lunes, 21 de enero de 2019

Mejor hablamos del tiempo

Milio Mariño

Pueden pensar, sí quieren, que no se me ocurría nada para el artículo de esta semana. Pero no fue así, tenía temas de sobra. Podía hablar del lio del Brexit, la influencia de Vox, Villarejo y las cloacas, los Presupuestos del Estado, o el ridículo de los bancos gastando millones de euros en espías de pacotilla. Podía hablar de mil cosas, lo único que ya está todo tan hablado que volver con lo mismo resulta un peñazo. Así que llegué a la conclusión de que lo mejor era hablar del tiempo. Al fin y al cabo, es un tema en el que no caben las discusiones ni los malos rollos. Puestos a ello, seguro que vamos a estar de acuerdo en si llueve o hace sol. Podemos discrepar en cuanto a si hay más o menos frio, pero es una discrepancia menor, un matiz que no enturbia la conversación ni nos quita de ser amigos.

Ya se que hablar no es escribir y se supone que el papel está para algo más que para la cháchara insustancial, pero hablar del tiempo es algo que nos gusta a todos. Acaba de ratificarlo una encuesta, publicada hace poco, en la que se dice que el noventa por ciento de los ingleses hablan del tiempo, por lo menos, dos o tres veces al día. No somos ingleses, pero como tenemos un clima parecido y en cuanto a la forma de ser ahí andamos, es muy probable que nosotros hablemos del tiempo, incluso, más veces que ellos.

Hablar del tiempo, estos días, es hablar del frío. Algo tan antiguo que mucha gente creía que había desaparecido o estaba en vías de extinción. Por ya ven que no. El frío ha vuelto y ha llegado, incluso, al sur, aunque muchos piensen que no hace ni la mitad de frio que cuando éramos niños. A mí también me lo parece, de modo que soy de los que meten baza cuando oigo hablar de charcos como cubiteras de hielo, carámbanos que colgaban de los tejados y aquellas orejas que cambiaban de color, convirtiéndose en berenjenas, entre violeta y morado. Aquello sí era frio, pero no un frío elegante como el que suele hacer en las estaciones de esquí, sino un frío pobre y domestico que calaba hasta los huesos y solo podíamos combatirlo con las cocinas de carbón. Es más, casi me atrevería a decir que era un frio dictatorial que se hizo democrático cuando llegó la calefacción. Fue un salto importante, de ahí que pensemos que ahora hace menos frio que cuando éramos niños. Pero no es verdad. El frio es el mismo solo que tenemos más y mejores medios.

De todas maneras, hay quien se olvida de lo que supuso la calefacción y lo achaca, todo, a que el clima ha cambiado. Por supuesto que ha cambiado, pero sigue habiendo frio y, los que recordamos aquel frio antiguo, no creemos que sea cosa de volver a los tiempos de la cocina de carbón. Volveríamos a peor. Por eso se me ocurrió hablar del tiempo, porque es bueno recordar estas historias a los jóvenes y no tan jóvenes; a los que viven en una comodidad que, creen, nunca pueden perder.

Hay frio, claro que sí, pero para combatirlo no creo que la mejor opción sea volver al brasero. Seguro que saben por dónde voy t lo que les quiero decir.

Milio Mariño / Articulo de Opinión / Diario La Nueva España

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