lunes, 10 de agosto de 2015

Días de luna llena

Milio Mariño

Hay recuerdos que desaparecen y vuelven como esas estrellas fugaces que brillan un instante con la intención, seguramente, de alumbrar alguno de los muchos misterios que esconde la vida. Fue así, como un recuerdo que regresara para poner sentido a la sinrazón de la noticia, que cuando leí que David Oubel Renedo había asesinado a sus dos hijas, de 9 y 4 años, degollándolas con una sierra, recordé algunas historias que había oído contar de niño y a las que nunca, ni entonces, había dado credibilidad. Pero se conoce que las historias siguieron ahí, dentro de mí, convencidas de que algún día las iba a necesitar.

Fue, como dije, algo fugaz. Estaba leyendo lo que ocurrió con esas dos niñas y me vino a la memoria uno de esos recuerdos que recibimos con la encantadora perplejidad de quien encuentra lo que creía perdido. A ver si va a resultar que cuando se produjeron los asesinatos había luna llena…

Me apresuré a comprobarlo con la inquietud del que teme que la sospecha se convierta en certeza. Y, así fue. El 31 de julio pasado, el día que David Oubel Renedo asesinó a sus dos hijas, la luna cumplía su ciclo, que esta vez no era de 28 días, sino de 29, circunstancia que se da cada dos años y supone una rareza que aporta más misterio, si cabe, a la enigmática influencia de la Luna llena sobre la conducta de las personas.

No sabría decirles por qué volví a recordar aquellas historias que tenía olvidadas. Aquellos relatos que no se referían tanto a hombres que se trasforman en lobo, cuando hay luna llena, ni a la locura de los “lunáticos” o las andanzas de las brujas, que aprovechan para sus aquelarres, como al efecto de la luna sobre determinadas especies vegetales, que son altamente sensibles a las fases lunares, o a la circunstancia de que el ciclo menstrual de la mujer coincida exactamente con el mes lunar, 28 días, que su estado de gestación lo haga con nueve ciclos lunares exactos y que los nacimientos se precipiten en las fases de plenilunio.

De todo eso había oído yo hablar cuando era niño. También de las mareas; de que la mar sube y baja por efecto de la Luna, alcanzando, a veces, una altura de veinte metros y precisando para conseguir ese efecto, una gigantesca fuerza cuya potencia puede superar, de largo, los 14 millones de megavatios.

El recuerdo de aquellas historias, que contaban los mayores, hizo que me preguntara si será cierto que la Luna ejerce un efecto proporcional similar en los seres humanos. El hecho de que los científicos aún no hayan encontrado respuestas concretas a esa cuestión, y que entre ellos discrepen, no niega ni desmiente la evidencia del influjo de la Luna sobre las plantas, las mareas y los animales.

Planteándome si influiría la Luna, en ese desgraciado suceso, no busco, ni mucho menos, ningún atenuante que rebaje la responsabilidad del asesino. Intento buscar una explicación a lo inexplicable. A una conducta humana para la que la ciencia aún no tiene respuesta.

De todas maneras soy consciente de que esta reflexión, sobre el influjo de la Luna, tal vez sea por lo que dicen algunos psiquiatras. Porque nos duele el alma, cuando un semejante comete semejantes atrocidades, y nuestra mente busca, de forma desesperada, soluciones rápidas para calmarla.

Milio Mariño / Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

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