Suele decirse que los comienzos
de año son propicios para un tiempo nuevo, tanto en lo individual como en lo
colectivo. Un tiempo que apunta a que los nietos añoran lo vivido por sus
abuelos. Esa parece ser la tendencia, en política, a tenor de las elecciones andaluzas
y de lo que pronostican para las autonómicas y municipales que se celebrarán en
mayo. Los votos, acabamos de verlo, han propiciado esa triple alianza, PP, Vox,
Ciudadanos, que nos devuelve al pasado. Pero no a un pasado cualquiera, a
nuestro pasado, al pasado de los abuelos. A la España franquista, machista y
retrograda que creíamos superada y ha vuelto invocada por un partido que acaba
de salir del armario y presume de lo que nadie debería presumir nunca. De estar
en contra de la igualdad de género y de muchos de los avances sociales que con
tanto esfuerzo fuimos consiguiendo en estos últimos años.
No será para tanto, dirán
algunos. Pues no sé, pero a las pruebas me remito. Acabar con el estado
autonómico, crear una consejería de Familia con un plan para el aumento de la
natalidad, segregar la escuela por sexos, una ley de protección de la
tauromaquia, otra ley de Protección de la Cultura Popular que incluya potenciar
la Semana Santa, la caza y el flamenco, derogar la ley de igualdad de género. Y,
algo parecido a fomentar el ejemplo de “La vieja del visillo”. Eso de que el
vecino denuncie al emigrante para expulsarlo.
Por lo visto, ya no sirve aquella
hipótesis según la cual eran las clases medias moderadas las que decidían el
resultado electoral. La moderación ha pasado a mejor vida. Tampoco parece que
tenga atractivo lo de proponer una sociedad justa, igualitaria, democrática y
tolerante. Ahora lo que se lleva es alentar el rencor individual para
acrecentarlo y que el elector clame venganza. Es fomentar el resentimiento. Fabricar
un enemigo, inexistente, al que se atribuyen todos los males y poner en bandeja
la posibilidad de vengarse votando a quien prometa ejecutar la venganza. A
quien se presente como la mejor opción para darles un puñetazo en el estómago a
los que nos han fallado y no han colmado nuestras expectativas.
No cabe duda de que alguien tiene
que ser responsable de nuestros males: de que estemos en el paro o trabajando por
un sueldo de miseria, de que comprar una vivienda sea imposible y alquilarla se
haya puesto por las nubes y de lo difícil que es, para los jóvenes, llevar una
vida digna.
Venían diciéndonos que la culpa es del
capitalismo ultraliberal y los gobiernos que lo amparan y no toman medidas,
pero hay quien dice que no. Que la culpa es de los inmigrantes, los
homosexuales, el feminismo, el separatismo catalán y el escaso apoyo a los
toros, el flamenco y las clases de religión.
Podrá parecer que pensar así es absurdo,
pero ese discurso ha calado y se ha traducido en votos. Y más que se anuncian porque,
a través del populismo, el fascismo está de regreso. Ha vuelto, aunque muchos teman
decirlo y utilicen mil eufemismos para esquivar la palabra por miedo a lo que
significa. No se atreven a decir fascismo porque implica reconocer que volvemos
a un pasado que nos asusta. Pero como decía Philip K. Dick, la realidad, aunque
no la queramos ver, es aquello que sigue ahí.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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