Siempre que veo o leo algo
relacionado con los negacio- nistas, no puedo evitarlo, acabo riéndome a
carcajadas. Lo malo es que luego, después de echar unas risas, reconozco que maldita
la gracia y acabo con la moral por los suelos. Llego a la conclusión de que los
argumentos es cierto que son de risa, que cuesta entender que alguien en sus
cabales pueda creer semejantes tonterías, pero me asombra la cantidad de gente
que logran reunir en las manifestaciones y la violencia con que tratan de
imponer su insensatez y su locura a quienes nos mostramos solidarios y cumplimos
con las normas establecidas.
Para ellos, para los negacionistas,
el covid19 es una farsa; viene a ser como una gripe común y corriente. De la
cuarentena dicen que es una privación de la libertad, un plan global para
someter a los pueblos del mundo. Las mascarillas, consideran que no tienen ninguna
eficacia, ni tampoco solvencia científica. Y, sobre las posibles y futuras vacunas,
opinan que se trata de una conspiración mundial para implantarnos microchips y
controlarnos a todos a través del 5G por obra y gracia de Bill Gates.
Todo un cúmulo de disparates,
pero, por si no fueran bastantes, añadan la oposición a las medidas que se
toman desde el poder, apelando a un sentimiento de rebeldía y a que no
deberíamos ser tratados como borregos, y llegarán a la conclusión de que
estamos ante el entramado perfecto para manipular a una población, sumida en la
incertidumbre, que no sabe cómo enfrentarse a la dura situación económica,
anímica y sanitaria.
Lo preocupante es que no se trata
de cuatro chalados, cuentan con un amplio respaldo ideológico y político. Trump
en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y Johnson en el Reino Unido, países que
en suman diez millones de contagiados y más de trescientos mil muertos, criticaban
la cuarentena y defendían la inmunidad innata por la vía del contagio. Defendían,
y algunos aún defienden, la inmunidad de rebaño, que es una lógica que prioriza
los beneficios privados a costa de la salud de la población y coincide con las
estrategias reaccionarias de otros cuantos líderes ultraderechistas como Salvini
en Italia, Le Pen en Francia, Orbán en Hungría y Abascal en España.
La coincidencia entre el discurso
de los negacionistas y el de la extrema derecha es para preocuparse. Pone de
relieve que los insolidarios y quienes sostienen que la ira y el odio son
motivadores y es cuestión de saber aprovecharlos, están ganado la batalla a esa
parte, importante, de la sociedad que, con su sensatez y solidaridad, da
ejemplo de civismo y cumple con las recomendaciones sanitarias.
Algunos analistas apuntan, y para
mí dan el clavo, que la culpa de todo esto la tenemos quienes sí creemos en la
existencia y mortalidad del virus. Todas estas tonterías negacionistas nos las
hubiéramos ahorrado si hubiéramos mostrado la tragedia en su dimensión real. Si
se hubieran difundido las imágenes de las UCIS y las morgues, allá por abril y
mayo, y no los aplausos en los balcones y los bailecitos de las enfermeras y
los médicos con los enfermos que se iban curando. Tuvimos miedo de mostrar la
muerte, la escondimos para no avergonzarnos de nuestra incapacidad para
encontrar un remedio, y ahora nos salen estos iluminados que niegan la
evidencia y consideran que casi 50.000 muertos son poca prueba.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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