lunes, 2 de julio de 2018

Franco a tumba abierta

Milio Mariño

Franco es un obscuro y molesto fantasma que continúa presente en la memoria de los mayores y acaba por desvanecerse en las generaciones más jóvenes. Las huellas de la dictadura, los muertos olvidados en las cunetas y los monumentos que evocan siniestras hazañas aún provocan el estremecimiento que, para muchos, supone recordar aquella época.

Si nos atenemos a los datos que facilita el CIS, el 60% de los españoles tiene plena conciencia de lo ocurrido durante el franquismo, lo cual debería hacernos reflexionar y abordar el problema pensando que no estamos ante algo que solo interesa a cuatro viejos, nostálgicos de revancha. Estamos ante la oportunidad de cerrar un capítulo de nuestra historia que sigue pendiente, a pesar de la operación de lavado y aseo que algunos han intentado con Franco. A quien presentan no como un cruel dictador sino como un gobernante, católico y moderado, que impuso un régimen que carecía de algunas libertades que quizá debamos perdonar, pues corrían otros tiempos y lo que se dice de la brutal represión no es verdad.

A este blanqueo del franquismo contribuyó la extrema derecha y también el PP, que ha venido actuando como si se considerara heredero de aquella época y ha insistido en el discurso de que más que una dictadura fue un periodo de excepción, que tuvo cosas malas pero que el país prosperó y fue peor la República. Una idea que han repetido con machacona insistencia, negándose a romper con el pasado y alimentando la postura de que la sociedad española está dividida en franquistas y antifranquistas.

Me parece una reducción simplista, pero conviene advertir que aquí no ha pasado como en otros países. Aquí, la relación con nuestro pasado sigue enturbiando la imagen de la democracia. Otros países, incluso en Sudamérica, con dictaduras más recientes y en condiciones mucho peores, han hecho un trabajo de duelo y reparación de las víctimas que en España sigue pendiente. Sigue pendiente porque la democracia española surgió de un pacto con las fuerzas de la dictadura. Pacto que incluía la amnistía, pero no incluía la amnesia. De modo que el olvido quizá fuera razonable en los primeros años de la transición pero nada justifica que tenga que ser para siempre.

¿Se soluciona el problema sacando a Franco del Valle de los Caídos y enterrándolo en otro sitio? Es posible que no. El Valle de los Caídos siempre será un icono franquista, aunque Franco no esté enterrado allí. Aquello, por más que se empeñen, nunca podrá ser un monumento a la reconciliación pero, al menos, habremos saldado una deuda con la democracia. Habremos dado un paso, muy importante, para superar la etapa negra y procesarla de forma conjunta y madura, en línea con lo que han hecho en Alemania, Suráfrica y varios países de hispano América.

Que lo dejen en paz, dirán los más jóvenes y los que han olvidado quien era el personaje. Para ellos, solo un detalle. El 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de morir y ya bastante enfermo, Franco firmó once penas de muerte. Según el historiador Paul Preston, firmó las sentencias tomando café, antes de la siesta. No hizo caso de las peticiones de clemencia que llegaron de todas partes, incluida la del Papa Pablo VI. Murió matando, aunque una paradoja del destino hizo que lo mantuvieran artificialmente con vida, infringiéndole un sufrimiento que debió equipararse al que él impuso a la mayoría de sus víctimas.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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