lunes, 28 de septiembre de 2020

Soplones, amenazas y ética judicial

Milio Mariño

Para acabar con las especu- laciones y que pudiéramos enterarnos de lo que se cuece en las entrañas del Estado, el juez García Castellón levantó el secreto del sumario y dejó al descubierto la llamada “Operación Kitchen”. Que también son ganas de complicarnos la vida porque lo lógico sería que la policía se dejara de pijadas y utilizara el castellano. Donde ponen “Kitchen” deberían haber puesto “Cocina” y todo quedaba más claro. Una colección de mensajes, audios y declaraciones cruzadas que, al final, hacen que recordemos aquello que dijo Hobbes. Aquello de que el hombre es un lobo para el hombre. Solo hay que ver cómo reaccionan algunos cuando las cosas se ponen feas y vislumbran que pueden acabar en la cárcel.

Si caigo yo caemos todos, dijo Francisco Martínez, ex secretario de Estado de Seguridad en el gobierno de Mariano Rajoy. Una amenaza si no de lobo si de animal acorralado que intenta defenderse a dentelladas. La disculpa podía ser que, en el fondo, todos tenemos nuestra parte animal y los animales es así como se defienden. Pero tampoco, porque los pingüinos, por ejemplo, sobreviven a ciertas situaciones difíciles, como las bajas temperaturas polares, gracias a que los miembros del grupo forman una apretada piña y se calientan unos a otros hasta que las condiciones mejoran un poco.

Estos también se calientan, pero dándose leña. Acusándose y repartiendo amenazas que pueden ser muy sutiles o más explicitas y vulgares. Ahí tienen lo que dijo Jordi Puyol cuando, en sede parlamentaria, le preguntaron por lo suyo y lo de su familia. "Cuidado con cortar la rama de un árbol porque al final caerán todas y los nidos que hay en ellas".

Lo de Villarejo fue distinto, el comisario no se anduvo por las ramas y envió una carta, a Pedro Sánchez, en la que decía: “Puedo destapar cosas, de la monarquía y el Estado, que, como sabe cualquier gobierno, deberían permanecer siempre en la penumbra”.

Pablo Crespo, Luis Bárcenas, Francisco Correa, Ávaro Pérez, Luis Costa y una larga lista de presuntos o delincuentes confesos, optaron por amenazar con tirar de la manta, recuperar la memoria y relatar con pelos y señales todo lo que sabían del entorno en el que estaban metidos.

Unos y otros, los que han decidido cantar y los que amenazan con tirar de la manta, no son hermanitas de la caridad ni personas arrepentidas, son gente que estuvo en el ajo y ahora vuelve sobre sus pasos, de manera oportunista, para que la justicia sea más benévola con ellos o para que no se investigue lo que hicieron.

Generalmente, los que más saben de las fechorías del grupo son los principales, los que están más arriba en la organización. Esos son los que pueden comprar su libertad a mejor precio o conseguir una ventaja en el proceso penal en el que están implicados. Y ahora vienen las preguntas. Dado que conceder esas ventajas, al parecer, sería legal, ¿es sano para la justicia que se premie a un corrupto por "vender" a otros como él? ¿Es aceptable que se pare o se ralentice una investigación para proteger al Estado de lo que alguien pueda destapar?

Imagino que la justificación se hará apelando al interés general y la posibilidad de descubrir nuevos delitos, pero no sé yo si la justicia no debería aplicar aquella vieja sentencia  de Roma no paga traidores.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 



martes, 22 de septiembre de 2020

La precaria atención primaria

Milio Mariño

Este mes de septiembre, hemos vuelto a lo cotidiano sin habernos ido del todo. El sol y el buen tiempo no pudieron con el virus y no conseguimos desconectar ni evadirnos porque siguieron los contagios y el riesgo nos mantuvo en vilo. Pasó otro tanto con el sistema sanitario, que tampoco pudo tomarse un respiro y reponer fuerzas para el temido otoño. Prolongó la improvisación de cuando estalló la pandemia y siguió funcionando con la sobrecarga de los rebrotes, parte del personal de vacaciones, otros de baja y sin refuerzos que ayudaran ni sustitutos que cubrieran las ausencias.

Así las cosas, los Centros de Salud evolucionaron a peor y su situación se convirtió en más precaria. De todas maneras, el gobierno del Principado optó por el discurso optimista y, a la menor ocasión, sacó pecho presumiendo de lo bien que gestiona la salud pública. Y es cierto. Asturias dista mucho de la desastrosa gestión llevada a cabo por otros gobiernos autonómicos como el catalán o el madrileño. Pero, no estar entre los peores no te convierte en extraordinario ni te garantiza el aprobado.

No lo garantiza porque nuestro sistema público de salud en su primer escalón, la atención primaria, suspendía en junio y vuelve a suspender en septiembre, incluso con peores notas. El tribunal calificador son los propios pacientes, que además de por el covid19 siguen enfermando por las enfermedades de siempre y reciben un trato que no alcanza para el aprobado ni para sentirse orgullosos de la sanidad que tienen.

El sistema, ya saben cómo funciona. Lo primero es llamar por teléfono. Y ya si tienes suerte, después de quince o veinte llamadas, o dos días llamando, hablas con alguien del personal administrativo, le explicas la causa de la llamada y es el propio administrativo quien decide si el médico o el personal de enfermería van a llamarte o, por el contrario, es él quien te da los consejos. Total, que acabas contándole tus problemas de salud a una persona que no es el médico y no tiene los conocimientos adecuados para evaluar cómo estás ni tampoco para tratarte.

Esta situación supone que nuestras dolencias son valoradas, en principio, por quienes no están capacitados, que los médicos recetan de oído, sin ver al paciente, y que los diagnósticos telefónicos, en muchos casos, resultan equivocados. Pero hay más. Hay pacientes que tienen la receta electrónica caducada, llaman al Centro de Salud y les dicen que su médico está de vacaciones o saturado de trabajo y que cuando vuelva o pueda ya les pondrá al día una medicación que, por otro lado, no pueden dejar de tomar a diario. Da igual, quien se pone al teléfono les indica que se lo adelanten en la Farmacia y que luego ya les devolverán el dinero. Cosa que, por compasión, algunos farmacéuticos acaban haciendo, aún a riesgo de jugarse el cocido.

La casuística, de lo que sucede en los Centros de Salud, daría para un relato mucho más extenso y pormenorizado de casos denunciables y situaciones lamentables de las que no tienen culpa los pacientes ni, seguramente, el personal sanitario. Pero así estamos. La realidad es la que es y no vale que quienes gobiernan se escuden en la incidencia del virus. El virus es cierto que sigue ahí, pero el resto de las enfermedades también. No han desaparecido porque nos impongan la barrera del teléfono. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 14 de septiembre de 2020

El paraíso abarrotado

Milio Mariño

Nunca, como este verano, se había visto tanta gente por los pueblos más remotos del paraíso asturiano. Fue como si, de pronto, los urbanitas hubieran decidido reconquistar los lugares que ellos mismos abandonaron y volvieran arrepentidos. Tal vez por el coronavirus, o porque hay menos dinero, miles de personas dejaron el entorno donde solían pasar las vacaciones y se instalaron en nuestros pueblos obligando a los lugareños a compartir su espacio vital con quienes nunca habían pisado el medio rural ni en sueños. Senderistas del asfalto, montañeros en chanclas, buscadores del hórreo perdido y toda una serie de tipas y tipos que irrumpieron en las zonas más apartadas igual que los jabalíes en una urbanización de chalets adosados. Descontrolados, fuera de sitio y blandiendo el peregrino argumento de que venían a darles de comer a los pobrecitos del pueblo.

Hubo quien dijo eso sin cortarse ni un pelo. Y, como generalizar está feo, reconozco que no todos los que vinieron merecían ser multados por hacer el canelo. Algunos se portaron y los hubo, incluso, que reclamaron este territorio como propio. Hace poco leí un tuit en el que un turista madrileño decía que tenía todo el derecho a ir donde quisiera porque Asturias no es de los asturianos sino de todos. Si señor, tiene razón el chulapo, pero de unos más que de otros porque no es lo mismo vivir en un lugar que utilizarlo como patio de recreo.

Por supuesto que no es lo mismo. Solo hay que preguntarles a los alcaldes y concejales de un buen número de ayuntamientos asturianos. En Llanes, Ribadesella, Colunga y Caravia reclamaron la intervención del Principado porque no podían con la carga del turismo. Llegaron a la conclusión de que el turismo, este año, más que una bendición del cielo, supuso un problema serio. Un problema cuya solución no pasa por resolverlo a las bravas, que fue lo que intentaron en Sobrescobio, donde la senda de la Ruta del Alba amaneció cortada con cuatro barricadas de árboles que impedían el paso a los visitantes.

Así no se arreglan las cosas. De todas maneras, es para tener en cuenta lo que decía la pancarta que colocaron en lo alto de las barricadas: "Los pueblos no viven por los veraneantes, sobreviven por sus habitantes".

La pancarta expresa el sentir de muchos. Los políticos presumen de la cantidad de turistas que abarrotaron el Principado, pero deberían plantearse si ese turismo es sinónimo de generación de riqueza y sirve para la recuperación de los pueblos. Quienes viven por esos pagos tienen una opinión al respecto. Dicen que es posible que hagan negocio cuatro alojamientos rurales y dos restaurantes, pero ahí se acaba la historia; todo lo demás son problemas.

Por eso, ateniéndonos a lo ocurrido este verano, suscribimos la idea de que los pueblos del medio rural no deberían ofrecerse como mercancía, ni sería lógico que se convirtieran en una especie de resort o parque temático para turistas con dinero. No puede ser que lo verde y lo natural se ofrezca como recambio de las playas mediterráneas. Deberíamos ser más prudentes y tomar nota de lo que dice el escritor Paul Theroux, especialista en turismo y viajes. “Siempre que un sitio gana fama de paraíso, acaba convirtiéndose en un infierno”. Así que habrá que tener cuidado porque es lo que puede pasarnos si seguimos ofreciendo Asturias como quien ofrece Magalluf o Benidorm.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 7 de septiembre de 2020

Escondimos la muerte y aparecieron los negacionistas

Milio Mariño

Siempre que veo o leo algo relacionado con los negacio- nistas, no puedo evitarlo, acabo riéndome a carcajadas. Lo malo es que luego, después de echar unas risas, reconozco que maldita la gracia y acabo con la moral por los suelos. Llego a la conclusión de que los argumentos es cierto que son de risa, que cuesta entender que alguien en sus cabales pueda creer semejantes tonterías, pero me asombra la cantidad de gente que logran reunir en las manifestaciones y la violencia con que tratan de imponer su insensatez y su locura a quienes nos mostramos solidarios y cumplimos con las normas establecidas.

Para ellos, para los negacionistas, el covid19 es una farsa; viene a ser como una gripe común y corriente. De la cuarentena dicen que es una privación de la libertad, un plan global para someter a los pueblos del mundo. Las mascarillas, consideran que no tienen ninguna eficacia, ni tampoco solvencia científica. Y, sobre las posibles y futuras vacunas, opinan que se trata de una conspiración mundial para implantarnos microchips y controlarnos a todos a través del 5G por obra y gracia de Bill Gates.

Todo un cúmulo de disparates, pero, por si no fueran bastantes, añadan la oposición a las medidas que se toman desde el poder, apelando a un sentimiento de rebeldía y a que no deberíamos ser tratados como borregos, y llegarán a la conclusión de que estamos ante el entramado perfecto para manipular a una población, sumida en la incertidumbre, que no sabe cómo enfrentarse a la dura situación económica, anímica y sanitaria.

Lo preocupante es que no se trata de cuatro chalados, cuentan con un amplio respaldo ideológico y político. Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y Johnson en el Reino Unido, países que en suman diez millones de contagiados y más de trescientos mil muertos, criticaban la cuarentena y defendían la inmunidad innata por la vía del contagio. Defendían, y algunos aún defienden, la inmunidad de rebaño, que es una lógica que prioriza los beneficios privados a costa de la salud de la población y coincide con las estrategias reaccionarias de otros cuantos líderes ultraderechistas como Salvini en Italia, Le Pen en Francia, Orbán en Hungría y Abascal en España.

La coincidencia entre el discurso de los negacionistas y el de la extrema derecha es para preocuparse. Pone de relieve que los insolidarios y quienes sostienen que la ira y el odio son motivadores y es cuestión de saber aprovecharlos, están ganado la batalla a esa parte, importante, de la sociedad que, con su sensatez y solidaridad, da ejemplo de civismo y cumple con las recomendaciones sanitarias.

Algunos analistas apuntan, y para mí dan el clavo, que la culpa de todo esto la tenemos quienes sí creemos en la existencia y mortalidad del virus. Todas estas tonterías negacionistas nos las hubiéramos ahorrado si hubiéramos mostrado la tragedia en su dimensión real. Si se hubieran difundido las imágenes de las UCIS y las morgues, allá por abril y mayo, y no los aplausos en los balcones y los bailecitos de las enfermeras y los médicos con los enfermos que se iban curando. Tuvimos miedo de mostrar la muerte, la escondimos para no avergonzarnos de nuestra incapacidad para encontrar un remedio, y ahora nos salen estos iluminados que niegan la evidencia y consideran que casi 50.000 muertos son poca prueba.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España