lunes, 28 de enero de 2019

Los ricos viven más

Milio Mariño


Esta semana de lluvia y frio en el cuerpo conocimos un informe que nos calentó la cabeza. Un informe, de Oxfam-Intermón, en el que se dice que España es el cuarto país más desigual de la Unión Europea, solo superado por Bulgaria, Lituania y Letonia, y que aquí la esperanza de vida, entre ricos y pobres, es claramente favorable a los ricos, pues los ricos de Barcelona viven once años más que los pobres y los de Madrid casi siete.

Asturias no aparece, pero cabe suponer que las cifras serán similares y habrá diez años de diferencia entre lo que vivirán algunos y lo que viviremos los demás. Es decir, que a los ricos les dará tiempo a disfrutar de sus nietos, viajar a dónde siempre han soñado y darse a la buena vida mientras que, a los pobres, la vida perra que les ha tocado vivir y contra la que han luchado hasta la jubilación, les perseguirá mientras vivan y les robará también la posibilidad de disfrutar de una vejez un poco más larga y un poco más feliz.

Que los ricos vivían bien era sabido. Ahora que, además de vivir bien, vivan más años no voy a decir que sea una sorpresa, pero supone una injusticia añadida y pone en cuestión todos esos consejos que nos venían dando para vivir muchos años. Ya saben, todo eso de llevar una vida saludable, sustentada en no cometer excesos, seguir una dieta equilibrada y hacer ejercicio machacándote en el gimnasio. Que, a lo mejor, es sano, no voy a decir que no, pero ahora descubrimos que tener unos cuantos ceros en las cifras de tu cuenta bancaria te proporciona una salud de hierro y permite que vivas diez años más que quienes cobran el salario mínimo.

Pienso, por tanto, que toca desengañarse. La vida saludable no consiste en comer mucho brócoli y correr por una cinta hasta que salpicas de sudor al vecino. Consiste en comer bien, no dar palo al agua y tener dinero para gastarlo en lo que te apetezca. Detalles que uno ya sospechaba, influido por un amigo, mecánico, que siempre que sale este tema hace la misma pregunta. Oye una cosa: ¿Cómo dura más un motor… engrasado y a techo o funcionando constantemente?

Intuyo que coincidimos en la respuesta, pero voy más allá. Quien nos dice que lo que hoy nos venden como vida saludable, dentro de cien años no será considerado como un disparate. Nadie sabe si los antropólogos, del siglo XXII, no se llevarán las manos a la cabeza al comprobar que la gente, en 2019, después de trabajar ocho horas, se metía en un gimnasio y pasaba su tiempo libre levantando pesas o encima de una bicicleta estática sudando la gota gorda. De modo que ya les digo, mejor ahorramos el sufrimiento y jugamos a la bonoloto. Vida saludable es la que hacen los ricos. Ahí tienen los resultados. Y, esperen porque, al parecer, no se conforman con vivir diez años más que nosotros, ahora la meta es rebasar la barrera de los cien en unas condiciones como si tuvieran setenta.

Seguro que lo consiguen. Comen mejor, van a mejores escuelas, visten mucho mejor, tienen mejores médicos y toman mejores medicinas. Así que casi parece lógico que vivan más que nosotros. El problema es que creen que se lo merecen porque ellos también son mejores.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 21 de enero de 2019

Mejor hablamos del tiempo

Milio Mariño

Pueden pensar, sí quieren, que no se me ocurría nada para el artículo de esta semana. Pero no fue así, tenía temas de sobra. Podía hablar del lio del Brexit, la influencia de Vox, Villarejo y las cloacas, los Presupuestos del Estado, o el ridículo de los bancos gastando millones de euros en espías de pacotilla. Podía hablar de mil cosas, lo único que ya está todo tan hablado que volver con lo mismo resulta un peñazo. Así que llegué a la conclusión de que lo mejor era hablar del tiempo. Al fin y al cabo, es un tema en el que no caben las discusiones ni los malos rollos. Puestos a ello, seguro que vamos a estar de acuerdo en si llueve o hace sol. Podemos discrepar en cuanto a si hay más o menos frio, pero es una discrepancia menor, un matiz que no enturbia la conversación ni nos quita de ser amigos.

Ya se que hablar no es escribir y se supone que el papel está para algo más que para la cháchara insustancial, pero hablar del tiempo es algo que nos gusta a todos. Acaba de ratificarlo una encuesta, publicada hace poco, en la que se dice que el noventa por ciento de los ingleses hablan del tiempo, por lo menos, dos o tres veces al día. No somos ingleses, pero como tenemos un clima parecido y en cuanto a la forma de ser ahí andamos, es muy probable que nosotros hablemos del tiempo, incluso, más veces que ellos.

Hablar del tiempo, estos días, es hablar del frío. Algo tan antiguo que mucha gente creía que había desaparecido o estaba en vías de extinción. Por ya ven que no. El frío ha vuelto y ha llegado, incluso, al sur, aunque muchos piensen que no hace ni la mitad de frio que cuando éramos niños. A mí también me lo parece, de modo que soy de los que meten baza cuando oigo hablar de charcos como cubiteras de hielo, carámbanos que colgaban de los tejados y aquellas orejas que cambiaban de color, convirtiéndose en berenjenas, entre violeta y morado. Aquello sí era frio, pero no un frío elegante como el que suele hacer en las estaciones de esquí, sino un frío pobre y domestico que calaba hasta los huesos y solo podíamos combatirlo con las cocinas de carbón. Es más, casi me atrevería a decir que era un frio dictatorial que se hizo democrático cuando llegó la calefacción. Fue un salto importante, de ahí que pensemos que ahora hace menos frio que cuando éramos niños. Pero no es verdad. El frio es el mismo solo que tenemos más y mejores medios.

De todas maneras, hay quien se olvida de lo que supuso la calefacción y lo achaca, todo, a que el clima ha cambiado. Por supuesto que ha cambiado, pero sigue habiendo frio y, los que recordamos aquel frio antiguo, no creemos que sea cosa de volver a los tiempos de la cocina de carbón. Volveríamos a peor. Por eso se me ocurrió hablar del tiempo, porque es bueno recordar estas historias a los jóvenes y no tan jóvenes; a los que viven en una comodidad que, creen, nunca pueden perder.

Hay frio, claro que sí, pero para combatirlo no creo que la mejor opción sea volver al brasero. Seguro que saben por dónde voy t lo que les quiero decir.

Milio Mariño / Articulo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 14 de enero de 2019

El futuro regresa al pasado

Milio Mariño


Suele decirse que los comienzos de año son propicios para un tiempo nuevo, tanto en lo individual como en lo colectivo. Un tiempo que apunta a que los nietos añoran lo vivido por sus abuelos. Esa parece ser la tendencia, en política, a tenor de las elecciones andaluzas y de lo que pronostican para las autonómicas y municipales que se celebrarán en mayo. Los votos, acabamos de verlo, han propiciado esa triple alianza, PP, Vox, Ciudadanos, que nos devuelve al pasado. Pero no a un pasado cualquiera, a nuestro pasado, al pasado de los abuelos. A la España franquista, machista y retrograda que creíamos superada y ha vuelto invocada por un partido que acaba de salir del armario y presume de lo que nadie debería presumir nunca. De estar en contra de la igualdad de género y de muchos de los avances sociales que con tanto esfuerzo fuimos consiguiendo en estos últimos años.

No será para tanto, dirán algunos. Pues no sé, pero a las pruebas me remito. Acabar con el estado autonómico, crear una consejería de Familia con un plan para el aumento de la natalidad, segregar la escuela por sexos, una ley de protección de la tauromaquia, otra ley de Protección de la Cultura Popular que incluya potenciar la Semana Santa, la caza y el flamenco, derogar la ley de igualdad de género. Y, algo parecido a fomentar el ejemplo de “La vieja del visillo”. Eso de que el vecino denuncie al emigrante para expulsarlo.

Por lo visto, ya no sirve aquella hipótesis según la cual eran las clases medias moderadas las que decidían el resultado electoral. La moderación ha pasado a mejor vida. Tampoco parece que tenga atractivo lo de proponer una sociedad justa, igualitaria, democrática y tolerante. Ahora lo que se lleva es alentar el rencor individual para acrecentarlo y que el elector clame venganza. Es fomentar el resentimiento. Fabricar un enemigo, inexistente, al que se atribuyen todos los males y poner en bandeja la posibilidad de vengarse votando a quien prometa ejecutar la venganza. A quien se presente como la mejor opción para darles un puñetazo en el estómago a los que nos han fallado y no han colmado nuestras expectativas.

No cabe duda de que alguien tiene que ser responsable de nuestros males: de que estemos en el paro o trabajando por un sueldo de miseria, de que comprar una vivienda sea imposible y alquilarla se haya puesto por las nubes y de lo difícil que es, para los jóvenes, llevar una vida digna.

 Venían diciéndonos que la culpa es del capitalismo ultraliberal y los gobiernos que lo amparan y no toman medidas, pero hay quien dice que no. Que la culpa es de los inmigrantes, los homosexuales, el feminismo, el separatismo catalán y el escaso apoyo a los toros, el flamenco y las clases de religión.

Podrá parecer que pensar así es absurdo, pero ese discurso ha calado y se ha traducido en votos. Y más que se anuncian porque, a través del populismo, el fascismo está de regreso. Ha vuelto, aunque muchos teman decirlo y utilicen mil eufemismos para esquivar la palabra por miedo a lo que significa. No se atreven a decir fascismo porque implica reconocer que volvemos a un pasado que nos asusta. Pero como decía Philip K. Dick, la realidad, aunque no la queramos ver, es aquello que sigue ahí.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 7 de enero de 2019

Regalos que son otra cosa

Milio Mariño


Los lunes suelen tener mala fama, pero vamos por el tercer lunes que es medio fiesta o fiesta entera. Nochebuena, nochevieja y ahora este lunes de Reyes que lo ponen festivo y viene al pelo por aquello de que empiezan las rebajas y habrá mucha gente que aproveche para cambiar los regalos. Una moda que ha ido ganando terreno y nos ha metido en el lío de que todo el mundo haga lo mismo. Me refiero a que los regalos ya no se hacen para que los disfrute quien los recibe, se hacen para que pueda cambiarlos por otra cosa.

En eso estamos. Ahora, lo primero que dice, quien te hace un regalo, es que puedes cambiarlo o que, incluso, te devuelven el dinero. Algo que se presenta como una ventaja y pienso que es una faena para quien regala, pues ha hecho un esfuerzo por acercarse a tus gustos y estar presente en tu vida a través del recuerdo que supone un regalo. Pero la gente va a lo práctico, no le importa sacrificar el regalo.

Ayer, en muchos hogares, supongo que se oiría esto: Si que me gusta, me encanta. No sabes el tiempo que llevaba pensando en comprarme algo así. La respuesta es de libro, figura en el manual de cumplidos, solo que, pasados unos minutos, después del entusiasmo inicial, la cara dibuja un gesto y ya pueden adivinar la pregunta: ¿Has dicho que puedo cambiarlo?

Todos regalamos y esperamos que nos regalen. Que nos regalen cosas, no que hagan lo que muchos hacen con sus hijos y sus nietos. Yo al mío le doy 100 euros y que compre lo quiera, no me rompo la cabeza. Pues no se la rompa pero que sepa que el chico, o la chica, no malgastará el dinero en algo que sabe que acabarán comprándole sus padres y lo que debería ser un regalo será para el botellón o una juerga con los amigos.

Otro problema, que habrá surgido estos días, es lo mucho que sufren algunos cuando tienen que hacer un regalo. Hay casos en que supone, casi, una tortura. Y qué le regalamos a Fulano, si tiene de todo, si no hay cosa que no tenga, preguntaba, angustiada, una señora a su amiga.

Estuve por sugerirles que probaran con un libro, pero como las señoras tenían, más o menos, mi edad y el Fulano sería de una edad parecida, lo mismo estaban pensando en regalarle un patinete eléctrico, de esos que son un peligro, y me pareció de mal gusto quitarles la ilusión. Los regalos son un asunto muy delicado, sobre todo para los que venimos de una época en la que nunca había sorpresas, siempre nos regalaban ropa interior y unos calcetines de rombos.

Ahora es distinto, los regalos son otra cosa. Lo digo por experiencia. ¿Una chaqueta de punto? Pero si ya tengo una, protesté de forma amable, dando a entender, a mis hijos, que no hacía falta que gastaran un dineral. Lo sabemos, pero esa que tienes está anticuada y muy gastada por los codos. Además, si no te gusta, puedes cambiarla.

Cualquiera les decía que la nueva es horrorosa. Soy de los de antes, de los que no cambian los regalos porque entienden que es una faena. Así que me quedaré con ella y les haré sufrir. La pondré los domingos, que es cuando vienen a comer.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España