l'intervención de Rodrigo Cuevas, cantando resistiré del Dúu Dinámicu. Y seguru que resistirán porque ye un festival de calidá que dio'l Premiu del Principáu, al meyor llargumetraxe, a la película Hotel by the River del coreanu Hong Sang-soo y el premiu especial del xuráu al realizador y direutor xixonés Ramón Lluis Bande por "Cantares d'una revolución". Una película qu'acapia a la nuesa identidá, recuerda a Belarmino Tomás y recrea, cola voz del cantautor Nacho Vegas, el cancioneru d'Ochobre de 1934.

Dicen, los entendíos, qu'esti foi'l meyor añu del cine asturianu nel Festival de Xixón. Un cine que, cada vez más, esfruta de la reconocencia y llega a xaciase col meyor cine d'autor del mundu, en calidá y cantidá, porque na menos que’l 48% de les producciones españoles presentes nel festival foron asturianes. Lo cuál sospriende y fai que nos entruguemos si esiste, de verdá, un cine asturianu. Y, cuando dicimos asturianu estremamos ente trés posibilidaes porque convién estremar ente'l cine rodáu n'Asturies, el cine fechu por asturianos y el cine puramente nuesu…. Quiero dicir el cine de ciertu valumbu que resulte identificable nes sos temes, los sos enfoques o nos venceyos, ente los sos autores, como específicamente asturianu.

Si porque una cosa seríen les películes que se rueden n'Asturies, tomando Asturies como escenariu, otra la obra de direutores y realizadores nacíos n'Asturies y, ensin dulda, la más interesante, una cinematografía asturiana con traces propies.

Eso sería lo interesante y a eso voi… Porque equí nesta parrafada de los xueves avezamos a interesanos por tolo asturiano.

El casu que cuando los periodistes preguntaron polo mesmo inclusive'l premiáu Ramón Lluis Bande foi represu. Apenes quixo comprometese y precisar si lo que se ta cuayando ye xuna cinematografía o un enclín. Nun quixo esclarialo pero si dixo que ve con claridá que dalgo hai y dalgo se tá cuayando.

Elisa Cepedal, una xoven cineasta asturiana, que formóse y ta afincada en Llondres, dixo que, al igual que'l pueblu asturianu, el cine asturianu tamién ta en construcción. Que la situación de crisis y cambéu, que vive Asturies, y que se simboliza col zarru de les mines, ye mui estimulante y tamién val pal cine.

Hasta agora vimos películes asturianes, como In memoriam, un llargu nel que Bande enceta l'alcordanza y los olvidos del maquis n'Asturies…. Re Mine, una película na que Merino da una repasada a les postreres grandes fuelgues de la minería. O la premiada de Bande, Cantares d'una revolución, que recrea'l cancioneru de 1934… Toes suponen una mirada a la realidá asturiana d'un pasáu recién al que se vuelve porque pue esplicar el presente. Pero queda por ver si podemos pasar d'ehí… Quiero dicir, si la cinematografía asturiana pue dir más alló de les cuestiones identiaries. Yo apuestu que sí.

Milio Mariño

lunes, 26 de noviembre de 2018

Jabalíes en el Congreso

Milio Mariño

Hace veinte años, Luis Carandell ya lamentaba que los políticos españoles hubieran perdido el arte de la oratoria. Solíamos tomar café en el Nebraska de La Gran Vía, de Madrid, que estaba debajo de la SER. Era maravilloso disfrutar de su compañía y oír su repertorio de anécdotas a propósito de los diputados. Y, justo por eso, me vino a la memoria su recuerdo cuando vi las imágenes de lo que ocurrió la semana pasada en Las Cortes. ¿Qué pensaría Luis, autor de Celtiberia Show y Se abre la sesión, de estos parlamentarios de ahora? Aunque, claro, esto de ahora no son anécdotas. Tampoco, ni mucho menos, una exhibición de buena o mala oratoria. Esto coincide con lo que dijo Ortega, en un discurso pronunciado el 31 de julio de 1931, cuando acuñó la definición de jabalíes para describir a un grupo de parlamentarios entre los que también estaban varios diputados de Esquerra Republicana de Catalunya.

Lo de jabalí parlamentario viene bien para definir a unos cuantos y, sobre todo, a Gabriel Rufián. Es su estilo. Lo suyo es meter el colmillo y destrozar lo que encuentre a su paso. Es lo que trata de hacer quien se cree la estrella del Congreso por insultar a destajo y vestirse como quien va de manifestación por el barrio. Monta el número y luego, cuando lo enfocan las cámaras, sonríe orgulloso presumiendo de su hazaña.

Y tiene seguidores, claro que los tiene. Los hay que disfrutan con la vileza parlamentaria. Con los malos modales y los exabruptos que han sustituido a la ironía, la educación exquisita y la fina oratoria. Acertaba Ortega. Parece como si los jabalíes, que se acercan peligrosamente a las ciudades, también hubieran elegido el Congreso para hozar a sus anchas. Acabamos de verlo. Ana Pastor dijo basta y surgió algo así como una manada desfilando por delante del Gobierno. Incluso hubo uno que se volvió y lanzó, no se sabe muy bien si un gruñido o un escupitajo.

Las cámaras no lo aclaran pero, en cualquier caso, me parece fatal que traten de quitarle importancia al desprecio. Fue desconcertante ver a Borrell denunciando la afrenta, mientras el resto miraba para otro lado y hacía como si nada hubiera ocurrido.

Buscando explicaciones, a la nula reacción de los líderes, advertí una diferencia generacional que me preocupa. Borrell viene a ser, más o menos, de mi edad, un abismo con respecto a la edad de Rivera, Casado, Pedro Sánchez o el propio Gabriel Rufián. Es de otra época. Sabe lo que es el respeto y la buena educación. Por eso se siente herido y no acepta la sumisión a los malos modales y los insultos. No acepta, y me parece bien, que los diputados se porten como jabalíes y sustituyan lo que debería ser elocuencia por dentelladas de sus colmillos.

Por supuesto que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Rivera y Casado son de otra época y ven las cosas de diferente manera a cómo las vemos algunos. Es lógico. Pero eso no justifica que tengan que ser tolerantes con la falta de respeto. El respeto debe ejercerse de forma activa porque, de lo contrario, si extendemos la tolerancia a quienes se portan como energúmenos, nos convertimos en lo que son ellos. No quiero decir, con esto, que se eche más leña al fuego sino, simplemente, que no se quite importancia a lo sucedido.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 19 de noviembre de 2018

El cuento del coche eléctrico

Milio Mariño

Soy consciente de que la contaminación va en aumento y exige tomar medidas pero veo, prácticamente, imposible que dentro de veinte años todos los coches funcionen a pilas. Ya lo dice la canción, veinte años es nada. De modo que eso de que, en el 2040, no se permitirá la matriculación de turismos y vehículos comerciales ligeros con emisiones directas de dióxidos de carbono, no me lo creo. No me lo creo por más que lo anuncien a bombo y platillo y pongan como ejemplo que esa misma medida ya la tomaron en Suecia, en Alemania y en otros países.

Imagino el reproche y lo acepto. Reconozco que soy un escéptico, pero mi escepticismo no consiste en estar a favor o en contra del coche eléctrico, sino en preguntarme qué hay de cierto en los argumentos que lo avalan, dónde están los fallos, si es que los hay, dónde los intereses ocultos, si pueden sospecharse, y dónde las afirmaciones sin pruebas. Preguntas a las que he tratado de buscar respuesta dentro de mis posibilidades, claro. Uno llega hasta donde llega, que no es muy lejos. Pero, sin llegar muy allá, acabé encontrando evidencias que me llevaron a ratificarme en lo que les dije al principio: no me lo creo.

La primera son los ingresos fiscales. Es el impuesto especial de hidrocarburos por el cual el Gobierno recauda alrededor de 11.000 millones de euros al año, sin contar el IVA. Es decir que la desaparición del gasoil, y la gasolina, supondría dejar de recaudar esa millonada y añadir dos puntos del PIB al déficit. Una merma, brutal, de ingresos que sería insoportable para las arcas públicas. Así es que el Gobierno debería decir lo que no dice, de dónde piensa sacar el dinero que dejará de recaudar.

El agujero en la recaudación de Hacienda se me antoja insalvable pero hay más. España tiene ahora mismo 30 millones de coches en circulación. Coches que si fueran eléctricos, al menos dos tercios, deberían cargar su batería durante la noche para tenerla llena al día siguiente. Pues bien, ¿saben cuanta capacidad de generación eléctrica nocturna necesitaríamos? Nada menos que 90.000 MW, cantidad que sumada a la demanda habitual supondría casi el doble de la que tenemos. Pero es que, además, como la electricidad no se puede guardar en un depósito como sucede con los carburantes, sólo se produce la que se necesita en cada instante, ¿qué se podría hacer para responder a esa demanda? Lo digo porque nuestros principales recursos energéticos son el carbón, la nuclear y las renovables de origen eólico y solar. De manera que, no sé, lo mismo están pensando en regalarnos varias centrales nucleares o en poner torres eólicas en lo alto de los edificios.

Dejo aparte otros temas menores como el de qué quienes no tengan garaje tendrán que buscarse la vida para encontrar dónde recargar el coche o el de la autonomía, que con gasoil o gasolina es de 800 o 1000 Km y no pasa de 200 en el caso de los coches eléctricos.

Por eso, por lo apuntado anteriormente, insisto en que es muy fácil decir que, en el 2040, se acabarán los coches de gasoil y gasolina, pero si no nos dicen cómo piensan hacerlo sonará a cuento de hadas. Quedará muy bonito, como algo deseable, pero será materialmente imposible, incluso, dentro de veinte años.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de noviembre de 2018

Cosas de la edad

Milio Mariño

Como lo que más agradezco es divertirme recibí con una sonrisa la noticia de ese empresario holandés que ha llevado a los tribunales una petición para que le quiten veinte años de edad y en su pasaporte y documento de identidad figuren, solo, 49 años en lugar de los 69 que tiene.

La tontería apareció en todos los medios. Y no solo eso sino que de su petición se han ocupado incluso los jueces no sé si para solidarizarse con sus colegas españoles y demostrar que en Holanda la justicia también anda a uvas y es capaz de hacer el ridículo. Menos mal que la respuesta de sus señorías fue negativa. Los jueces dijeron que no habían encontrado argumentos legales para autorizar que un ciudadano pueda cambiar por voluntad propia el día de su nacimiento.

Pero Emile Ratelband, que así es como se llama el que quiere rejuvenecerse por lo legal, no estuvo de acuerdo. Echó mano de su juvenil ingenio y contraatacó diciendo que si los transexuales pueden cambiar de género y que conste en su pasaporte, por qué, él, no va a poder cambiar de edad.

Visto de esa manera, a uno le entran dudas. Además, el tal Ratelband, al parecer, se hizo una revisión y los médicos le aseguraron que fisiológicamente tiene 45 años. Así de joven es como se siente, y no como un jubilado, por eso dice que si logra cambiar la partida de nacimiento no pretende lucrarse de su situación actual, sino que está dispuesto a renunciar a su pensión y seguir trabajando hasta que, de nuevo, le llegue la hora. Se nota que es holandés. A un español jamás se le ocurriría proponer un trato tan desfavorable.

Lo más sorprendente es que diga que no es el miedo a envejecer lo que le ha llevado a plantear la reclamación. Que la ha planteado porque desea exprimir la vida al máximo.

No veo que la vida se pueda exprimir por cambiar una fecha en un papel pero agradezco que este señor se haya decantado por lo legal y no por soltarnos una retahíla de recetas mágicas y hablarnos de las bondades del ayuno, de la mosca de la fruta, del gusano Caenorhabditis elegans y de un compuesto llamado resveratrol que está presente en la piel de las uvas, en el vino tinto y en las nueces, y afecta a la actividad de un gen implicado en la longevidad. Hay todo un ejército de voluntarios insistiendo en la idea de que no es obligatorio envejecer. No lo será pero ya me dirán qué harían las familias sin los abuelos, sin esa tendencia, iniciada hace poco, de que los mayores cuiden de los niños para que los jóvenes puedan trabajar sin problemas. Menuda catástrofe si todos los que tienen 69 años reclamaran tener 49 y nos encontráramos con una sentencia como la primera de la Sala quinta del Supremo. Tendría que reunirse el Pleno y corregir el fallo como han hecho con las hipotecas.

La clave del caso, cuentan que estuvo en una pregunta que le hizo el Juez. “¿Dónde quedan esos 20 años que usted quiere quitarse?” La respuesta es difícil. Uno se quita años y no pasa nada. Está más o menos autorizado. Pero pedir que lo ratifique un juez… Para mí que son cosas de la edad. De los 69 que dice no tener.

Milio Mariño 7 Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 29 de octubre de 2018

El dinero reparte justicia

Milio Mariño

Como un aviso para distraídos, de vez en cuando llevamos un palo que nos espabila devolviéndonos la sospecha de lo que no queremos aceptar porque supone caer con todo el equipo y decir adiós a nuestros principios. Es duro que nos recuerden que la democracia está tutelada por el dinero y que los derechos y libertades y hasta la propia justicia dependen de cómo le vaya en la feria al interés económico. Es duro porque conlleva la certeza de qué quien manda no es la mayoría que elige el pueblo sino la ínfima minoría con más dinero. Así es que uno llega a la desolación de que las decisiones no las toman, precisamente, los elegidos con nuestros votos. Las toman los poderosos.

La realidad es así de dura por más que la disfracemos y haya verdades ante las que preferimos cerrar los ojos. Acaba de suceder, de nuevo, con dos casos que están en el candelero. Con lo de Arabia Saudí y con la famosa sentencia de las hipotecas. En los dos casos manda el dinero.

Una prueba que avala lo que decimos es la postura del Gobierno, primero con la venta de armas a Arabia Saudí y ahora con el asesinato de Jamal Khashoggi. Margarita Robles, la ministra de Defensa que precisamente fue desautorizada después de intentar cortar la venta de armas, dijo que el Gobierno no podía permanecer impasible ante una violación de los derechos humanos. Pero el Gobierno se ha tentado la ropa y aunque dice estar consternado por la muerte del periodista saudí, ha evitado sumarse a la línea más crítica y mantiene la venta de armas. Están en juego 6.000 puestos de trabajo en la bahía de Cádiz y si tiene que elegir entre defender los empleos o los derechos humanos es evidente que apuesta por la economía antes que por un ideal de justicia.

Con la sentencia de las hipotecas está pasando otro tanto. El Tribunal Supremo dictó una sentencia en la que son las entidades bancarias quienes deben pagar el impuesto sobre los actos jurídicos documentados en la firma de una hipoteca. Seguro que, en aplicación de la ley, era lo que procedía. Pero, tras conocerse el fallo, los bancos llegaron a perder, en capitalización bursátil, cerca de 5.500 millones de euros en una sola jornada. Y al Supremo le temblaron las piernas. Dos días después publicó una nota en la que decía que habida cuenta de la enorme repercusión económica y social, convocaba un pleno para confirmar, o anular, la citada sentencia. Lo de la repercusión social debe tratarse de una broma. Socialmente, la sentencia es positiva pues ocho millones de personas ya se estaban frotando las manos pensando en que iban a cobrar en torno a mil euros por cabeza. De modo que lo que hizo temblar al Supremo no fue el clamor de la gente ante una sentencia injusta, fue la repercusión económica. Fueron las pérdidas de los bancos las que hicieron que sus señorías cambiaran de criterio.

Dirán que no es nuevo, que estos dos casos vienen a corroborar lo que, tal vez, ya sabíamos. Que, a pesar de la democracia, el verdadero poder no lo tiene el pueblo, lo tiene el dinero. Cierto que lo sabíamos o, al menos, lo sospechábamos, pero no me digan que no fastidia, hasta el punto de cabrearnos, que nos lo recuerden con tanto descaro.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 12 de octubre de 2018

Güerna que te Güerna

Milio Mariño

El mi lio d'esta selmana ye porque volvemos al Güerna que te Güerna. A esi cantar de suprimir los peaxes que ya venimos oyendo dende sabe dios cuando. Cuéstanos un dineral salir d'Asturies. Por carretera lo del Güerna, por avión los billetes a un preciu imposible y en tren los túneles de Payares que paecen los d’aquel chiste… Si, aquellos que s'ufiertaben pa entamar el túnel polos dos llaos y si nun s'atopaben eso que salíamos ganando. Namás nos queda tiranos al mar y nalar hasta Francia.

Vuelvo con esti lio porque la selmana pasada volvieron cola burra al prau los de la Xunta del Principáu. Volvieron aprobar, por unanimidá, una declaración institucional na que piden suprimir el peaxe del Güerna, al empar que refuguen qu'Asturies apurra fondos propios pa bonificalo.

Mialma paez que pidimos como esos probes que se ponen a la puerta de les ilesies. En cuantes qu’oyemos un ruíu perhí embaxo ponemos la mano a ver si cai dalgo. Oyeron que'l gobiernu central empecipió'l rescate de delles autopistes radiales y ehí tamos nós, cola mano espurría y alcordando que'l peaxe del Güerna tendría qu'acabase nel 2020. Asina taba escritu, pero nel segundo gobiernu d'Aznar, l'entós ministru de Fomentu, que yera Álvarez Cascos, aprobó enllargar la xestión de la empresa hasta l'añu 2050. Depués Zapatero prometió, en campaña, rescatar la vía pero nunca llegó a cumplir la promesa, al paecer, pol eleváu costu que suponía.

Y asina siguimos. Pidiendo como probinos lo que, en xusticia, nos pertenez. El peaxe debería acabase nel 2020, eses fueron les condiciones y l'alcuerdu qu'aceptó Aucalsa. D’ehí que paeza del tou irregular qu'un ministru, y pa mayor escarniu asturianu, yos concediere’l regalu d'amplialo na menos que trenta años más. Un regalu que se fixo col nuesu dineru y a saber a cambiu de qué.

Lo más curiosu ye que nun tamos pidiendo que nos dean facilidaes, Lo que pidimos ye que nun nos pongan devenientes. Devenientes a los que quieran salir y a los que quieran venir. Tamos nel sieglu XXI y les comunicaciones siguimos teniéndoles como nel IXX. Dir d'equí a Madrid n'avión cuesta 400 euros. Hai vuelos un pelín más baratos pero son d'esos que tienes que dir nel ala y coles manes en bolsu porque non te dexen llevar nin una maletuca con dos camises y un calzoncíu. N'avión imposible, en tren una eternidá y per carretera a pagar… Esi ye’l panorama. Retrátolo perbien un mensaxe de twitter que se fixo famosu y comparaba Asturies con un Escape Room. Sin vuelos, sin AVE y con estos peaxes… A ver quien ye a salir.

La mio parrafada de los xueves nel Programa Noche tras Noche de la Radio Pública del Principau

lunes, 8 de octubre de 2018

Igualdad empezando por arriba

Milio Mariño

La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, tiene razón cuando dice que el tiempo, por sí mismo, no cambia las cosas. Hace falta algo más. Algo que, en la lucha por la igualdad, entre hombres y mujeres, no debe dejarse al albur de los acontecimientos. Estoy de acuerdo, lo que ya me parece más discutible es que avancemos, en igualdad, por el hecho de que se ponga en marcha una ley que hace obligatorias las cuotas de paridad en los consejos de administración de las empresas. Está bien que se intente por arriba pero donde hay que aplicarse a fondo, y tomar medidas, es a pie de calle. Es haciendo lo que haga falta para que, por ejemplo, la brecha salarial, que supone, como mínimo, que las mujeres sigan ganando un 23 % menos que los hombres, desaparezca.

De todas maneras, tampoco es cuestión de quitarle mérito a una proposición de ley que pretende obligar a las empresas a compartir y repartir el poder de decisión entre los hombres y las mujeres. Que los consejos de administración tengan su “cuota rosa”, como dicen los italianos, puede ser positivo en cuanto a la imagen y el mensaje que se traslada. Los gestos también son importantes pero, para que cunda el ejemplo, deberían empezar por lo más alto. No sería lógico que se impusiera la paridad en los Consejos de Administración y que las instituciones siguieran proyectando que las mujeres ejercen un papel secundario.

Digo esto porque hace unos días me encontré con que el Rey, Felipe VI, había establecido las retribuciones de la Familia Real y del personal de La Zarzuela, aplicándoles la misma subida que la prevista para los funcionarios, en este caso el 1,5 por ciento. Una medida que podría ser ejemplar si no fuera que al entrar en detalles se advierte una diferencia que, a mí por lo menos, me ha llamado la atención. Todo parecía correcto hasta que en la asignación de retribuciones a la Familia Real aparece que el Rey percibe 242.769 euros anuales y la Reina 133.530, un 55% menos.

¿Por qué gana más el Rey que la Reina? Ya sé que, a lo mejor, no debería hacerme esta pregunta. En algún sitio leí, alguna vez, que cuánto más estúpida es una persona más se esfuerza por hacerse grandes preguntas. Tal vez sea el caso porque podía haberla resuelto respondiéndome lo que es obvio. El Rey gana más porque para eso es Rey y punto. Aunque bueno, también había otra más simple como esa que alude a qué quien reparte siempre se lleva la mejor parte.

Ocurrencias al margen, la pregunta sigue en pie, esperando respuesta. ¿Por qué esa diferencia? Se dirá, seguramente, que el Rey es el Jefe del Estado y la Reina solo ejerce de consorte. Podría ser pero entonces, si la Reina solo es eso, la mujer del Rey, por qué ponerle un sueldo. Si no tiene ninguna función no debería cobrar nada. Pero resulta que sí la tiene, es la Reina y, como tal, ejerce un papel protagonista en los actos institucionales. Por eso, ya que hablamos de gestos, y de obligar a las empresas a compartir y repartir el poder de decisión entre los hombres y las mujeres, no me digan que no sería bonito, y un ejemplo de los buenos, que el Rey y la Reina cobraran el mismo sueldo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de octubre de 2018

Apesta a cloacas

Milio Mariño

Hace ya muchos años, a un amigo mío lo nombraron Director General de la Policía. Era un tipo estupendo, una excelente persona que no merecía aquel cargo. Lo aceptó sin saber dónde se metía y, poco después, como no tenía con quien desahogarse lo intentaba conmigo. Había cosas que le abrumaban pero yo le cortaba en seco. No me cuentes nada. Prefiero no saber las intrigas ni qué se cuece en las cloacas.

Allí se cocía de todo y, por supuesto, estaban al tanto de otros cocidos que determinados intereses ponían sobre la mesa para alimento de causas inconfesables. Cocidos que el resto de los mortales desconocíamos y venían a demostrar que el Estado y ciertos poderes fácticos no solo trabajan a plena luz del día, en cómodos despachos y con una estupenda y amable sonrisa, sino que también lo hacen a obscuras y sirviéndose de lo que haga falta para llevar a cabo extorsiones y actos extralegales, que si los conociéramos nos llevaríamos las manos a la cabeza.

Aquel amigo, que ahora tiene 64 años y todavía sigue en política, ocupando un alto cargo en un ministerio, reconocía tiempo después lo acertado de mí postura. Hay cosas que es mejor no saberlas. Cosas que uno sospecha y que si se confirmarán harían que perdiéramos la poca ilusión que nos queda.

Mi sospecha, en este otoño que empieza, es que las fuerzas obscuras han vuelto y cuentan con la inestimable ayuda de quienes les ríen las gracias y se aprovechan de la basura porque les vale cualquier cosa. La prueba es como disfrutan con cada inmundicia que sale. Se revuelcan en ella y tratan de sacarle rédito. Todo les vale para poner en un brete al gobierno. Calumnias, grabaciones que apestan, cocodrilos en las tertulias y trampas que no dejan ni un metro de tierra firme.

Lo que va saliendo apunta a que la orden de abrir las cloacas debió partir de la cárcel de Estremera, pero también pudo gestarse en alguno de esos despachos que huelen a canela fina. Hay alianzas y coincidencias que no imaginamos ni en sueños. Intereses que son coincidentes y se complementan. De modo que quien aparece en las fotos con una gorra a cuadros, y tapándose la cara con una carpeta, debe tener su culpa, pero tampoco descarto que alguien reuniera a los suyos y dijera con voz ofendida: ¿Qué se ha creído este chico? Qué es eso de un nuevo impuesto a los bancos, subir el Impuesto de Sociedades, que las Sicavs coticen por sus beneficios, penalizar las viviendas vacías, grabar las rentas de más de 150.000 euros anuales… No sabe de qué va la vaina. Habrá que enseñarle quienes son aquí los que mandan. Así es que venga, empezar a moverle la silla. Pero, como siempre… Que parezca un accidente.

Y empezaron a salir cosas. Tampoco es la primera vez. Viene de largo eso de que alguien amenace con tirar de la manta o levantar las alfombras. Una amenaza que no se hace con el propósito de informar a la opinión pública sino como aviso a navegantes. Sobre todo al Gobierno y a los jueces que tienen algo por juzgar entre manos.

Por eso, lo publicado estos días, huele que apesta a chantaje. Un hedor que lo lógico sería que provocara arcadas en las personas que defienden el juego limpio y la democracia.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 24 de septiembre de 2018

Cultura general

Milio Mariño

Al hilo de la que se ha formado con la tesis de Pedro Sánchez y los master de algunos políticos, se me ocurre que quizá deberíamos reflexionar sobre el valor que atribuimos a lo que antes llamábamos cultura general. A todo eso que, en primera instancia, no parece cumplir ninguna función, tener ninguna utilidad, ni servir para nada en concreto. Me refiero a que, desde hace un tiempo, solo se tienen en cuenta determinados saberes que se creen útiles para determinados fines. Si, pongamos por caso, un político, o un alto ejecutivo, sabe de muchas cosas, ha leído muchos libros, entiende de arte, posee un rico y variado vocabulario y es capaz de distinguir a Mozart de Beethoven, eso no se considera mérito ni, por supuesto, lo pondrá en su currículum.

Así están las cosas. Ser, hoy, una persona culta, en la acepción tradicional del término, se considera poco menos que un anacronismo, una inutilidad o una rareza, propia de cuatro ociosos que no tienen nada mejor que hacer en la vida. La mayoría de los políticos, y los altos ejecutivos, dan por hecho que son cultos aunque luego resulte que sus conocimientos solo se circunscriben al ámbito de su actividad profesional. Sacándolos de ahí no saben nada. Por no saber, es muy probable que no sepan, siquiera, que el Pisuerga pasa por Valladolid.

No lo digo como metáfora. El analfabetismo cultural está tan extendido, sobre todo entre la clase política, que luchar contra quienes lo profesan resulta una quimera. Lejos de sentirse avergonzados presumen de su incultura.

Lo curioso es que, no hace tanto, la idea de tener una amplia cultura era muy valorada y apreciada por todos. Lo que se fomentaba era saber del oficio y también un poco de todo. Pero claro, llegó el utilitarismo y pasamos de ser educados en saber poco de mucho a saber mucho de poco. Lo que ahora prima es eso. Es ser un experto en algo y todo lo demás ignorarlo. Eso y el culto al dinero. Con dinero, hay quien entiende que puede comprar lo que quiera: políticos, jueces, catedráticos y hasta un master con orla de metro y medio para colgarlo en la pared del despacho.

Visto lo visto, algo de razón llevan. Sólo hay una cosa que no se puede comprar con dinero: la cultura. Ya puede, quien sea, tener millones a punta pala, que ni con un cheque en blanco consigue pasar de ignorante a culto.

La cultura general, tener una idea amplia del mundo, de su historia, de la filosofía, el arte, la música y de todo lo que pueda enriquecernos, es falso que no sirva para nada útil. Aporta unos valores esenciales y sirve, entre otras cosas, para dar mejores soluciones a los problemas. Pero ahí tienen a nuestros políticos, empeñados en engordar sus currículums con títulos para el escaparate y no para mejorar su cultura.

Es evidente que cada cual puede estudiar lo que quiera y hacer los masters que le dé la gana. La universidad de Girona oferta un master en Equinoterapia. Pues estupendo. Me parece perfecto que alguien lo curse y se haga un experto en actividades con los caballos. Otra cosa es que piense que por tener un master en eso, o, qué se yo, en derecho tributario, los demás vamos a considerar que está mejor preparado para ejercer la política y gobernarnos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 17 de septiembre de 2018

Bombas y Sindicatos

Milio Mariño

Los sindicatos siempre han tenido muy mala fama. Siempre se les ha acusado, y se les acusa, de todo: de provocadores, de antisociales, de estar muy politizados, de querer destruir las empresas y de ser egoístas y defender solo a los que trabajan. Cualquier cosa, venga o no venga a cuento, es aprovechable para criticar su labor y ponerlos en la picota. Y, claro, no podían faltar los que se han aprovechado del lío con las bombas de Arabia para criticar que los sindicatos hayan salido en tromba, anunciando movilizaciones y advirtiendo al Gobierno que no se le ocurra acabar o reducir la venta de armas, se empleen donde se empleen y maten a quien maten.

Así, con la intención de hacer daño, fue como algunos, que mutaron de recalcitrantes belicistas a pacifistas de nuevo cuño, plantearon el problema. La ocasión la pintaban calva para descalificar a los sindicatos, acusándolos de falta de honestidad y de caer en contradicciones flagrantes como sería defender la venta de bombas a un país que vulnera, sistemáticamente, los derechos humanos y está cometiendo espeluznantes crímenes de guerra, que han supuesto más de 15.000 muertos civiles, de los cuales 2.400 son niños.

Ya puestos, la ocasión también ha servido para criticar a la izquierda por su falta de coherencia. Se ha insistido en que los de izquierdas, que suelen presumir de antimilitaristas, en este caso, han plegado velas despachándose con disculpas o declaraciones penosas como las del alcalde de Cádiz, José María González, “Kichi”, que ha resumido su postura diciendo que la alternativa era elegir entre un plato de lentejas, vía corbetas, o el purismo pacifista.

Enfocar el problema poniendo a los trabajadores en el punto de mira es una canallada. Es tergiversar, a propósito, el fondo de la cuestión para cargar la responsabilidad de la venta y la utilización de las armas sobre quienes las fabrican. Y eso es lo que algunos han hecho. Han utilizado el anuncio de movilizaciones en defensa de los puestos de trabajo para atribuir a los trabajadores y a los sindicatos una postura, en favor de la venta de armas, que en ningún caso han adoptado ni se les ha pasado por la cabeza. Los trabajadores, la inmensa mayoría, aborrecen la guerra y todo lo que conlleva un conflicto bélico en cuanto a destrucción y muerte. De modo que no es cierto que hayan abjurado de sus principios. Lo que han hecho ha sido defender su trabajo. Defender la vida y la dignidad de un empleo que les permite ganarse el pan de sus hijos.

Seguro que los de Navantia valoraron que su protesta podía ser interpretada como algunos acabaron interpretándola. Algunos que se vio que disfrutaban metiendo el dedo en la llaga de una contradicción que no existe. No existe porque los que anunciaron movilizaciones es cierto que trabajan fabricando armas y las armas no tienen otro destino que el propio para el que se conciben, que es matar y destruir lo más posible, pero quienes las fabrican de ninguna manera pueden ser culpables del destino final que se dé a esas armas. Trabajan en eso como podían hacerlo fabricando electrodomésticos. Por tanto, atribuirles una postura en favor de que se vendan bombas a Arabia Saudita viene a ser como si les imputaran que son partidarios de que los frigoríficos de alta gama acaben en las casas de los ricos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de septiembre de 2018

Monarquía real

Milio Mariño

Para conmemorar los 1.300 años del origen del Reino de Asturias, el pasado ocho de septiembre, Leonor de Borbón hizo su primera visita oficial y acudió a Covadonga como Princesa y heredera del trono. Una visita que fue contestada por los contrarios a la monarquía, que hicieron varias pintadas, colocaron una gran pancarta en el puente romano de Cangas de Onís y realizaron una marcha, a pie, por la senda que va de Arriondas a Cangas bordeando la carretera.

Al final poca cosa. Poco ruido y pocas nueces. La protesta no pasó de anécdota porque apenas nadie o muy pocos están por la labor de manifestarse en contra de la monarquía. Y eso que la monarquía española, según una encuesta realizada por Ipsos Global hace tres meses, es la que menos apoyos concita de todas las europeas. Más de la mitad de la población, el 52%, se muestra a favor de un referéndum sobre monarquía o república. Y tal vez por eso, por miedo a los resultados, el CIS silencia la opinión de los españoles acerca de la monarquía, pues lleva tres años que no incluye la pregunta en sus cuestionarios. La última vez fue en abril de 2015, con Felipe VI ya en el trono y una valoración de 4,34. Un suspenso que, en cualquier caso, fue mejor nota que las de su predecesor y padre, Juan Carlos I, que en 2013 y 2014 registró las dos peores valoraciones en toda la historia del centro de investigación demoscópica.

Estudios aparte, se me ocurre que las encuestas no contemplan una nueva figura que ha surgido con el paso de los años: el republicano monárquico. Alguien cuya opinión es que no deberíamos tener como Jefe del Estado a un rey hereditario pero que el qué tenemos tampoco es para tanto. Que no lo es porque, a diferencia de las monarquías medievales o absolutas, o las constitucionales del siglo XIX y principios del XX, la actual no tiene poderes legislativos, ni ejecutivos, ni judiciales. No manda. Solo es el símbolo de la unidad del Estado.

La apreciación es correcta, como también lo es que sea cual sea la etiqueta que acompañe a la monarquía, democrática, constitucional o parlamentaria, ésta sigue sustentándose en un pensamiento que asume que existen personas capacitadas para ejercer la jefatura del Estado en función de su sangre o de un destino que nada tiene que ver con las urnas. En este caso con la decisión de un dictador que designó a su sucesor sin ningún derecho ni legitimidad para hacerlo.

Así fue como volvimos a la monarquía. Otra cosa es que debamos reconocer y tener presente que aprobamos una Constitución que prevé como forma de Estado la monarquía parlamentaria. Partiendo de esa premisa es como llegamos al deseo, o la convicción mayoritaria, de que ni la monarquía ni los reyes de ahora son como los de antes. Que son más serios y responsables y no se dedican a la buena vida, a ir de juerga con sus amantes y a procurarse ingentes fortunas. Ahí radica, creo yo, el nuevo impulso de una institución que no está pasando por sus mejores tiempos. Radica en que, ideologías aparte, la esperanza y el deseo de la mayoría de los españoles es que la monarquía, entendida como algo antiguo y trasnochado, se acabó con aquel rey que protagonizó varios escándalos y tuvo que abdicar en favor de su hijo. Ojalá sea verdad por el bien de todos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 20 de agosto de 2018

Desconectar de todo

Milio Mariño

Hay quien asegura que el quince de agosto se acaba el verano. Otros van más allá y apuntan que justo ese día empieza el invierno. No hablan por hablar, aluden a dos viejos refranes que algo de razón tendrán, pues lo que conocemos como canícula, la temporada más calurosa del año, abarca del quince de julio al quince de agosto. Pero bueno, aún quedan días para que las terrazas se llenen de gente y el atardecer se prolongue más allá de las nueve. Días para que los nativos, los que veraneamos donde vivimos, apuremos el debate de seguir con la rutina o desconectar como si estuviéramos de vacaciones. Una tentación que siempre está al acecho y pasa por hacerse el loco, no poner la televisión ni la radio, no leer los periódicos y no saludar a los amigos que encontremos por la calle. O sea, una especie de remedio casero para esa enfermedad del estrés y el cansancio que exige un paréntesis temporal que nos aparte de todo.

La receta es sencilla, pero desconectar casi resulta imposible. Agobia el remordimiento de si no te estarás perdiendo algo verdaderamente importante. Lo piensas aunque luego compruebes que las noticias se repiten, como en un bucle, y solo son novedad las que acaban siendo mentira. Así es que vuelves a encontrarte con lo de siempre, con otro asesinato machista, el atropello de un ciclista o un nuevo exabrupto de Trump que tiene de original que llama perra y escoria a una de sus colaboradoras en la Casa Blanca.

Con todo, desconectar sería más fácil si no viviéramos en Avilés, donde es imposible encontrar eso que los filósofos llaman un no lugar. Un espacio donde las personas se cruzan o pueden estar unas al lado de otras ignorándose por completo. Aquí no. Aquí cada rincón tiene su encanto y la posibilidad de un encuentro. Sales a pasear por las calles y, aunque no encuentres a ningún conocido, te encuentras con tu infancia y tu juventud reflejada en cada rincón. De modo que no puedes hacer un paréntesis que te abstraiga y te desconecte de la realidad. Es más, tampoco te deja el Ayuntamiento, que acaba de traer al parque del Muelle a dos clásicos del rock de los años ochenta y te devuelve al pasado con Ramoncín y Barón Rojo.

Por si fuera poco, a todas esas dificultades que nos impiden desconectar, hay que añadir el teléfono móvil. Ya sé que podemos apagarlo o ponerlo en modo avión pero no lo hacemos. Eso dice una encuesta que acaba de publicarse. Dice que nueve de cada diez españoles no desconectan ni apagan su móvil durante las vacaciones. Y cada cual alega lo suyo. Unos que lo dejan encendido para mantener el contacto con su círculo personal, otros para que se les pueda localizar en cualquier momento y los más previsores para tenerlo a mano en caso de apuro.

No sabemos vivir sin estar conectados. No desconectamos ni aquí, donde la brisa del mar nos envuelve y la tranquilidad del ambiente corre por nuestras venas. Pero aún estamos a tiempo. Aunque cuidado, en algunos escaparates ya están anunciando la vuelta al cole. De modo que si aún no lo hemos hecho deberíamos desconectar. Lo digo porque cuántas veces hemos creído que sabíamos lo que es vivir y luego ha resultado que ignorábamos lo más sencillo y lo que la vida tiene de bueno.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 13 de agosto de 2018

Ancianos con derecho al rock

Milio Mariño

Sé que estamos en verano y conviene echarlo todo a la espalda pero, la semana pasada, leí una noticia que me puso de mal humor. Era una noticia de agencia, de esas que reproducen casi todos los periódicos porque entienden que son graciosas y provocan la sonrisa del lector. En mí caso fue lo contrario. No solo no me reí sino que, además, me indignó.

Sucedió lo siguiente: Resulta que el pasado 4 de agosto, en la localidad alemana de Dithmarschen, se celebró el Wacken Open Air, un festival de rock al que acudieron 75.000 personas. Pues bien, a las tres de la mañana, unos jóvenes observaron la presencia de dos ancianos, en mitad del gentío, y, seguramente con buena intención, avisaron a la policía. A un par de agentes que, según informaron luego, tuvieron que intervenir porque los ancianos se negaban a abandonar el festival. No querían irse pero, al final, lograron meterlos en un taxi y los acompañaron con el coche patrulla hasta el geriátrico donde residen y de dónde, al parecer, se habían ausentado sin pedir permiso.

La noticia hará sonreír a más de uno, pero a mí no. Pienso que los ancianos tienen derecho a no ser discriminados por razón de la edad. Lo suyo es que puedan disfrutar libremente y conservar su independencia tanto tiempo como deseen o sean capaces de hacerlo. Y, por supuesto, nadie debería quebrantar ese derecho ni el de salir por la noche de juerga o ir a un concierto de rock, si les apetece.

Dicho esto, apuesto a que ni los jóvenes que dieron el chivatazo, ni los policías que detuvieron a los ancianos, conocen qué hace más de 40 años la banda británica Jethro Tull ya cantaba aquello de: “Soy demasiado viejo para el rock pero demasiado joven para morir”. Una canción que pretendía contar la historia de un rockero que, al enfrentarse a una sociedad cada vez más confusa, optaba por el suicidio, aunque no lograba consumarlo y acababa en coma. Después, cuando pasado un tiempo conseguía despertar, se encontraba con que su música y su look se habían vuelto a poner de moda.

Igualito que en este caso. Seguro que ni los jóvenes chivatos ni los policías que detuvieron a los ancianos, repararon en que Jerry Lee Lewis tiene 82 años, Chuck Berry 90, Little Richard 85 y Ringo Starr 78. Cuatro rockeros que casi están olvidados pero son contemporáneos de los ancianos y forjaron el rock desde sus inicios. A lo que hay que añadir que, a los jóvenes de hoy, tal vez les cueste hacerse a la idea de que los ancianos de ahora son aquellos que en los años sesenta gritaban sexo, drogas y rock and roll. De modo que debería verse como normal que les apetezca salir de marcha y disfrutar del rock. No estaban fuera de lugar, estaban pasándolo en grande cuando apareció la policía y les dijo que ya no tenían edad. Que lo suyo era no salir del geriátrico y tomar una pastilla para dormir.

Podría recurrir a muchas citas pero creo que Saramago resume muy bien, en unos versos, el pensamiento de los ancianos que disfrutaban del rock. “¿Qué cuántos años tengo? -¡Qué importa eso!- ¡Tengo la edad que quiero y siento! La edad en que puedo gritar lo que pienso. Los años que necesito para vivir libre y sin miedos”.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 30 de julio de 2018

La vieja política de los jóvenes políticos

Milio Mariño

En la tertulia del chigre, que viene a ser como las de la tele pero sin la presión de las cámaras y el agobio de lo políticamente correcto, comentábamos el otro día la de vueltas que da el mundo y no siempre para el mismo lado. Comentario que venía al caso de la reciente victoria de Pablo Casado y de otro detalle que a mí me parece curioso. Resulta que Pedro Sánchez, el joven Presidente del Gobierno, se ha convertido, a sus 46 años, en el más viejo de los líderes que han llegado al poder y ya ejercen como relevo. Ahí están el propio Pablo Casado con 37, Albert Rivera con 38 y Pablo Iglesias con 39.

Es ley de vida, decían algunos. Puede sorprendernos que así, de pronto, gente tan joven esté al frente de los principales partidos políticos e incluso del gobierno, pero la sorpresa se desvanece en cuanto reflexionamos un poco y advertimos que la vida es una secuencia de ciclos que imponen la cadencia biológica natural de sustitución de los individuos de más edad por otros más jóvenes. El mundo no se detiene. Sigue dando vueltas y, en nuestro caso, ha hecho posible que hayan pasado cuarenta años desde las primeras elecciones democráticas, tras la dictadura franquista.

Cuarenta años dan para mucho. Sobre todo si tenemos en cuenta que el tiempo no solo pasa sino que, además, deja un poso que hace que el escenario social y político sea muy diferente al de otros relevos generacionales. Éstos jóvenes, los que ahora llegan al poder, no han vivido la transición a la democracia que protagonizaron sus padres y abuelos. Han vivido su niñez y adolescencia en una sociedad equiparable a la de cualquier país europeo y han disfrutado de cosas que no tenían las generaciones anteriores, como el ordenador y el teléfono móvil.

Ahora bien, ¿significa esto que los jóvenes políticos son más audaces y rompedores que los de la generación a la que relevan, los que hicieron la transición y modernizaron el país hasta convertirlo en una democracia homologable?

No voy a negar que mi opinión está influida por la querencia de unos años vividos que me empujan a defender una generación, aquella, que considero la mía, pero, con todo, creo que hay argumentos de sobra para sostener que, más allá de la edad y de que ellos mismos, los que ahora llegan, se vendan como la renovación de la clase política, ninguno ofrece nada nuevo. No se ve que aporten ideas como para encandilar a una sociedad que se confiesa desencantada. La mayoría, por no decir todos, provienen del sistema que critican y han sobrevivido amoldándose a las circunstancias. No han hecho otra cosa en su vida que dedicarse a la política. Así es que la supuesta nueva política supone más de lo mismo. De lo mismo o lo más viejo porque el más joven de todos ellos plantea una vuelta al pasado y reivindica lo que proponía su partido cuando gobernaba Aznar.

Solo el futuro podrá juzgar si estos jóvenes que han llegado al poder prometiendo otra política cumplirán su promesa, pero las perspectivas son poco halagüeñas. La exigencia de novedad y juventud es una demanda a la que nos apuntamos. No nos gustaría que todo quedara en nada. Que ocurriera como con aquellos treintañeros a los que el cantautor Albert Pla llama treintagenarios.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 23 de julio de 2018

Cintas de audio, la canción del verano

Milio Mariño

La canción de este verano es que Juan Carlos I, el Rey emérito, vuelve a ser noticia por el demerito que le atribuye una falsa princesa que decían era su amiga y actúa como una amante despechada que hubiera perdido el favor del abuelo. Ahí están las cintas de audio en las que la supuesta víctima confiesa, en una suite del hotel Connaught de Londres, a 2000 euros la noche, que se ha sentido engañada, utilizada e incluso en peligro de muerte porque su amigo entrañable, cuando tuvo que decidir si seguía, o no, con ella, dijo que lo sentía pero que la sangre tiraba más que dos carretas. Todo un drama, grabado en estéreo, que ahora sale a la luz sin que nadie sepa las intenciones de los que dan el cante, que son varios y de muy distinto pelaje. Digo nadie refiriéndome a la inmensa mayoría de los españoles porque estoy seguro de que alguien lo sabe y está riéndose, por lo bajo, ante el general desconcierto que han provocado las grabaciones.

Lo que me gustaría saber, y seguro que también a ustedes, es quién está detrás de todo esto y qué es lo que, realmente, pretende. Me gustaría saberlo porque no creo que la información revelada sea producto de un arrebato de sinceridad democrática ni, mucho menos, una deferencia hacia el pueblo llano, como merecedor de saber la verdad. Más bien parece que quien tiene la llave del armario, en el que se guardan las tropelías, los actos vergonzosos y las indecencias de la gente importante, dijo ahora lo abro y os vais a enterar de lo que vale un peine.

Eso parece. Pero, llegados a este punto, nos encontramos con otra incógnita que también tiene su misterio. De nada hubiera servido que el dueño de ese armario, donde se guardan las indecencias, pusiera un lote a la venta ni no tuviera quien lo comprara. Si ciertos medios, en vez de prestarse al juego, hubieran respondido como en aquella escena romántica en la que Zeppo, el más serio de los hermanos Marx, grita entre bastidores: "¡Ha llegado el basurero!"… Y Groucho, sin inmutarse, le responde: "Dile que hoy no queremos".

Lo de prestarse al juego conviene tenerlo en cuenta porque el contenido de las cintas no lo conocemos por el audaz trabajo de un periodista de investigación sino por una filtración interesada cuyo objetivo desconocemos aunque todo apunta a que se trata de poner en un brete al Gobierno, provocando una crisis en un contexto político, difícil y delicado, como el que atraviesa España.

La música de esas cintas, que se han convertido en la canción del verano, suena a chantaje. No sabemos el precio que pusieron al silencio pero, por lo visto, nadie se avino a pagarlo. La prueba es que sacaron las cintas del armario y ahí las tenemos. Tenemos un problema cuya solución se antoja difícil y complicada. Ocultarlas, hacer como que las cintas se refieren a un pasado remoto que no nos afecta, sería insensato. Pero es que tomarlas en serio, considerar como prueba lo que han sacado a la luz para vengarse, o por despecho, supone reconocer el poder de las cloacas, hasta el punto de que pueden poner en peligro una institución como la monarquía. Así es que la cosa está chunga. Tiren por donde tiren, tenemos lio a la vista.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 20 de julio de 2018

¿Quies bolsa?

Milio Mariño

El mi lio d'esta selmana ye cola bolsa. Pero non me refiero a la de Wall Street… Tranquilos, nun ye esa bolsa, ye la bolsa del supermercáu. Ye cuando la caxera te mira con cara de llástima y entruga si vas precisar bolsa pa meter lo que comprasti… Entós alcuérdeste de qu'agora yá nun les regalen y caes na cuenta de que volvisti a escaecer la bolsa en casa…. Vaya, colo grandes y guapes que son ese par de bolses que, va pocu, mercasti y nes que cueye cualquier cosa y soporten pesu enforma…O toes eses bolses de plásticu que tíes nun rinconín. Bolses de tolos colores, de distintes cadenes de supermercaos, que non t'interesen lo más mínimo pero que sigues guardándoles, por si acaso.

Si voi querer bolsa…. Dices, mientres el siguiente na cola mírate y mete priesa emburriándote col carrín… ¡Ui perdona!... Non, nada, tranquilu… Pero la caxera vuelve a la carga y pregunta cuantes bolses quies… Y entós empieza'l segundu dilema. Lo d'atinar col númberu de bolses que vas precisar pa meter la compra. Asina que dempués de pensalo un pocu, condicionáu pola impaciencia de los que tán detrás, dices…. Dame dos. Y siempre t’equivoques… Nunca atines, siempre pides de más… O de menos. Nunca sabes cuál ye'l pesu que puen soportar eses bolses ensin rompese. Porque enriba tamién se ruempen. Si metes tres cartones de lleche, dos bricks de zumu, una botellina vinu y la fruta, llega'l momentu en que la bolsa nun pue soportar el pesu y esplota. Y si resulta que te cai tou al suelu, en metá de la cai, vas ser tu'l que va tener que recoyer lo que se puea salvar. Y tou por nun atinar col númberu de bolses que precisabes.

Lo curiosu del casu ye que como nunca t’alcuerdes de trayer una bolsa de casa, y tíes que pidila, quedes como un energúmenu que nun s'esmolez pol medioambiente. Yá nun ye que pagues los cinco céntimos, ye qu'hasta te sientes culpable por tener que pidir un par de bolses.

A propósitu de lo que tamos falando, calculen que caún utilizamos ente 130 y 160 bolses de plásticu al añu. Bolses que, antes del 1 de xineru de 2026, esi ye l’oxetivu, tienen que quedar en 30 o 40.

Too mui guapu pero, yá sabes, si pagues tíes bolsa… Y yo nun quiero salvar el mundu pagando bolses a cinco céntimos…. Que lo salven les multinacionales, que nos den bolses de papel, de cartón, biodegradables o lo que sía. Amás tengo un trucu pan nun pagar y contaminar menos. Utilizar les bolses de la basoria… ¿Por qué nun puen ser bolses de la compra? Por qué nun-y damos la vuelta al ciclu. Compres un rollín de bolses de basoria, que polo visto nun contaminen nada, y úsesles dos vegaes… Primero pa llevar la compra a casa y depués pa tirala a la basoria. Ye una idea porque, pa mi que van cobranos hasta por eses bolses qu’hai nos supermercaos pa meter el paragües cuando llueve. 

El mio camentario selmanal nel programa Noche tras Noche de la RPA

lunes, 16 de julio de 2018

Fútbol también en verano

Milio Mariño

Ayer acabó el Mundial de Fútbol, pero hace ya una semana que los equipos entrenan y sudan la camiseta con vistas a la próxima temporada. Así es que este año la pelota no dejará de rodar ni siquiera en verano. Será un punto y seguido que mantendrá constante la tensión de los aficionados. Una tensión que también sirve de terapia pues el fútbol, si bien no resuelve nuestros problemas, ofrece un espacio para canalizar los sentimientos, ya sean de alegría o de frustración y tristeza.

La realidad no ofrece dudas, confirma lo que es evidente. Por eso, siempre que hablamos de fútbol acabamos hablando de su función como válvula de escape. Cuestión que este año se dará al completo ya que no tendremos ni un mes de respiro. También es verdad que, aunque no se hubiera jugado el Mundial, tampoco se hubiera producido el vacío. Haya o no competiciones, los mensajes y las noticias del fútbol fluyen de manera constante para mantener la atención de los aficionados. Basta recordar que algo tan intrascendente y tan simple como un esguince, de cualquier futbolista importante, puede convertirse en tema de apertura de los telediarios. Y ya no les cuento si hablamos de fichajes y surge un caso como la marcha de Cristiano Ronaldo a la Juventus.

El fútbol no cierra ni se va de vacaciones. Los que entienden de negocios dicen que hay tres cosas que funcionan siempre: los espectáculos para niños, la música para los jóvenes y el fútbol para los adultos. Debe ser cierto porque durante los años duros de la crisis, el fútbol apenas se vio afectado y millones de españoles siguieron siendo socios de su club, acudiendo a los estadios o comprando abonos para verlo por televisión, aun a costa de reducir todavía más sus escasos ingresos económicos. Así es que merecería un estudio sociológico, eso de que miles de personas, que difícilmente llegan a final de mes, estén dispuestas a rascarse el bolsillo para ver a veintidós futbolistas, que ganan millones, correr detrás de un balón. Un estudio serio y riguroso porque no estoy de acuerdo con Jorge Luis Borges, que además de ingenioso era provocador y llegó a decir que el fútbol es popular porque la estupidez también lo es.

Despachar el tema con semejante reduccionismo me parece una simpleza. No creo que el fútbol nos haga estúpidos. Tampoco creo que sea cosa de ignorantes. Recurrir al menosprecio supone menospreciar a millones personas. Estoy de acuerdo en que se ha convertido en mucho más que un deporte y, si me apuran, que incluso apenas es ya un deporte. También estoy de acuerdo en que, tal vez, como dicen algunos, viene a sustituir a la guerra. Si fuera así no cabe duda que es preferible ver un Alemania-Inglaterra sobre el césped con los respectivos equipos escuchando los himnos nacionales, como si fueran soldados antes de la batalla, que recordar los horrores de las dos guerras mundiales.

El fútbol es lo que es, un fenómeno social, y conviene aceptarlo sin sacar las cosas de quicio. Sin hacer comparaciones absurdas como eso de que las sociedades que valoran más a un futbolista que a un médico están condenadas al fracaso. El valor de la medicina es indiscutible, no creo que nadie lo ponga en duda, pero no anula el valor del fútbol. Un valor que hay que entenderlo como refugio y válvula de escape frente a una realidad que muchas veces asusta.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 9 de julio de 2018

Imaginar Avilés

Milio Mariño

Estos días pasados se reunió el jurado que decidirá el ganador o ganadora del concurso de ideas convocado por el Ayuntamiento para remodelar el parque del Muelle y la plaza de Pedro Menéndez. Son catorce propuestas y solo cabe esperar que acierten y elijan lo mejor. Que nos regalen algo nuevo y diferente porque no sé si ustedes habrán jugado alguna vez a pasear por Avilés imaginando nuevos paisajes. Yo suelo hacerlo pero me cuido de comentarlo, incluso con los amigos. No por miedo a que piensen que estoy chiflado, sino porque es muy difícil definir con palabras lo que uno llega a imaginar cuando sueña. Así es que prefiero guardarlo y compartirlo con ese otro que es uno mismo. Pero, claro, a veces, hasta uno mismo se cansa del otro y cae en la trampa de liberase de los secretos, contándolos.

El secreto que cuento, y deja de serlo, es que de vez en cuando salgo de casa y voy por ahí quitando y poniendo, a capricho, edificios y monumentos. Un día cogí la estatua de Pedro Menéndez y la puse en el Parche, frente al ayuntamiento. No quedaba mal. La sensación era como de una plaza distinta, más suntuosa y más noble, no por el personaje sino por la prestancia que siempre dan las estatuas. De todas maneras, para mi gusto, quedaba mejor otra idea que tuve: poner la iglesia grande de Sabugo en medio de Las Meanas. Quedaba de cine. Imaginen la iglesia rodeada de árboles, con la luz del atardecer intercalada por la sombra de sus torres y un montón de jóvenes sentados en las escalinatas; algunos tocando la guitarra y otros en animada charla.

Como ven, esto de pasear imaginando proyectos, o cambiando las cosas de sitio, es muy entretenido. Si me preguntan para que sirve, no sé me ocurre otra cosa que para distraerse y remachar la convicción de que, si bien, Avilés está guapo y mejor que hace unos años, nada impide que lo imaginemos distinto. Sobre todo porque imaginar resulta barato y supone resolver, al instante, los proyectos más descabellados sin necesidad de las obras interminables.

Lo bueno del caso es que por mucho que uno imagine y discurra cosas que cree que no se le ocurren a nadie siempre aparece algo con lo que no contaba. Algo como una antigua reseña que dice que cuando en el siglo XIX se planteó la construcción de la Plaza Nueva, la que llamamos Hermanos Orbón, la primera propuesta incluía un precioso jardín en el espacio de la actual plaza de abastos. Idea que acabaron desechando por otra, que decían, más práctica y dio como resultado lo que ahora tenemos.

Aquella idea fue rescatada, tiempo después, por dos personas que siempre se preocuparon por Avilés. El arquitecto y dibujante José María González, “Peridis”, que propuso hacer de Hermanos Orbón la Plaza del Pueblo y Carlos Ferrán, autor del plan especial de protección del casco histórico, que propuso una actuación puente que sirviera de enganche entre la plaza y el parque para revitalizarla y realzar su belleza.

Podría contarles otros proyectos porque esto de imaginar Avilés, al gusto de cada uno, además de divertido, es de lo más democrático: cada cual puede imaginar lo que quiera y todos contentos. Cosa que será difícil que se consiga, decidan lo que decidan, los que elijan el proyecto para remodelar el Parque del Muelle.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España

lunes, 2 de julio de 2018

Franco a tumba abierta

Milio Mariño

Franco es un obscuro y molesto fantasma que continúa presente en la memoria de los mayores y acaba por desvanecerse en las generaciones más jóvenes. Las huellas de la dictadura, los muertos olvidados en las cunetas y los monumentos que evocan siniestras hazañas aún provocan el estremecimiento que, para muchos, supone recordar aquella época.

Si nos atenemos a los datos que facilita el CIS, el 60% de los españoles tiene plena conciencia de lo ocurrido durante el franquismo, lo cual debería hacernos reflexionar y abordar el problema pensando que no estamos ante algo que solo interesa a cuatro viejos, nostálgicos de revancha. Estamos ante la oportunidad de cerrar un capítulo de nuestra historia que sigue pendiente, a pesar de la operación de lavado y aseo que algunos han intentado con Franco. A quien presentan no como un cruel dictador sino como un gobernante, católico y moderado, que impuso un régimen que carecía de algunas libertades que quizá debamos perdonar, pues corrían otros tiempos y lo que se dice de la brutal represión no es verdad.

A este blanqueo del franquismo contribuyó la extrema derecha y también el PP, que ha venido actuando como si se considerara heredero de aquella época y ha insistido en el discurso de que más que una dictadura fue un periodo de excepción, que tuvo cosas malas pero que el país prosperó y fue peor la República. Una idea que han repetido con machacona insistencia, negándose a romper con el pasado y alimentando la postura de que la sociedad española está dividida en franquistas y antifranquistas.

Me parece una reducción simplista, pero conviene advertir que aquí no ha pasado como en otros países. Aquí, la relación con nuestro pasado sigue enturbiando la imagen de la democracia. Otros países, incluso en Sudamérica, con dictaduras más recientes y en condiciones mucho peores, han hecho un trabajo de duelo y reparación de las víctimas que en España sigue pendiente. Sigue pendiente porque la democracia española surgió de un pacto con las fuerzas de la dictadura. Pacto que incluía la amnistía, pero no incluía la amnesia. De modo que el olvido quizá fuera razonable en los primeros años de la transición pero nada justifica que tenga que ser para siempre.

¿Se soluciona el problema sacando a Franco del Valle de los Caídos y enterrándolo en otro sitio? Es posible que no. El Valle de los Caídos siempre será un icono franquista, aunque Franco no esté enterrado allí. Aquello, por más que se empeñen, nunca podrá ser un monumento a la reconciliación pero, al menos, habremos saldado una deuda con la democracia. Habremos dado un paso, muy importante, para superar la etapa negra y procesarla de forma conjunta y madura, en línea con lo que han hecho en Alemania, Suráfrica y varios países de hispano América.

Que lo dejen en paz, dirán los más jóvenes y los que han olvidado quien era el personaje. Para ellos, solo un detalle. El 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de morir y ya bastante enfermo, Franco firmó once penas de muerte. Según el historiador Paul Preston, firmó las sentencias tomando café, antes de la siesta. No hizo caso de las peticiones de clemencia que llegaron de todas partes, incluida la del Papa Pablo VI. Murió matando, aunque una paradoja del destino hizo que lo mantuvieran artificialmente con vida, infringiéndole un sufrimiento que debió equipararse al que él impuso a la mayoría de sus víctimas.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España