lunes, 31 de agosto de 2015

Plutón, el Cebro y la lógica de agosto

Milio Mariño

Asombra que la lógica absurda acabe imponiéndose. Que la liga de futbol comience a mediados de agosto, los políticos vuelvan cuando vuelve el fútbol y la lotería del Gordo empiece a venderse en julio. No parece lógico. Si lo fuera febrero tendría treinta y un días y este mes veinte y ocho. Pero dicen que no es bueno llevar la lógica a sus últimos extremos. Que lo lógico ha de estar supeditado, siempre, a la eficacia.

Debe ser por eso que, aunque lo lógico sería que la gente tuviera estabilidad en el trabajo, treinta días de vacaciones y un salario digno, se impone la lógica de los contratos por horas, a precios ridículos, dejando para la historia aquellos que se hacían por meses, por años y ya no digo indefinidos porque esos pertenecen al Pleistoceno y, según los expertos en eficacia, supusieron la extinción de la megafauna que, como bien saben ustedes, estaba constituida por mamuts empresariales, felinos sindicalistas, perezosos terratenientes, dinosaurios obreros y, hasta, por el Cebro Ibérico, una especie que se extinguió allá por el siglo XVI y está siendo estudiada por el zoólogo de la Universidad de Oviedo Carlos Nores, cuyo trabajo acaba de ser publicado por el Museo de Ciencias Naturales de París.

La extinción del Cebro Ibérico, una especie de cruce, o mezcla, entre el burro y el caballo, algo así como un burro con FP, fue consecuencia, lógica, de la explotación. Los cristianos lo explotaron tanto, durante la Reconquista, que acabó extinguiéndose. Lo utilizaban para todo: como animal de carga, para fabricar escudos y zapatos y hasta para comerlo en filetes cuando no había carne mejor.

Cinco siglos después, hay ciertas similitudes entre la Reconquista que inició Pelayo y la pretendida por Rajoy. Las dos significan miles de cadáveres y la desaparición de alguna de las especies. Conviene tenerlo en cuenta y advertir a las mujeres que no piensen que la Cebra sobrevivió al Cebro. Son animales distintos cuya única coincidencia es que comparten casi todas las letras.

Todo esto lo sé porque acabo de leerlo. Lo incluyo dentro de la lógica, absurda, que acaba imponiéndose porque, al final, ya verán como agosto deja de tener treinta y un días, le asignan veinte y ocho y lo cambian por febrero. Ya pasó con Plutón. No sé si se acuerdan pero va para nueve años, por estas fechas, que lo despidieron. Fue al comienzo de la crisis, un día de finales de agosto, cuando la autoridad astronómica, la UAI, que así es como se llama, decidió liquidarlo. Tenían dos opciones: aumentar la plantilla de planetas hasta 12, incluyendo a Ceres, Caronte y el cuerpo celeste UBS313, o meter tijera y cargarse a Plutón. Optaron por lo segundo, por despedirlo sin darle las gracias ni una mísera condecoración por los años de servicio. Plutón estuvo en nómina, como Planeta, nada menos que 76 años. Hasta que lo sacaron del sistema y lo echaron al agujero negro.

Comento estos detalles porque, de cara a un nuevo curso político, me parece más interesante hablarles de lo que pasó con Plutón y el Cebro Ibérico que de la Bolsa China y su repercusión en la economía española. No quiero engañarles. Yo, del asunto de las bolsas, estoy como la mayoría de ustedes. Solo sé que en Carrefour cuestan tres céntimos y en Alimerka aún las regalan.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 24 de agosto de 2015

Rosa y azul para que no haya equivocación

Milio Mariño

Se acepte con satisfacción o de muy mal humor nadie puede negar que el igualitarismo ha triunfado. La playa, el verano y pasear en traje de baño ayudan a la evidencia de que la mayoría somos iguales y solo unos pocos se alejan de lo común. Muy pocos porque la naturaleza es como si se arrepintiera de sus destrozos y estableciera un sistema de compensaciones para igualarnos. Cualquiera que preste atención enseguida percibe que a la gente de ojos azules le suele salir una verruga en la frente, los gordos tienden a ser simpáticos, los muy delgados se mueven con gracia y los guapos son menos inteligentes que los feos. Es decir, que la naturaleza corrige o compensa, según sea el caso, y todos contentos. La prueba la tienen en que cuando vemos que alguien es alto, guapo, rico, inteligente y goza de buena salud, enseguida sospechamos que todo junto no pudo haberlo adquirido de forma legítima.

El igualitarismo, en lo estético, es un hecho. Pero: ¿qué pasa cuando se quiere aplicar a lo ético? Cuando la naturaleza ha decidido que seamos distintos, caso del hombre y la mujer, y nos empeñamos en corregirlo. Conviene que nos hagamos esa pregunta. Que nos preguntemos, muy en serio, en qué consiste la igualdad de sexos. ¿Significa, acaso, que dos personas, para ser realmente iguales, deben ser idénticas en todos sus atributos?

La respuesta debería ser no, aunque corresponda a quienes se consideran bisexuales. Pero, claro, eso nos lleva a otra pregunta más difícil de contestar por lo que puede suponer decir la verdad. ¿Tiene sentido que, si el hombre dispone de un fármaco para corregir la disfunción eréctil, la mujer se sienta discriminada por no disponer de lo mismo aunque carezca de miembro y no necesite vencer la fuerza de la gravedad terrestre para disfrutar del sexo?

Si se presentara la ocasión me gustaría preguntárselo a la señora Cindy Whitehead, presidenta de la plataforma Even the Score, que agrupa a más de una veintena de asociaciones feministas americanas. Las mismas que protagonizaron una agresiva campaña, aludiendo a una discriminación manifiesta, para exigir a los congresistas y a la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA), que autorizaran la Viagra Femenina. Se lo preguntaría para despejar una duda que ronda por la cabeza y me trae a mal traer. ¿El motivo de las protestas era porque estaban convencidas de que se trataba de un caso de discriminación femenina o lo hicieron, solo, por joder?

Juan José Millás comentaba, en uno de sus artículos, el caso de una chica estadounidense que tomó una Viagra por equivocación y tuvo que acudir al hospital, presa de unos dolores insoportables que el médico diagnosticó como procedentes de una erección fantasmal.

Queda claro, por si ya no lo estaba, que la Viagra hace el mismo efecto en el hombre que lo haría en la mujer si tuviera lo que no tiene. De modo que no sé entiende que las mujeres se sintieran discriminadas. Discriminadas están ahora, que han inventado para ellas una pastilla rosa que está por ver qué les levanta.

Dirán que hablo así porque soy hombre. Bueno, porque soy hombre y por qué las mujeres son tan ambiciosas que no se conforman con tomar pastillas para lo que tienen y funciona mal. También las quieren para lo que no tienen ni tendrán.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 17 de agosto de 2015

Turismo raro para gente normal

Milio Mariño

La semana pasada leí que dijo Rosa Montero que son más las personas raras que las normales. Dicho así parece una barbaridad pero luego lo piensas y reconoces que todos tenemos rarezas. De modo que quizá hubiera sido más apropiado decir que las personas normales son raras. Aunque no sé, igual me estoy liando y, en lugar de aclararlo, lo pongo peor. Pero ustedes me entienden. Saben que las rarezas en las personas son como el anisakis en el pescado. Un bichito que llevamos dentro y nadie lo ve.

No sé qué cálculos habrá hecho Rosa Montero pero, a menos que le guste hurgar en la herida, no es sano que esté preguntándose, todo el día, si es rara o normal. Es como ir al médico por un resfriado: pura hipocondría. Además cada uno es como es y no hay mecánico que pueda arreglarlo. Habrá gente normal que haga cosas raras y gente rara que no haría nunca nada fuera de lo normal. Y de eso quería yo hablar. Quería contarles, y a ello voy, que en Europa se está poniendo de moda pasar las vacaciones en el penal de Karosta, en Letonia. La única prisión del mundo abierta a los turistas. Una cárcel en la que, pagando veinte euros por noche, se puede disfrutar la experiencia de ser un preso de la época comunista o nazi. Un desertor de la Wehrmacht, o del Ejercito Zarista, o un criminal execrable, de los muchos que pasaron por sus celdas y fueron condenados a muerte.

Según la publicidad de este nuevo destino turístico, pensado para gente normal de clase media, los huéspedes son recibidos por “policías” que los ponen contra la pared, los fotografían para registrarlos, les entregan el uniforme de preso y les amenazan con someterlos a castigos y ejercicios físicos que pueden llegar a la tortura.

Pasado el trámite del registro, una vez dentro de la celda, el turista puede disfrutar de un completo programa de animación que incluye música ambiente, con sonido de golpes, disparos y gritos de desesperación que parecen llegar de las celdas contiguas, y la zozobra de que en cualquier momento aparezcan un par de gorilas que lo saquen al patio y lo sometan a un duro castigo. También se ofrece la posibilidad de participar en la actividad “Evádete de la URSS”. Un juego para escapar del penal, que supone superar una serie de obstáculos y vigilancias, hasta llegar a una playa donde, al turista-preso, le espera una barca para conducirlo, de nuevo, a la sociedad.

No me extraña que, entre la gente normal, esté causando furor este nuevo turismo de cárceles que viene a sumarse al de cementerios, catástrofes y barrios marginales. La gente normal necesita reafirmarse y confirmar que ha elegido el lado correcto. No es como la gente rara, que siempre anda quejándose de que tiene mala suerte y llega a compararse con los que salían en aquellas películas en las que había un grupo de esclavos que no compraba nadie, por muy baratos que los vendieran.

A lo mejor es verdad lo que dice Rosa Montero, que son más las personas raras que las normales. Pero también puede ser que confunda los efectos con las causas. Yo lo tengo claro. Yo estoy seguro de que habría sido un tipo normal si no me hubiera dado por escribir estos artículos que escribo cada semana.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de agosto de 2015

Días de luna llena

Milio Mariño

Hay recuerdos que desaparecen y vuelven como esas estrellas fugaces que brillan un instante con la intención, seguramente, de alumbrar alguno de los muchos misterios que esconde la vida. Fue así, como un recuerdo que regresara para poner sentido a la sinrazón de la noticia, que cuando leí que David Oubel Renedo había asesinado a sus dos hijas, de 9 y 4 años, degollándolas con una sierra, recordé algunas historias que había oído contar de niño y a las que nunca, ni entonces, había dado credibilidad. Pero se conoce que las historias siguieron ahí, dentro de mí, convencidas de que algún día las iba a necesitar.

Fue, como dije, algo fugaz. Estaba leyendo lo que ocurrió con esas dos niñas y me vino a la memoria uno de esos recuerdos que recibimos con la encantadora perplejidad de quien encuentra lo que creía perdido. A ver si va a resultar que cuando se produjeron los asesinatos había luna llena…

Me apresuré a comprobarlo con la inquietud del que teme que la sospecha se convierta en certeza. Y, así fue. El 31 de julio pasado, el día que David Oubel Renedo asesinó a sus dos hijas, la luna cumplía su ciclo, que esta vez no era de 28 días, sino de 29, circunstancia que se da cada dos años y supone una rareza que aporta más misterio, si cabe, a la enigmática influencia de la Luna llena sobre la conducta de las personas.

No sabría decirles por qué volví a recordar aquellas historias que tenía olvidadas. Aquellos relatos que no se referían tanto a hombres que se trasforman en lobo, cuando hay luna llena, ni a la locura de los “lunáticos” o las andanzas de las brujas, que aprovechan para sus aquelarres, como al efecto de la luna sobre determinadas especies vegetales, que son altamente sensibles a las fases lunares, o a la circunstancia de que el ciclo menstrual de la mujer coincida exactamente con el mes lunar, 28 días, que su estado de gestación lo haga con nueve ciclos lunares exactos y que los nacimientos se precipiten en las fases de plenilunio.

De todo eso había oído yo hablar cuando era niño. También de las mareas; de que la mar sube y baja por efecto de la Luna, alcanzando, a veces, una altura de veinte metros y precisando para conseguir ese efecto, una gigantesca fuerza cuya potencia puede superar, de largo, los 14 millones de megavatios.

El recuerdo de aquellas historias, que contaban los mayores, hizo que me preguntara si será cierto que la Luna ejerce un efecto proporcional similar en los seres humanos. El hecho de que los científicos aún no hayan encontrado respuestas concretas a esa cuestión, y que entre ellos discrepen, no niega ni desmiente la evidencia del influjo de la Luna sobre las plantas, las mareas y los animales.

Planteándome si influiría la Luna, en ese desgraciado suceso, no busco, ni mucho menos, ningún atenuante que rebaje la responsabilidad del asesino. Intento buscar una explicación a lo inexplicable. A una conducta humana para la que la ciencia aún no tiene respuesta.

De todas maneras soy consciente de que esta reflexión, sobre el influjo de la Luna, tal vez sea por lo que dicen algunos psiquiatras. Porque nos duele el alma, cuando un semejante comete semejantes atrocidades, y nuestra mente busca, de forma desesperada, soluciones rápidas para calmarla.

Milio Mariño / Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

lunes, 3 de agosto de 2015

La muerte de un león y la de una persona

Milio Mariño

Cuando empecé a escribir este artículo había luna llena y a lo mejor fue por eso que pensaba, y sigo pensando, que no es malo que seamos bastante animales. Ojala tardemos unos miles de años en desprendernos de nuestra parte animal para ser del todo humanos. Me apunto a esa evolución con la esperanza de recorrer el camino sin prisas y sin atajos porque, al ritmo que llevamos, en cosa de nada, la parte animal puede ser, del todo, aniquilada y sustituida por un chip de Molibdenita que será capaz de albergar el contenido de nuestro cerebro y, si quiere, hacer una copia de seguridad y subirla a la nube.

Defiendo nuestra parte animal porque los animales no suelen cometer barbaridades. De modo que lo que hizo Walter Palmer, ese dentista americano que mató a “Cecil”, el león más grande de Zimbabue, y luego le cortó la cabeza para llevársela como trofeo, debió hacerlo con lo que tenga de humano. Apuesto que fue con eso. Y quizá alegue, como disculpa, que “Cecil” no ejercía de animal rey de la selva sino que se había prostituido y, a cambio de recibir comida, colaboraba con el Gobierno de Robert Mugabe, que lo había empleado de fiera para reclamo de los turistas.

Poco importa, en este caso, que “Cecil” trabajara en lo suyo o se prostituyera dejando que los turistas le sacaran fotografías. A diferencia de las personas, a los animales no los juzgamos según el trabajo que desempeñan. Estamos en 2015 y, a estas alturas, la muerte de un león, trabaje en lo que trabaje, está mal vista y tiene muy mala prensa. La gente civilizada acepta peor que maten a un león de Zimbabue que a un inmigrante de Siria o un musulmán de Gaza. Si quieren pruebas ahí tienen los miles de personas que piden a Barack Obama y al secretario de Estado, John Kerry, que cooperen con las autoridades de Zimbabue para que Walter Palmer regrese a Estados Unidos y se enfrente a las leyes americanas.

Al final acabarán extraditándolo. Y, me parece Bien. Las autoridades del país africano harán lo que haría Jorge Fernández Díaz si Walter Palmer estuviera en España. Nuestro Ministro pondría menos trabas a la extradición de un cazador de leones de las que puso a la juez argentina María Servini, a la que no concedió la extradición de los torturadores Billy el Niño, Utrera Molina y Jesús Muñecas.

Son casos distintos, simplemente los cito porque me gustaría saber si esas decisiones las tomamos con lo que aún nos queda de animales o con lo que tenemos de humanos. Y me pasa otro tanto cuando me pregunto si es la parte animal o la humana la que nos lleva a indignarnos cuando matan a un león en Zimbabue y a permanecer indiferentes cuando matan a una persona.

No estoy de acuerdo con Ortega, me refiero al torero, cuando dice: "Si no fuera por el toreo muchos animales se comerían los unos a los otros". Tampoco lo estoy con los miles de americanos que presionan a Obama porque están convencidos de que fue la parte animal de Walter Palmer la que le llevó a matar al león de Zimbabue. Creo, sinceramente, que fue su parte humana. Los animales no matan por matar. Se rigen por unas reglas más civilizadas que las nuestras.