Nunca, como este verano, se había
visto tanta gente por los pueblos más remotos del paraíso asturiano. Fue como si,
de pronto, los urbanitas hubieran decidido reconquistar los lugares que ellos
mismos abandonaron y volvieran arrepentidos. Tal vez por el coronavirus, o
porque hay menos dinero, miles de personas dejaron el entorno donde solían pasar
las vacaciones y se instalaron en nuestros pueblos obligando a los lugareños a
compartir su espacio vital con quienes nunca habían pisado el medio rural ni en
sueños. Senderistas del asfalto, montañeros en chanclas, buscadores del hórreo
perdido y toda una serie de tipas y tipos que irrumpieron en las zonas más
apartadas igual que los jabalíes en una urbanización de chalets adosados. Descontrolados,
fuera de sitio y blandiendo el peregrino argumento de que venían a darles de
comer a los pobrecitos del pueblo.
Hubo quien dijo eso sin cortarse
ni un pelo. Y, como generalizar está feo, reconozco que no todos los que vinieron
merecían ser multados por hacer el canelo. Algunos se portaron y los hubo,
incluso, que reclamaron este territorio como propio. Hace poco leí un tuit en
el que un turista madrileño decía que tenía todo el derecho a ir donde quisiera
porque Asturias no es de los asturianos sino de todos. Si señor, tiene razón el
chulapo, pero de unos más que de otros porque no es lo mismo vivir en un lugar
que utilizarlo como patio de recreo.
Por supuesto que no es lo mismo.
Solo hay que preguntarles a los alcaldes y concejales de un buen número de ayuntamientos
asturianos. En Llanes, Ribadesella, Colunga y Caravia reclamaron la
intervención del Principado porque no podían con la carga del turismo. Llegaron
a la conclusión de que el turismo, este año, más que una bendición del cielo, supuso
un problema serio. Un problema cuya solución no pasa por resolverlo a las
bravas, que fue lo que intentaron en Sobrescobio, donde la senda de la Ruta del
Alba amaneció cortada con cuatro barricadas de árboles que impedían el paso a
los visitantes.
Así no se arreglan las cosas. De
todas maneras, es para tener en cuenta lo que decía la pancarta que colocaron
en lo alto de las barricadas: "Los pueblos no viven por los veraneantes, sobreviven
por sus habitantes".
La pancarta expresa el sentir de
muchos. Los políticos presumen de la cantidad de turistas que abarrotaron el
Principado, pero deberían plantearse si ese turismo es sinónimo de generación
de riqueza y sirve para la recuperación de los pueblos. Quienes viven por esos
pagos tienen una opinión al respecto. Dicen que es posible que hagan negocio
cuatro alojamientos rurales y dos restaurantes, pero ahí se acaba la historia;
todo lo demás son problemas.
Por eso, ateniéndonos a lo ocurrido este verano, suscribimos la idea de que los pueblos del medio rural no deberían ofrecerse como mercancía, ni sería lógico que se convirtieran en una especie de resort o parque temático para turistas con dinero. No puede ser que lo verde y lo natural se ofrezca como recambio de las playas mediterráneas. Deberíamos ser más prudentes y tomar nota de lo que dice el escritor Paul Theroux, especialista en turismo y viajes. “Siempre que un sitio gana fama de paraíso, acaba convirtiéndose en un infierno”. Así que habrá que tener cuidado porque es lo que puede pasarnos si seguimos ofreciendo Asturias como quien ofrece Magalluf o Benidorm.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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