Milio Mariño
La semana pasada leí que dijo Rosa Montero que son más las personas raras que las normales. Dicho así parece una barbaridad pero luego lo piensas y reconoces que todos tenemos rarezas. De modo que quizá hubiera sido más apropiado decir que las personas normales son raras. Aunque no sé, igual me estoy liando y, en lugar de aclararlo, lo pongo peor. Pero ustedes me entienden. Saben que las rarezas en las personas son como el anisakis en el pescado. Un bichito que llevamos dentro y nadie lo ve.
No sé qué cálculos habrá hecho Rosa Montero pero, a menos que le guste hurgar en la herida, no es sano que esté preguntándose, todo el día, si es rara o normal. Es como ir al médico por un resfriado: pura hipocondría. Además cada uno es como es y no hay mecánico que pueda arreglarlo. Habrá gente normal que haga cosas raras y gente rara que no haría nunca nada fuera de lo normal. Y de eso quería yo hablar. Quería contarles, y a ello voy, que en Europa se está poniendo de moda pasar las vacaciones en el penal de Karosta, en Letonia. La única prisión del mundo abierta a los turistas. Una cárcel en la que, pagando veinte euros por noche, se puede disfrutar la experiencia de ser un preso de la época comunista o nazi. Un desertor de la Wehrmacht, o del Ejercito Zarista, o un criminal execrable, de los muchos que pasaron por sus celdas y fueron condenados a muerte.
Según la publicidad de este nuevo destino turístico, pensado para gente normal de clase media, los huéspedes son recibidos por “policías” que los ponen contra la pared, los fotografían para registrarlos, les entregan el uniforme de preso y les amenazan con someterlos a castigos y ejercicios físicos que pueden llegar a la tortura.
Pasado el trámite del registro, una vez dentro de la celda, el turista puede disfrutar de un completo programa de animación que incluye música ambiente, con sonido de golpes, disparos y gritos de desesperación que parecen llegar de las celdas contiguas, y la zozobra de que en cualquier momento aparezcan un par de gorilas que lo saquen al patio y lo sometan a un duro castigo. También se ofrece la posibilidad de participar en la actividad “Evádete de la URSS”. Un juego para escapar del penal, que supone superar una serie de obstáculos y vigilancias, hasta llegar a una playa donde, al turista-preso, le espera una barca para conducirlo, de nuevo, a la sociedad.
No me extraña que, entre la gente normal, esté causando furor este nuevo turismo de cárceles que viene a sumarse al de cementerios, catástrofes y barrios marginales. La gente normal necesita reafirmarse y confirmar que ha elegido el lado correcto. No es como la gente rara, que siempre anda quejándose de que tiene mala suerte y llega a compararse con los que salían en aquellas películas en las que había un grupo de esclavos que no compraba nadie, por muy baratos que los vendieran.
A lo mejor es verdad lo que dice Rosa Montero, que son más las personas raras que las normales. Pero también puede ser que confunda los efectos con las causas. Yo lo tengo claro. Yo estoy seguro de que habría sido un tipo normal si no me hubiera dado por escribir estos artículos que escribo cada semana.
La semana pasada leí que dijo Rosa Montero que son más las personas raras que las normales. Dicho así parece una barbaridad pero luego lo piensas y reconoces que todos tenemos rarezas. De modo que quizá hubiera sido más apropiado decir que las personas normales son raras. Aunque no sé, igual me estoy liando y, en lugar de aclararlo, lo pongo peor. Pero ustedes me entienden. Saben que las rarezas en las personas son como el anisakis en el pescado. Un bichito que llevamos dentro y nadie lo ve.
No sé qué cálculos habrá hecho Rosa Montero pero, a menos que le guste hurgar en la herida, no es sano que esté preguntándose, todo el día, si es rara o normal. Es como ir al médico por un resfriado: pura hipocondría. Además cada uno es como es y no hay mecánico que pueda arreglarlo. Habrá gente normal que haga cosas raras y gente rara que no haría nunca nada fuera de lo normal. Y de eso quería yo hablar. Quería contarles, y a ello voy, que en Europa se está poniendo de moda pasar las vacaciones en el penal de Karosta, en Letonia. La única prisión del mundo abierta a los turistas. Una cárcel en la que, pagando veinte euros por noche, se puede disfrutar la experiencia de ser un preso de la época comunista o nazi. Un desertor de la Wehrmacht, o del Ejercito Zarista, o un criminal execrable, de los muchos que pasaron por sus celdas y fueron condenados a muerte.
Según la publicidad de este nuevo destino turístico, pensado para gente normal de clase media, los huéspedes son recibidos por “policías” que los ponen contra la pared, los fotografían para registrarlos, les entregan el uniforme de preso y les amenazan con someterlos a castigos y ejercicios físicos que pueden llegar a la tortura.
Pasado el trámite del registro, una vez dentro de la celda, el turista puede disfrutar de un completo programa de animación que incluye música ambiente, con sonido de golpes, disparos y gritos de desesperación que parecen llegar de las celdas contiguas, y la zozobra de que en cualquier momento aparezcan un par de gorilas que lo saquen al patio y lo sometan a un duro castigo. También se ofrece la posibilidad de participar en la actividad “Evádete de la URSS”. Un juego para escapar del penal, que supone superar una serie de obstáculos y vigilancias, hasta llegar a una playa donde, al turista-preso, le espera una barca para conducirlo, de nuevo, a la sociedad.
No me extraña que, entre la gente normal, esté causando furor este nuevo turismo de cárceles que viene a sumarse al de cementerios, catástrofes y barrios marginales. La gente normal necesita reafirmarse y confirmar que ha elegido el lado correcto. No es como la gente rara, que siempre anda quejándose de que tiene mala suerte y llega a compararse con los que salían en aquellas películas en las que había un grupo de esclavos que no compraba nadie, por muy baratos que los vendieran.
A lo mejor es verdad lo que dice Rosa Montero, que son más las personas raras que las normales. Pero también puede ser que confunda los efectos con las causas. Yo lo tengo claro. Yo estoy seguro de que habría sido un tipo normal si no me hubiera dado por escribir estos artículos que escribo cada semana.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Milio Mariño