Repasando una vieja libreta en la
que guardo apuntes del año la pera, encontré unas reflexiones de Muñoz Molina en
las que dice que el otoño tiene un inmerecido prestigio de melancolía enfermiza
y hasta de decadencia, foto en sepia y añoranza de lo imposible. Algo que,
según él, no le corresponde porque cuando llegan los verdaderos días de otoño
descubrimos que no es la estación de la tristeza.
No puedo estar más de acuerdo. El
otoño es, sin duda, la estación más romántica del año y la queja tal vez venga
de que confundimos el romanticismo con la tristeza. Además, seguro que también influye
el crujir de las hojas secas, la vuelta a la rutina de diario y que los días se
hacen pequeños.
Todo eso y la propaganda sobre
cómo nos afecta la luz y el clima, abonan la teoría de que el otoño es una
estación muy triste. Se dice, con machacona insistencia, que hay una relación directa
entre la menor luz solar y los niveles bajos de serotonina en el cerebro. Puede
ser. La serotonina es la hormona del humor, de modo que para contribuir a que
acumulemos humor del malo, inventaron el cambio de horario. Este año, toca
atrasar el reloj el 31 de octubre. Esa noche podremos dormir una hora más al
precio de que a las seis de la tarde no veamos tres en un burro.
La conclusión es sencilla: ni el otoño ni nosotros lo tenemos fácil. Parece como que hubiera un complot para convencernos de que, en esta época del año, solo cabe la tristeza. De todas maneras, por más que se empeñen, prefiero el otoño a la primavera. Ya sé que es cuestión de gustos y supongo que, también, de la edad, pero creo que el otoño tiene una mayor belleza y, sobre todo, más tranquilidad. Más tiempo para volver al teatro y al cine; para leer y escuchar música y para mantener una buena conversación con los amigos.
Igual es que soy un poco rarillo,
pero el otoño me encanta. Siempre ha sido mi estación favorita. No sabría decir
de qué me viene ese amor, pero el otoño me parece tierno, cariñoso y muy
acogedor. Invita a que nos sentemos al lado del fuego con un libro entre las
manos aunque, como habrán adivinado, no tengo, ni por asomo, chimenea en mi
salón. Qué más quisiera yo.
Lo mismo es todo igual. Lo mismo mi
otoño es un otoño idealizado que tiene poco que ver con la realidad. O, tal vez,
si porque en otoño vuelvo a usar la cuchara, que había dejado de usar en
verano, y me arreo unos platos de cocido que me ponen más contento que un
atracón de Prozac. Luego están las setas y las castañas. Esas castañas
calentitas, en un cucurucho de papel de periódico, que para qué les voy a
contar. Lo que si les cuento es que, también, me produce alegría olvidarme de meter
barriga. Con las holgadas prendas de otoño se disimula mucho y casi nadie te pregunta
por ese culo que llevas en el ombligo.
Cito solo unas cuantas, pero el
otoño tiene alegrías para dar y tomar. Por eso pido justicia. Justicia para
este otoño maltratado al que acusan, sin razón, de ser el causante de la
tristeza. Ojala que haya suerte y aún nos queden muchos otoños por disfrutar.
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