lunes, 26 de diciembre de 2022

La noche mejor

Milio Mariño

Coincidió este año que después de la Nochebuena vino la noche mejor. Fue, muy probablemente, la noche de ayer, cuando todavía quedaba comida y turrón de la noche anterior, no estábamos obligados a ningún postureo hipócrita, los familiares insopor- tables ya se habían ido a sus casas y hoy no teníamos que madrugar porque vuelve a ser fiesta otra vez. Fiesta sin nada que celebrar, que es lo bueno, ya que el imperativo de divertirnos por obligación no suele resultar nada bien.

La noche de ayer seguro que fue estupenda para muchos y sobre todo para los que, cada vez son más, detestan la navidad. Gente que no soporta las comidas familiares y de empresa, la coacción de tener que hacer regalos por estas fechas y la de aparentar que vive bien y es plenamente feliz. Otro dato relevante es que, en la noche de ayer, posiblemente fueran bastantes menos los que pusieron el móvil encima de la mesa para consultarlo mientras cenaban.

Menciono lo del móvil porque una encuesta, publicada hace poco, reflejaba que el año pasado, por nochebuena, solo dos de cada diez hogares españoles habían logrado cenar sin ningún teléfono sobre la mesa. La mayoría de los encuestados confesaba que tenía la sensación de que durante la cena habían estado más pendientes del móvil que de su familia. Y lo que es peor, todos mostraban su desacuerdo con esa forma de proceder pero, al mismo tiempo, aseguraban que les interesaban más los mensajes que recibían por WhatsApp que lo que, en ese momento,  se hablaba en la mesa.

Las familias ya no son lo que eran. Y las cenas de nochebuena tampoco. Aquella  familia que conocimos, en la que convivían el matrimonio, los hijos, los abuelos y algún pariente que se había quedado solo, está en vías de extinción. Ahora hay familias que son una persona y un perro. Y viven tan ricamente. Lo único que los perros, y los gatos, es posible que pongan ojitos cuando ven las bolas del árbol, pero no están por la labor de abrazarse a sus dueños y compartir la nochebuena con ellos.

La navidad ha cambiado mucho. Casi sin darnos cuenta nos hicimos mayores y no advertimos que la sociedad había cambiado de forma que hoy, en Europa, un tercio de los habitantes de las grandes ciudades viven solos. Eso sin contar los ancianos, que figuran como que viven acompañados al precio de compartir su soledad, en las residencias, con la de otros que también son un estorbo para sus familias.

La noche de ayer tal vez no fuera buena para el jolgorio, la alegría y los aplausos, pero seguro que fue mejor para la melancolía, la tristeza, la falta de afecto y la sensación de abandono. De todo eso, seguramente, hubo menos. Otra ventaja, que algunos valoran, es que no fue precedida por el mensaje de ningún monarca que nos recordara que nuestras preocupaciones son las suyas, que debemos ser optimistas y que con sacrificio y esfuerzo saldremos adelante porque Dios aprieta pero no ahoga.

 Fue una noche discreta, silenciosa y sin ambiciones. Una noche con la luna en fase creciente que, como saben, aporta energía positiva, mejora la salud y refuerza nuestra vitalidad. Y, para mayor mérito, confirma que los días han vuelto a crecer. De momento poco a poco, al paso de la gallina, pero pronto será de día después de las seis.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 19 de diciembre de 2022

El frío es más sano con calefacción

Milio Mariño

Mientras disfrutaba del calor de una vieja cocina de carbón, que antes era cosa de pobres y ahora de unos pocos privilegiados, abrí el periódico y leí que la venta de bolsas de agua caliente y mantas de lana se había incrementado un 47 por ciento. No me extraña. El precio de la energía está obligándonos a volver al pasado, así que tampoco me extrañaría que los bares hicieran su agosto vendiendo caldos de pita y aquellos fervíos de vino blanco que estaban de moda en tiempos de Maricastaña. El frio hay que combatirlo como se pueda por más que digan que es bueno para la salud y haya gente que se baña en el mar, en invierno, y otros salgan a correr cuando caen esas heladas que convierten las orejas en dos berenjenas preciosas.

Se insiste mucho en que el frio es sano y que si no pasas frío tú cuerpo no está preparado para afrontar ninguna adversidad, pero yo prefiero la calefacción aunque perjudique mí salud. Me parece un disparate que en EE.UU  triunfen los spas que ofrecen congelarte, a varios grados bajo cero, durante unos minutos, para que mejores el sistema inmunológico. Pienso que volver al frío es volver al pasado y a la vieja idea de que hay que sufrir porque sufriendo nos hacemos fuertes y vivimos más. Hace poco, el famoso neurólogo Christopher Winter dijo que dormir en una habitación fría, con una temperatura inferior a la que se considera de confort, mejora la calidad del sueño y es muy bueno para la salud.

Mosquea un poco que, precisamente ahora, aparezcan tantas opiniones en el sentido de que pasar frío nos viene de maravilla. Me recuerda otro debate a propósito de la gordura y la delgadez. Algunos expertos también aseguran que es más peligroso estar gordo que pasar hambre. Según la OMS la obesidad produce más muertes que la delgadez. Cuesta creerlo pero, a lo mejor, en esos países de África en los que solo está gordo el Presidente del Gobierno, su familia y los militares a partir de Teniente Coronel, la población disfruta de una salud envidiable.

Los profetas del frío están poniendo mucho empeño en convencernos, pero, suponiendo que sea cierto que el frío mejora el sistema inmunológico y mantiene muy activo nuestro cerebro, habría que preguntarles qué hacemos con las orejas y los pies, que también son nuestros.

Este debate sería uno más si no fuera que se convierte en dramático por lo caro que se ha puesto protegernos del frío. Los cálculos para este invierno apuntan que más de 35 millones de europeos no podrán mantener sus hogares a la temperatura adecuada  y tendrán que elegir entre poner la calefacción o poner comida en la mesa. Un dilema terrorífico que, para los amantes de la vida sana, será una bendición, pues, según ellos, el hambre y el frio son mejores que la gordura y el calor.

Que se esfuercen en convencernos de que pasar hambre y frío es más sano que comer bien y disfrutar de una temperatura agradable provoca una sonrisa que, enseguida, se congela y se convierte en mueca de estupor. Estamos para pocas bromas. La intención tal vez sea buena, pero alguien debería explicarles que no es lo mismo pasar frio por deporte que envolverte en una manta porque el sueldo no te alcanza para pagar la calefacción.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de diciembre de 2022

Cargar con el muerto

Milio Mariño

Hace un par de años, cuando aquello de la pandemia, aprendimos a contar muertos y, enseguida, nos hicimos unos expertos. Un día contábamos mil y pico y al siguiente celebrábamos que murieran treinta o cuarenta menos. Luego vinieron las discusiones de si Madrid y Cataluña registraban bien los datos o hacían trampas con el recuento macabro, pero lo que empezó siendo un golpe brutal que noqueaba nuestros cerebros acabó convirtiéndose en un dato estadístico que enseñábamos satisfechos si los fallecidos iban a menos o nuestra Comunidad Autónoma estaba por debajo de otras que la superaban en número.

Por aquel tiempo, empezamos a dar mayor o menor importancia a los muertos, dependiendo de si eran jóvenes o viejos, o habían muerto aquí o muy lejos. Y, como todo es empezar, fuimos degenerando hasta la crueldad de que los muertos solo merecen ser contados si cuentan en realidad. Es decir, si sus vidas valen para algo o no valen nada.

Puede parecer tardísimo, pero fue entonces, con la pandemia, cuando descubrimos nuestra condición de mortales. Y entramos en pánico. Estuvimos  así la tira de tiempo, pero, ahora, los muertos ya no nos alteran ni nos preocupan en absoluto. Cuando hablan de ellos nos es indiferente. La prueba la tenemos en que la discusión sobre los muertos de Melilla se centró en si murieron a este o al otro lado de la valla. Se discutieron los centímetros, no las causas. Las causas son lo de menos, lo que importa es colocarlos donde no estorben.

No fue un caso aislado, acaba de pasar otro tanto con los 6.500 trabajadores que murieron en Qatar construyendo los estadios de futbol que hicieron posible la Copa del Mundo. Según iban muriendo, los metían en un avión y los mandaban a la India, Pakistán, Nepal, Bangladesh o Sri Lanka, con la excusa de que habían muerto por causas naturales. No era mentira del todo, es natural que murieran trabajando a 50 grados de calor en unas obras gigantescas y, para ellos, desconocidas.

La sociedad actual y, en particular, los políticos no demuestran demasiado interés por los muertos. Especialmente si son incomodos: negros, pobres, inmigrantes, viejos o difíciles de colocar por lo escandaloso de su muerte. Nos hemos vuelto más inhumanos y más egoístas y cobardes. Los muertos ya no nos causan pudor, piedad ni vergüenza. Hace poco, Ayuso salió en El Hormiguero diciendo que investigar lo sucedido en las residencias de Madrid, donde murieron 6.187 ancianos abandonados a su suerte, sin atención hospitalaria, era ahondar en un dolor innecesario.

Ayuso sabrá a qué dolor se refiere porque no parece que le duelan mucho. Tampoco parece que duelan los muertos de la guerra entre Rusia y Ucrania. Nadie se hace cargo de contarlos, son un escombro más; un residuo que no sirve para medir la magnitud del sufrimiento.

Al final, nadie quiere cargar con el muerto. Es como si retrocediéramos siete siglos y volviéramos a la Edad Media, que fue cuando se inventó la famosa frase. Entonces, cuando se hallaba el cadáver de una persona y no se podía determinar la identidad del asesino, el pueblo en el que había aparecido estaba obligado a pagar una multa. Así que, con el fin de eludir la multa, los vecinos se daban toda la prisa del mundo para cargarlo en lo que fuera y trasladarlo al pueblo de al lado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 21 de noviembre de 2022

Tres maniquís rumbo a la luna

Milio Mariño

Cuando ya teníamos asumido que la robotización eliminaría millones puestos de trabajo, ahora nos vienen con que una profesión que creíamos de futuro, la de astronauta, también puede quedar en nada. El pasado miércoles, la nave espacial Orión partió rumbo a la luna con una tripulación de tres maniquís y dos muñecos: los maniquís Moonikin, Helga y Zohar, el perro Snoopy y la oveja Shaun.

Astronautas, ninguno. Dice la NASA que más adelante, en 2025, intentarán poner en la Luna a una mujer y una persona de color. A estas alturas, decir  intentarán, supone adelantar a noviembre el día de los inocentes. Es muy mosqueante que Armstrong pisara la luna el 21 de julio de 1969 y ahora, 53 años después, manden tres maniquís y dos muñecos. Solo faltaba que aquello que algunos creímos ver en directo fuera mentira.

Recuerdo que nos reíamos de la gente que ponía en duda lo que, para nosotros, era incuestionable pero, a lo largo de estos años, fue ganando terreno la teoría de que todo obedeció a una operación de propaganda, montada por los americanos para demostrar su poderío frente a la Unión Soviética. También tomó cuerpo otra versión, que algunos consideran más creíble, en la que se acepta que Armstrong estuvo en la Luna, pero que las fotos se hicieron en Houston debido a que las originales contenían imágenes de ovnis y seres extraterrestres.

Cualquiera de las dos versiones certifica que nos engañaron. Y, puestas así las cosas, lo mejor sería que la versión verdadera fuera la falsa. No quiero pensar que sea cierto que Armstrong y Aldrin se encontraran con lunáticos extraterrestres y que las autoridades americanas destruyeran las fotos para que no viéramos lo que Cyrano de Bergerac contó, hace siglos, en su obra “El otro mundo”.

Recurro a Cyrano porque su versión me entusiasma. Cuenta que la luna está habitada, pero sólo los animales andan sobre dos patas. Nuestros equivalentes, los lunáticos, son cuadrúpedos que utilizan sus cuatro extremidades. Según Cyrano, en la luna hay dos idiomas: el del pueblo y el de la grandeza. Éste último es melódico y, en caso de afonía, puede suplirse con instrumentos musicales. El pueblo, en cambio, no tiene voz, solo se expresa con sonidos guturales. Pero lo más curioso, lo llamativo, es que los lunáticos se alimentan por el olor, de modo que en vez de comer se desnudan ya que así absorben mejor los nutritivos vapores. Hay otro dato que me parece definitivo. Dice Cyrano que los aborígenes de la luna lucen un enorme pene que ciñen a su cintura y, a diferencia de los humanos, son tan desinhibidos que no se avergüenzan de sus genitales.

Lo que dice Cyrano es cuestionable, sobre todo lo relativo al tamaño del pene, pero llama la atención que la NASA esté completando un estudio para averiguar por qué los astronautas, cuando salen al espacio, sufren unas erecciones tremendas.

La luna sigue siendo un grandísimo misterio como también lo es que en 1969 viéramos a un ser humano pisar la superficie lunar, no volviéramos en 53 años y ahora manden a tres maniquís. Alguna explicación habrá. Mientras no la encontremos seguiremos dándole vueltas a si esto de mandar maniquís será para engañar a los extraterrestres, caso de que los haya, o para engañarnos a nosotros, dado que los maniquís difícilmente podrán contar lo que vean allí.

 Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 14 de noviembre de 2022

Los Bancos piden comprensión

Milio Mariño

Hay días que uno se enfada leyendo el periódico y el enfado le dura hasta que encuentra algo gracioso. Que no es fácil. Pero las noticias, a veces, son como las plantas: tienen raíces amargas y frutos dulces. Fue el caso porque primero me enfadé y luego acabé riéndome con eso de que Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, pida que seamos comprensivos cuando los bancos repercutan el coste del nuevo impuesto en la concesión de créditos y otros servicios.

No hacía falta que la señora Lagarde lo pidiera; somos comprensivos por naturaleza. Comprendemos lo que nos pide. Lo que no comprendemos es que se atreva a pedirlo. Debe ser que la memoria le falla y ya no recuerda que fueron, precisamente, los Bancos los que provocaron la crisis de 2008, por conceder préstamos a quienes sabían que no podían devolverlos y por meterse en negocios de alto riesgo utilizando nuestro dinero. Seguro que si lo piensa recordará que las únicas víctimas de aquella debacle fuimos nosotros, los ciudadanos de a pie, que habíamos entregado nuestros ahorros a los que parecían serios banqueros y resultaron como los del timo de la estampita. Nosotros fuimos las víctimas y, encima, fuimos tan comprensivos que consentimos que los gobiernos de, prácticamente, todo el mundo regalaran a los Bancos toneladas de dinero para cubrir las apabullantes pérdidas de su desastrosa gestión.

Pero ahí no acabó la cosa. Tiempo después nos enteramos de que las entidades bancarias a las que se había ayudado con dinero público, invirtieron buena parte de las ayudas en pagar sueldos millonarios a sus cargos directivos y a todos los que percibían lo que llaman “bonus”, que es algo así como un impuesto revolucionario a cargo de quienes todavía seguimos guardando en los Bancos el poco dinero que aún nos queda.

Tal vez, desde las alturas del cargo, la señora Lagarde no lo perciba, pero somos muy comprensivos. Comprendemos casi todo y de los Bancos hasta lo incomprensible. Hasta que estén preocupados por el nuevo impuesto a la banca que les va a poner Pedro Sánchez. Al fin y al cabo, de enero a septiembre, los principales Bancos de España solo han ganado 16.000 millones de euros. Una millonada para nosotros que, para los Bancos, será calderilla. Y si, encima, tienen que pagar un nuevo impuesto es comprensible que no les llegue la camisa al cuerpo. La situación es para preocuparse, de ahí que pidan qué seamos comprensivos y les echemos una mano.

Lo comprendemos perfectamente. El problema es que hemos arrimado tanto el hombro; hemos perdido tantos sueldos, empleos, viviendas, ahorros y hasta hemos tenido que ayudar tanto a nuestros hijos que ahora mismo, aunque quisiéramos, no podríamos ayudarlos. Lo mismo piensan que si nos apretamos un poco… Qué se yo, si aguantamos la subida de la inflación, la subida de los tipos de interés, la hipoteca, el gas, la electricidad… Igual de ahí podríamos sacar algunos euros y ayudarlos con el nuevo impuesto.

 Imposible. Y, eso que resulta conmovedor que los Bancos nos pidan comprensión. Comprender, los comprendemos, como no vamos a comprenderlos, otra cosa es que podamos ayudarlos. Lo que sí podemos y casi me atrevo a garantizar que harán muchísimas personas, para tranquilidad de la señora Lagarde y el resto de sus colegas banqueros, es que, a los Bancos, los tendrán presentes en sus oraciones, como a cualquier necesitado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 7 de noviembre de 2022

Los jóvenes prefieren el alambre al andamio

Milio Mariño

Una de las apuestas estratégicas del plan español para distribuir los 140.000 millones de euros que recibiremos de los fondos europeos de recuperación, es invertir en obra civil y en la construcción y rehabilitación de viviendas. La previsión supone que esas inversiones generen 246.000  puestos de trabajo, pero el problema, según las empresas del sector y los estudios del Gobierno, es que no tenemos albañiles, ni carpinteros, electricistas o fontaneros. Lo pongo en masculino aunque excuso decirles que fontaneras y albañilas tampoco tenemos. Lo cual explica que el ministro de Migraciones, José Luis Escrivá, haya propuesto que se busquen profesionales de esos oficios en el extranjero. Algo insólito porque, hasta ahora, de otros países, solo venían los jugadores de fútbol.

El problema, lejos de mejorar, irá a peor porque según la última Encuesta de Población Activa, el 34% de los trabajadores de la construcción tiene más de 50 años, mientras que sólo un 8% tiene menos de 30. Unan a este dato que el paro juvenil alcanza el 40 % y llegarán a la conclusión de que los jóvenes prefieren vivir en el alambre a trabajar en un andamio.

Se veía venir. Hace tiempo que los padres no quieren que sus hijos aprendan un oficio y los hijos, que suelen contradecir a los padres, en este caso les dan la razón. Están por estudiar una carrera, que es sinónimo de triunfar, mientras que aprender un oficio se asimila a no salir de pobre y pertenecer a la clase baja toda la vida. No reparan en que un fontanero puede ganar lo que gana un juez y dictar sentencias que nadie discute. Si hay que cambiar un grifo se cambia y si hay que cambiar el váter también.

El Ministro Escrivá nos deja preocupados. No sabemos de dónde piensa traer a los fontaneros y albañiles que hacen falta. Sería bueno saberlo. Cabe suponer que no estará pensando en Costa de Marfil, Senegal, Somalia o Etiopia, países que hambre y miseria tienen por toneladas, pero albañiles y fontaneros deben tener lo que nosotros  en cuanto a domadores de elefantes y astronautas. Así que Escrivá lo mismo piensa traerlos de Francia, Alemania o quién sabe si de Estados Unidos, donde según The Wall Street Journal, el sueldo medio de un fontanero es de 53.000 dólares al año, aunque ya empieza a ser habitual ver ofertas que van desde los 70.000 hasta los 100.000 dólares anuales.

Escasean los albañiles, los fontaneros y un largo etcétera de oficios porque el trabajo manual está mal visto. Ha llegado a convertirse, casi, en una deshonra. Lo cual implica que la demanda de estos trabajos vaya en aumento, y los salarios crezcan, mientras que los trabajadores más cualificados, los de las carreras y los masters, se las ven y se las desean para encontrar trabajo de lo que han estudiado y acaban aceptando empleos precarios y muy mal pagados.

Seguimos teniendo prejuicios con la Formación Profesional. No valoramos lo que, para la marcha de la sociedad, suponen los oficios de siempre ni les damos la importancia que tienen. Igual exageraba un poco, pero me gusta la respuesta que un padre le dio a su hijo cuando este le preguntó: Papá, ¿Es verdad que Dios hizo el mundo?  Que no te engañen, no les hagas caso. El mundo lo hicimos y lo seguimos haciendo nosotros, los albañiles.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Todos los Santos antes que Halloween

Milio Mariño

La semana grande de festejos del otoño culminará esta noche con la gran verbena de Halloween y la celebración, mañana, del día de Todos los Santos, que es fiesta para nosotros y un día cualquiera para los muertos porque cabe suponer que en el otro mundo no se trabaja. Si no, vaya chollo. Será, imagino, como cuando nos jubilamos, pero sin limitaciones de ningún tipo; sin padecer ningún achaque ni preocuparnos por la subida de las pensiones.

Comento lo de Halloween porque a fuerza de mucho insistir en los medios, en la prensa, la radio, la televisión y hasta en los colegios, ha ido ganando terreno que la gente aproveche los días previos y el mismo día de Todos los Santos para disfrazarse de alma en pena, salir de fiesta y hacer bromas macabras. Nada que ver con lo que teníamos por costumbre, que era dedicar esta festividad al reencuentro con los difuntos, visitar los cementerios, adecentar las tumbas y llevar flores. Eso hacíamos; las bromas y los disfraces los dejábamos para carnaval. Nunca, hasta hace poco, se nos había ocurrido bromear con la muerte y, menos aún, invocarla con alusiones a lo grotesco, lo repulsivo y  lo terrorífico.

Los promotores de Halloween echan la culpa a los celtas, quienes, el parecer, creían que el día primero de noviembre las almas de los muertos volvían a sus hogares y por eso los que vivían allí se disfrazaban, para evitar ser reconocidos por ellos. Algo de eso había, pero tergiversan las tradiciones. Aunque los celtas celebraban con pena el final del verano, el Samhain, que así se llamaba, no tenía nada que ver con este invento que importamos de Estados Unidos, como también importamos a Papa Noel en detrimento de los Reyes Magos. Halloween, tiene tanto de tradición nuestra como lo tendría para los americanos que organizaran una corrida de toros en Nueva York o la Tomatina de Buñol en Chicago.

 Jugar a ser almas en pena y hacer coña de la muerte, disfrazándonos de zombis o de esqueletos vivientes, puede parecer un plan divertido para este puente festivo que enlaza octubre con noviembre, pero solo es revelador del estado de cosas al que hemos llegado. Ver a tu vecino dando saltos de alegría con un hacha de mentira incrustada en la cabeza es para salir despavorido y pensar, muy seriamente, que se nos ha ido la olla en cuanto a diversiones y motivos para disfrutar se refiere.

Supongo que serán muchos los que no estén de acuerdo porque son muchos los que aseguran que reírse de la muerte, o sacarla de fiesta unas horas, es un buen mecanismo de defensa que puede resultar muy beneficioso. Dicen que sólo así podremos sobrellevar lo peor de la vida, que es el miedo a morir.

Si se trata de eso, no pongo en duda que reírse sea bueno, pero anda que no tiene noches el año como para hacerlo la víspera de Todos los Santos, que es cuando el silencio está lleno de voces confusas, crujidos que provocan escalofríos, suspiros que nos ahogan y estremecimientos que nos dejan temblando porque anuncian la presencia aterradora de algo que no se ve, pero cuya aproximación se nota.

No pretendo aguarles la fiesta. El párrafo anterior solo recuerda lo que puede suceder esta noche. Vuelvan a leerlo y, si todavía se atreven, ríanse lo que quieran.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 24 de octubre de 2022

Oscurece y quedamos a dos velas

Milio Mariño

Mientras el otoño se afana en pintar árboles, para que podamos disfrutarlos antes de que los desnude el invierno, prescindimos del paisaje y solo se nos ocurren lamentos. Que si el Coronavirus, que si la guerra de Ucrania, el cambio climático, la inflación por las nubes… Problemas de todo tipo que auguran que no nos quejamos de vicio. El bicho todavía anda suelto, la guerra, si es que no nos arruina, nos matará de frio y, por si fuera poco, dentro de una semana oscurecerá una hora primero. A media tarde se hará de noche y serán muchas horas con la luz encendida y el contador agujereándonos el bolsillo.

Este nuevo cambio de hora lo justifican, precisamente, por eso. La excusa de los Gobiernos y el Parlamento Europeo es el ahorro energético. Un ahorro que, según los expertos, no alcanza ni para el chocolate del loro. Dicen que la medida podía tener sentido hace cuarenta años, que fue cuando se implantó, pero ahora la iluminación pública, sustituida por luces led, no representa, ni mucho menos, un consumo importante de energía.  Además,  las jornadas de trabajo han cambiado de forma significativa y las rutinas de los ciudadanos tampoco coinciden con las de 1981, que fue cuando se empezó con la historia de adelantar o atrasar el reloj en marzo y en octubre.

Pese a todo, insisten en qué es por nuestro bien, pero la gente considera un incordio cambiar de hora dos veces al año. El pasado septiembre, el CIS publicó una encuesta en la que el 64% de los encuestados opinaba que se debía acabar con esta práctica este mismo año. Nadie les hará caso porque la continuidad ha quedado garantizada, en principio hasta 2026, por una Orden Ministerial que apareció en el BOE la primavera pasada.

De momento, seguiremos como estábamos. Así que seguirá habiendo gente cabreada por qué en verano sea de día a las diez de la noche y gente deprimida porque en invierno oscurezca a las cinco de la tarde. Que es lo que toca ahora. Dentro de una semana volveremos a la oscuridad y la vida se hará más dura aunque haya quien asegure que a la oscuridad podemos sacarle partido porque sirve para estimular nuestro desarrollo personal y nuestra intimidad.

No digo que no. Es posible que la oscuridad nos invite a la paz y la ternura y a reflexionar sobre aspectos personales y emocionales de nuestra vida, pero también puede llevarnos a pasarlo mal antes de tiempo y proyectar situaciones que tememos e imaginamos peores de lo que finalmente serán. Es muy probable que nos volvamos, incluso, más pesimistas. Y eso supone un peligro importante porque el pesimismo suele traer consigo la resignación y la apatía que, a su vez, vienen acompañadas por la frustración y la tristeza. Por esa sensación de que no podemos hacer nada y lo único que nos queda es convertirnos en víctimas.

Un ejemplo de que ya estamos en ello es que, en vez de rebelarnos y plantar cara, hemos pasado del miedo a la factura de la luz al terror de que nos la racionen y también racionen gas. Lo que tememos ahora es quedarnos a dos velas, que, además, de significar una situación muy precaria frente a la oscuridad, también significa quedar sin dinero y sin comprender nada de lo que sucede a nuestro alrededor.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 17 de octubre de 2022

Impuestos que van de culo

Milio Mariño

Habrán oído mil veces que llegará el día en qué pagaremos hasta por espirar. Pues bien, ese día casi ha llegado. Por coger aire todavía no nos cobran, pero si no lo devolvemos por donde lo hemos cogido tocará pagar. Lo acaba de anunciar Jacinda, la presidenta del  gobierno de Nueva Zelanda,  que hace unos días presentó un nuevo impuesto con el que pretende que, en 2025, los ganaderos paguen por los gases emitidos por las vacas y las ovejas.

La excusa es frenar el cambio climático y el efecto invernadero, pero el impuesto no frenará nada porque las vacas seguirán tirándose pedos como usted y como yo, e incluso como las princesas más delicadas y el propio Papa de Roma, que en esto no hay distinciones. Nadie se libra de que el gas de sus intestinos se abra paso por donde todos sabemos, haciendo ruido, silencioso o gimiendo, pues no se conoce método que propicie que nuestra voluntad se imponga, de modo que salga cuando queramos y sin un efecto sonoro que nos delate. Por algo los médicos y las personas con estudios lo llaman meteorismo, porque es una fuerza de la naturaleza, incontrolable, como el viento huracanado o los truenos.

Vuelvo a insistir sobre el tema porque no son pocas las chifladuras que nos proponen en materia de impuestos. En el año 2012, el famoso economista nipón Takuro Morinaga propuso al gobierno la idea de aplicar un impuesto especial a los guapos. Según su fórmula, los ciudadanos serían divididos en cuatro categorías por un jurado seleccionado al azar. Así tendríamos a los guapos, a los normales, a los medianamente feos y a los feos sin discusión. Los guapos pagarían un nuevo impuesto y los feos podrían disfrutar de un 20% de deducción fiscal.

No lo digo porque, con toda seguridad, saldría beneficiado, pero me parece un impuesto más racional y sensato que el de los pedos de las vacas. De todas maneras, la medida nunca llegó a aplicarse. Desconozco si fue que no tuvo el suficiente apoyo parlamentario o se encontró con alguna traba legal que no pudo superar. La cuestión es que ahí se quedó, en el archivo, como muestra de que en materia de impuestos cabe cualquier propuesta por descabellada que parezca. Ahora mismo, en Arkansas, quienes se hacen un tatuaje o se ponen un piercing pagan un 6% extra de impuestos. En Maine existe un impuesto especial para los arándanos y en Maryland solo está exento de impuestos un cuarto de baño por vivienda, quienes se permitan el lujo de tener más, pagan un impuesto adicional por cada uno de ellos.  

Dice Jacinda, la presidenta de Nueva Zelanda, que parte de lo que recauden con el impuesto de los pedos de las vacas lo dedicarán a plantar árboles. Sería estupendo que cambiaran pedos por árboles si la fiscalidad medioambiental estuviera pensada para reducir la contaminación y ayudar en la lucha contra el cambio climático, pero, en realidad, solo sirve como una nueva vía para aumentar la recaudación de los ingresos públicos. No se paga por contaminar sino que se puede contaminar si se paga, así que aquellos que se lo pueden permitir pueden seguir contaminando.

No creo que aquí se atrevan con los pedos de las vacas, pero no me extrañaría que, con el tiempo, tuviéramos que declarar cuantas fabadas comemos al año.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de octubre de 2022

El otoño de los jóvenes

Milio Mariño

Ahora que ha vuelto el otoño, vuelven las estadísticas y nos recuerdan que la esperanza de vida aumenta, la natalidad disminuye, la juventud se alarga y los jóvenes tardan más en emanciparse. Tardan tanto que algunos tienen casi cincuenta años y siguen portándose como adolescentes. Se visten que no sabes si llorar o reírte, se tatúan ridiculeces y salen a divertirse como los guiris en Magaluf. No son conscientes de que han entrado en lista de espera para la vejez. En el segundo tiempo del partido de la vida, como dijo no sé quién.

No hay prisa, aseguran cuando los miras y notan que te sorprendes. Antes de que digas nada ya te lo explican. Acabo de cumplir cuarenta y cinco, pero me siento más joven que cuando tú tenías veintitrés.  No pienso meterme en líos. Viajo mucho, disfruto sin preocuparme de nada y tengo sexo, siempre que quiero, sin compromisos ni malos rollos. Vivo cojonudamente, de modo que voy a seguir así hasta que me aburra. Luego ya veremos.

Sin darnos margen ni para un mínimo reproche, advierten que saben lo que hacen y nos dejan el recado de que quienes nos casamos con veinte y pocos años y tuvimos hijos que ahora tienen su edad, fuimos tontos, muy tontos.

Seguro que llevan razón. De todas maneras, uno se aguanta y no les dice, porque no serviría de nada, que si algún día deciden tenerlos, sus hijos empezarán la universidad cuando ellos ya estén jubilados.

La juventud podemos alargarla todo lo que queramos, podemos creer que seguimos siendo jóvenes con casi cincuenta años, pero la naturaleza humana y la sociedad siguen rigiéndose por unas pautas que indican que para una persona que ya ha cumplido esa edad, lo normal es que viva en pareja, tenga hijos que vayan al instituto y, en su trabajo, haya conseguido algún éxito profesional.

Soy de otra época. No me gusta ver a una pareja con un niño pequeño de la mano y tener que adivinar si serán los padres o los abuelos.  Se ha extendido tanto eso de que la edad es un estado mental, que tenemos la edad que queremos tener, que la edad subjetiva lleva a mucha gente a vivir en una especie de limbo que entiende como posible la eterna juventud.

 No sería justo que, en ese empeño por parecer siempre jóvenes, incluyéramos, solo, a los que ya han cumplido cuarenta años y siguen portándose como adolescentes. También hay sesentones que se portan como si tuvieran cuarenta, creen que el tiempo no pasa por ellos y pretenden seguir haciendo lo que, en buena lógica, no deberían hacer. Unos y otros enarbolan la libertad como un derecho que les permite vivir y hacer lo que quieran sin dar explicaciones. Y es lo que hacen. Lo que no saben, o no quieren saber, es que no  son libres. Son prisioneros de una obsesión que, incluso, ya tiene nombre: midorexia.  Un concepto acuñado para definir a las personas que no solo se visten sino que actúan como si fueran mucho más jóvenes.

Que una mujer de sesenta años se ponga una minifalda o un hombre con la misma edad se vista con unos vaqueros rotos no significa que parezca como que tienen veinte años menos. Significa que Oscar Wilde acertó de pleno cuando dijo: Envejecer no es nada, lo terrible es seguir sintiéndose joven.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 3 de octubre de 2022

Los ricos y el nuevo impuesto

Milio Mariño

Ser rico es algo que puede pasarle a cualquiera; nadie está libre. Unos por genética, porque inevitablemente lo heredan de la familia, otros por caprichos que tiene la vida y algunos porque lo buscan aunque estén avisados de sus consecuencias. Lo advirtió Jesús hace ya muchos años: Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.

La sentencia no ofrece dudas. Los ricos van al infierno, seguro. Tal vez por eso, porque somos conscientes del terrible destino que les espera, se ha suscitado una fuerte polémica en torno a si es justo que el Gobierno les ponga un nuevo impuesto. Hay quien lo ve como una tortura innecesaria. Como una venganza, alentada por esa envidia malsana que siempre recurre a la crueldad. Después de todo, aunque sean ricos, siguen siendo seres humanos. No debería cegarnos la soberbia de algunos ni aquel desplante de María Antonieta cuando dijo: si los pobres no tienen pan que coman pasteles.

Ahí queda eso. Pero, volviendo a lo del impuesto, no creo que el Gobierno tenga fácil determinar quién merece la consideración de rico. Algunos sostienen que lo es quien posee un patrimonio superior al millón de euros y otros lo niegan alegando que nadie puede considerarse rico hasta que le resulte difícil guardar su dinero y tenga que colocarlo en un paraíso fiscal.

No faltan, tampoco, los que denuncian que hay gente con mucho dinero que se viste de pobre y alega con voz quejumbrosa que, por supuesto, es a otros, y no a ellos, a los que hay que quitarles parte de lo que tienen.  El ejemplo que ponen es Pablo Iglesias y su chalet de Galapagar. Dicen que si sigue contando como pobre, los ricos van a tener una buena disculpa para no pagar.

Estaremos atentos a ver qué pasa. La experiencia nos dice que, por más impuestos nuevos que pongan, será igual de imposible empobrecer a los ricos que enriquecer a los pobres. La brecha económica, entre ambos extremos de la sociedad, sigue creciendo  al tiempo que cada vez son más las triquiñuelas que se descubren, en cuanto a cómo se las arreglan los ricos para no pagar. Según los últimos datos, el Estado español pierde cada año 7.222 millones de dólares por culpa de los impuestos que deberían pagar y no pagan las grandes fortunas. De ahí que, en mi opinión, servirá de poco ese nuevo impuesto que quieren poner a los ricos.

Si es por presumir, sacar pecho y celebrarlo como quien marca un gol, no digo nada.  Pero la realidad demuestra que los ricos se valen de muchos trucos para no pagar. Al parecer esos 7.222 millones de dólares que se calcula que defraudan todos los años son, solo, la punta del iceberg. Así que antes de poner un nuevo impuesto  deberían poner más empeño en hacer que paguen los que es evidente que no suelen pagar como pagamos los que vivimos de un sueldo. La democracia, además de dictar las reglas del juego, tiene que hacerse respetar porque, de lo contrario, se convertirá en el Reino de Jauja.

Gobernar no es, solo, dictar muchas leyes es hacer que se cumplan. Por eso me temo, muy mucho, que ponerles un nuevo impuesto a los ricos será, en la práctica, como hacerles cosquillas en los testículos. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 26 de septiembre de 2022

Nos gusta el circo aunque se vista de funeral

Milio Mariño

Solo hizo falta asomarse a la televisión para comprobar que el funeral más caro de la historia, el de la reina Isabel II,  contó con el fervor de unos súbditos que los medios manejaron a su antojo, demostrando que aquello de pan y circo, que decían los romanos, sigue igual de vigente que hace dos mil años.

Por un lado nos mostraron a miles de ingleses guardando unas colas interminables aderezadas con síncopes y soponcios  y, por otro, los retrataron como aduladores y pagafantas de unos personajes cuyos caprichos y rarezas evidencian que Monarquía y Democracia son tan incompatibles como el aceite y el agua.

Desconozco si lo hicieron a propósito o fue una coincidencia, pero para que espabilaran, y espabiláramos, al tiempo que retrasmitían los desfiles, las cabalgatas y las filas de señores y señoras haciendo pucheros delante del féretro, los medios nos recordaron que la difunta reina, objeto de veneración y respeto, había pagado nada menos que 14 millones de dólares para resolver, extrajudicialmente, las acusaciones de abusos sexuales que pesaban sobre su hijo, el príncipe Andrés, aficionado, al parecer, a las orgias con menores.

Por si no fuera bastante también se ocuparon de informarnos que su otro hijo, el heredero y ahora rey Carlos III, exige que le planchen los cordones de los zapatos, que le pongan, exactamente, 2,5 centímetros de pasta dentífrica en el cepillo de dientes y otros soberanos caprichos que él mismo se encargó de corroborar mostrándose como un energúmeno ante problemas tan triviales como cuando le estorba un tintero o la estilográfica le mancha de tinta los dedos.

Estuvo bien que nos recordaran los despropósitos, desmanes y disparates de una monarquía que es como las demás: con sus reyes, reinas y ramas de parientes que conforman un árbol genealógico cuyos frutos suelen ser autoritarios, amorales y corruptos.

Con todo, no deja de ser asombroso que semejantes personajes gocen del fervor popular y que cuando se habla de ellos lo primero que nos exijan sea que les tratemos con el debido respeto. Un respeto que, a fuerza de intentar encontrarle sentido, entiendo que debe ser hacia el espectáculo que representan y no tanto hacia los actores que lo protagonizan.

Presumimos de ser racionales, pero lo que hemos visto estos días, a propósito de la reacción de la gente en torno al funeral de Isabel II, no se sustenta en la racionalidad como forma de pensar. No es, ni puede ser, producto de nuestra capacidad para formar juicios razonables que justifiquen nuestras acciones. Si ya es  irracional que en el siglo XXI admitamos que quien ostenta la máxima autoridad del Estado ocupe el cargo por vía hereditaria y goce de unos privilegios que no tiene ninguna otra persona, todavía lo es más que le demos nuestro aplauso y le rindamos pleitesía como muestra de sumisión.

La explicación que se me ocurre es que nos gusta tanto el circo que nos convertimos en espectadores indulgentes que perdonan lo que haga falta con tal de disfrutar de un grandioso espectáculo que creemos gratis. Lo malo es cuando se acaba. Cuando, como en este caso, el muerto ya está en el hoyo y falta por ver qué puede pasar con el vivo y el bollo. Pasará, casi seguro, que vivirá otro duelo porque le enseñarán la factura y se echará a llorar, esta vez con motivo.

Milio Mariño, artículo de Opinión, Diario La Nueva España

lunes, 19 de septiembre de 2022

Peligra el Menú del Día

Milio Mariño

Dicen por ahí que entre las especies en peligro de extinción está la del Menú del Día. Primer y segundo plato, pan, vino y postre por 13 euros, que es lo que sale de media en el conjunto de la geografía española.

 La culpa, al parecer, es de la inflación. La inflación puede hacer que los bares y restaurantes dejen de sacar a la calle esa pizarra que obra el milagro de convertir a los ateos del chollo en creyentes de que se puede comer bien y barato. No obstante, los obreros en ropa de trabajo, y los oficinistas, autónomos y otras tribus urbanas, incluidos los solitarios, ya han recibido la amenaza de que no van a poder seguir disfrutando de los martes lentejas y los jueves paella. Una comida casera que, en las casas,  se come cada vez menos.

Sería una tragedia que desaparecieran esos menús en los que la calidad supera, con mucho, al precio. Comer bien y barato tal vez fuera un lujo del que los pobres no éramos conscientes pero, hasta ahora, era posible. Era, casi, como ir a comer los domingos a casa de tú madre.

Si la amenaza, al final, se cumple será malo para el país. La música de la crisis suena hasta en los restaurantes de postín. Dicen que también está en crisis el Menú Degustación. En este caso no por la tendencia inflacionista sino porque la gente ya se ha cansado de las tonterías de los chefs. Está harta de ese empeño por transformar las cocinas en laboratorios y hacer que las comidas se conviertan en una entelequia imposible de discernir. Ahí tienen la tortilla deconstruida, que la sirven en una copa y hay que comerla con cucharilla de café.

Por lo que a mí respecta, cuando me hablan de la alta cocina, siempre se me va la olla y pienso en la alta costura. Pienso en esos modelos que sacan en los desfiles y sabemos que nadie se los va a poner. No estoy hecho para esos lujos, me gusta la sencillez. Llevo mal ir a un restaurante, abrir la carta y encontrarme con algo así: "Delicia de ternera con delicados frutos silvestres en cascada sobre duquesas perfumadas con especias de gourmet". No crean que me acabo de inventar el plato, es real. Tan real como que después de leerlo no fui capaz de imaginar qué podía ser y acabé pensando que, fuera lo que fuera, no era para mí

La supervivencia del Menú del Día la veo más necesaria que la del Menú Degustación. La veo imprescindible porque creo que cumple una buena función social. Lo otro queda para quienes puedan darse un capricho. Un capricho caro por más que Dabiz Muñoz dijera, hace poco, que no es cosa de ricos pagar 365 euros por comer el Menú Degustación de su restaurante DiverXo. Por ese precio cualquiera puede comer el Menú del Día durante todo un mes. No será lo mismo. Seguro que no llorará de emoción por la experiencia culinaria, pero se apañará como se apaña quien conduce un coche normal en vez de un Ferrari Purosangue 2022.

Lo del Menú del Día, ojala se arregle por el bien de todos. Y, si me lo permiten, especialmente, por el de quienes venimos de una época en la que preguntabas: ¿Qué hay hoy para comer?  Y respondían: Hostias en vinagre.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de septiembre de 2022

Aprobar sociabilidad para tener un perro

Milio Mariño

A finales de agosto, el Consejo de Ministros aprobó un proyecto de ley que trata sobre la protección, derechos y bienestar de los animales y comenzará a tramitarse en breve. Una nueva ley, otra más, sobre los animales que llama la atención porque, entre otras cosas, señala que los dueños de los perros deberán superar un test de sociabilidad. Una prueba para la cual podrán cursar una formación online que será gratuita y tendrá validez indefinida para todos aquellos, o aquellas, que quieran tener un perro.

Cuando leí lo del test tuve que leerlo dos veces. Uno ya tiene sus años y asume como efecto secundario que le cueste entender ciertas cosas. De todas maneras, los que amamos a los animales y compartimos nuestra vida con ellos nos alegramos de que solo puedan tenerlos quienes estén capacitados. Hoy en día los perros son como un miembro más de la familia.

No es una metáfora, es una realidad. Desde el 5 de enero de 2022 y gracias a una reforma del Código Civil, las mascotas son consideradas, legalmente, miembros de la unidad familiar. Así que los perros, los gatos, los pájaros y está por ver si los pulpos también, son nuestros parientes con todas las de la ley.

Pensando en eso, y en lo que acaban de proponer, se me ocurrió que no deja de ser curioso que las autoridades vayan a exigir formarse y superar un test de sociabilidad para tener un perro y no exijan nada para tener un niño.

Fue lo primero que pensé. Mi formación en la  racionalidad aristotélica, aunque escasa, me remitió a  George Orwell y su Rebelión en la Granja. Caí en la cuenta de que los animales se están humanizando y los políticos se animalizan. Parece como que hubieran perdido el norte y la sintonía con los problemas reales. En vez de preocuparse por mejorar la vida de las personas, proponen animaladas.

Animaladas sin sentido porque el nuevo proyecto de ley de protección de los animales tendrían que enseñárselo a un toro de lidia y preguntarle qué opinión le merece que para llevar a un perro de la mano exijan superar un test de sociabilidad y que los banderilleros, los picadores y los toreros sigan campando a sus anchas y estén autorizados para torturar, herir y matar a un animal con total impunidad.

Si, los políticos, lo que pretenden es construir una sociedad mejor deberían ser más racionales y más consecuentes. Sería injusto generalizar pero tanto los que gobiernan como los que se oponen y viven encantados sin gobernar, practican una política que imita al juego de la oca. No abordan los problemas más acuciantes, tiran los dados y se apuntan a lo que salga.

La casilla de salida, la primera y más importante, debería ser la de la gente normal y los problemas de su día a día. Por eso que sí, con la que está cayendo, uno de los primeros temas a debatir, en la inauguración del nuevo curso político, es la idea de que los propietarios de los perros deban superar un test de sociabilidad, que garantice qué están capacitados para hacerse cargo de ellos, no sería en absoluto extraño que la gente exigiera la misma prueba para cualquiera que pretenda desempeñar un cargo público. Qué menos que exigirle a un político lo mismo que se exige a quien quiera tener un perro.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 5 de septiembre de 2022

Septiembre no existe

Milio Mariño

No arranqué ni pienso arrancar la hoja del calendario. He decidido quedarme en agosto y en agosto me quedo, igual, hasta navidades. Hasta que la alegría y la música de esos días se impongan al coro de malas noticias y casi ninguna buena. Ya saben: fuerte subida de los precios, incendios, robos, asesinatos, el virus del murciélago, la viruela del mono y manadas de jabalís que vuelven a pasear por el barrio después de haber veraneado en los montes cercanos.

Nada nuevo por más que digan que ha llegado septiembre y todo se ha puesto peor. Ninguna novedad, por suerte, ya que si esas noticias las leyéramos por primera vez pensaríamos que está próximo el fin del mundo. Pero ya las hemos leído otras veces y sabíamos que estaban ahí, esperando el final del verano. De modo que pueden ahorrarse el vicio de amenazarnos. Hace tiempo que remediar el dolor, sea cual sea su procedencia, está al alcance de más personas.

Lo que dicen que puede pasar es posible que pase, pero siempre tendrá mejor solución de la que tuvo hace años. Sobre todo si nos remontamos a otras épocas y otros siglos. Por eso que de miedo nada, vivimos mejor que nunca aunque algunos se empeñen en decir lo contrario.

Para convencernos, apuestan por el argumento de que hay personas que viven mal o muy mal. Y, es cierto, sería absurdo negarlo. Constituyen una realidad incuestionable, pero si solo nos fijamos en ellas hacemos trampa. Perdemos la perspectiva; nos olvidamos de cómo se vivía antes y como se vive ahora y eso tampoco parece justo. El análisis debería hacerse al margen del derrotismo a ultranza y el optimismo ingenuo. Partiendo de una visión realista que nos permita gestionar las ventajas de la situación actual y no perdernos en deseos y ambiciones frustrantes.

Lo que intento decir es que si damos todo el protagonismo a las malas noticias aportamos la dosis de idiotez necesaria para crear una indignación y un malestar que nos impedirán ver las cosas como, realmente, son. Seremos títeres del perverso juego de la perspectiva única y llegaremos a conclusiones falsas. El mundo, ciertamente, no es perfecto y ni siquiera hace falta defender que vaya bien, pero la gente vive mejor que nunca. Circunstancia que no debería llevarnos a la complacencia absoluta ni tampoco al derrotismo que algunos intentan.

Es posible que seamos más pesimistas porque vivimos mejor. No tenemos mucha fe en el progreso y evitamos la reflexión y el análisis de cómo se vivía hace poco. El recuerdo de un pasado peor no interesa. Nos hemos acostumbrado a obtenerlo todo tan rápido, y casi sin esfuerzo, que cualquier obstáculo parece insalvable.

Este otoño posiblemente tengamos problemas, pero no comparto la versión catastrofista que se empeñan en transmitirnos quienes en vez de arrimar el hombro solo critican. El futuro no se presenta muy halagüeño, pero si gobernaran los que dicen que España está al borde del precipicio y solo ellos podrían salvarnos, seguro que no tendríamos un horizonte mejor.

Entenderán ahora por qué he decidido quedarme en agosto hasta que lleguen las navidades. Septiembre, como retroceso social a los tiempos de la penuria y el frio, no existe. Es un invento de quienes se empeñan en fastidiarnos pronosticando desgracias al por mayor. Estamos donde estábamos, ni mejor ni peor que hace treinta días. El sol probablemente caliente menos, pero tampoco hace frio.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

domingo, 4 de septiembre de 2022

Tuvieron nel Paraisu: Sorolla en San Xuan de L’Arena

Milio Mariño

Cuando Tomás García Sanpedro, qu’exercía de farmacéuticu pero tenía vocación de pintor, recibió, na so casa de La Pumariega, en Muros del Nalón, una carta de Joaquín Sorolla, poniéndolo al tantu de que taría n'Asturies a mediaos del mes de xunu, púnxose tan contentu qu’españó d'allegría.  Daquella, nos alborecieres del sieglu XX y dende facía yá dellos años, artistes como José Robles, Casto Plasencia o'l mesmu García Sanpedro dieren prestixíu a La Colonia de Muros. Una Colonia que naciere col enfotu d’asemeyase a la escuela francesa de Barbizón.

La Colonia llograre axuntar a pintores como los yá nomaos y como Agustín Lhardy, Cecilio Pla y Alfredo Perea, lliteratos como Manuel Cañete y Vital Aza y músicos de la talla de Joaquín Arrieta, pero aquella rellumanza viérase tayada pol fallecimientu d'unu de los sos principales mentores, Casto Plasencia, y pol fin d'una dómina que se despidió estruéldosamente cola guerra ente España y Estaos Xuníos y el desastre del 98. Asina foi que cuando, en 1902, Sorolla llegó a Muros, La Colonia nun yera lo que fuere nun pasáu qu'entá s'alcordaba. Pero, el pintor, nun venía buscando participar d’aquel ambiente y aquelles tertulies cultes, lo que quería yera pintar la lluz y la gafura del Cantábricu, un mar radicalmente distintu del lluminosu y apacible Mediterraneu. Por eso Sorolla escoyó San Xuan de L'Arena, pa tar cerca de la mar y poder movese polos cantiles colos llenzos y el so caballete arrecostines.

Joaquín Sorolla ñaciera nel 27 de febreru de 1863 en Valencia y, nun principiu, cuando entovía yera un neñu, queríen que fuere cerraxeru. Lo mesmu que’l so tíu maternu, que foi quien s'ocupó d'él, y de la so hermana Concha, dempués que los padres finaren por una epidemia de cólera. Pero a Sorolla, siempre-y tiraron más los pinceles, de cuenta que siendo adolescente empezó a trabayar nel taller d'Antonio García, que depués sería'l so suegru, coloreando fotografíes. Del taller de fotos pasó a Belles Artes, estudió pintura y, mientres estudiaba, yá empezó a ganar premios. Dempués, col so amigu, el tamién pintor Pedro Gil, viaxó a París y conoció de cerca la pintura impresionista, una esperiencia que lo emburrió a camudar la so forma de pintar, y la so temática y estilu.

Sorolla llegó a L'Arena siendo un pintor reconocíu.  Yá tenía premios y medayes de Belles Artes y viaxare por toa Europa, principalmente per Inglaterra y Francia. Alcordaba que-y falaren enforma de la lluz del norte: de los colores del mar Cantábricu, los cielos grises y el verde de los praos. De mou que fixo casu a los conseyos, sobremanera los d'Agustín Lhardy y García Sanpedro,  y arrendó una casa en L'Arena, cerca del so amigu, el caderalgu de drechu, Rafael Altamira, con quien charraba, de cutiu, de la común preferencia polo que llamaben los paisaxes pequeños.

 La vida de Sorolla en L'Arena yera cenciella. Prestaba-y dar paseos en barca, pola ría de San Esteban, xugaba al dominó na fonda El Brillante o nel Casinu de Muros y participaba, con gustu, de bones pitances. Pasiaba, de cutiu, por Los Viñales, un terrén, amiestu de prau y abanu de sable, que s'enfusaba na ría y sirvía pa que los pescadores ensugaren les redes y descargaren la pesca. Arrodiando la mariña, el pintor llegaba hasta Bayas y Malabaxada, una playa próxima a la isla La Deva, bien pedresa y de mal accesu, que yera ún de los llugares que más-y gustaben. Alternaba aquellos paisaxes cola otra vera del Nalón. Cruciaba la ría en barca y allegábase hasta l'otru llau pa pintar San Esteban y acabar la xornada, con García Sanpedro, esfrutando de la sobremesa y xugando al dominó. Tenía una gran vitalidá, nun llegare, entovía, a los cuarenta años, de mou que tocáu con una gran boína y el caballete arrecostines nun se llindaba a los paisaxes del Nalón, boriaba por tola mariña y tien llegáu, inclusu, hasta Avilés, onde pintó'l puertu.

Sorolla pasó en L'Arena, Muros y Sotu'l Barcu, tres branos. Tres branos abondantes porque les sos estancies nun duraben un mes, duraben dos y tres meses, tiempu nel que pintó más de cincuenta cuadros y gran cantidá de bocetos. N'ocasiones yeren les sos fíes, o la so muyer Clotilde, Clota, como la llamaba, les que posaben pal pintor. N'unu de los cuadros, quiciabes el más representativu d'esa dómina: Después del baño, Asturias, foi Clotilde, que yera menuda y proporcionada, la que-y sirvió de modelu.

La estancia de Sorolla n'Asturies, dende 1902 a 1905, onde atopó, como dixo, les tonalidaes que'l Mediterraneu negaba-y a la so paleta, dio como frutu una coleición de cuadros qu'incluyen el yá citáu, que presentó na esposición de París, y otros como Hórreo de Asturias, La Segadora, Secadero de redes, El Nalón, Mar y Rocas… Asina hasta 55, que son los que figuren, referíos a los branos que pasó en Asturies, y puen vese nel muséu que lleva'l so nome.

Pero, non solu'l paisaxe d'Asturies influyó en Sorolla, los asturianos tamién fueron parte importante na vida y les rellaciones del pintor. Tal ye asina que l'ataque d'hemiplexía que lo dexaría inválido pa los pinceles y, tres años más tarde, causaría-y la muerte, sosprendiólo mientres pintaba a Mabel Rick, esposa de Ramón Pérez de Ayala, nel xardín de la so casa de Madrid.

Pérez de Ayala tenía una gran amistá con Sorolla. Asina cuenta, el gran escritor asturianu, qu'antecedió a Picasso  como direutor del Museo del Prado, lo que pasó aquel día.

Una fina y templada mañana madrilana del mes de xunetu, Sorolla pintaba nel xardín el retratu de la mio muyer, reparando yo, al so llau. Yéramos los trés solos, embaxo d’una pérgola enramada. Llevantóse una vegada y empobinó pal so estudiu. Xubiendo los pasos, cayó. Allegamos na so ayuda, xulgando que zarapicara. Punxímoslu de pies, pero nun podía sostenese. La metá esquierda de la cara conteníase nun xestu inmóvil, un xestu aneñao y tristayu, qu'inspiraba dolor, piedá y tenrura. Entendimos la dramática verdá; la cuerda, desaxeradamente tirante,  quebrárase.

Según Pérez de Ayala, Sorolla quixo siguir pintando. Atesteraba, como un neñu mimáu a quien, pal so plasmu, lo contrariaren. Pero, la paleta cayía-y de la manzorga y la drecha, col pincel más suxetu, malpenes lu obedecía. Dio cuatro pincelaes, llargues y desesperaes, cuatro glayíos mudos, y yá dende los estragales de la otra vida, marmulló, "Nun pueo", con llárimes nos güeyos. Quedó recoyíu en sí, como embaíu nes borrafes de lluz de la so intelixencia, casi apagada, y de secute, por un soplíu absurdu ya invisible, dixo: "Qué haya un tontu más, ¿qué-y importa al mundu?"

Sorolla morrió, dos años dempués, el 10 d'agostu de 1923, en Cercedilla, ensin que pudiera volver a pintar.

 

Milio Mariño / Del llibru, entá inéditu, Tuvieron nel Paraisu

lunes, 29 de agosto de 2022

Los pulpos son de otro planeta

Milio Mariño

Todos los veranos, vuelve la burra al trigo con la historia de que hay vida extraterrestre. Ahora son los chinos los que dicen haber detectado señales que están estudiando en la Universidad de Beijing.

Los chinos están en eso, pero aquí estamos en otras cosas. Estamos tan abrumados por el calor que no me extrañaría que quienes viven en Andalucía quisieran vivir en Marte, dónde apenas pasan de los 20 grados y disfrutan de un verano que, allí, dura seis meses. Así que no creo que a los marcianos les seduzca la idea de recorrer 70 millones de kilómetros para venir a veranear con nosotros.

Lo más probable es que no vengan. Eso suponiendo que existan, que no lo tengo yo muy claro, a pesar de lo que digan los chinos y de las múltiples pruebas que dicen tener los americanos. Tampoco tengo claro que sean como los pintan: de baja estatura, color verdoso, con la cabeza desproporcionada, unas enormes pupilas y unos brazos que parecen tentáculos.

Siempre me pareció que esa descripción, más que con un extraterrestre, se corresponde con la de un pulpo.  Y aquí viene lo bueno porque en un artículo publicado por la revista “Progress in Biophysics and Molecular Biology”, treinta y tres investigadores y científicos exponen la teoría de que los pulpos tal vez provengan del espacio exterior y hayan llegado a la Tierra a través de un cometa.

No son los únicos. Peter Godfrey-Smith, en su libro “Other minds”, dice que un pulpo es lo más parecido que tenemos en la tierra a una mente extraterrestre. Apunta que los científicos, en sus conclusiones, destacan que a nuestro planeta han llegado, y siguen llegando, organismos que pueden dar lugar a nuevas líneas evolutivas que se adaptan a nuestro mundo y prosperan en él, como sería el caso de los pulpos.

Los pulpos, para quien no lo sepa, tienen tres corazones, sangre azul, nueve cerebros (uno principal y el resto auxiliares), ocho brazos capaces de moverse de forma autónoma y dos mil ventosas con las que pueden palpar, oler, degustar y usar herramientas. También pueden cambiar de forma y de color a voluntad, son capaces de resolver problemas, aprenden de sus errores y elaboran estrategias. Poseen una gran inteligencia, una excelente memoria, capacidad para el juego, rasgos estables de personalidad y conciencia de sí mismos como los humanos, los delfines y los grandes simios.

Son un prodigio. Y sí, además, añadimos que la revista “Nature” publicó, en agosto de 2015, un estudio sobre genoma del pulpo que dio como resultado cientos de genes nuevos que no tienen homólogos en ningún animal  ni en el ser humano, la sospecha de que son de otro planeta se convierte en una certeza inquietante. Por eso que cada vez son más los científicos que sostienen la hipótesis de que la vida no se originó en la Tierra, sino que llegó a través del espacio.

Si se confirmara que los pulpos son seres extraterrestres sería una gran noticia. Supondría que ya no tendríamos por qué sentirnos amenazados ante el riesgo de que fuéramos invadidos por una civilización marciana que nos tratara como nosotros tratamos a los indios del Nuevo Mundo tras el descubrimiento de  América. Y no solo eso, también sería un aviso para navegantes. Sabrían, a lo largo y ancho del universo, que nosotros, a los extraterrestres, los comemos con patatas.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

domingo, 28 de agosto de 2022

Tuvieron nel Paraisu: Severo Ochoa en L.luarca

Milio Mariño

Severo Ochoa, el científicu asturianu galardonáu en 1959 col Premiu Nóbel de Fisioloxía y Medicina, descansa, yá pa siempres, na cumal d'un cantil, frente a la mar del Cantábricu. Ellí tán los sos restos, nel campusantu de L'Atalaya, un llugar preciosu dende onde s'acolumbra la mar verde y azul, les cases blanques que finsen el monte hasta llegar al puertu, el ríu Negru y la cayuela negra de los teyaos. Ellí ta Don Severo, nel panteón familiar, al pie de la so muyer, Carmen, la so madre y les tres hermanes. Ellí lo enterraron, un día soleyeru de seronda, al son d'Asturies patria quería, interpretáu pola coral Villa Blanca.

Severo Ochoa ñaciera, en L.luarca, el 24 de setiembre de 1905, nuna casa que taba xunta la ilesia y nun yera la prevista pa la so nacencia, pos los padres, por unos trámites burocráticos, entá nun pudieren instalase en Villa Carmen, un xalé asitiáu na parte alta, nel Villar, qu'acababen de comparar a los herederos del marín y aventureru Ventura Olavarrieta, por 150.000 pesetes.

Ochoa yera fíu de Severo Manuel Ochoa y de Carmen de Albornoz, pero enaína quedó ensin padre, a los 7 años, y un añu depués la madre y él treslladáronse a vivir a Málaga, por conseyu de la so güela Concha, que yera d'Orihuela y quixo llevar al sur a tola familia. Perembargu, mientres la so infancia y la so mocedá, y llueu a partir de 1986, des que morrió la so esposa Carmen, Severo pasaba los branos en  L.luarca. Y en L.luarca asitiaba los sos primeros alcuerdos. 

La mio conciencia d'Asturies, dicía Severo, empecipia na vecina aldega del Villar, percima de la llanada que termina nun pindiu y mui guapu cantil, valtiáu, na so base, pola mar. Ellí braniábemos desque tengo usu de razón. Alcuerdo'l perfil del monte, ñidiu, con tolos tonos verdes imaxinables y la presencia del mar Cantábricu, tranquilu y azul n'ocasiones, de cutiu gris y casi siempres amenazador.

Severo Ochoa atribuyía la so afición pola bioloxía al fechu de ñacer ya vivir la so infancia en L.luarca. Fui un entusiasta observador dende bien neñu. Les mios andances poles sableres de les cercaníes fixeron que naciera en mi un gran amor pola naturaleza. Sobremanera na playa de Portizuelu, una sablera de cantu rodáu y gran guapura paisaxística, na qu'alcuerdo que mientres la baxamar pasaba les hores muertes reparando na enorme variedá de vida animal y vexetal que poblaba los pozos formaos, al retirase la mar, nos furacos de les roques.

A L.luarca y tamién a Juan Negrín, que yera caderalgu de medicina y depués sedría Presidente del gobiernu de la República, debemos que Severo Ochoa se dedicare a la investigación. Negrín estudiara n'Alemaña y tenía por vezu escoyer, pa que lo ayudaren nel llaboratoriu, a los estudiantes meyores. Foi'l primeru que-y propunxo trabayar na busca d'un métodu p'aisllar la creatina. Y Severo llogrólo. Llogró aisllar la creatina, na orina, y tamién escurrió la forma de midir pequeñes cantidaes de creatinina muscular. Tenía 21 años, aquel estudiante de medicina qu'acabaría la carrera dos años dempués, en 1928, y darréu solicitaría una beca pa trabayar con Otto Meyerhof, en Berlín.

Afaláu pol ésitu del so primer trabayu, Severo Ochoa entamó la so carrera d'investigador, sobre farmacoloxía ya bioquímica, que lo llevaríen a la fama ya consiguir, en 1.959, el Nóbel de Medicina, una carrera que desarrolló, principalmente nel estranxeru. Primero n'Alemaña y el Reinu Uníu y finalmente n'Estaos Xuníos, país al que pudo fuxir, exiliáu, gracies a un salvoconducto que-y apurrió Juan Negrín.

Severo Ochoa salió d'España per Barcelona, llevando siete mil dólares que la so muyer, Carmen Cobian, llograra de la lliquidación d'unos negocios familiares. El primer destín foi a Alemaña, en 1940, depués foi a Oxford y, en 1942, por conseyu de la muyer y  cola ayuda d'un amigu becariu, treslladóse a Nueva York, onde trabayó hasta'l so primer retiru, cuando tenía sesenta y nueve años.

Severo, que venía de xemes en cuando a España, nun volvió definitivamente hasta 1985. Taba a gustu en Nueva York, ellí tenía medios pa investigar con total llibertá mentes que, equí, la escasez de medios diba xoncía a la pervivencia d'un réxime políticu que nun soportaba. Una preba, qu'evidencia'l so refugu al réxime franquista, foi cuando a Severo Ochoa lo convidaron al 25 Aniversariu del Conseyu Superior d'Investigaciones Científiques y asistió al actu representando a l'Academia Nacional de Ciencies. Mientres el so discursu, volvió-y el llombu a Franco, que presidía la solemne sesión. La so muyer reprendiólo, dixo-y que nun se podía actuar asina ante un Xefe d'Estáu, pero don Severu nun podía escaecer la Guerra Civil nin los sufrimientos de los españoles, especialmente de la so familia. Yera un republicanu convencíu. Él y Paco Grande pasiaren per Madrid, nun coche, ximelgando la bandera republicana, el primer día que se proclamare la República. Amás, Severo, quería muncho al so tíu carnal Álvaro de Albornoz, que foi Ministru de Xusticia y tuvo na so oficina, como pasante, a Victoria Kent.

Al terminar aquella sesión formal del Conseyu Superior d’Investigaciones Científiques, Severu salió al patiu y averóse-y un ministru pa dicíi que Francisco Franco taba esperándolo. Y, entós, don  Severu, mirando pal reló, dixo: "Féxoseme   mui tarde, ye la hora de colar". 

A pesar del so republicanismu acerrimu, Severo Ochoa  sentía un ciñu especial pol rei Juan Carlos. Apreciábalo muncho pero negóse, por dos veces, a que'l monarca concediéra-y un títulu nobiliariu. Amás de republicanu, Severo tamién yera un agnósticu convencíu, nun quería tener tratu nin saber nada cola Ilesia pero, nesti casu, toleraba y acompañaba a la so esposa Carmen a dellos actos relixosos.

Carmen finó en Madrid, el 5 de mayu de 1986, un añu dempués de que tornaren a España dafechu. Severo quixo que la enterraren en L.luarca, onde decidieren, diba tiempu, descansar, definitivamente, los dos.

Depués de la muerte de Carmen los viaxes a L.luarca fixéronse bien frecuentes. Encargare que siempres hubiera flores fresques sobre la sepultura de la so muyer y visitábala de cutiu. Con 81 años viaxaba, solo, dende Madrid conduciendo'l so coche, un Mercedes vieyu. Encantába-y conducir y eso que malpenes vía del güeyu derechu. Tantu-y daba, cuando-y pitaben dicía que nun yera por conducir mal, que yera que toos lu conocíen y queríen saludalo.

 A Severo Ochoa gustáben-y enforma los coches, la velocidá, el martíni secu, el mariscu, los platos típicos d'Asturies y, sobremanera, L.luarca. Ellí nació y per ellí pasió, los últimos años de so vida, xubiendo, pasín ente pasu, apalicándose nun cayáu, pola cuesta que lleva a L'Atalaya, un privilexáu llugar, frente al mar del Cantábricu, nel qu'agora descansa, xunto con tola familia.

 MIlio Mariño / Del Llibru, entá, inédidtu, Tuvieron nel Paraisu

lunes, 22 de agosto de 2022

Manías y patinetes

Milio Mariño

Hace ya ni me acuerdo, caí en la cuenta de que, a medida que pasan los años, cuanto más mayor me hago, más tolerante me vuelvo. Por eso que ni yo mismo me explico cómo es que me pongo de mal humor cuándo veo que alguien pasa a mi lado montado en un patinete eléctrico. Descarto que sea por miedo a un posible atropello, debe ser que me indigna que una persona adulta se comporte como un niño. Y no solo eso, también me indigna la cara que ponen los que van subidos en ese artilugio. Nos miran con una soberbia que parece como que fueran montados en un caballo andaluz.

Mi antipatía por los que van en patinete no acaba ahí. Tampoco sabría decirles por qué me resultan, aun, más antipáticos los que van en patinete vestidos de traje y corbata. No me parece lógico que vayan vestidos así y pasen a toda leche haciendo slalom entre la gente que pasea tranquilamente y los ancianos que van ten con ten. Claro que eso, a ellos, se la refanfinfla y hasta es posible que les sirva de aliciente para apretar el acelerador una vuelta más.

Excuso decirles que soy consciente de que no toda la gente tiene por qué caerme simpática. Desde luego que no, pero me preocupa esta manía que les he cogido a los que van en patinete por las calles y las aceras. He llegado a pensar si será que les tengo envidia. Si, en el fondo, será que me enfado porque no todos podemos subirnos en un patinete y regresar a la niñez atravesando la ciudad montados en un juguete. La explicación tal vez sea esa pero, por más que me propongo mirarlos con simpatía, cuando veo que pasan a mi lado vuelvo a cabrearme y hasta me dan ganas de que tropiecen y se den una costalada.

Manías, me refiero a las comunes, las tenemos todos. Forman parte de nuestra personalidad caprichosa; son una extravagancia inofensiva que apenas tiene importancia más allá de la desazón que nos provocan cuando no podemos evitarlas.

Nada grave, imagino. Pero como no era plan hablarlo con el psicoanalista, que además no tengo, había pensado que, quizás, desahogándome por escrito, igual lo arreglaba. No es el caso porque ya ven que llevo un rato de terapia y sigo en las mismas. Sigo sin aceptar que tenga que compartir mis tranquilos paseos con esos nuevos centauros que, en nombre de la movilidad sostenible, hacen lo que nadie les ha pedido que hagan.

 Dándole vueltas, he llegado a la conclusión de que esta manía que les tengo a los del patinete eléctrico es culpa del ayuntamiento. El ayuntamiento había prometido que los peatones recuperaríamos la ciudad y podríamos pasear sin problemas. Eso fue lo que prometieron, pero a los armatostes y chirimbolos que tenemos que sortear, sumen las bicicletas municipales, los segways, los patinetes y los insufribles runners, que se abren paso a codazos y arrollan lo que pillan por delante.

Intuyo lo que van a decirme: que son demasiadas manías para la tolerancia de la que hacía gala al principio. Tal vez, pero uno es como es y se obliga a ser sincero aun a riesgo de que mañana, cuando salga a la calle, tenga que estar alerta con los ojos de la cara y ese tercer ojo que, al parecer, tenemos en la nuca.

Milio Mariño / Artículo de Opinión