Hace unos días me levanté de buen
humor, como casi siempre, y después de tomar café y leer los periódicos llegué
a la conclusión de que soy un extraterrestre. Vivo en este mundo pero
pertenezco a otro. Duermo hasta que me apetece, paseo mientras los demás
trabajan y lo único que me preocupa es distraerme y pasarlo lo mejor posible.
Así que ya les digo, estoy en este mundo como si fuera un turista. Por eso que,
a veces, siento nostalgia. Siento el anhelo de ese deseo imposible que es estar
aquí de verdad. Volver a vivir, con toda
su fuerza emocional, lo que viví hace años. Ser un corcho en el remolino de la
actualidad.
Esto que les comento lo provocó
una noticia que no era de las principales. En letras no muy grandes venía que Anne
Hidalgo se presenta a las elecciones presidenciales de Francia, previstas para el
año que viene. El caso que acabé de leerlo y, como por arte de magia, volví al
Boulevard Beaumarchais de París.
Supongo que ya les he contado que durante unos
años ejercí como secretario adjunto del Comité Europeo de una importante
multinacional francesa, cargo que me obligaba a pasar mucho tiempo en París.
Pues bien, estando, como dije, en el Boulevard Beaumarchais, con ocasión de una
manifestación que los sindicatos franceses habían convocado para protestar por
una Reforma Laboral que, curiosamente, llamaban a la española, debido a que era
parecida a una nuestra de infausto recuerdo, un compañero francés me dijo: ven,
voy a presentarte a una Inspectora de Trabajo, muy maja, que es compatriota
tuya.
Aquella Inspectora de Trabajo era
Anne Hidalgo, una gaditana que con solo dos años, en 1961, había emigrado con sus
padres a Lyon. El compañero me la presentó, tomamos un café y hablamos, sobre
todo, de España. Me contó lo de su abuelo Antonio, que pasó muchos años en la
cárcel, condenado por republicano, y preguntó cómo iban las cosas por aquí.
Volvimos a vernos tres o cuatro veces más, la última poco antes de que fuera
elegida alcaldesa de París.
La sorpresa de aquel día no vino
sola. Vino, también, con Manuel Valls, otro español que, unos años después, sería
elegido Primer Ministro de Francia. Y, por si fuera poco, allí estaba Philippe
Martínez, secretario general del poderoso sindicato CGT y símbolo de la lucha
contra aquella Reforma Laboral que los franceses llamaban “a la española”.
Martínez nació en Francia, pero se siente medio español, es hijo de Manuel y
Jovita, un matrimonio natural de Reinosa.
Manudo lobby tenemos en París,
pensaba yo. Tres figuras principales de la política francesa, eran españoles o
hijos de españoles. Coincidencia que cualquiera puede estar tentado a explicar
diciendo que en una sociedad democrática es lógico que prevalezca el pluralismo
y que se acepten las diferentes culturas, ideologías y procedencia de quienes
la forman. Teóricamente, la explicación es correcta, pero cabe preguntarse si
aquí, en España, sería posible que se diera algo así. Es decir, que el
Presidente del Gobierno, la alcaldesa de Madrid y el Secretario General de UGT
o CC.OO fueran extranjeros. Por ejemplo, franceses.
No lo imagino ni en sueños. Por
eso que no vendría mal que tomáramos nota. Acusamos a Francia de ser un país chovinista,
pero resulta que los franceses han superado ese nacionalismo excluyente y
retrógrado que aquí sigue trayéndonos de cabeza.
En este pais hay personas que piensan, que todo lo que hay, es de ellos o de sus familias. Nunca han descubierto, lo del bien común. Claro algunas persona, no tienen ni capacidad para descubrirlo.
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