lunes, 16 de agosto de 2021

Vivir de lujo o “low cost”

Milio Mariño

Los ricos y los poderosos, los que lo tienen todo y aún les sobra para tener otro tanto, insisten en que podemos ser felices con muy poco. Dicen que lo bueno para nosotros, y para la buena marcha del mundo, es que llevemos una vida “low cost”. Una vida de bajo coste que es, al parecer, lo que nos tiene reservado el destino. Así que lo nuestro sería trabajar por menos del salario mínimo, vivir en un piso de sesenta metros, que nos cueste la mitad del sueldo, olvidarnos del coche y viajar en patinete eléctrico, por economía y por la salud del planeta, y vestirnos con camisetas que venden a ocho euros en la estilosa tienda de Primark.

 ¿Quién dijo que no podemos ser felices con eso? Por supuesto que sí. Ser felices depende de nosotros, no de lo que tengamos. Es lo que apuntan los organizadores del Foro Económico de Davos, que han diseñado un eslogan que aclara mucho las cosas: "En 2030 no tendrás nada, pero serás feliz".

Pues mira qué bien. Es una alegría saberlo. Si podemos alcanzar la felicidad sin tener nada, mejor que mejor. Menos preocupaciones. No tendremos que rompernos la cabeza discurriendo cómo gastar el dinero. Evitaremos que nos pase como al reciente fichaje del Barcelona, “El Kun Agüero”, que acaba de comprarse un Ferrari SF90 Stradale, en el que se ha gastado 500.000 euros, y no las tiene todas consigo. Hace un par de años se compró un Lamborghini Aventador, que le costó el triple que este Ferrari, y ahí está en el garaje. “Pagué un millón y medio de dólares por un Lamborghini y no sé para qué mierda lo compré. En dos años hice menos de mil kilómetros. Apenas lo uso”. Dijo el futbolista, arrepintiéndose del capricho.

Parece un derroche, pero es calderilla si lo comparamos con lo que se gastó un misterioso millonario, se desconoce su nombre, que a través de una subasta compró uno de los cuatro billetes que había a la venta para viajar a la estratosfera en el Blue Origin, con Jeff Bezos, el pasado 20 de julio. El efímero vuelo espacial, cuya duración apenas superó los 10 minutos, le costó 23,5 millones de euros. Pero ahí no acaba la historia. La historia es que el millonario no pudo hacer lo que era la ilusión de su vida, realizar el viaje espacial, por un problema de agenda.

Dos auténticos pardillos. Éstos, como otros muchos millonarios, todavía no se han enterado de que el dinero no da la felicidad. Y la reflexión podría ser qué si ellos no son capaces de verlo, anda y que les den. Pero, portándonos con crueldad no se arregla el problema. Antes, deberíamos reconocer que los gobiernos tampoco hacen nada por quitar a los ricos del vicio. No he visto que ningún gobierno promueva alguna campaña alertando de los peligros de ser millonario. Qué se yo… Algo parecido a: “Fumar mata”, o “Si bebes no conduzcas”.

Contra la riqueza no existe prevención alguna. Los ricos pelean por amasar una fortuna y luego se quejan de que no son felices. Por eso hacen las tonterías que hacen. Cosa que reconocen y tratan de remediar con ese buen consejo de que lo mejor para nosotros, y para la buena marcha del mundo, es que no tengamos nada. No quieren que hagamos el ridículo como ellos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 9 de agosto de 2021

Tres “fortunas” a pique

Milio Mariño

Como estamos en verano y hay tiempo para todo, incluso para ver por televisión los programas de cotilleo, imagino que estarán al tanto de que el rey emérito Juan Carlos veranea en una mansión de lujo, valorada en 11 millones de euros, que está situada en la pequeña isla de Nurai, a 15 minutos en barco de Abu Dabi. Lejos de su querida Mallorca y su inseparable Fortuna. Me refiero al yate, no sean malpensados. Aclaro, por sí no lo saben, que don Juan Carlos tuvo tres yates con ese nombre y otro que se llamaba Fortunita. Un pequeño velero con el que navegó algunos veranos hasta que, en 1976, siendo ya rey, mandó construir el primer Fortuna.

Pasar del Fortunita al Fortuna tampoco supuso gran cosa. El Fortuna era un yate, de 20 metros de eslora, que no alcanzaba los 30 nudos y en el que podían estar, como mucho, diez personas. Tal vez por eso tuvo una vida efímera, pues fue vendido tres años después, en marzo de 1979, y sustituido ese mismo verano por el segundo Fortuna. El Fortuna II, un regalo del amigo de don Juan Carlos, el rey Fahd de Arabia Saudí, que le obsequió con un precioso barco de 30 metros de eslora, casco de aluminio y un sistema de impulsión que no necesitaba hélices. Lo último en yates. Pero se conoce que don Juan Carlos quería más Fortuna y en 1981 mandó que lo trajeran a San Juan de Nieva, al fondeadero de Mefasa, para que le hicieran una renovación a fondo.

Mefasa se encargó de reformar la cubierta, mejorar los camarotes, aumentar la potencia de los motores y acometer una obra de envergadura que fue seguida muy de cerca por don Juan Carlos, que vino a San Juan de Nieva hasta en siete ocasiones y todas de incognito, ninguna de forma oficial.

El caso que aquellos arreglos no le sentaron muy bien al Fortuna II. Enseguida empezó a tener averías, siendo la más sonada cuando tuvo que ser remolcado por un pesquero, estando a bordo, como invitados, el príncipe Carlos de Inglaterra y la princesa Diana.

Para evitar un nuevo bochorno, Javier de la Rosa, Juan Villar Mir y, sobre todo, Mario Conde decidieron que Mefasa construyera el Fortuna III. Tenían intención de regalárselo al rey. Era 1.989 y aquel regalo sobrepasaba los mil millones de pesetas, pero el Fortuna III nunca llegó a salir de San Juan de Nieva con ese nombre. Sabino Fernández Campo aconsejó a don Juan Carlos que no lo aceptara y no lo aceptó. Si aceptó años después, en 2000, el Fortuna III que le regalaron el Gobierno Balear y una treintena de empresarios, a quienes el regalo les supuso un desembolso de 21,5 millones de euros.

No deja de ser curioso que, a día de hoy, los tres Fortuna de don Juan Carlos estén a pique. Tanto es así que Patrimonio Nacional ha puesto a la venta el último y no hay quien lo compre. Ni ofreciéndolo por una cantidad irrisoria, 2,2 millones de euros, encuentran comprador. 

Es una pena. Pero ya saben… Cuando bautizan un barco se celebra por todo lo alto, sin que falte el rito de romper una botella de champán en el casco. Sin embargo, cuando el barco envejece y muere nadie acude a su entierro. Da igual que sea un Fortuna que un simple bote de remos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 2 de agosto de 2021

El guapo y la España fea

Milio Mariño

Puede parecer leyenda, pero es una realidad palmaria que los estadounidenses son tan torpes en geografía que sus cono- cimientos no alcanzan a los de un niño de primaria. Cualquiera que vaya a Estados Unidos y pregunte dónde está España, se encontrará con que nueve de cada diez responderán que entre Venezuela y Colombia. No aciertan ni con el mapa delante. Un sondeo reciente, hecho por National Geographic, dio como resultado que el 68 por ciento de los jóvenes estadounidenses no pudo ubicar a Japón, un 65 no encontró a Francia y un 69 por ciento tampoco encontró a Gran Bretaña.

Menuda tropa. Como para preguntarles dónde está España. Por eso no me extrañó, en absoluto, que Pedro Sánchez cosechara tantos elogios entre los americanos y las americanas que lo vieron en el programa de televisión, de máxima audiencia, Morning Joe. Nada más verlo, coparon las redes sociales y las llenaron de piropos sorprendidos de que nuestro presidente fuera tan alto y tan guapo, hablara correctamente inglés y se mostrara optimista y muy simpático. Cuando el presentador dijo que el invitado era “The Spanish Prime Minister”, seguramente esperaban por un señor bajito, moreno, malencarado y con un gran bigote colgado de la nariz. Alguien más parecido a un torero castizo que a un ciudadano inteligente y moderno.

Por el mundo adelante nos ven como dije antes. Y en cuanto a lo otro, a cómo nos consideran, la idea que tienen es que somos vagos, dormimos mucho la siesta y el resto del día lo pasamos bailando y tocando palmas. No obstante, en descargo de los estadounidenses, conviene puntualizar que la última imagen que tenían de un presidente español era la de Aznar, en el rancho de Bush, con los pies encima de la mesa, imitando el acento mejicano y fumándose un puro.

Mal que nos pese, España sigue teniendo un problema de imagen. Por ahí afuera cuesta que nos asocien con un país moderno, plenamente democrático y tan avanzado como cualquiera de nuestros vecinos europeos. Cuarenta años de franquismo pesan lo suyo. Y, a ese lastre, hay que sumar el empeño que ponen algunos para que España siga siendo la España de nuestros abuelos. Solo hay que ver cómo ha reaccionado el PP cuando supo que en Estados Unidos elogiaban a Pedro Sánchez y destacaban aspectos como su inteligencia, elocuencia y diplomacia, además de su físico, del que quedaron prendados.

Pablo Casado, enseguida salió al paso subrayando que lo que decían los americanos era que Pedro Sánchez no parecía español. Lo cual, según él, reforzaba su postura y le daba la razón. Casado sostiene que Sánchez no parece español porque no lo es. No defiende nuestros valores. Se olvida de la herencia genética que nos hace inconfundibles: la gravedad proverbial, la intolerancia y que el franquismo fue una bendición del cielo más que una dictadura fascista.

En opinión de Casado España no puede ser otra que la de siempre: la de los señores bajitos y con bigote que se oponen al divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la ley de violencia de género y cualquier cosa que signifique progreso. La de los toros, la siesta y el flamenco. Ir por mundo ofreciendo una imagen distinta es ser anti español y anti patriota. Al parecer, la España auténtica es la de antes, la fea. Y esa es incompatible con un presidente guapo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España