Este mes de septiembre, hemos
vuelto a lo cotidiano sin habernos ido del todo. El sol y el buen tiempo no pudieron
con el virus y no conseguimos desconectar ni evadirnos porque siguieron los
contagios y el riesgo nos mantuvo en vilo. Pasó otro tanto con el sistema
sanitario, que tampoco pudo tomarse un respiro y reponer fuerzas para el temido
otoño. Prolongó la improvisación de cuando estalló la pandemia y siguió
funcionando con la sobrecarga de los rebrotes, parte del personal de
vacaciones, otros de baja y sin refuerzos que ayudaran ni sustitutos que cubrieran
las ausencias.
Así las cosas, los Centros de
Salud evolucionaron a peor y su situación se convirtió en más precaria. De
todas maneras, el gobierno del Principado optó por el discurso optimista y, a
la menor ocasión, sacó pecho presumiendo de lo bien que gestiona la salud
pública. Y es cierto. Asturias dista mucho de la desastrosa gestión llevada a
cabo por otros gobiernos autonómicos como el catalán o el madrileño. Pero, no
estar entre los peores no te convierte en extraordinario ni te garantiza el
aprobado.
No lo garantiza porque nuestro
sistema público de salud en su primer escalón, la atención primaria, suspendía
en junio y vuelve a suspender en septiembre, incluso con peores notas. El
tribunal calificador son los propios pacientes, que además de por el covid19
siguen enfermando por las enfermedades de siempre y reciben un trato que no alcanza
para el aprobado ni para sentirse orgullosos de la sanidad que tienen.
El sistema, ya saben cómo
funciona. Lo primero es llamar por teléfono. Y ya si tienes suerte, después de
quince o veinte llamadas, o dos días llamando, hablas con alguien del personal
administrativo, le explicas la causa de la llamada y es el propio
administrativo quien decide si el médico o el personal de enfermería van a
llamarte o, por el contrario, es él quien te da los consejos. Total, que acabas
contándole tus problemas de salud a una persona que no es el médico y no tiene
los conocimientos adecuados para evaluar cómo estás ni tampoco para tratarte.
Esta situación supone que nuestras
dolencias son valoradas, en principio, por quienes no están capacitados, que
los médicos recetan de oído, sin ver al paciente, y que los diagnósticos
telefónicos, en muchos casos, resultan equivocados. Pero hay más. Hay pacientes
que tienen la receta electrónica caducada, llaman al Centro de Salud y les
dicen que su médico está de vacaciones o saturado de trabajo y que cuando
vuelva o pueda ya les pondrá al día una medicación que, por otro lado, no pueden
dejar de tomar a diario. Da igual, quien se pone al teléfono les indica que se
lo adelanten en la Farmacia y que luego ya les devolverán el dinero. Cosa que,
por compasión, algunos farmacéuticos acaban haciendo, aún a riesgo de jugarse
el cocido.
La casuística, de lo que sucede en
los Centros de Salud, daría para un relato mucho más extenso y pormenorizado de
casos denunciables y situaciones lamentables de las que no tienen culpa los
pacientes ni, seguramente, el personal sanitario. Pero así estamos. La realidad
es la que es y no vale que quienes gobiernan se escuden en la incidencia del virus.
El virus es cierto que sigue ahí, pero el resto de las enfermedades también. No
han desaparecido porque nos impongan la barrera del teléfono.
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Milio Mariño