lunes, 27 de diciembre de 2021

El rey del suspense

Milio Mariño

Tengo pasión por el cine desde que era niño. Desde entonces habré visto cientos de películas y el balance no puede ser más positivo. Me gustaron casi todas, especialmente las buenas, pero si me dan a escoger un género escojo las de suspense. Esas que cuentan historias de hombres maduros que escapan de la justicia por piernas, suelen tener una amante, rubia y muy atractiva, y viven en la incertidumbre de si les echarán o no les echarán el guante.

 Me gustan esas películas porque la trama se articula en torno a los giros de un guión que no para de sorprendernos y nos mantiene en vilo, de modo que nunca sabes si lo que estás viendo ayudará al desenlace o será un señuelo para despistarte. Así que, lógicamente, no soy de los que destripan el argumento y cuenta de qué va la película. Claro que también hay excepciones. Hay películas que, por mucho que me resista, acabo contándolas aunque no quiera.

No suele pasarme, pero está pasándome con una película que trata de un personaje que aparentaba ser una persona respetable, un padre de familia ejemplar, campechano y muy simpático, y resulta que ocultaba millones de euros en Suiza, recibía transferencias de dinero dudoso y había tenido varias amantes a las que hacía regalos millonarios.

El personaje, es decir el protagonista, vivía a cuerpo de rey, protegido por los medios de comunicación y los sucesivos gobiernos, que tapaban todos sus escándalos hasta que no pudieron seguir tapándolo y optaron por disculparlo. Apelaron a que somos humanos y que, como tal, podemos equivocarnos. Él mismo llegó a reconocer que se había equivocado y dijo que no mataría a más elefantes cojos ni a osos borrachos. Pero después se supo que, además de participar en cacerías amañadas y tener varias amantes, lo gordo, de verdad, era su afición por el dinero.

Estos detalles vamos conociéndolos al principio; luego la película da un giro y el personaje se encuentra con que su propio hijo, a quien había dejado el poder y toda la herencia, lo echa de casa, lo manda a un país muy lejano y le quita la paga.

La película pasa entonces al terreno de la incertidumbre, al suspense puro y duro, ya que el protagonista amenaza con volver del exilio, el gobierno dice que allá se las compongan el padre y el hijo, y el conflicto entra en una fase en la que nadie asume responsabilidades ni acepta las consecuencias.  

Llegados a este punto, los espectadores se dividen entre los que creen que el personaje es un buen hombre, acaso un poco vivalavirgen pero simpático e ingenuo hasta la candidez, y quienes consideran que es un caradura que se ha reído de todos y debería ser juzgado por sus fechorías.

No descarto que la historia les suene, pero, de todas maneras, quiero mantener el suspense y no pienso revelar nada más. Allá ustedes si creen que la película está basada en uno de esos guiones de Hollywood que ni los guionistas saben cómo cerrar. ¿Volverá el protagonista para celebrar su cumpleaños en compañía de la familia, incluido el fiscal? ¿Inventarán una cuarentena, amañada por el CNI, para quitarse el marrón y justificar que no vuelva?. Piensen lo que quieran. Sufran la incertidumbre de equivocarse o acertar si piensan que la película “El rey del suspense” es, o no es, una historia real.

 
Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 20 de diciembre de 2021

Jesús, qué historia

Milio Mariño

Varias encuestas recientes señalan que cada vez hay más gente que detesta la Navidad, la cena de Nochebuena y la obligación de regalar. Según los psiquiatras no se trata de gente amargada, sino que algunas personas reaccionan así porque son víctimas de un fenómeno somático emocional que las lleva a encabronarse ante lo que consideran una muestra de falsa felicidad.

En parte, les doy la razón. Yo, también creo que el “buenrollismo” es una engañifa, pero eso no quita para que disfrute comprando regalos, me guste cenar en familia y me encante salir a la calle y contagiarme de esa alegría que puede con la tristeza y la convierte en ganas de vivir.

Adoro la Navidad, tal vez, porque, a pesar de que ya soy abuelo, sigo siendo  infantil. Y, debe ser por eso que considero que lo del niño Jesús que nació en un pesebre es una leyenda fascinante que sirve para transmitir valores como la solidaridad, la gratitud y el afecto, de los que tan escasos andamos.

La Navidad me gusta tanto que no me importa que falseen la historia y nos mientan como vienen haciéndolo desde, solo, dios sabe cuándo. La mentira que no hace daño y persigue un buen objetivo  puede ser hasta beneficiosa. Decía Séneca que la sabiduría radica en saber distinguir correctamente dónde podemos modelar la realidad para ajustarla a nuestros deseos.

Debieron hacerle caso porque la historia de Jesús que nos cuentan es la de una realidad muy modelada. Jesús no nació un 25 de diciembre, ni en Belén, ni en un pesebre. Historiadores de prestigio aseguran que nació el 21 de agosto, seis años antes de lo que creemos y en Nazaret. Y no solo eso,  dicen que tampoco es verdad que nació rodeado de un buey y una mula y que no hubo magos que llegaran de Oriente para adorarlo y ofrecerle regalos.

Apetece decir: Jesús, qué historia. Casi todo es mentira. Pero, de veras que no me importa. Prefiero celebrar la navidad en diciembre que no en agosto. En agosto, además de que hace calor y obscurece tardísimo, coincidiría con las fiestas de San Agustín. Que esa es otra porque el patrono de Avilés era San Nicolás, cuya festividad se celebra el 6 de diciembre, pero cuando los pueblos empezaron  a celebrar a su santo patrono con fiestas y romerías, decidieron que era mejor hacerlo con buen tiempo y las cambiaron para el verano. Así fue cómo cambiaron a San Nicolás por San Agustín. Una nueva muestra de aquello que decía Séneca de modelar la realidad para adaptarla a nuestros deseos.

Viendo cómo se establecieron las fiestas mejor nos dejamos de historias. Sería lo propio porque la Navidad no es historia, es pura magia. Es un estado mental que dura apenas un mes y luego desaparece hasta el año siguiente. Si no fuera magia no creeríamos que Papá Noel, con lo gordo que está, cabe por el tubo de una chimenea y se introduce en las casas que, incluso, no la tienen. La misma magia sirve para los Reyes Magos que son capaces de subir con sus camellos a un cuarto piso sin ascensor para llevarles regalos a los niños y los mayores.

La Navidad supera cualquier ficción. Supera ese relato que habla de una mujer virgen, llamada María, que estaba prometida con un carpintero llamado José y quedó embarazada sin haber tenido contacto con él.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 13 de diciembre de 2021

El papel de los prospectos

Milio Mariño

Entre las cosas que anuncian para el año nuevo está el principio del fin de los prospectos de los medicamentos. A partir de enero los medicamentos que vayan a los hospitales ya no llevarán un folleto impreso, llevarán un código QR que se podrá leer con el móvil. La idea es que dentro de dos o tres años esta fórmula se aplique con carácter general y los prospectos de papel acaben desapareciendo.

La propuesta es de Farmaindustria, la patronal que aglutina a las principales empresas del sector farmacéutico y, al parecer, va en serio. Ya cuenta con la aprobación de la Agencia Española del Medicamento y hace un mes convocaron a los periodistas para explicarles las ventajas del futuro prospecto digital frente al actual  impreso.

Explicaron el proceso, pero se cuidaron de decir cuánto ahorrarán eliminando el papel. Dijeron que los prospectos solo sirven para obstaculizar el acceso a las pastillas y recalcaron que la iniciativa de digitalizarlos responde al  propósito de implantar un sistema más cómodo, más eficaz y, sobre todo, menos contaminante, ya que imprimirlos significa que cada año se utilicen alrededor de 2.600 toneladas de papel y miles de litros de tinta.

Visto así, que las farmacéuticas se preocupen por el medio ambiente, me parece bien. Claro que me parecería mejor si, además de por el medio ambiente, se preocuparan por el ambiente de las personas. Sobre todo de las personas de edad avanzada, que son las que más usan los medicamentos y, por lo general, no se desenvuelven como quisieran con las nuevas tecnologías.

Yo mismo, por citar a los burros primero, veo un código QR y es como si viera un jeroglífico chino. No sé cómo, ni qué, hay que hacer para resolverlo. Normal. Uno ya tiene sus años y no solo lo nota a la hora de subir escaleras sino por cosas, para otros, tan sencillas como usar el teléfono móvil.

Esta preocupación también la tuvieron los periodistas y, cuando preguntaron a Farmaindustria cómo pensaba resolver el problema de los mayores, la respuesta fue qué quienes tengan dificultades con el código QR consulten al farmacéutico. Ahí es nada, las consultas serán tan numerosas que los farmacéuticos tendrán que abrir consultorios y acabarán convirtiéndose en algo parecido a los psicólogos argentinos.

Debo advertir, para ser honesto, que soy de los que no leen los prospectos. No los leo, en parte porque no me gusta leerlos y me resulta imposible volver a plegarlos como estaban, y en parte porque si leo los efectos secundarios, seguro que acabo por no tomar el medicamento. Pero, que actúe de esa manera, no me impide reconocer que estoy actuando de forma equivocada, pues los prospectos incluyen las características principales de los fármacos, la dosificación, los efectos adversos, las contraindicaciones, y en general, toda la información necesaria para hacer un uso correcto del medicamento.

Sé que, en un futuro no muy lejano, la tecnología resolverá muchos problemas, sobre todo en materia de salud, pero ahora mismo las personas con más edad tienen muchas dificultades para acceder al mundo digital. Por eso que no estaría mal que en vez de suprimir los prospectos de papel redujeran su contenido a la información imprescindible y los editaran en letras más grandes. Solo por un tiempo. Solo por el tiempo necesario para que esta generación, que es la del mundo analógico, acabe en el otro mundo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

domingo, 5 de diciembre de 2021

La tiranía de los expertos

Milio Mariño

Estos días terribles, de viento, lluvia y frio que estamos viviendo, no coinciden con el pronóstico emitido por el Servicio Meteorológico Nacional, que hace un mes anunció para estas fechas menos lluvia de lo normal y temperaturas normales o superiores a las normales.

Los meteorólogos, a veces, fallan. En esta ocasión, fallaron quienes predicen el tiempo sirviéndose de satélites, estaciones meteorológicas y superordenadores que cuestan una millonada, y acertó Jorge Rey, un chaval de Burgos, de 14 años, que se ha convertido en un auténtico fenómeno de la predicción, pues es capaz de pronosticar y acertar las condiciones meteorológicas de los próximos días, e incluso del año que viene, sin necesidad de recurrir a la tecnología. Utiliza el método que le enseñó Rafa, un pastor de la zona que le ha mostrado cómo interpretar las señales que usan los agricultores y los ganaderos desde tiempos inmemoriales para adivinar si llueve o escampa. Cosas como observar el vuelo de los pájaros, mirar la forma de las nubes, la humedad de las piedras, el trasiego de las hormigas… Y,  hasta el reúma si se tiene y si no el ajeno, ya que varios estudios científicos indican que la mayoría de los pacientes con artrosis son susceptibles de predecir fenómenos meteorológicos.

Viendo como han venido estos días podríamos echarnos unas risas a propósito de la tecnología y la previsión del tiempo, pero no sería justo. Una cosa son los aparatos y otra los que presumen de entender del asunto. Por eso suscribo lo que dijo Groucho en “Sopa de ganso”: ¿A quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos?

Si creemos todo lo que nos dicen es más fácil que nos engañen. Que nos mientan y nos manipulen los que se llaman expertos y siempre están dispuestos a darnos consejos y decirnos por dónde ir. Da igual el tema que sea, los expertos predicen cómo va a evolucionar el tiempo, la vida, la pandemia, la economía mundial y la nuestra y hasta nos aconsejan cuando vamos en coche, indicándonos el mejor camino para volver a casa.

¿De verdad merece la pena hacer caso a la multitud de consejos que recibimos todos los días? ¿No deberíamos ser más críticos y pensar por nuestra cuenta?

Las preguntas invitan a la reflexión, sobre todo, porque los expertos se han instalado en el cientificismo prepotente y desprecian a quienes ponen algún reparo o contradicen sus predicciones. Empiezan modulando su discurso y se muestran conciliadores, pero si insistimos en hacer preguntas o ponemos en duda sus consejos, enseguida cambian de tono y optan por descalificarnos tachándonos de ignorantes.

En mi opinión, por desgracia, más que por suerte, los expertos se han hecho con el poder y lo ejercen hasta el punto de que los Gobiernos les confían la responsabilidad última de sus decisiones. Hace tiempo que las decisiones políticas se toman en función de lo que digan los expertos y al final son ellos quienes mandan.

Aquello que llamábamos sabiduría popular, las creencias y experiencias de los abuelos, ya no cuenta. Ahora, todo el saber lo acaparan los expertos. Los expertos lo saben todo. De modo que lo que propongo no es que no les hagamos caso, sino que a lo hora de salir a la calle y decidir si cogemos, o no, el paraguas, además de lo que digan ellos, echemos un vistazo al cielo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 


lunes, 29 de noviembre de 2021

Empresarios amables y trabajadores violentos

Milio Mariño

Imagino que muchos de ustedes habrán visto las imágenes de televisión en las que aparecía un grupo de gente gritando: “¡Somos obreros, no delincuentes!”

Yo las vi y quedé como desconcertado, pero enseguida me di cuenta de que era una aclaración necesaria, pues las televisiones y los periódicos son tan aficionados a tergiversar las cosas que desfiguran la realidad para convertirla en noticiable. Por eso estuvo bien que los obreros se identificaran porque, hasta entonces, nadie sabía que lo eran ni que en Cádiz había una huelga. Aquello lo mismo podía ser la resaca de un botellón que el atraco a una sucursal bancaria.

Podía ser cualquier cosa porque los obreros y las huelgas, hace tiempo que no son noticia y menos en televisión. Noticia es que arda un contendor o los antidisturbios repartan estopa, no que los trabajadores salgan a la calle y protesten porque les ofrecen una subida salarial de risa. El 0,5%, aplicable desde septiembre para 2021, un aumento del 1,2% en 2022 y del 1,5% en 2023, y que en esos tres años, suba lo que suba el IPC, no se revisen los salarios.

Lo oferta invitaba a la huelga, pero las huelgas, además de que no son noticia, tienen muy mala prensa. Siempre que los trabajadores convocan huelga, las sombras de la duda se ciernen sobre las causas que la motivan. Para algunos nunca hay razones que la justifiquen, para otros lo que piden los trabajadores es imposible y los que van de listos se apuntan a la tontería de que el mundo ha cambiado tanto que, en el siglo XXI, las huelgas no tienen sentido.

Punto y aparte son los partidos políticos, que cuando gobiernan consideran que las huelgas encierran un trasfondo inconfesable cuyo objetivo es derribarlos  y cuando están en la oposición  justifican que los trabajadores las convoquen por lo mal que lo hace el gobierno.

La huelga de Cádiz, como otras muchas, ha sido portada en la televisión y los periódicos no por la postura de los empresarios o las reivindicaciones de los trabajadores sino porque los medios la presentaron como un ataque a la convivencia y el civismo. Como una violencia sin sentido que deja en muy mal lugar a quienes la protagonizan.

No pretendo justificar que se tome la calle al asalto o se quemen contenedores, pero la realidad es que si los conflictos laborales no se hacen visibles, si no son noticia, la opinión pública y los empresarios los ignoran. Lo cual supone que los trabajadores, además de luchar por sus reivindicaciones, tengan que luchar, primero, contra el silencio de los medios y luego contra lo que casi siempre sucede: la distorsión del conflicto.

Hoy, cualquiera que presuma de estar bien informado sabe que los trabajadores de Cádiz han quemado contenedores y se han enfrentado a la policía pero desconoce qué es lo que piden y por qué han ido a la huelga.

Al final, casi siempre, resulta que los violentos son los trabajadores y no los que amenazan con despidos, encadenan contratos basura y pagan sueldos de miseria. La opinión pública acaba culpabilizando a los que protestan y a los provocadores de la protesta los absuelve. El balance es desolador. Quienes no piden otra cosa que lo justo para sobrevivir son los violentos y quienes se lo niegan son gente amable que ejerce, con educación, su derecho a seguir enriqueciéndose.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 22 de noviembre de 2021

Juguetes y niños

Milio Mariño

Como ya estamos en tiempo de escribir a los Reyes Magos, no se me ocurrió nada mejor que entrar en internet para ver qué juguetes están de moda y comprarle uno a mi nieto. Creí que así acertaría de pleno, pero debe ser que internet no está hecho para los abuelos porque lo que apareció en mi ordenador fue que los juguetes que más se venden son los eróticos femeninos del tipo succionadores de clítoris, simuladores de sexo oral y vibradores que estimulan el punto G de tres formas distintas y a cuatro velocidades.

Algo sí que me sorprendí, pero tampoco crean que mucho. Hace tiempo que doy por hecho que las mujeres adelantan a los hombres en todo y si ahora han decidido procurarse placer con juguetes sexuales, ojalá disfruten en el empeño y los amorticen con muchos orgasmos. Por nada del mundo se me ocurriría juzgarlas y menos en estos tiempos en los que cualquier hombre sale escaldado por emitir la más mínima opinión contraria a lo que sea que esté relacionado con el feminismo. Poco importa que el discurso feminista abunde en acusaciones contra los hombres que si se hicieran contra las mujeres serían consideradas delito.  

Al final, no sé si por vergüenza o temor al fracaso, apagué el ordenador y salí de paseo. El caso que, paseando, la decepción por no encontrar un juguete para mi nieto, me llevó a retomar una idea que llevaba tiempo rondándome por la cabeza. Llevo tiempo dándole vueltas a si mi nieto no acabará siendo víctima de que lo eduquen en un ambiente que desprestigia lo masculino y a los hombres se los retrata como tiranos y causantes de todos los males que sufren las mujeres. Tenía y tengo ese temor aunque ya sé que por manifestarlo me arriesgo a que me acusen de reaccionario y de que recurro al manido argumento de que las feministas odian a los hombres.

Sé que no es eso. Estoy al tanto de que el motivo central del verdadero feminismo es la lucha por la igualdad y que lo del odio a los hombres viene de otro lado. Sin embargo, una buena parte del discurso feminista ha cruzado la línea de lo aceptable y su lucha por acabar con el sometimiento histórico de las mujeres se está llevando a cabo con un posicionamiento tan anti hombre que a los hombres parece que solo nos queda aguantar el desprestigio y esperar que escampe.

Soy abuelo y seguramente estaré anticuado, pero me gustaría que a mi nieto lo educaran en la igualdad de derechos. Que lo alejaran del machismo, pero no en base a esa idea de demonizar todo lo masculino. En base a conseguir que el hombre siga siendo hombre en igualdad con las mujeres.

Entiendo que lo que pretenden es que las niñas tengan una identidad muy poderosa y eso es fantástico. Pero no lo es tanto  si se abandona a los niños. Los niños no son culpables del patriarcado ni del machismo. Tienen derecho a que no se denigre lo masculino y a ser libres y felices y no víctimas de un estereotipo.

Distraído con este lío, se me fue el santo al cielo y todavía no sé qué juguete le compraré a mi nieto. Lo más probable es que sea uno de los de siempre, nada nuevo, pero eso no significa que quiera llevarlo al pasado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 15 de noviembre de 2021

El monstruo y el miedo

Milio Mariño

Cuando un día, hace tiempo, leí que las personas inteligentes son las que piensan más y mejor y tienen mayor facilidad para no sufrir, me cayó el alma a los pies. Pienso muchísimo, pero sufro un montón. Ya me gustaría tener esa facilidad para pensar y pasar página sin que me afectara lo más mínimo, pero lo que pienso acaba convirtiéndose en mí realidad, tanto si quiero como sí no.

 No puedo evitarlo. Ahora ando a vueltas con la amenaza del apagón eléctrico, el precio de la energía y los problemas de abastecimiento y sufro pensando que somos víctimas de un chantaje que nadie ve, o no quiere ver. Cuantas más vueltas le doy más me convenzo de que el mundo funciona al margen de nuestra voluntad política, es decir, de nuestra capacidad para gobernarlo, y eso me lleva al convencimiento de que hay un poder oculto, superior al de los Estados, que lo controla todo y provoca las crisis, la ruina y la muerte cuando quiere y le da la gana.

Pensar en eso sé que es un problema mío. Mi inteligencia no alcanza para dejarlo a un lado,  tumbarme en el sofá y decir: anda y que le den por saco. Sería más feliz si prestara menos atención a esos pensamientos, pero insisto en buscar una explicación a cosas que, al parecer, no la tienen y sufro como un ciclista que se empeña en subir el Angliru.

Suele pasarme a menudo. Hace año y pico, cuando empezaron las restricciones por la pandemia, me rompía la cabeza pensando cómo era posible que las autoridades prohibieran que sacáramos de paseo a los niños y, en cambio, dejaran que paseáramos a los perros. Ya ven en qué líos me meto. En casa decían que no me preocupara, que quienes mandaban sabían bien lo que hacían, pero a mí me parecía una anormalidad difícil de soportar.

Estoy en las mismas. Vuelve a parecerme una anormalidad que las grandes empresas puedan subir los precios lo que les apetezca y se permitan amenazarnos anunciando apagones y desabastecimientos. Cada vez es más evidente que el poder económico hace lo que quiere y los gobiernos no hacen nada por evitarlo. Dicen que no pueden,  que las grandes corporaciones, las compañías eléctricas, las entidades bancarias y todos los que manejan el cotarro económico, operan dentro de lo que llaman el libre mercado y lo único que puede hacer el Gobierno es pasarles la mano por el lomo y pedirles que sean benévolos.

Me indigno cuando oigo ese discurso. Pedirle clemencia al monstruo es una ingenuidad comparable a pedir un milagro. Es confirmar que solo nos queda rezar para que los poderosos se apiaden y no cumplan sus amenazas. Así que lo llevo fatal. No soporto que nos avasallen y nos metan miedo con total impunidad.

Pero siguen haciéndolo. El tiempo pasa y el truco es el mismo. Sacan de paseo al monstruo porque saben que el miedo es el mejor estímulo para empujarnos a consumir. Lo inteligente sería no hacerles caso, pero me pongo de los nervios cuando leo que con las linternas y los hornillos de camping gas está pasando lo que pasó al principio de la pandemia con el papel higiénico. La esperanza es que el anuncio de desabastecimiento solo alcance a los microchips que vienen de China porque como llegue a los polvorones estamos perdidos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 8 de noviembre de 2021

Desconcierto en el cementerio

Milio Mariño

Como cada cual es como es y a mí no suele gustarme hacer lo que está mandado, esperé que pasara el día de Todos los Santos y subí al cementerio el sábado por la mañana. 

No hubo sorpresas. Lo encontré como lo dejó el Ayuntamiento, hace años, cuando decidió desnudarlo talando aquellos cipreses que parecían lágrimas verdes. Estaba tranquilo. Las tumbas y los muertos seguían en su sitio, las flores lucían un poco mustias después de una semana envueltas en celofán de regalo y no había turistas buscando lapidas con inscripciones curiosas o apellidos famosos para hacerles una foto y guardarla como recuerdo. En realidad no había nadie. Así que supuse que los muertos estarían contentos disfrutando del en paz descanse después de unos días de agobio por las visitas y los conciertos.

 ¿Pero qué cojones es esto? Imagino que dirían los muertos, con un rictus de incredulidad, cuando vieron aparecer a la Banda Municipal con sus instrumentos seguida de los que siempre se apuntan a todo, convencidos de que así vivirán más años.

No les extrañe la expresión que pongo en boca de los muertos porque si damos crédito a lo que escribió Juan Rulfo en "Pedro Páramo", los muertos no hablan con los vivos pero hablan entre ellos como los vecinos de cualquier barrio. De modo que cabe suponer que habría acalorados debates a propósito de ese empeño de algunos Ayuntamientos, incluido el nuestro, de utilizar los cementerios para atraer turistas con el reclamo de que, por si no fuera bastante con el valor histórico y artístico de algunas tumbas, también se ofrece un variado programa de actos.  

Lo de aquí fue un concierto pero en otros cementerios, además de conciertos, hubo recitales de poesía, proyección de películas, representaciones de Don Juan Tenorio, instalaciones artísticas, rutas guiadas y en unos cuantos, aunque tal vez no lo incluyeran en el programa, supongo que también habría misas, rosarios y algún responso.

Viendo el auge y la promoción que están dando al turismo de cementerios no me extrañaría que los Ayuntamientos completaran su oferta ofreciendo espichas, tapas variadas, degustaciones de  jamón, queso y vino y cualquier otra ocurrencia que atraiga al público. Algunos ya lo han hecho y han convertido los cementerios en el espacio elegido para celebrar bodas, sesiones fotográficas y desfiles de modelos como el que celebró Gucci en el cementerio de Arles y contó con la asistencia de Elton John, Salma Hakey y Valeria Golino, entre otras celebridades.

Dicen que de lo que se trata es de llevar vida a los cementerios y acabar con la imagen de que son espacios sombríos que remiten al dolor y la tristeza. La tendencia, al parecer, es convertirlos en museos a cielo abierto, donde se lleven a cabo múltiples actividades.

No lo entiendo. Y entiendo menos que no se deje en paz a los muertos y se utilicen los cementerios fuera del contexto de los usos y costumbres vinculados con la muerte a lo largo de la historia. Creo, sinceramente, que al margen de que uno sea ateo o católico, la idea de que los cementerios se conviertan en un recurso turístico para hacer negocio merece una reflexión.

La mía es que los conciertos y todos esos actos en los cementerios provocan el desconcierto de los muertos y de quienes no entendemos que pudiendo promocionar mil lugares, cosas y actividades se promocione el turismo necrófilo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de noviembre de 2021

Los trabajadores pasan de la reforma laboral

Milio Mariño

El Gobierno de Pedro Sánchez está en pleno debate sobre si deroga total o parcialmente la Reforma Laboral que el Gobierno de Mariano Rajoy impuso en febrero de 2012 y trajo consigo devaluar las relaciones laborales y devolverlas a los tiempos del franquismo. Aquella reforma afectó a cerca de cien artículos de diferentes de leyes como el Estatuto de los Trabajadores, la Ley General de la Seguridad Social o la Ley de Empleo y se hizo sin que el Gobierno del Partido Popular negociara absolutamente nada con los Empresarios y los Sindicatos. El PP ya tenía decidido lo que pensaba hacer. Dictó un Decreto Ley que supuso, según el ministro de economía de entonces, Luis de Guindos, “una reforma extremadamente agresiva para los trabajadores”.

Nueve años después, con unas relaciones laborales devaluadas al máximo, no parece que los trabajadores muestren mucho interés por cambiarlas o tengan pensado movilizarse para dar el empujón definitivo que acabe con el marco jurídico que ampara, legaliza y propicia la precariedad y los bajos salarios. No se percibe un clamor en la calle ni en los centros de trabajo pidiendo al Gobierno que derogue la Reforma Laboral. Así que mucho me temo que esta apatía se deba a la tesis según la cual el ascenso de la extrema derecha es consecuencia de que muchos trabajadores han cambiado su voto y están dispuestos a brindarle su apoyo. Tesis que llevaría a la reflexión de que la conciencia de clase ha pasado a mejor vida y ya no tiene vigencia aquella famosa frase: no hay nadie más tonto que un obrero de derechas. Ahora un obrero puede ser de derechas y decir convencido que tonto es quien no lo sea. Quien lo diga, no insistiré en llamarlo tonto, pero un atleta mental tampoco parece. No creo que demuestre tener muchas luces alguien a quien no le importa una ley que le exige agachar la cabeza y que le pateen el culo por 900 euros al mes.

La disculpa, de quienes no están dispuestos a mover un dedo para que se modifique esa ley, es que este tiempo que vivimos obliga a no rebelarse con tal de sobrevivir. Y, es muy cierto que no se rebelan, pero se quejan. Se quejan porque es más cómodo quejarse y culpar al Gobierno, los sindicatos o incluso a la propia familia de que llevan una vida de mierda y no tienen esperanza de que mejore. No se les ocurre pensar que sus padres y sus abuelos lo tuvieron peor que ellos y no se dedicaron a encogerse de hombros y decir: “es lo que hay”.

Sí es lo que hay habrá que cambiarlo. No puede ser que los trabajadores, sobre todo los más jóvenes, acepten sobrevivir y se tumben en el sofá. Es una mala noticia, para el progreso de la sociedad, que el Gobierno y los Sindicatos peleen por derogar la Reforma Laboral y no tengan a nadie detrás.

Hay quien opina que si las cosas están así es porque la izquierda y los sindicatos no han sabido conectar con los trabajadores y deben cambiar su discurso. Es posible, pero también puede ser que quienes deberían escuchar ese discurso hayan comprado el discurso de que siempre hubo ricos y pobres y acepten la precariedad y la sumisión. Que piensen que la suerte está echada y no vale la pena luchar por cambiarla. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 25 de octubre de 2021

Legalizar el asturiano

Milio Mariño

Llevo un tiempo que no salgo de mi asombro ante la cantidad de artículos que, en este y otros periódicos, se oponen al reconocimiento del asturiano como lengua cooficial. Excuso decirles que no comparto esas opiniones, pero me propuse resistir a la tentación de escribir sobre el tema y resistí hasta que no pude más con la cantidad de bulos y mentiras que se utilizan para construir un discurso que, si le quitamos los falsos cimientos, se cae por su peso absurdo y, si me apuran, hasta ridículo.

De todas maneras, tengo muy claro que cualquiera puede estar en contra de que se reconozca la oficialidad del asturiano sin tener que dar explicaciones por ello. Faltaría más. Lo curioso es que quienes sí quieren darlas, en unos casos, opinan sin ningún rigor y con total falta de respeto a la verdad y en otros con tanta hipocresía y cinismo como lo hacen algunos políticos que rechazan, en Asturias, lo que abrazan cien kilómetros más allá.

Así que no me quedó otra que hacerle caso a Karl Popper y seguir su consejo. Según el filósofo, quienes defendemos la libertad tenemos la obligación de defender la pervivencia de una sociedad tolerante ya que si no lo hiciéramos los intolerantes acabarían con la democracia. Acabarían con algo tan fundamental y preciado como son los derechos y la libertad que nos dan.

Al parecer, aún hace falta que recordemos que la ley de la eutanasia no nos obliga a morir. La del aborto no nos obliga a abortar. El divorcio no nos obliga a divorciarnos. El matrimonio igualitario no nos obliga a casarnos con una persona homosexual. Y el reconocimiento del asturiano, como lengua cooficial, tampoco nos va a obligar a que hablemos de otra forma que no sea la que queramos. Quien quiera hablar en castellano podrá seguir haciéndolo porque nadie se lo va a impedir. Estamos en las mismas que en los ejemplos anteriores. ¿A qué viene entonces esa furibunda campaña contra el reconocimiento del asturiano?

Debe venir, supongo, de que no todos mostramos la misma actitud frente a las ideas de los demás. Los hay que, por encima de todo, quieren que prevalezcan las suyas. Eso explica que les moleste que los asturianos que lo deseen puedan expresarse en lo que consideran su lengua. Les molesta y se oponen a la oficialidad porque entienden que la democracia les permite oponerse a la libertad del otro. Costumbre que practican a menudo pues coincide que quienes se oponen al asturiano vienen a ser los mismos que se oponen a cualquier ley que signifique progreso.

No creo que lo hagan a mala fe. Creo que desconocen lo que es un derecho y que tal vez no saben que en marzo de este mismo año el Tribunal Constitucional se pronunció a favor del uso del asturiano. Vox interpuso un recurso y los jueces del Tribunal Constitucional dictaron una sentencia en la que dicen: “Es especialmente adecuado hablar asturiano en el Parlamento Regional porque garantiza y visibiliza esta realidad lingüística plural”. Y en esa misma sentencia añaden: “Para una defensa más sólida haría falta la legalización de la cooficialidad”.

La sentencia es muy clara. Y, como estoy convencido de que quienes se oponen a la legalización del asturiano son personas de bien que están a favor de cumplir la legalidad, se me está haciendo muy raro que no acepten adecuar a derecho una situación irregular.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 


lunes, 11 de octubre de 2021

El futuro de la Atención Primaria

Milio Mariño

La certeza de que falta poco para que volvamos a la normalidad ha provocado que vuelvan viejos problemas como el de los Centros de Atención Primaria, que si hace dos años estaban mal ahora están peor porque en todo ese tiempo se atendió a lo principal, que era el virus, y no se hizo nada por resolver las carencias. Circunstancia que la gente entendió y asumió con resignación y paciencia. El sentir mayoritario era que vivíamos una situación excepcional y eso disculpaba la demora en las citaciones, el inconveniente de las consultas médicas por teléfono y, prácticamente, todo.

Pero esa situación ya pasó. Se acabó el paréntesis excepcional. Volvemos a una realidad en la que el déficit histórico de médicos y enfermeras que soportaban los Centros de Salud es todavía mayor y se ha convertido en un problema que exige una solución inmediata. Y no me gusta lo que estoy oyendo. No me gusta que los responsables de sanidad hayan dicho que están trabajando en soluciones imaginativas.

Las soluciones imaginativas casi nunca son de fiar. Siempre que sale el tema recuerdo que los coches venían, de fábrica, con una rueda de repuesto normal hasta que, por una solución imaginativa, sustituyeron aquella rueda por otra sietemesina, peligrosa y ridícula, que era como salir a la calle con un zapato y una zapatilla. Pero ahí no acabó la cosa. Volvieron a echarle imaginación al asunto y pasamos de aquella rueda galleta a que los coches vengan sin rueda. Ahora vienen con un kit de emergencia para que nosotros mismos arreglemos el pinchazo.

Las soluciones imaginativas suelen ser eso: un cinco por ciento de imaginación y un noventa y cinco de ir a peor. De modo que ya sospecho qué pueden estar tramando los responsables de sanidad. Sobre todo porque han empezado con comentarios como que el concepto que tenemos de los Centros de Salud ha quedado muy anticuado. Al parecer, estamos mal acostumbrados. Estamos demandando más servicios médicos que nunca, a pesar de que nunca había existido un nivel de salud tan elevado como el que hay ahora.

Abundando en esa idea, apuntan que entre un 15 y un 20% de los pacientes que acuden a los Centros de Salud, no tienen motivos para hacerlo. Y en previsión, pienso yo, de las soluciones imaginativas que están preparando, aseguran que, en el 90% de los casos, las consultas pueden resolverse de otra manera. No dicen que por teléfono, pero añaden que la implantación mayoritaria de la telemedicina en la sanidad pública permitiría un uso más eficiente de los recursos, aliviaría la presión sobre los Centros de Salud y reduciría las listas de espera, ofreciendo, además, una solución a quienes vivan en la España vaciada, que así no verían mermada su calidad asistencial.

Pueden hacer mil estudios y darle las vueltas que quieran, pero es imposible que disimulen una realidad que apabulla. En Atención Primaria ocupamos el puesto 19 de los países de la Unión Europea. Solo están igual, o peor que nosotros, Letonia, Eslovenia, Bulgaria, Turquía y Grecia.

Los cálculos de la OMS para España suponen que el sistema público de salud español necesitaría 87.000 profesionales más para garantizar la seguridad de los pacientes y equipararse con el de los países de su entorno. Así que no caben las soluciones imaginativas. No es cuestión de discurrir, es cuestión de contratar a más médicos y enfermeras. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 4 de octubre de 2021

Una barbaridad de cerdos y vacas

Milio Mariño

Han pasado ya tantos años que no sé yo si alguien recordará, o tendrá en su casa, aquel disco de  Pink Floyd que se titulaba “Animals” y  en cuya portada aparecía un cerdo volando sobre una central termo eléctrica. Los entendidos dicen que la portada y el disco, que fue todo un éxito, estuvieron inspirados en la novela “Rebelión en la Granja” de George Orwell. Una novela en la que los animales, alentados y dirigidos por un cerdo, llevan a cabo una revolución, consiguen expulsar al granjero tirano y se organizan  creando sus propias reglas y formando una democracia.

Ojala se hiciera realidad aquella utopía de Orwell y los cerdos se rebelaran contra la tiranía de las macrogranjas que se están instalando en España. Lo digo porque me asombra este dato: en la provincia de Segovia hay más cerdos que personas. Hay 1,2 millones de cerdos frente a 150.000 habitantes. Cifra que se confirma a nivel nacional, pues según el Ministerio de Medio Ambiente la población porcina alcanza los 56,2 millones de cabezas, 9 millones más que la población española actual.

No sé qué pensarán ustedes, pero que en España haya 56,2 millones de cerdos me parece una barbaridad. La suerte para los granjeros es que los cerdos no conocen la novela de Orwell y aún no han empezado a rebelarse. Los vecinos sí. Los vecinos se rebelan y dicen que no puede ser que sus pueblos se conviertan en pocilgas gigantes y que a ellos les toque padecer los olores insalubres y apestosos que les llegan en oleadas.

Me huele que tienen razón. Cada una de esas macrogranjas ocupa un mínimo de 4.500 metros cuadrados de superficie a los que hay que sumar otros 2.00o más para los purines. Pueblos como Gormaz, en Soria, con un impresionante castillo y apenas 20 vecinos, protestan contra una macrogranja porcina de 4.200 cerdos.

Falta saber, porque no sé dice, a qué obedece este boom cerdícola que estamos viviendo en España. En Bernardos, un pueblo con 490 habitantes, hay dos granjas de 5.000 cerdos y planean construir una nueva con capacidad para el doble.

Todo lo que decimos sucede sin que ni el Gobierno ni la oposición hayan dado muestras de que les preocupe que muchas empresas estén aprovechando la España vaciada para levantar gigantescas granjas, de miles de animales, que suponen un enorme consumo de agua y un problema en cuanto a la evacuación de excrementos, los malos olores y las consecuencias medio ambientales.

En Noviercas, un pueblo de Soria de 155 habitantes está previsto que se construya una granja para 23.520 vacas que necesitará entre 4 y 6 millones de litros de agua al día y producirá unas 368.000 toneladas de excrementos al año, el equivalente a una población de 4,4 millones de habitantes.

Salvo los vecinos de los pueblos afectados, nadie parece que vea en esto un problema. Nadie advierte que las macrogranjas, lejos de generar riqueza y resolver el porvenir de la España vaciada, no aportan nada, se llevan el dinero y  dejan la mierda.

Quienes levantan la voz y protestan no lo hacen contra la ganadería, lo hacen contra este tipo de granjas que no son granjas, son plantas industriales que afectan al entorno, los recursos naturales y las personas. Se puede producir, carne o leche, de otra forma, más sostenible, de modo que no deberían autorizarse estas barbaridades.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 27 de septiembre de 2021

Otoño no es tristeza

Milio Mariño

Repasando una vieja libreta en la que guardo apuntes del año la pera, encontré unas reflexiones de Muñoz Molina en las que dice que el otoño tiene un inmerecido prestigio de melancolía enfermiza y hasta de decadencia, foto en sepia y añoranza de lo imposible. Algo que, según él, no le corresponde porque cuando llegan los verdaderos días de otoño descubrimos que no es la estación de la tristeza.

No puedo estar más de acuerdo. El otoño es, sin duda, la estación más romántica del año y la queja tal vez venga de que confundimos el romanticismo con la tristeza. Además, seguro que también influye el crujir de las hojas secas, la vuelta a la rutina de diario y que los días se hacen pequeños.

Todo eso y la propaganda sobre cómo nos afecta la luz y el clima, abonan la teoría de que el otoño es una estación muy triste. Se dice, con machacona insistencia, que hay una relación directa entre la menor luz solar y los niveles bajos de serotonina en el cerebro. Puede ser. La serotonina es la hormona del humor, de modo que para contribuir a que acumulemos humor del malo, inventaron el cambio de horario. Este año, toca atrasar el reloj el 31 de octubre. Esa noche podremos dormir una hora más al precio de que a las seis de la tarde no veamos tres en un burro.

La conclusión es sencilla: ni el otoño ni nosotros lo tenemos fácil. Parece como que hubiera un complot para convencernos de que, en esta época del año, solo cabe la tristeza. De todas maneras, por más que se empeñen, prefiero el otoño a la primavera. Ya sé que es cuestión de gustos y supongo que, también, de la edad, pero creo que el otoño tiene una mayor belleza y, sobre todo, más tranquilidad. Más tiempo para volver al teatro y al cine; para leer y escuchar música y para mantener una buena conversación con los amigos.

Igual es que soy un poco rarillo, pero el otoño me encanta. Siempre ha sido mi estación favorita. No sabría decir de qué me viene ese amor, pero el otoño me parece tierno, cariñoso y muy acogedor. Invita a que nos sentemos al lado del fuego con un libro entre las manos aunque, como habrán adivinado, no tengo, ni por asomo, chimenea en mi salón. Qué más quisiera yo.

Lo mismo es todo igual. Lo mismo mi otoño es un otoño idealizado que tiene poco que ver con la realidad. O, tal vez, si porque en otoño vuelvo a usar la cuchara, que había dejado de usar en verano, y me arreo unos platos de cocido que me ponen más contento que un atracón de Prozac. Luego están las setas y las castañas. Esas castañas calentitas, en un cucurucho de papel de periódico, que para qué les voy a contar. Lo que si les cuento es que, también, me produce alegría olvidarme de meter barriga. Con las holgadas prendas de otoño se disimula mucho y casi nadie te pregunta por ese culo que llevas en el ombligo.

Cito solo unas cuantas, pero el otoño tiene alegrías para dar y tomar. Por eso pido justicia. Justicia para este otoño maltratado al que acusan, sin razón, de ser el causante de la tristeza. Ojala que haya suerte y aún nos queden muchos otoños por disfrutar.

Milio Mariño / Artículo de Opinión

martes, 21 de septiembre de 2021

La magia de la nostalgia

Milio Mariño

Hace unos días me levanté de buen humor, como casi siempre, y después de tomar café y leer los periódicos llegué a la conclusión de que soy un extraterrestre. Vivo en este mundo pero pertenezco a otro. Duermo hasta que me apetece, paseo mientras los demás trabajan y lo único que me preocupa es distraerme y pasarlo lo mejor posible. Así que ya les digo, estoy en este mundo como si fuera un turista. Por eso que, a veces, siento nostalgia. Siento el anhelo de ese deseo imposible que es estar  aquí de verdad. Volver a vivir, con toda su fuerza emocional, lo que viví hace años. Ser un corcho en el remolino de la actualidad.

Esto que les comento lo provocó una noticia que no era de las principales. En letras no muy grandes venía que Anne Hidalgo se presenta a las elecciones presidenciales de Francia, previstas para el año que viene. El caso que acabé de leerlo y, como por arte de magia, volví al Boulevard Beaumarchais de París.

 Supongo que ya les he contado que durante unos años ejercí como secretario adjunto del Comité Europeo de una importante multinacional francesa, cargo que me obligaba a pasar mucho tiempo en París. Pues bien, estando, como dije, en el Boulevard Beaumarchais, con ocasión de una manifestación que los sindicatos franceses habían convocado para protestar por una Reforma Laboral que, curiosamente, llamaban a la española, debido a que era parecida a una nuestra de infausto recuerdo, un compañero francés me dijo: ven, voy a presentarte a una Inspectora de Trabajo, muy maja, que es compatriota tuya.

Aquella Inspectora de Trabajo era Anne Hidalgo, una gaditana que con solo dos años, en 1961, había emigrado con sus padres a Lyon. El compañero me la presentó, tomamos un café y hablamos, sobre todo, de España. Me contó lo de su abuelo Antonio, que pasó muchos años en la cárcel, condenado por republicano, y preguntó cómo iban las cosas por aquí. Volvimos a vernos tres o cuatro veces más, la última poco antes de que fuera elegida alcaldesa de París.

La sorpresa de aquel día no vino sola. Vino, también, con Manuel Valls, otro español que, unos años después, sería elegido Primer Ministro de Francia. Y, por si fuera poco, allí estaba Philippe Martínez, secretario general del poderoso sindicato CGT y símbolo de la lucha contra aquella Reforma Laboral que los franceses llamaban “a la española”. Martínez nació en Francia, pero se siente medio español, es hijo de Manuel y Jovita, un matrimonio natural de Reinosa.

Manudo lobby tenemos en París, pensaba yo. Tres figuras principales de la política francesa, eran españoles o hijos de españoles. Coincidencia que cualquiera puede estar tentado a explicar diciendo que en una sociedad democrática es lógico que prevalezca el pluralismo y que se acepten las diferentes culturas, ideologías y procedencia de quienes la forman. Teóricamente, la explicación es correcta, pero cabe preguntarse si aquí, en España, sería posible que se diera algo así. Es decir, que el Presidente del Gobierno, la alcaldesa de Madrid y el Secretario General de UGT o CC.OO fueran extranjeros. Por ejemplo, franceses.

No lo imagino ni en sueños. Por eso que no vendría mal que tomáramos nota. Acusamos a Francia de ser un país chovinista, pero resulta que los franceses han superado ese nacionalismo excluyente y retrógrado que aquí sigue trayéndonos de cabeza.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

martes, 14 de septiembre de 2021

Entontecidos

Milio Mariño

Hubo un tiempo en que creímos, yo el primero, que solo era cine. Luego nos dimos cuenta de que también influía sobre nuestra conducta, los valores personales y las costumbres. Ahora sabemos que el cine, con sus películas, nos estaba preparando para muchas cosas y, entre ellas, para que pudiéramos hacer frente a cualquier catástrofe y salir airosos. Los guionistas de Hollywood trabajaron a destajo y lograron hacer películas de mil calamidades: de terremotos, huracanes, tsunamis, edificios en llamas, zombis macabros, virus asquerosos y hasta de extraterrestres feos y guapos unos ingenuos y otros malvados.

Fueron muchas las películas en las que corríamos un grave peligro y en todas acabamos triunfando. Detalle que deberíamos tener muy en cuenta pues gracias a esas películas aprendimos a enfrentarnos con situaciones difíciles y a ellas les debemos buena parte del éxito en nuestra lucha contra el covid19. Es evidente que durante la pandemia muchas veces reaccionamos como si hubiéramos vivido una situación parecida porque algo así ya lo habíamos visto en el cine. Pero, claro, las películas acaban cuando los protagonistas se casan o superan una desgracia. Entonces en la pantalla aparece “The End” y lo que viene luego, lo de fueron felices y comieron perdices, es cosa nuestra. Acabada la película, cada cual gestiona la felicidad de los protagonistas como mejor sabe y puede.

Debería ser la parte más fácil. Celebrar el triunfo sobre cualquier desgracia no tendría que ser un problema. Pero lo es. Es justo en lo que fallamos. Lo vemos en esas otras películas que nos pasan en los telediarios a la hora de la cena. Borracheras, botellones, peleas en plan salvaje y la policía pidiendo ayuda porque no puede con la cantidad de gente que hace el tonto en la calle como si no hubiera un mañana.

¿Qué está pasando? ¿Acaso hay miles y miles de tontos y no nos habíamos dado cuenta? No lo creo. Los tontos de verdad no se dedican a emborracharse y liarla parda, bastante tienen con lo suyo. Éstos, los de los botellones y las borracheras en plan gamberro, que se abrazan para celebrar que acaban de conocerse y beben a morro diez por la misma botella, son tontos entontecidos. Una categoría que descubrió ese genio de la medicina que fue Santiago Ramón y Cajal. El Nobel español definió como entontecidos a quienes no quieren usar el cerebro, a los listos que hacen el gilipollas porque dicen que es lo que les pide el cuerpo.

No es muy alentadora la imagen que está dando la juventud. Uno no puede ocultar la frustración y la pena cuando contempla a esos miles y miles de jóvenes que presumen de saltarse las normas básicas sanitarias y desafían a la autoridad convirtiéndose en una marabunta vandálica que clama por una libertad que consiste en ponerse ciego a copas y hacer el tonto en la calle.

Ahí es nada la diferencia con otros tiempos, vaya una libertad que reclaman, ahora, los jóvenes. De acuerdo que no son todos, pero lo que muchos jóvenes entienden por libertad es salir de juerga, beber y montar una bronca. Alguien debería decirles que eso no es libertad, que la libertad hay que defenderla por encima de todo, pero que emborracharse y hacer el tonto en la calle no es defendible porque no tiene que ver con la libertad para nada. Tiene que ver con la tontería de unos cuantos entontecidos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

martes, 7 de septiembre de 2021

Atraco a luz armada

Milio Mariño

Soy de los antiguos, de los que todavía van por casa apagando las luces que los suyos dejan encendidas. No crean que lo hago por aquello que cantaba Armando Manzanero en uno de sus famosos boleros: “Voy a apagar la luz para pensar en ti y así dejar soñar a mi imaginación”. Lo mío es menos poético. Apago la luz por costumbre, porque fue lo que me enseñaron de niño. Pero ya ven qué cosas, antes me reñían por no apagarla y ahora me riñen porque la apago.

Apagar la luz, sé que sirve de poco. Las eléctricas me atracan lo mismo con la luz apagada que a plena luz del día. Me atracan a todas horas, no me escapo ni poniendo la lavadora a las tres de la mañana, un horario que mis vecinos agradecen porque dicen que cuando están en la fase rem del sueño el centrifugado les arrulla.

Llamo atraco al precio de la luz porque me gusta llamar a las cosas por su nombre. Creo que quien cobra la energía eléctrica al precio que tiene ahora está cometiendo un atraco con total impunidad. Ya sé que las eléctricas lo niegan, faltaría más. Niegan que haya abuso en la subida de los precios y dicen que no se están beneficiando con este encarecimiento.

Lo que dice el Gobierno, por boca de la ministra Teresa Ribera, es que no puede hacer nada porque Bruselas se lo impide. Y, como no puede hacer nada, lo que hace, para asombro de las victimas del atraco, es pedir empatía a las eléctricas. Algo así como: cuando les roben no se lo quiten todo, déjenles cinco euros en el bolsillo para que puedan tomarse una caña y volver a casa en autobús.

La culpa de todo esto, ahora, va para el Gobierno, pero la oposición es igual de culpable o más. El PP y el PSOE, los dos, son responsables de los tarifazos anteriores y de este también. Sus políticas durante décadas han derivado en transigir y fortalecer al lobby energético hasta el punto de que, incluso, cuando las compañías eléctricas defraudan cuentan con la complicidad de las instituciones. Ahí tienen a la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, que se niega a publicar los nombres de las eléctricas que han cobrado de más a los consumidores y no los publica.  

La sumisión es total; en vez de aplicar medidas piden clemencia. Piden empatía a las eléctricas cuando quien tiene que tener empatía, y mucha, es quien gobierna. Empatía con los ciudadanos y mano dura con quienes se dedican a vaciar los pantanos, maximizar los beneficios, inflar las tarifas y campar a sus anchas haciendo lo que les viene en gana.

Lo exigible es que se tomen medidas, pero también hace falta que la sociedad espabile y no permanezca pasiva ante lo que está sucediendo. Que no se limite a patalear como un niño malcriado y se contente con una rabieta que no tiene trascendencia, más allá del desahogo momentáneo.

Por lo visto, nos hemos olvidado de que, no hace tanto, muchas cosas se conquistaban en la calle. Sería lógico, por tanto, que plantáramos cara al atracador y a quien no hace nada por evitar el atraco. No se entiende que nos revelemos y montemos un pollo para que nos dejen tomar cañas en una terraza y en esto nos encojamos de hombros.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 16 de agosto de 2021

Vivir de lujo o “low cost”

Milio Mariño

Los ricos y los poderosos, los que lo tienen todo y aún les sobra para tener otro tanto, insisten en que podemos ser felices con muy poco. Dicen que lo bueno para nosotros, y para la buena marcha del mundo, es que llevemos una vida “low cost”. Una vida de bajo coste que es, al parecer, lo que nos tiene reservado el destino. Así que lo nuestro sería trabajar por menos del salario mínimo, vivir en un piso de sesenta metros, que nos cueste la mitad del sueldo, olvidarnos del coche y viajar en patinete eléctrico, por economía y por la salud del planeta, y vestirnos con camisetas que venden a ocho euros en la estilosa tienda de Primark.

 ¿Quién dijo que no podemos ser felices con eso? Por supuesto que sí. Ser felices depende de nosotros, no de lo que tengamos. Es lo que apuntan los organizadores del Foro Económico de Davos, que han diseñado un eslogan que aclara mucho las cosas: "En 2030 no tendrás nada, pero serás feliz".

Pues mira qué bien. Es una alegría saberlo. Si podemos alcanzar la felicidad sin tener nada, mejor que mejor. Menos preocupaciones. No tendremos que rompernos la cabeza discurriendo cómo gastar el dinero. Evitaremos que nos pase como al reciente fichaje del Barcelona, “El Kun Agüero”, que acaba de comprarse un Ferrari SF90 Stradale, en el que se ha gastado 500.000 euros, y no las tiene todas consigo. Hace un par de años se compró un Lamborghini Aventador, que le costó el triple que este Ferrari, y ahí está en el garaje. “Pagué un millón y medio de dólares por un Lamborghini y no sé para qué mierda lo compré. En dos años hice menos de mil kilómetros. Apenas lo uso”. Dijo el futbolista, arrepintiéndose del capricho.

Parece un derroche, pero es calderilla si lo comparamos con lo que se gastó un misterioso millonario, se desconoce su nombre, que a través de una subasta compró uno de los cuatro billetes que había a la venta para viajar a la estratosfera en el Blue Origin, con Jeff Bezos, el pasado 20 de julio. El efímero vuelo espacial, cuya duración apenas superó los 10 minutos, le costó 23,5 millones de euros. Pero ahí no acaba la historia. La historia es que el millonario no pudo hacer lo que era la ilusión de su vida, realizar el viaje espacial, por un problema de agenda.

Dos auténticos pardillos. Éstos, como otros muchos millonarios, todavía no se han enterado de que el dinero no da la felicidad. Y la reflexión podría ser qué si ellos no son capaces de verlo, anda y que les den. Pero, portándonos con crueldad no se arregla el problema. Antes, deberíamos reconocer que los gobiernos tampoco hacen nada por quitar a los ricos del vicio. No he visto que ningún gobierno promueva alguna campaña alertando de los peligros de ser millonario. Qué se yo… Algo parecido a: “Fumar mata”, o “Si bebes no conduzcas”.

Contra la riqueza no existe prevención alguna. Los ricos pelean por amasar una fortuna y luego se quejan de que no son felices. Por eso hacen las tonterías que hacen. Cosa que reconocen y tratan de remediar con ese buen consejo de que lo mejor para nosotros, y para la buena marcha del mundo, es que no tengamos nada. No quieren que hagamos el ridículo como ellos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 9 de agosto de 2021

Tres “fortunas” a pique

Milio Mariño

Como estamos en verano y hay tiempo para todo, incluso para ver por televisión los programas de cotilleo, imagino que estarán al tanto de que el rey emérito Juan Carlos veranea en una mansión de lujo, valorada en 11 millones de euros, que está situada en la pequeña isla de Nurai, a 15 minutos en barco de Abu Dabi. Lejos de su querida Mallorca y su inseparable Fortuna. Me refiero al yate, no sean malpensados. Aclaro, por sí no lo saben, que don Juan Carlos tuvo tres yates con ese nombre y otro que se llamaba Fortunita. Un pequeño velero con el que navegó algunos veranos hasta que, en 1976, siendo ya rey, mandó construir el primer Fortuna.

Pasar del Fortunita al Fortuna tampoco supuso gran cosa. El Fortuna era un yate, de 20 metros de eslora, que no alcanzaba los 30 nudos y en el que podían estar, como mucho, diez personas. Tal vez por eso tuvo una vida efímera, pues fue vendido tres años después, en marzo de 1979, y sustituido ese mismo verano por el segundo Fortuna. El Fortuna II, un regalo del amigo de don Juan Carlos, el rey Fahd de Arabia Saudí, que le obsequió con un precioso barco de 30 metros de eslora, casco de aluminio y un sistema de impulsión que no necesitaba hélices. Lo último en yates. Pero se conoce que don Juan Carlos quería más Fortuna y en 1981 mandó que lo trajeran a San Juan de Nieva, al fondeadero de Mefasa, para que le hicieran una renovación a fondo.

Mefasa se encargó de reformar la cubierta, mejorar los camarotes, aumentar la potencia de los motores y acometer una obra de envergadura que fue seguida muy de cerca por don Juan Carlos, que vino a San Juan de Nieva hasta en siete ocasiones y todas de incognito, ninguna de forma oficial.

El caso que aquellos arreglos no le sentaron muy bien al Fortuna II. Enseguida empezó a tener averías, siendo la más sonada cuando tuvo que ser remolcado por un pesquero, estando a bordo, como invitados, el príncipe Carlos de Inglaterra y la princesa Diana.

Para evitar un nuevo bochorno, Javier de la Rosa, Juan Villar Mir y, sobre todo, Mario Conde decidieron que Mefasa construyera el Fortuna III. Tenían intención de regalárselo al rey. Era 1.989 y aquel regalo sobrepasaba los mil millones de pesetas, pero el Fortuna III nunca llegó a salir de San Juan de Nieva con ese nombre. Sabino Fernández Campo aconsejó a don Juan Carlos que no lo aceptara y no lo aceptó. Si aceptó años después, en 2000, el Fortuna III que le regalaron el Gobierno Balear y una treintena de empresarios, a quienes el regalo les supuso un desembolso de 21,5 millones de euros.

No deja de ser curioso que, a día de hoy, los tres Fortuna de don Juan Carlos estén a pique. Tanto es así que Patrimonio Nacional ha puesto a la venta el último y no hay quien lo compre. Ni ofreciéndolo por una cantidad irrisoria, 2,2 millones de euros, encuentran comprador. 

Es una pena. Pero ya saben… Cuando bautizan un barco se celebra por todo lo alto, sin que falte el rito de romper una botella de champán en el casco. Sin embargo, cuando el barco envejece y muere nadie acude a su entierro. Da igual que sea un Fortuna que un simple bote de remos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 2 de agosto de 2021

El guapo y la España fea

Milio Mariño

Puede parecer leyenda, pero es una realidad palmaria que los estadounidenses son tan torpes en geografía que sus cono- cimientos no alcanzan a los de un niño de primaria. Cualquiera que vaya a Estados Unidos y pregunte dónde está España, se encontrará con que nueve de cada diez responderán que entre Venezuela y Colombia. No aciertan ni con el mapa delante. Un sondeo reciente, hecho por National Geographic, dio como resultado que el 68 por ciento de los jóvenes estadounidenses no pudo ubicar a Japón, un 65 no encontró a Francia y un 69 por ciento tampoco encontró a Gran Bretaña.

Menuda tropa. Como para preguntarles dónde está España. Por eso no me extrañó, en absoluto, que Pedro Sánchez cosechara tantos elogios entre los americanos y las americanas que lo vieron en el programa de televisión, de máxima audiencia, Morning Joe. Nada más verlo, coparon las redes sociales y las llenaron de piropos sorprendidos de que nuestro presidente fuera tan alto y tan guapo, hablara correctamente inglés y se mostrara optimista y muy simpático. Cuando el presentador dijo que el invitado era “The Spanish Prime Minister”, seguramente esperaban por un señor bajito, moreno, malencarado y con un gran bigote colgado de la nariz. Alguien más parecido a un torero castizo que a un ciudadano inteligente y moderno.

Por el mundo adelante nos ven como dije antes. Y en cuanto a lo otro, a cómo nos consideran, la idea que tienen es que somos vagos, dormimos mucho la siesta y el resto del día lo pasamos bailando y tocando palmas. No obstante, en descargo de los estadounidenses, conviene puntualizar que la última imagen que tenían de un presidente español era la de Aznar, en el rancho de Bush, con los pies encima de la mesa, imitando el acento mejicano y fumándose un puro.

Mal que nos pese, España sigue teniendo un problema de imagen. Por ahí afuera cuesta que nos asocien con un país moderno, plenamente democrático y tan avanzado como cualquiera de nuestros vecinos europeos. Cuarenta años de franquismo pesan lo suyo. Y, a ese lastre, hay que sumar el empeño que ponen algunos para que España siga siendo la España de nuestros abuelos. Solo hay que ver cómo ha reaccionado el PP cuando supo que en Estados Unidos elogiaban a Pedro Sánchez y destacaban aspectos como su inteligencia, elocuencia y diplomacia, además de su físico, del que quedaron prendados.

Pablo Casado, enseguida salió al paso subrayando que lo que decían los americanos era que Pedro Sánchez no parecía español. Lo cual, según él, reforzaba su postura y le daba la razón. Casado sostiene que Sánchez no parece español porque no lo es. No defiende nuestros valores. Se olvida de la herencia genética que nos hace inconfundibles: la gravedad proverbial, la intolerancia y que el franquismo fue una bendición del cielo más que una dictadura fascista.

En opinión de Casado España no puede ser otra que la de siempre: la de los señores bajitos y con bigote que se oponen al divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la ley de violencia de género y cualquier cosa que signifique progreso. La de los toros, la siesta y el flamenco. Ir por mundo ofreciendo una imagen distinta es ser anti español y anti patriota. Al parecer, la España auténtica es la de antes, la fea. Y esa es incompatible con un presidente guapo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España



lunes, 26 de julio de 2021

Un robot en la cama

Milio Mariño

Como si se tratara de una fantasía propia del Celsius 232, que se acaba de celebrar en Avilés, resulta que ya existen en el mercado robots concebidos para que sean pareja, del hombre o la mujer, en las relaciones sexuales. La empresa Real Doll ha puesto a la venta una muñeca tamaño mujer que cuesta 14.000 dólares y es capaz de hablar, recitar a Shakespeare, contar chistes y realizar las prácticas sexuales que le pidan. Está hecha con elastómero termoplástico, un componente que emula la sensación de tocar piel humana, y dispone de un sofisticado programa de inteligencia artificial al que solo hay que pedirle que nos haga lo que deseamos. Bueno, no todo porque, según sus creadores, se trata de una máquina tan avanzada que interrumpe sus funciones si la otra parte se comporta de forma abusiva.

Me parece estupendo. Los robots deben tener una ética y regirse por unos principios.  Esa muñeca sexual no sé si exigirá, a quien quiera hacer el amor con ella, que use condón, pero lo más probable es que sea una exigencia que ya la traiga de serie. Seguro que estará hecha a prueba de tipos como Naim Darrechi, el “tiktoker” mentiroso que presume de engañar a sus parejas y lo cuenta como una hazaña. Las personas tienen que protegerse y los robots también. Yo no tengo una de esas muñecas, pero en mi casa hay un robot aspirador qué si lo maltratas, si tropiezas con él o, sin querer, le das una patada cuando va por el pasillo, emite un gruñido como si se enfadara, deja de aspirar, vuelve a su base y allí se queda.

Ahora no es como antes. Nuestra relación con los robots y las máquinas ha evolucionado tanto que asombra. Estamos en otra época. Una época que será muy distinta porque lo que anuncian que viene es una relación mayor y más complicada. Los robots acabarán colándose en nuestra cama y entre nuestras sábanas, como la cosa más natural. El sextech, la unión entre la tecnología y el sexo, hará posible un mañana que nos permitirá explorar universos íntimos que no imaginábamos ni en sueños. Según los expertos, en el año 2050, serán más frecuentes las relaciones sexuales entre humanos y robots que entre personas. Uno de cada cinco jóvenes tendrá sexo con un robot de forma habitual.

No es ciencia ficción es lo que está por llegar. Si los años 70 del siglo pasado trajeron una nueva sexualidad que desafió arraigados tabúes, estamos en los albores de una revolución mucho mayor. Una revolución que nos lleva a reflexionar sobre si esos cambios, lo de dormir con un robot en la cama, supondrán que se acabe la vida en pareja.

Soy optimista. Pienso que lo mismo cambia la idea que ahora tenemos de vivir en pareja, pero los hombres y las mujeres seguirán viviendo juntos. Lo único que, a lo mejor, lo de vivir el uno para el otro, no consiste en compartir cama y darse un atracón de sexo los sábados por la noche, sino en compartir un proyecto de vida con roles complementarios. Pues qué sé yo…Que él sepa, por ejemplo, preparar como nadie un potaje de garbanzos y que a ella se le dé bien el bricolaje y usar el taladro. El amor sano y duradero, tal vez no se entienda en torno al placer del sexo sino al confort de vivir juntos compartiendo gastos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 23 de julio de 2021

El futuro de Avilés será de los hábiles

Milio Mariño

Mis amigos de la edición de Avilés de La Nueva España me pidieron que escribiera algo sobre el futuro; sobre como creo que puede venir y que esperamos, aquí en este rincón del mundo comprendido entre el faro de San Juan de Nieva y el monte La Luz. Se cumplen, ahora, treinta años desde que se inaugurara la edición local de este periódico y querían que aportara mi testimonio, lo cual es de agradecer.

Por supuesto que se agradece, pero… ¿Qué digo yo sobre el futuro de Avilés…? Que digo si, para mí, el futuro es hoy. Los treinta años que conmemora el periódico, y más de otros tantos, se me han ido en un suspiro y resulta que sin darme cuenta formo parte de esa población envejecida que cuesta un riñón y dicen que está arruinando el país y condicionando su futuro hasta el punto de que no saben qué hacer con nosotros. Soy de los que hicieron la transición del 78 y heredero de las prejubilaciones de hace una década, así que estoy en condiciones de decir lo que decía aquel replicante de Blade Runner: “He visto cosas que vosotros no creeríais”.

Claro que las he visto. He visto al Real Avilés en segunda división. No hace tanto, hace treinta años. También he visto un Plan que el Ayuntamiento encargó sobre el futuro de Avilés y fue presentado en la Casa de la Cultura, hace veinte años, plagado de faltas de ortografía. Se lo dije al alcalde y contestó que no tenía importancia. Igual llevaba razón; aquel Plan acabó en la basura. Fue una suerte. Pasó otro tanto con los que dijeron que el Centro Niemeyer haría de Avilés lo que el Guggenheim hizo de Bilbao. Tampoco acertaron. Pero no lo vi como un fracaso, lo vi como que Avilés camina hacia el futuro a su manera; dando pasos cortos y sencillos y sin hacer caso a quienes piensan que todo se construye desde el puente de mando. Al final, nunca es así. Circunstancia que celebro porque demuestra que nuestra ciudad es inteligente y no se propone una meta, se apunta a seguir caminando y llegar hasta donde llegue.

No quiero decir con esto que los planes con los que pretenden encauzar el futuro acaben todos en fracaso. Los planes nacen con buena intención, pero están sujetos a esa ley invisible que es la que, al final, determina lo que triunfa y lo que cambia y lo que no.  Pueden planificar las mil maravillas, pero de repente aparece un virus, como ahora el covid19 o mañana el repelús16, y obliga a que se establezca un nuevo orden económico y político que acaba con todas las previsiones y requiere planteamientos distintos.

Por eso, si me preguntan cómo veo el futuro de Avilés, pues qué sé yo. A lo mejor, con un boulevard precioso donde ahora están las vías del tren, con cientos de bicicletas esperando por un conductor y con coches que, a pesar de ser todos eléctricos, tendrán difícil circular por el centro y llenarán el aparcamiento municipal de Las Meanas, incluida la segunda planta, que estará ocupada al completo. También imagino que habrá colas para jugar al golf en Los Balagares, que los cruceros atracarán en el muelle Niemeyer como la lancha de Melilla atracaba donde antes estuvo La Rula y que el Ayuntamiento, para hacer una demostración de que sabe y entiende lo que es estar a la última, pondrá una escalera mecánica en la Cuesta de la Molinera para que podamos subir sin esfuerzo.

Del futuro del empleo no hablo porque se trabajarán tres días a la semana y las calles estarán llenas de terrazas cubiertas con metacrilato para que la gente pueda resguardarse de la lluvia y jugar con el móvil hasta que los dedos se les pongan como morcillas.  

El futuro, aquí, será como en todas partes y, si acaso, un pelín mejor porque se trata de Avilés. Avilés que, según algunos y yo estoy de acuerdo, viene de hábiles. Y, de esos será el futuro, de los torpes no espero nada.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España